Cuando los creyentes abrimos los evangelios, no estamos leyendo la biografía de un personaje difunto. No nos acercamos a Jesús como a algo acabado. Su vida no ha terminado con su muerte. Sus palabras no han quedado silenciadas para siempre. Jesús sigue vivo. Quien sabe leer el Evangelio con fe, lo escucha en el fondo de su corazón. Nunca se sentirá sólo.
Concretando más: la parábola puede ser una crítica y un grito de alerta ante el riesgo, que existe, también hoy, como siempre, de volver a convertir la fe cristiana en palabras, en reflexiones, en discusiones, en cursillos, en libros, etc. sin repercusión práctica en nuestras vidas. Por consiguiente es de actualidad en estos momentos en que se multiplica la literatura cristiana: nunca se ha escrito tanto, ni se ha hablado tanto; nunca ha habido tantas charlas, cursos, cursillos, etc. Pero lo verdaderamente decisivo en estos momentos, lo único positivo, sensato y constructivo, según la parábola, es vivir prácticamente el mensaje cristiano; todo lo demás es insensatez.
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