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Joseph Ratzinger (*1927), teólogo famoso, arzobispo de Múnich de Baviera y Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, fue elegido papa el 19.4.2005, tras la muerte de Juan Pablo II, tomando el nombre de Benedicto (Benito) XVI. Ha sido importante como papa (2005‒2013), pero también como como teólogo y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe.
Así le quiero presentar ahora, tomando como base la semblanza que publiqué en Diccionario de Pensadores Cristianos, en cuya portada aparece, en la línea inferior, entre San Agustín (su pensador de referencia) y santa Hildegarda de Bingen, la mayor teóloga de su tierra alemana.
Benedicto XVI llevaba casi diez años retirado, mirando a la eternidad, en un hotel-conventito de los jardines del Vaticano. Son muchos los que remiten a él, unos añorando su pasado, otros proyectando su figura hacia el futuro. Así quiero presentarle aquí como un cristiano de a pie y de cátedra, mirando a la eternidad. Muchos le comparan con el papa Celestino, de quien Dante parece haber dicho que era “Aquele que fez por vileza a grande recusa... (aquel que hizo por vileza el gran rechazo/rifiuto”, Divina Comedia, III, 59-60).
Yo quiero definirle como un hombre brillante y miedoso, situado en la línea divisoria del gran cambio de la Iglesia Católica, entre el siglo XX y XXI, no como el papa del rechazo, sino como un teólogo que supo ver cosas ciertas, pero quizá fuera de tiempo, un hombre de miedo ante el cambio de la historia. Sus respuestas de Prefecto de la Fe y de Papa de la Iglesia católica pueden ser teóricamente impecables, pero carecían de la audacia radical del evangelio. Ahora que está mirando, cada día de más cerca, hacia la eternidad que le “invade” quiero recordarle, con cariño, pues para ser eternidad el Dios de Cristo ha querido encarnarse y se sigue encarnando en la historia, una historia que él quizá no supo interpretar y animar desde el evangelio.
VIDA. ESTUDIO Y PRIMEROS AÑOS
Nació en una zona rural de Baviera, Alemana (16, IV, 1927) y, tras entrar en el seminario, fue movilizado para combatir en el ejército alemán, en la era del Tercer Reino/Reich de los nazis, como ayudante del cuerpo de artillería y del servicio antitanques, de abril del 1943 a septiembre de 1944.
Acabada la guerra, estudió filosofía y teología en el seminario de Freising y en las universidades de Munich y Friburgo (1946 a 1951). Pudo superar con ayuda de K. Rahner, la prueba de habilitación docente y fue llamado a enseñar en la Universidad de Bonn (1959-1963), pasando después a las de Münster (1963-1966) y Tübingen (1966-1968) haciéndose famoso por sus obras en colaboración con K. Rahner (Episcopado y primado, 1961; Revelación y tradición, 1965) y sobre todo por su Introducción al Cristianismo (1968), que le consagraría como teólogo de fama mundial.
En el Concilio Vaticano II (1962-1965), fue asesor teológico del Cardenal J. Frings, y muchos le vieron como “reformista” convencido, en la línea de K. Rahner, pero sus caminos se distanciaron después. Del 1966 al 1968 ocupó una cátedra de teología dogmática en la Universidad de Tubinga, pero las tendencias rupturistas de los movimientos estudiantiles le llevaron a pedir el traslado Ratisbona (1969-1977), en unos años en los que, como profesor y miembro de la Comisión Teológica Internacional, trabó amistad con Hans Urs von Balthasar, que influyó poderosamente en su pensamiento posterior. En ese tiempo, ellos fundaron la revista Communio (1972), insistiendo en la fidelidad a la tradición teológica y eclesiástica de la Iglesia.
