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LOS pésimos datos globales de la huella ecológica y del hambre no generan alarma en el Primer Mundo, que sigue aferrado con uñas y dientes a la estrategia económica del consumismo injusto y, por qué no decirlo, suicida. Nos sobra de todo y se nota, mientras que en los países subdesarrollados reutilizan los restos de comida para el consumo humano o para el abono de la tierra. Pero el ciudadano civilizado no puede compaginar las imágenes en televisión de niños esqueléticos con la piel machacada por las moscas y, a continuación, ver cómo se destruyen toneladas de alimentos sobrantes y cosechas podridas por lo antieconómica que resulta la recolección. SEGUIR LEYENDO
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