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miércoles, 15 de octubre de 2014

Memoria contra el olvido Juan José Tamayo, Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones. Universidad Carlos III de Madrid


 La modernidad europea se ha construido bajo el primado de la razón histórica, crítica y científico-técnica, que con frecuencia desemboca en razón instrumental y corre el peligro de ser olvidadiza y selectiva. Tiende a considerar la historia como progreso, olvidándose de cuantos pueblos y personas se quedaron al borde del camino y no pudieron seguir adelante en la marcha triunfal del progreso y olvidando a los hombres y mujeres que nadaron contra corriente y se enfrentaron al sistema, del que fueron víctimas en vida y que los sometió al silencio más ominoso tras la muerte, quizá el peor castigo. Propende a recordar solo aquellos acontecimientos que refuerzan el poder de los vencedores a costa de los vencidos. Estamos, por decirlo con un oxímoron, ante una memoria amnésica.
La alternativa no puede ser otra que la memoria centrada en el recuerdo de las víctimas, en la narración de sus sufrimientos, en la rehabilitación de la dignidad de la que fueron despojadas y en la recuperación y activación de sus luchas por la libertad y la liberación de los seres humanos y de los pueblos. Y eso en todos los terrenos: el político, el moral, el jurídico, el simbólico, el religioso, el subjetivo, etc.
Pero no el recuerdo que vuelve la vista atrás con añoranza y actitd puramente contemplativa creyendo, con el poeta Jorge Manrique, que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, ni el recuerdo que considera el pasado como el tiempo ideal a repetir e imitar. Tampoco el recuerdo que se refugia perezosamente en lo “ya sido” o acontecido para repetirlo miméticamente en el presente y en futuro sin aportar un ápice de creatividad a lo que hicieron nuestros antepasados. No es el recuerdo del pasado como restauración, ni como contemplación pasiva de las ideas eternas al modo de la anamnesis platónica1.
Es, más bien, el recuerdo subversivo contra el olvido de los hombres y mujeres que condujeron la historia en dirección a la libertad y contra el orden establecido autoritario e injusto de antaño, que se reproduce en el presente. Es el recuerdo que derriba los cánones de las evidencias dominantes, sabotea estructuras consideradas respetables y bien fundadas, evita la reconciliación precipitada con los hechos y libera de los mecanismos opresores de la mentaalidad dominante. Es la memoria peligrosa que mira al pasado en demanda de justicia para las víctimas. Es la mirada crítica al pasado para disentir y decir “no”. Es, en fin, el recuerdo que piensa el futuro no cansinamente como continuación del pasado, sino imaginativamente como aparición de lo nuevo.
El recuerdo así entendido se convierte en instrumento de liberación. La historia comprendida como memoria de los sufrimientos humanos conserva la forma de “tradición peligrosa”. La destrucción del recuerdo es una medida típica de la dominación totalitaria. Cuando a los seres humanos se les quitan los recuerdos, comienza su estado de esclavitud. Por eso es necesario luchar por la memoria, por el saber rememorativo con referencia a los sujetos, entendidos no en abstracto sino como víctimas reales, con nombres y apellidos, con identidad propia, con voz y voto, con derechos inalienables, que les fueron negados en vida. Un recuerdo que intenta extender la democracia hacia atrás, “solicitando de esa manera –en expresión de Benjamin- el voto de los muertos, como en parecidos términos ya postulara el escritor británico Chesterton”.
Tal es la apasionante y nada fácil tarea que lleva a cabo la historiadora calagurritana María Antonia San Felipe Adán en esta investigación: rescatar del silencio y del olvido -a los que fue sometido por el régimen franquista y por una parte de sus colegas en el episcopado, así como por muchos historiadores-, la figura estelar –si bien, sin brillo mediático– del Dr. Fidel García Martínez, obispo de Calahorra durante 32 años (1920-1952) a lo largo de cinco momentos clave de la reciente historia de España: la Restauración borbónica, la Dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra (in) civil y la Dictadura del general Franco. Excelentes son los análisis de los diferentes contextos en que se desarrolló la vida y la actuación pública de García Martínez, a lo que hay que sumar el descubrimiento de documentos de gran trascendencia para la investigación que no habían visto la luz y que iluminan acontecimientos no suficientemente clarificados.
El propósito de la doctora San Felipe no es puramente biográfico de carácter positivista, menos aún hagiográfico. Lo que pretende es rehabilitar la dignidad que le quisieron negar a D. Fidel Martínez, las fuerzas más oscuras, vengativas e irracionales al servicio del sistema dictatorial. De lo que trata es de hacer memoria de su disidencia política y religiosa a través de sus pronunciamientos públicos, el más importante de los cuales fue la Pastoral sobre algunos errores modernos, de 1942, en la que condenaba el fascismo, el nazismo y el franquismo. La Pastoral fue prohibida por la dictadura y su autor calificado de desafecto al régimen católico, al tiempo que fue muy valorada y difundida a nivel internacional. Este texto, clave en las relaciones Iglesia-Estado, es objeto de un detallado y riguroso análisis y constituye uno de los argumentos centrales del libro, que es la reelaboración de una brillante tesis doctoral defendida por la doctora San Felipe en la Universidad de la Rioja con la calificación de summa cum laude.
