Juan José Tamayo
Al recibir este amanecer el nuevo año mi primer recuerdo ha sido para el filósofo y teólogo Raimon Panikkar, que en 2018 hubiera cumplido cien años. Falleció el 26 de agosto de 2010 a los 91. Sabedor de nuestra amistad y sintonía, me dio la noticia de su muerte su hermano el filósofo y buen amigo Salvador Pániker. Durante mi reciente viaje a Fez hablé de él con el director del Instituto Cervantes de esa ciudad marroquí, el doctor Oscar Pujol, que conoce muy bien al filósofo y su obra y vivió 16 años en Benarés, en cuya universidad Raimon fue investigador y profesor.
Mi relación con Raimon se inició en los Congresos de Teología, de la Asociación Juan XXIII, en varios de los cuales participó.
Recuerdo su sugerente conferencia sobre “Dios en las religiones” que pronunció en el V Congreso sobre “Dios de vida, ídolos de muerte” en 1985. Desde entonces nuestra comunicación fue muy fluida por carta, en aquellas tarjetas blancas de letra menos ininteligible que si escribiera en sánscrito, conversaciones telefónicas y encuentros en congresos sobre interculturalidad y diálogo interreligioso. He leído buena parte de su producción bibliográfica. Algunos de sus libros los tengo dedicados. Ahora sigo recibiendo los diferentes volúmenes de sus Obras completas, que está publicando la editorial Herder.
¿Quién era, quién es Raimon Panikkar? Sirva como primera aproximación la imagen que ofrece el teólogo colombiano José Luis Meza Rueda, profesor de la Universidad Javeriana de Bogotá, de la rica y compleja personalidad del intelectual catalán en su excelente obra La antropología de Raimon Panikkar (Universidad Javeriana, Bogotá, 2010): “Filósofo y teólogo; místico y maestro; políglota y poeta; cristiano, hindú, buddhista y secular; ciudadano del mundo y estudioso de las culturas y las religiones… De ideas desconcertantes y fascinantes, de un pensamiento agudo, pero problematizador, de una pluma prolija e insistente, de grandes admiradores pero también de grandes detractores”. Yo añadiría: hombre de diálogo interdisciplinar y de interculturalidad.
“Sin diálogo, el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan”. Fue en 1993 cuando escribió sentencia tan aforística en un artículo sobre “Diálogo inter- e intrarreligioso” que le pedí para mi Nuevo Diccionario de Teología (Trotta, Madrid, 2005). En él establece las bases del diálogo como alternativa a los fundamentalismos, dogmatismos, anatemas e intolerancias de las religiones y de las culturas hegemónicas, pero también como superación de los monolingüismos, los colonialismos y las guerras religiosas.
Pero el diálogo no lo defiende en abstracto y en el vacío, sino entre filosofía y teología, religión y ciencia, Occidente y Oriente, Atenas y Jerusalén, culturas y religiones, mística y espiritualidad, la mística entendida como la experiencia suprema de la realidad, plenitud de Vida y “nueva inocencia”, y la espiritualidad como el camino para alcanzar dicha experiencia. Panikkar no considera la mística una experiencia superior reservada a personas privilegiadas. Es una dimensión antropológica fundamental, que, lejos de deshumanizar, ensancha nuestra humanidad y no la reduce a pura racionalidad.
A partir de su conocimiento de las culturas, filosofías y religiones de la India, fue pionero en el diálogo con el hinduismo y se adelantó al concilio Vaticano II, definido como “el concilio del diálogo”. En 1961 defendió su tesis doctoral en teología en la Universidad Lateranense de Roma sobre El Cristo desconocido del hinduismo (Marova, Madrid, 1970), el libro más conocido y traducido a numerosos idiomas. Posteriormente abrió una nueva ruta de diálogo con el buddhismo con El silencio de Dios (1970), que más tarde actualizó bajo el título El silencio del Buddha. Una introducción al ateísmo religioso (Siruela, Madrid, 2006).
Raimon Panikkar encarnaba en su persona ese diálogo y el peregrinaje por las diferentes tradiciones religiosas y culturales. Es proverbial su confesión de fe interreligiosa: “Marché (de Europa a la India) cristiano, me descubrí a mí mismo hindú y volví buddhista, sin haber dejado de ser cristiano”. Más tarde hablaría de la confluencia en su persona de cuatro grandes ríos: el cristiano, el hindú, el buddhista y el secular. ¡Todo un ejemplo de equilibrio entre creencias religiosas y secularidad, mística y mundanidad!
