FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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viernes, 15 de abril de 2011

JOSE ANTONIO PAGOLA DOMINGO DE RAMOS

Lo primero es programarnos de tal manera que podamos tomar parte en las celebraciones de cada día. No es difícil acercarnos a una iglesia del entorno, informarnos de los horarios, detener nuestra excursión en el lugar adecuado. Siempre es una experiencia enriquecedora compartir la propia fe con gentes de otros pueblos.
Participaremos en celebraciones sencillas, pero transidas de honda piedad popular o viviremos la liturgia cuidada de un monasterio. Lo importante será nuestra participación personal. De ahí la conveniencia de llegar a tiempo a la celebración, ocupar un lugar adecuado en el templo, escuchar con atención interior la Palabra de Dios, vivir los gestos litúrgicos, cantar con el corazón.
Tal vez podamos también encontrar un hueco para el silencio, la oración y el encuentro con Dios. Nos ayudará a descansar de manera más armoniosa y completa. Las posibilidades son múltiples: la oración silenciosa ante el sagrario al anochecer del jueves, la lectura reposada de la Pasión del Señor en un lugar recogido de la casa, la mirada agradecida al crucifijo, el concierto sacro o la música religiosa que eleva nuestro corazón hacia Dios.

Jesús sólo rompe su silencio para dirigirse a Dios con un grito desgarrador: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» No le pide que lo salve bajándolo de la cruz. Sólo que no se oculte, ni lo abandone en este momento de muerte y sufrimiento extremo. Y Dios, su Padre, permanece, en silencio.
Sólo escuchando hasta el fondo ese silencio de Dios, descubrimos algo de su misterio. Dios no es un ser poderoso y triunfante, tranquilo y feliz, ajeno al sufrimiento humano, sino un Dios callado, impotente y humillado, que sufre con nosotros el dolor, la oscuridad y hasta la misma muerte. LEER MÁS

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