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sábado, 3 de septiembre de 2011

ADHESIÓN DE UN JESUITA A JOSÉ Mª CASTILLO



Evangelizar sin cesar

ESTEBAN VELÁZQUEZ GUERRA
Lunes 29 de agosto de 2011
Publicado en alandar nº280

Prefiero que la amistad me traicione en la objetividad con que me acerco a la realidad a que yo traicione la amistad no posicionándome ante la realidad, cuando esa amistad y el análisis más objetivo posible de esa realidad así lo requieran. Prefiero que las palabras agradecidas pequen de excesivas a pecar con un silencio difícilmente explicable ante un agradecimiento claramente justificado y justo.
Precisamente por ser jesuita más me impulsa mi mundo interior a que mi agradecimiento sea público, dado el pasado de José Mª Castillo, Pepe, en la Compañía en la que entregó a Dios y a la sociedad, con la intensidad que todos conocemos, la gran mayoría de los años de su vida. Y dada, también, la conflictividad institucional que supusieron no pocos de los últimos años de su vida en la Compañía. Ningún posicionamiento sobre ese conflicto es, a mi juicio, razón suficiente para olvidar su entrega total a la Compañía y, desde la Compañía, a Dios, a la iglesia y a la sociedad, de la forma que él consideró más honesta. Entrega total que sigue testimoniando hoy en su nuevo modo de vida. Ni sería razón para no sumarse a otros públicos reconocimientos.
A todo esto se añade el motivo de que este reconocimiento público universitario es una magnifica ocasión para expresar, también públicamente, mi agradecimiento a Pepe por lo mucho que recibí de él como jesuita, tanto en su etapa de acompañante espiritual en mis primeros años de formación, como en su etapa de profesor de los que entonces cursábamos los años de teología, como en los años posteriores a mi ordenación como presbítero cuando nos tratamos como compañeros de camino y como amigos.
He constatado que muchos (jesuitas, ex jesuitas y no jesuitas) consideramos que, gracias a la formación y el testimonio que recibimos de Pepe y de otros formadores y testigos, se evitó en el inmediato postconcilio -y aún se evita hoy- un divorcio, aún mayor del que hubo y hay, entre las inquietudes, la sensibilidad, los sueños y las legitimas rebeldías que creemos sentir en virtud de nuestra fe en Jesús de Nazaret y lo que nos ofrecían y ofrecen no pocas veces los estrechos moldes que se nos brindan en la Iglesia (los jesuitas tampoco estamos exentos, en algunas ocasiones, de esta estrechez, como tampoco lo hemos estado en otras de exceso de apertura). Sinceramente pienso que él y tantos otros más con una coherencia similar, no solo no fueron motivo para distanciarnos de la Iglesia y la Compañía sino que, por el contrario, ellos son de los pocos que nos daban motivos válidos para seguir en la Iglesia y en la Compañía, sin renunciar a lo que de sano hay en nuestras inquietudes. Por supuesto, respeto a los que piensan de otra amanera. Debe ser normal en una Iglesia fraternal y con sano pluralismo.
En todo caso, sea cual sea la valoración de cada uno del papel jugado por Pepe, tanto en sus años en la Compañía como en su salida de la misma, esta valoración no anula ni disminuye, desde mi punto de vista, el sentido humano y, de alguna manera, también ético, de sumarnos como jesuitas, al público reconocimiento de sus méritos y al hecho de que se haya dado en España el primer doctorado honoris causa de un teólogo español por parte de una universidad civil.
Le deseo de todo corazón a Pepe que disfrute de este reconocimiento, más que merecido, que expresa, además de todo lo que llevo dicho en este artículo, el hecho de que ha sido uno de los artífices principales en España del diálogo fructífero entre la sociedad civil y la Iglesia, entre la ciencia (especialmente filosófica y social ) y la teología, entre la fe y la cultura, entre el cristianismo y el ansia de justicia de muchos sectores en la sociedad.
Su humanismo cristiano, contando con las limitaciones que todos los humanos tenemos, ha sido una ayuda impagable a nuestra propia humanización y cristificación, a la vez que una ayuda también impagable a la presentación a la sociedad contemporánea de esa humanización de Dios de la que hablan sus libros. Pepe debe esta muy alegre y satisfecho, no tanto por el reconocimiento público de sus méritos sino, sobre todo, porque ha evangelizado sin cesar, sin proselitismo pero tampoco sin complejo de inferioridad con respecto a su fe cristiana y porque la sociedad ha visto en ello no solo un servicio a esa fe sino un servicio a la sociedad misma, a la cultura y a la promoción de la justicia. Enhorabuena, amigo.

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