“Debido a que filosofamos dialogando con el otro… la filosofía se convierte en intercultural, ya que al hablar con el otro transgredo el ámbito de mi cultura individual y entro realmente en el terreno intercultural que a veces ayudo a crear”. Raimon Panikkar es reconocido como el iniciador y uno de los principales impulsores de la filosofía intercultural, que entiende como algo más que una conversación entre vecinos o un diálogo de sobremesa en torno a lo divino y lo humano, que no confunde con el multiculturalismo, que se limita defender la co-existencia –no convivencia- de las culturas, como tampoco con la trans-disciplinariedad, ya que las culturas son algo más que disciplinas. En la interculturalidad no hay absorción de una cultura por otra, pero tampoco independencia, sino correlación.
El método de la interculturalidad es el diálogo. Pero ¿qué tipo de diálogo? Con la originalidad conceptual que le caracteriza, lo define con dos adjetivos que parecen redundantes, pero no lo son: diálogo dialogal y duologal, para contraponerlo al diálogo dialéctico. El diálogo por el que aboga Panikkar no es la confrontación de dos logoi en un combate de caballeros en el marco de una objetividad abstracta, sino “un gran legein” de dos interlocutores que quieren conocerse, se preguntan y se responden, se respetan y se escuchan, y quieren entenderse y entender las razones del otro.
El diálogo no es una batalla campal entre ideas, sino “un ágora espiritual del encuentro entre dos personas”. Tampoco es solo una conversación entre vecinos o una tertulia de sobremesa para hablar de lo divino y lo humano tras una comida copiosa, sino un viaje, una aventura hacia lo desconocido que no pretende convencer al otro, y menos vencer dialécticamente. Requiere trascender los intereses particulares de los interlocutores que aspiran a la concordia o, si se prefiere, a la concordia discorde o a la armonía discordante, conforme a la afirmación de Séneca: “la naturaleza es un todo armónico incluso por las mismas disidencias”. Exige superar la “epistemología del cazador”, que consiste en la caza de información gestionada por la razón instrumental sin conexión con el resto del ser humano.
El diálogo por el que aboga Panikkar no implica seguridad y certezas, pero sí confianza mutua que lleva a descubrir al otro no como un extranjero, sino como un compañero, no como un “ello” anónimo y despersonalizado, sino como un tú en el yo.
Panikkar no busca la unidad de las religiones, ni pretende crear una religión que las incluya a todas, sino establecer una relación armónica entre ellas a partir del reconocimiento mutuo. Para ello propone el diálogo inter-religioso, que no consiste en la confrontación de doctrinas, sino en recurrir al lenguaje simbólico, que tiene carácter relacional. Es precisamente en la relación entre el símbolo y lo simbolizado donde reside su fuerza expresiva. El diálogo no es una mezcla confusa de elementos diferentes, ni la yuxtaposición de las ideas de los interlocutores. Es un proceso en el que los resultados son imprevisibles. No requiere un común denominador que absorba las diferencias y elabore universos cerrados de obligada referencia.
En la base y en el centro del diálogo dialógico y duológico están el amor y la afirmación de la subjetividad, y no el distanciamiento metodológico y la desnuda objetividad. Panikkar hace suyo a este respecto un texto del Llibre d’ Amic e Amat, del filósofo y místico Ramón Llull (1232-1315), a quien considera precursor de la interculturalidad: “El pájaro cantaba en el huerto del amado. El amante llega y dice al pájaro: si no podemos entendernos el uno al otro a través de lenguajes, entendámonos entonces uno a otro a través del amor, ya que en tu canción mi amado es evocado en mis ojos”.
No creo exagerado afirmar que Panikkar hizo realidad y encarnó el diálogo dialogal y duologal en su persona, donde convivían plurales tradiciones: la india y la europea, la hindú y la cristiana, la científica y la humanística, la cósmica y la humana. Y eso fue posible por su sentido migrante de la vida –India, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos, España…- y por su formación interdisciplinar –química, filosofía, teología…-
Se entendía con creyentes y no creyentes, amigos y adversarios, discípulos y maestros, con los distintos sistemas de creencias, culturas y cosmovisiones, por muy diferentes que fueran, incluso dentro de la discrepancia, a través del amor y de la mirada limpia. ¡Excelente método para avanzar en el camino hacia la convivencia entre los pueblos y en la paz, tanto interior como exterior!
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