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ATALAYA

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viernes, 25 de noviembre de 2011

JOSÉ ANTONIO PAGOLA PRIMERO ADVIENTO 2011


DESPERTAR LA ESPERANZA 

Alguien ha podido decir que "el siglo XX ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanzas". La historia de estos últimos años se ha encargado de desmitificar el mito del progreso. No se han cumplido las grandes promesas de la Ilustración. El mundo moderno sigue plagado de crueldades, injusticias e inseguridad.
Por otra parte, el debilitamiento de la fe religiosa no ha traído una mayor fe en el hombre. 
Al contrario, el abandono de Dios parece ir dejando al hombre contemporáneo sin horizonte último, sin meta y sin puntos de referencia. 
Los acontecimientos se atropellan unos a otros, pero no conducen a nada nuevo. La civilización del consumismo produce novedad de productos, pero sólo para mantener el sistema en el más absoluto inmovilismo. 
Los filósofos postmodernos nos advierten de que hemos de aprender a "vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte" 
Cuando no se espera apenas nada del futuro, lo mejor es vivir al día y disfrutar al máximo del momento presente. 
Es la hora del hedonismo y del pragmatismo. Una vez instalados en el sistema con cierta seguridad, lo inteligente es retirarse al "santuario de la vida privada" y disfrutar de todo placer "ahora mismo"
Por eso, son pocos los que se comprometen a fondo para que las cosas sean diferentes. 
Crece la indiferencia hacia las cuestiones colectivas y el bien común. 
La democracia no genera ya ilusión ni concita los esfuerzos de las gentes para crear un futuro mejor. Cada uno se preocupa de sí mismo. Es la consigna: "Sálvese quien pueda".
Esta crisis de esperanza está configurada por múltiples factores, pero, probablemente, tiene su raíz más profunda en la falta de fe del hombre contemporáneo en sí mismo y en su progreso, la falta de confianza en la vida. 
Eliminado Dios, parece que el ser humano se va convirtiendo cada vez más en una pregunta sin respuesta, un proyecto imposible, un caminar hacia ninguna parte.
¿No estará el hombre de hoy necesitando más que nunca al "Dios de la esperanza"? (Rm 15,13)
Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han abandonado, pero un Dios por el que tantos siguen preguntando. 
Un Dios que puede devolvernos la confianza radical en la vida y descubrirnos que el ser humano sigue siendo "un ser capaz de proyecto y de futuro".
La Iglesia no debería olvidar hoy "la responsabilidad de la esperanza" pues ésa es la misión que ha recibido de Cristo resucitado. Antes que "lugar de culto" o "instancia moral", la Iglesia ha de entenderse a sí misma y vivir como "comunidad de la esperanza".
Una esperanza que no es una utopía más, ni una reacción desesperada frente a las crisis e incertidumbres del momento. 
Una esperanza que se funda en Cristo resucitado. 
En él descubrimos los creyentes el futuro último que le espera a la humanidad, el camino que puede y debe recorrer el hombre hacia su plena humanización y la garantía última frente a los fracasos, la injusticia y la muerte.
Comenzamos hoy el Adviento, escuchando una vez más el grito de Jesús: "Velad, vigilad".
Es una llamada a despertar la esperanza.


UNA IGLESIA DESPIERTA

Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.
Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar, Cristo no nos encuentre dormidos».
La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos» (LEER EVANGELIO). Según Marcos, la orden de Jesús no es sólo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.
Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy?
¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?
¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?
¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más?
¿No nos damos cuenta de que una Iglesia «dormida» a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?
¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él?
¿Quién como él puede despertar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad?
¿Quién podrá contagiarnos su alegría?
¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad? 


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