La crisis de la asistencia a la Santa Misa es quizá el símbolo más expresivo y significativo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual.
Está claro y patente que el mejor símbolo que nos queda del ritual católico es la Eucaristía. Resulta del todo imposible e insuficiente el establecer un lazo o contacto con el Cristo que hoy se necesita en la Iglesia y el rito que hoy celebramos.
No hace falta más que acercarse a un templo cualquiera o contemplar la pantalla de la TVE para contemplar lo que está ocurriendo en nuestras iglesias, donde los jóvenes brillan por su ausencia, incapaces de entender, y menos de gustar, lo que está ocurriendo en nuestras misas.
La Jerarquía, con toda”buena voluntad”, se siente incapaz de dar una respuesta a las múltiples demandas que están reclamando una reforma que nació en el VAT. II y se está ahogando en nuestro tiempo.
Necesitamos una Celebración Eucarística mucho más viva, participativa y sobre todo, alegre y sentida.
Me decía el otro día, sin ir más lejos, Joseba, que el día de la primera comunión, le había encantado ver y oír cantar a los niños al final del la misa aquella canción moderna y viva que bailaron y cantaron con tanta espontaneidad y gracia…
Yo también recuerdo con nostalgia aquellas misas juveniles, que cualquier mayor o adulto hubiera disfrutado, donde los jóvenes sentados en el suelo junto al altar, hablaban y comunicaban participando vivamente y soltando, quizá, alguna que otra expresión fuerte que todos entendíamos y comprendíamos.
Hoy parece que nadie se siente responsable de lo que está ocurriendo y todos somos al mismo tiempo víctimas y verdugos por nuestra inercia, miedos o pereza…
Quizá algún día, no lejano, volvamos a aquellas pequeñas comunidades, como las de América latina o las de Madrid de Vallecas o Entre Vías y tantas iglesias evangélicas, que nos hagan sentir, participar y vibrar nuestras eucaristías como creemos lo harían aquellos primeros cristianos y lo hacen no pocos hermanos en nuestros tiempos.
Mientras tanto no podemos y no debemos permanecer pasivos y tratar de cambiar, poco a poco, algún gesto de mayor participación en la Oración del Pueblo, por ejemplo o alguna vez dar respuesta alguna pregunta que surga en el comentario de la Palabra del Evangelio, diciendo lo que nos dice a nosotros la Palabra de Dios o nuestro parecer…
Hoy no parece nadie sentirse responsable de lo que sucede, de lo que está ocurriendo. Somos todas víctimas de nuestra inercia y pasividad a la que nuestros propios pastores nos han acostumbrado.
Tenemos que volver a CELEBRAR aquel gesto de la “Ultima Cena”, que fue el gesto más privilegiado en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, quiso recapitular toda su historia, toda su vida y sobre todo, dejar memoria y abrir caminos para extender su Reino.
Hoy, ¿lo escuchamos y repetimos por imperativo categórico, es decir, porque no hay otro remedio o por convencimiento:
“Haced esto en memoria mía”?
Necesitamos hacer también nosotros más “Memoria Histórica” de la vida de Jesús, de los momentos más fuertes de su vida, de su auténtica vida y revivir y sobre todo reavivar, no sólo repetir, aquel momento trascendental. “Haced esto en memoria mía”
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