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. GUARDIAN DE LA ORTODOXIA CATÓLICA
El año 1977 fue nombrado arzobispo de Munich/Freising, y cuatro años después Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981). El año siguiente (1982) abandonó su ministerio diocesano para dedicarse a las cuestiones Congregación, y desde entonces, a lo largo de casi veinticinco años, ha dirigido el pensamiento oficial de la Iglesia (hasta ser nombrado Papa, 2005). Tres de sus documentos han marcado el “estilo” de vida oficial de la Iglesia en los últimos años:
a. Donum vitae(Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, 1987). Siguiendo en la línea de la Humanae Vitae (de Pablo VI), Ratzinger ha insistido en la necesidad de controlar las relaciones sexuales, insistiendo en el despliegue “natural” de la vida, de manera que no sólo ha condenado el uso de medios abortivos directos (con otras formas de interrupción del embarazo), sino también los métodos anticonceptivos que puedan afectar el despliegue y desarrollo “natural” la vida. No todos los moralistas y antropólogos cristianos han compartido la doctrina de este documento, la mayoría de los cristianos la ignora. Se trata de un documento “no recibido” por la Iglesia.
b. Orationis formas(Sobre las formas de orar, 1989). Diversos grupos de cristianos han empezado a orar compartiendo métodos e incluso contenidos de experiencia con creyentes de otras religiones (en especial, con las de oriente). En contra de eso, en este documento, Ratzinger insiste en la necesidad de mantener la identidad y distinción de la experiencia cristiana, criticando (rechazando) el riesgo de mezclar formas distinta de oración, pues de lo contrario el cristianismo podría diluirse y confundirse con otras formas de piedad o con un espiritualismo difuso, sin base en la historia de Jesús. No todos los orantes cristianos han estado de acuerdo con su propuesta
c. Dominus Iesus(El Señor Jesús, 2000). Ratzinger ha rechazado una visión inclusiva de las religiones, según la cual ellas serían caminos convergentes y complementarios de la revelación de Dios y de la búsqueda de la salvación humana. En contra de eso, él ha insistido en la experiencia y exigencia de potenciar el carácter único de una salvación cristiana, que se expresa a través del Dios trinitario y de su encarnación en Jesucristo. Muchos teólogos se han sentido incómodos ante el contenido de sus declaraciones, por pensar que ellas van en contra de las implicaciones del diálogo y respeto entre las religiones.
d. El último Inquisidor teológico. En cierto momento (al menos desde el el siglo XIII-XV), en vez de ser animadora de la fe, cierta parte de la iglesia se convirtió en “inquisidora”, guardiana de la verdadera doctrina, encargada de mantener un tipo de “castillo protegido de creyentes”, con notas a veces de “cárcel” de la fe, para que teólogos y fieles no se pierdan en la fala libertad de sus doctrinas y posibles experiencias contrarias a un tipo de fe establecida.
De esa forma, entre el 1981 y el 2005, por encargo del Papa Juan Pablo II fue el gran inquisidor (inquiridor) de las doctrinas de la iglesia, para mantener así un tipo de fe-vida doctrina segura, conforme a un tipo de tradición particular de una Iglesia, no de la gran tradición universal de libertad y vida que había recuperado el Vaticano II. En la línea de esa inquisición se empezaron a nombrar los obispos de la Iglesia universal (desde el 1981) y a valorar los nuevos movimientos “integristas” (integridad de fe) del mundo católico.
BENEDICTO XVI, PAPA
Tras la muerte de Juan Pablo II, J. Ratzinger fue elegido papa el 18.4.2005, tomando el nombre de Benedicto XVI, quizá por la importancia los benedictinos tuvieron en la reforma eclesial de Gregorio VII, como he puesto de relieve en cap. 18. Sea como fuere, sus predecesores papas no habían tenido una personalidad teológica y eclesial tan marcada como la suya, y además ninguno había realizado una obra como la suya, al servicio de la “doctrina de la fe”, a lo largo del Pontificado de Juan Pablo II. A pesar de ello, en cuanto papa, Benedicto XVI, no ha sido un mero continuador de J. Ratzinger, sino que ha insistido en unos aspectos de fondo que antes no había destacado. Entre ellos destacan la primacía de la caridad, la identidad racional del cristianismo y el orden mundial fundado en la justicia.
