El relato habla de una muchedumbre necesitada de alimento, en medio de un desierto donde no es posible satisfacer el hambre. Los discípulos presentan «cinco panes y dos peces», símbolo expresivo de la penuria y escasez en aquel grupo que podría, sin embargo, alimentarse en las aldeas cercanas. Así viven hoy millones de seres humanos junto a países ricos donde hay medios suficientes para alimentar a la Humanidad.
¿Qué hacer ante esta situación? El relato rechaza el fatalismo o las respuestas fáciles de la insolidaridad. Los discípulos piensan enseguida la solución menos comprometida para ellos: «que vayan a las aldeas y se compren de comer», es decir, que cada uno resuelva sus problemas con sus propios medios. Jesús, por el contrario, los llama a la responsabilidad: «Dadles vosotros de comer», no los dejéis abandonados a su suerte.Este «milagro» realizado por Jesús es signo del mundo querido por Dios. Un mundo solidario y fraterno donde todos compartamos dignamente los bienes que recibimos de Dios.
La necesidad de alimentarnos de la tierra es, antes que nada, signo de nuestra indigencia radical. Oscuramente los seres humanos percibimos que no nos fundamentamos a nosotros mismos. En realidad, vivimos recibiendo, nutriéndonos de una vida que atraviesa el cosmos y se nos regala día a día a cada uno. Por eso, es un gesto profundamente humano el recogerse antes de comer para agradecer a Dios esos alimentos, fruto del esfuerzo y trabajo del hombre, pero, al mismo tiempo, regalo originario del Dios creador que sustenta la vida.
Nos sentimos acusados por aquellas palabras de Gandhi: «Todo lo que comes sin necesidad lo estás robando al estómago de los pobres.» Tal vez en el Primer Mundo debamos aprender a bendecir la mesa de otra manera. Dando gracias a Dios, pero, al mismo tiempo, pidiendo perdón por nuestra insolidaridad y tomando conciencia de nuestra responsabilidad ante los hambrientos de la tierra.
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