El relato de la pasión según san Lucas sirve de pórtico a las celebraciones de la Semana Santa en la que se contempla y se actualiza la espiritualidad de la pasión y muerte de Jesús.
Al comienzo de ese relato se dice a Simón que va a ser CRIBADO COMO TRIGO: zarandeado, agitado, probado, tentado. Una fe zarandeada, así es, a veces, la nuestra y la del mismo Jesús.
No creamos que Jesús tiene las cosas claras siempre. Cuando llega la prueba, como a nosotros, se le oscurece el horizonte, se le enturbia la vida, se le apaga la luz. La pasión lo deja ver a las claras: es la hora de la oscuridad, la duda, y la perplejidad.
¿Cómo resistir cuando la vida y la fe son zarandeadas? ¿Cómo mantenerse en el aprecio a Jesús cuando las circunstancias nos ahogan? ¿Cómo seguir siendo creyente en la prueba?
· La fe nos sosiega cuando el dolor nos cerca: quizá en un primer momento el dolor nos derriba; pero en un segundo momento la fe nos sosiega, aplaca y abre horizontes.
· La fe nos acompaña cuando nos muerde la soledad: y nos sirve de compañía rezar, pensar en Jesús, sentirnos acompañados por él.
· La fe nos sostiene cuando el desamor nos derrumba: porque de alguna manera sabemos que por encima de todo desamor contamos con el amparo amoroso de Jesús.
Hemos pensado muchas veces que creer era tener unas ideas religiosas, profesar un credo, sostener unos dogmas. Pero, en realidad, creer es saberse sostenido por Jesús y por el Padre en los peores momentos. Se trata de mantener viva la certeza de que ha puesto su morada en nuestro barrio, en nuestra casa, en nuestra persona (Jn 14,23: “Vendremos a él y pondremos nuestra morada en él”).
Y también podemos sostenernos unos a otros, como Jesús se vio sostenido por la presencia huidiza de sus amigos que, aunque nunca le abandonaron del todo, siempre estuvieron en torno a él (hemos leído lo que Pedro hizo estando en el patio). Sostenernos y apoyarnos no es solo sigo de solidaridad humana, es también el rostro de la fe del Jesús que, aunque zarandeado, nos sigue acompañando. Dice el Papa en La alegría del evangelio (nº 172): «La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer».
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