1. DEUS CARITAS EST. PRIMACÍA DE LA CARIDAD.
Un programa papal. Benedicto XVI firmó su primera encíclica (Deus Caritas est, Dios es amor) a los nueve meses de su elección papal, el 25 de diciembre del 2005, y en ella trata directamente de Dios, no de cuestiones sociales, como habían hecho algunos de sus antecesores, y lo hace desde una perspectiva de diálogo entre la razón y la revelación, en un plano antropológico de fondo (vinculación del eros humano con la caridad evangélica), más que de principios doctrinales.
a. Primacía de la caridad. Benedicto XVI insiste en el valor del eros humano (plano de la razón práctica), pero añade que la Iglesia debe centrar y desarrollar su propuesta en el nivel de la caridad cristiana: «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario»» (Dios es amor 25).
b. Sociedad civil e Iglesia se sitúan en dos planos. (1) La sociedad ha de organizarse en un plano de justicia universal, es decir, de racionalidad humana, resolviendo a ese nivel los temas de la economía y la administración política, buscando un orden que no sea es ya el “imperio cristiano” de Bizancio o Carlomagno, sino una sociedad universal de naciones, con un tipo de dirección unificada en el plano racional, no religioso. (2) Pero, superando ese nivel, la iglesia debe insistir en la caridad concreta, que no va en contra de la justicia, sino que la supone y sobrepasa, en perspectiva sobrenatural (sacramental). La mayor dificultad del documento es que, a la postre, acaba siendo elitista, no parte de la palabra y vida de los excluidos: de los hambrientos y extranjeros de los enfermos y desnudos (carentes de dignidad) de Mt 25,31, 46; no comienza con el anuncio del evangelio a (y de) los pobres, de Lc 4, 17‒18.
Fue un programa teóricamente impecable, un documento esencial para entender el cristianismo. Pero daba la impresión de que no llegaba a la hondura radical del sermón de la montaña, al lugar del que surge en Dios el amor como potencial de vida liberada y liberadora. Daba la impresión de que se trataba de un amor “ordenado” (es decir, integrado y protegido dentro de una verdad superior, custodiada por la iglesia jerárquica).
2. DISCURSO DE RATISBONA. PRIMACÍA DE LA LIBERTAD EN RELIGIÓN
El texto más discutido de Benedicto XVI es quizá la Lección que dictó en la Universidad de Ratisbona (12.9.2006), donde había sido profesor de Teología, tras haber abandonado de la Müster, en el tiempo de las “revoluciones del año 1968. Retomando el hilo de sus lecciones antiguas, el Papa-Profesor quiso poner de relieve las implicaciones humanas, racionales (y en el fondo helenistas) del cristianismo, citando unas palabras del año 1391 en las que Manuel II Paleólogo, emperador bizantino, acusaba a los musulmanes de emplear la violencia (guerra) para extender la fe, en contra de la razón occidental que es dialogante y no guerrera; quiso poner así de relieve que, a diferencia del Islam, la Iglesia no emplea violencia para expandir o defender la religión.
a. Fue una lección espléndida, bien articulada desde la libertad teórica de la razón occidental, de tipo griego… Pero quizá la faltaba la “finura” para distinguir entre un tipo de verdad-libertad ontológica y la verdad concreta en el camino de la historia… Quizá no llegaba a expresar el sentido más profundo de la libertad del evangelio… dentro de la complejidad de la historia. De un modo consecuente, muchos musulmanes se sintieron juzgados y condenados. (cf: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches).