Franco nunca perdonó tamaña desafección de un obispo provinciano contra un régimen político triunfador de la Cruzada y que tantos favores había hecho a la Iglesia católica. Po eso ordenó una campaña de descalificaciones, montajes y mentiras contra el obispo calagurritano que había osado quebrar la alianza entre el trono dictatorial y el altar nacional-católico, hasta lograr su renuncia en 1953.
María Antonia San Felipe hace memoria de la disidencia de D. Fidel en tiempos de unanimidades políticas y religiosas en torno a Franco; de su independencia y autonomía en tiempos de sometimiento; de su pensamiento propio en tiempos de pensamiento alienado; de pensamiento crítico en tiempos de pensamiento sumiso al sistema; de un pensar diferente frente al pensar único; de su defensa de los derechos humanos en tiempos de dictadura; de su apuesta por libertad religiosa, de conciencia y de pensamiento en tiempos de religión única; de su renuncia a medrar en la carrera eclesiástica cuando el ascenso era la principal aspiración de sus colegas en el episcopado; de su lucidez intelectual en tiempos de opacidad mental; de su dedicación al estudio en medio de sus tareas pastorales; de su austeridad en tiempos de boato; de su invisibilidad en tiempos de manifestaciones religiosas misional-callejeras; de la prioridad del ser frente a la apariencia. La autora deja constancia de la grandeza moral del obispo de Calahorra frente a la mezquindad de no pocos de sus colegas episcopales y curiales que, lejos de defenderle, echaron más leña al fuego para denigrarlo porque la libertad de D. Fidel delataba la falta de libertad y la sumisión al régimen de buena parte de los prelados españoles.
D. Fidel ejerció la disidencia y desafió al sistema desde la moderación, sin levantar la voz, sin estrépito, con solo sus escritos y su testimonio insobornable. Fue una amenaza para el régimen, que contó con la leal colaboración de uno de sus brazos largos organizativos e ideológicos que hizo el trabajo sucio de la calumnia sin escrúpulos: la Falange. Esta, aplicando el inmoral principio “el fin justifica los medios”, no cejó en sus tretas persecutorias, como la haber sorprendido a D. Fidel en una casa de prostitución. Tras un riguroso análisis de los documentos y un cotejo de los mismos, la historiadora San Felipe califica el Informe Reservadísimo de la Junta de Protección de la Mujer de Barcelona de “en sí mismo totalmente falso, fruto de una patraña ejecutada…” y aporta pruebas documentales, la mayoría inéditas, descubiertas en archivos y bibliotecas, que dan valor a la investigación y convierten a la doctora San Felipe en una historiadora exigente consigo misma que se ha ganado el prestigio en el campo historiográfico.
En el caso de los documentos oficiales del régimen contra D. Fidel, primero deja hablar a los textos, luego los analiza y escudriña, después los interpreta y compara para, aplicando la hermenéutica de la sospecha, desenmascarar sus contradicciones y negarles toda veracidad. No es, por tanto, una simple copista, ni se queda en la casuística, sino que va al fondo de las cuestiones no resueltas. Tampoco hace afirmaciones a humo de pajas. Es asertiva, ciertamente, pero solo cuando tiene argumentos que lo demuestren. Si no, lo deja en puntos suspensivos y se limita a expresar su opinión.
D. Fidel García, ya octogenario, participó activamente en el Concilio Vaticano II con intervenciones de gran profundidad teológica, sobre todo en cuestiones como la libertad del acto de fe y la libertad religiosa, tema este último que contó con un amplio rechazo en el aula conciliar por parte de los obispos españoles, formados en la teología nacional-católica y sometidos a los dictámenes del poder político, a quien tenía que dar cuenta. Fue, sin duda, el obispo que más destacó en el Concilio. Las Actas del mismo, donde están recogidos sus discursos, lo ponen de manifiesto.
Coincido con la doctora San Felipe en que D. Fidel García Martínez “no se acomodó a las dádivas del régimen lo que le convirtió entonces en un disidente y hoy en uno de los obispos más independientes del monolitismo nacional-católico, e indudablemente en la figura más interesante del episcopado español de la posguerra”.
Por eso lo callaron, lo silenciaron, los denigraron, le tendieron todo tipo de trampas, se inventaron todo tipo de embustes, y, lo más doloroso, sus colegas en el episcopado no salieron en su defensa. Todo lo contrario, le dejaron solo, peor aún, propalaron las calumnias, aun a sabiendas de su falta de credibilidad. Les faltó com-pasión y solidaridad. Pero él no protestó. Se refugió en el estudio y en la investigación, y ahí se reencontró a sí mismo como gran intelectual que era. Quizá la renuncia a la diócesis fuera una liberación que le permitió dedicarse al cultivo de la mente y del espíritu, sus dos pasiones más nobles. Así lo pone de manifiesto magistralmente esta obra que viene a llenar un vacío en la historiografía sobre la Iglesia católica española del siglo XX. 

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