b. Argumento de fondo, querella sobre el Corán. Retomando el argumento del emperador Manuel II, Benedicto XVI parece acusar a los musulmanes afirmando que ellos olvidan (no aceptan) el fondo racional, dialogal (de libertad), de la vida, y que así corren el riesgo de apoyar (extender) la fe por la fuerza, sin respetar la exigencia radical de libertad en la religión. En esa línea, el Papa distingue en el Corán dos etapas: (a) En una, que sería más antigua (aunque los técnicos no concuerdan sobre ello), Mahoma defendió la libertad en el nivel de la religión (Corán, sura 2, 256: «Ninguna constricción en las cosas de la fe»). (b) Pero en una etapa posterior, el mismo Mahoma habría invitado a “luchar” a favor (=en defensa) de la fe, introduciendo así la violencia en el interior del mismo Islam.
c. Reacción musulmana y precisiones del Papa. Ese discurso encendió los ánimos de muchos musulmanes, que se sintieron acusados por el Papa, quien se sintió obligado a volver a sus palabras, precisando su propuesta: (a) Las religiones deben superar toda forma de violencia para expresarse y extenderse, y eso ha de hacerlo, quizá, de un modo especial el Islam, por el riesgo que ha tenido y tiene en ese contexto. (b) En el fondo de las religiones (y de todas las relaciones humanas) ha de expresarse un logos o razón universal, fundada en la libertad originaria del hombre, abierta siempre al diálogo, sin que ninguna cultura o religión pueda imponerse por la fuerza sobre las demás, pues en ese mismo momento dejaría de ser religión humana, racional. (c) Conforme a la visión de Benedicto XVI, ese “logos” que vincula a todos los seres humanos se ha expresado de manera ejemplar en Grecia, y forma parte del sustrato original del cristianismo, que puede y debe vincularse con la razón humana como indicaría el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17, 22‒31).
d. Un tema vivo. Los ecos de aquel discurso no se han apagado todavía (2020) y, aun reconociendo su claridad y valor, sus palabras suscitan algunas cuestiones que siguen siendo esenciales para la cultura y vida de la humanidad:
‒ Podemos preguntar si la razón griega, tal como se ha desarrollado en occidente, con las cruzadas del siglo XII, las guerras de religión del XVII, las revoluciones del XVIII‒XIX, el fascismo y comunismo del XX, que desembocan en el capitalismo total del XXI, no tiene en sí un fondo de violencia “estructural”, como han puesto de relieve muchos pensadores, sobre todo judíos.
‒Debemos seguir preguntando si el Islam no contiene en sí unos gérmenes de libertad y pacificación distintos (pero no menores) que los del occidente helenizado. El tema en sí no es la historia pasada, sino el posible futuro del Islam en un momento lleno de tensiones y posibilidades como el nuestro. El problema no es por tanto el Islam, como religión particular, sino el fondo de violencia latente en el conjunto de la cultura humana, en este siglo XXI.
‒ Finalmente, las palabras de Benedicto XVI (ejemplares por lo que suponen de búsqueda de libertad racional y religiosa) han de entenderse y aplicarse de un modo extenso, no sólo en el campo de las religiones establecidas, sino en la política, en la economía y en la “ideología” (cultura de consumo) de la humanidad actual. En ese contexto, el problema no es ya el Islam como religión particular, sino el capitalismo mundial, con la cultura de consumo y mercado que entrega a los hombres (especialmente a los más pobres) en manos de un Mammón de muerte (cf. Mt 6, 24).
e. ¿Oportunidad o falta de prudencia? Ciertamente, el Papa tenía buenos motivos para evocar la reflexión del emperador bizantino (M. Paleólogo). Pero el tema está en saber si esa reflexión era oportuna y verdadera (si recogía la inspiración más honda del Islam) y, al mismo tiempo, si ayudaba a penetrar en las raíces de la comunión religiosa de musulmanes, cristianos y judíos (con las relaciones entre razón griega, Biblia y Corán). Los conceptos de razón y libertad que emplea el Papa merecen todos los respetos, pero quizá están demasiado vinculados a una tradición occidental, de tipo helenista, que es también limitada y propensa a la violencia.
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