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jueves, 25 de enero de 2018

Curas jubilados y el celibato

Pepe Mallo
Enviado a la página web de Redes Cristianas
¿Qué es de nuestros curas jubilados?
El clericalismo, dominante en la Iglesia a lo largo de siglos, ha acuñado las palabras “sacerdote” y “cura” para denominar a quienes han recibido órdenes sagradas y ejercen o han ejercido el ministerio. De esta forma, ha caído en el olvido y ha sido proscrito el genuino término “presbítero”, expresión original de los inicios de la Iglesia. No existían sacerdotes, ni curas; sí, “presbíteros”, es decir, “ancianos”. Me da que posiblemente este desuso lingüístico se haya convertido en infausto signo de un abandono personal de los “presbíteros”. Me pregunto y cuestiono qué es de nuestros curas jubilados, a qué se dedican a partir de su retiro, a qué se ven abocados, si se sienten acogidos y atendidos por la institución Iglesia a la que han servido religiosamente (nunca mejor dicho) durante tantos años…

¿Es “jubilosa” la jubilación de los curas?
La jubilación se presenta como una etapa ineludible en la vida de las personas. Sin duda el momento del cese laboral supone un cambio fundamental en nuestra vida, nos vincula a una nueva condición: la de jubilado. Para algunos jubilarse viene a ser lo mejor que nos ha podido pasar; para otros puede significar un estrés y depresión emocional al no sentirse ya útiles ni valorados. No pocos lo asocian desafortunadamente al deterioro físico y al envejecimiento. El jubilado es socialmente como un “des-viado” de lo que fue en su vida activa, como un aparcado en vía muerta, como si su vida ya no pudiera seguir siendo provechosa. (A alguien le oí decir con siniestro sarcasmo que “Inserso” quiere decir “inservibles sociales”. De pena.)
“Económicamente son mil veces peor tratados”
Es evidente que el futuro de los jubilados en general se encuentra en situación precaria. Pero en el caso de los sacerdotes la jubilación presenta cierta diversidad con respecto al resto de los trabajadores. El primer asunto que salta a la vista es el económico. El “sueldo” oficial del sacerdote por su “entrega total día y noche a su actividad pastoral”, es muy reducido y las cotizaciones a la S.S. son las mínimas; por tanto, la pensión que percibirá ronda los escasos 400€. Es cierto que recibe una asignación complementaria por parte de la diócesis. Sin embargo, parece injusto que “trabajando”, por vocación, las 24 horas del día, sean equiparados en el sueldo a los que trabajan unas horas. Muchos sacerdotes piensan con tristeza que económicamente son mil veces peor tratados en su vejez que un maestro o un enfermero jubilados, y no lo entienden. Este es el reconocimiento que la institución dispensa a unas personas que “han consagrado su vida al sacerdocio con “dedicación exclusiva” por amor al Reino”. (¿No es esta una de las razones que se aducen para defender el celibato?). No insisto en este tema porque pienso que no es el más significativo en la vida de un “presbítero”. Como tampoco es mi intención comentar el vergonzoso ejemplo que han dado y dan algunos obispos eméritos tras su cese.
La vejez de un presbítero está abocada a la soledad
He leído unas inquietantes afirmaciones del Padre Ángel, persona nada sospechosa de falsario, refiriéndose a los sacerdotes jubilados:
“El principal escollo que deben superar es el de la soledad. Resulta paradójico cómo quienes han dejado su vida y renunciado a crear una familia por el bien de todos, al final de su vida se ven solos, sin nadie que les dedique una palabra amable, un gesto o simplemente que les cuide”.
“El sacerdote, como los padres de familia, nunca se jubila”
Pienso que el primer problema que les afecta es ver truncada su labor parroquial. Ahora, su misión pastoral se reduce a “cooperar”, a echar un capote. Esta situación de “retirado” forzoso puede producir un impensado choque emocional. Se dice presuntuosamente que “el sacerdote, como los padres de familia, nunca se jubila”. Claro, porque de hecho “le jubilan”. No quiero decir con esto que el sacerdote no deba disfrutar del merecido retiro, tras una vida de abnegada entrega. Sólo constato una realidad. Es muy duro para estos presbíteros que a sus 75 o más años ya se ven relegados, desamparados, aislados.
La soledad del presbítero se ve agravada por el celibato obligatorio
El tan sacralizado celibato viene a relegar el matrimonio y, como consecuencia, a infravalorar la familia. Esa familia, que tanto se ha defendido y exaltado en templos, calles y plazas, está vetada (¡curiosa paradoja!) a quienes más la ensalzan. Una mera “ley eclesiástica” ha suplantado lamentablemente a un “sacramento”. El cura jubilado puede llegar a sentirse aislado, no tanto por falta de compañía sino por ausencia de cariño, especialmente de afectos familiares. No tiene familia “propia”; no ha vivido la ilusión de los hijos ni la alegría de los nietos. La unión a una mujer que vive la misma inquietud cristiana, que comparte no sólo la comunidad de vida sino la comunidad de compromiso, que participa de las mismas aspiraciones y proyectos, es una riqueza inestimable que supera cualquier “noble ascetismo”, por mucho que se quiera sublimar el celibato.
En cierto modo ya han vivido esta soledad a lo largo de su ministerio
La vida de entrega a los demás no es lo mismo en un célibe que en un casado. En el sacerdote este amor y servicio, desde el celibato, son “genéricos”, como el de un funcionario responsable que atiende “servicialmente” al público o a los pacientes; pero luego, llega a su casa y en las “oscuras noches” se encuentra consigo mismo y con su soledad. Diríamos que su proyecto de vida es individual con proyección, eso sí, hacia los demás. Sin embargo, el proyecto matrimonial es, en sí, comunitario, el amor es recíproco, el servicio a los demás es “centrífugo”, va de dentro hacia fuera, todo lo cual potencia más a la persona y a quienes conviven con ella. La comunicación con otros matrimonios es más enriquecedora. Conectas con los mismos problemas, las mismas inquietudes, idénticas preocupaciones… Hablas de lo que “vives”, no de lo que “conoces por comentarios”…, o de lo que dicen los libros. Vivir la “comunidad de amor”, lleva a entender mejor el gran misterio de Dios, Trinidad de Amor. “Ser padre” ayuda a comprender con más plenitud el Amor de Dios Padre-Madre por cada uno de sus hijos (incluido el “hijo pródigo”). “Vivir la familia” (iglesia doméstica), con las diferencias peculiares de cada uno de sus miembros, hace valorar más el “Cuerpo de Cristo”, la riqueza de la “unidad en la pluralidad” propia de la Iglesia….
La vejez no es una enfermedad, pero representa un estado de especial vulnerabilidad respecto a la soledad. No es lo mismo estar solo que sentirse solo. Estar solo no es siempre un problema. A veces deseamos estar solos y nos viene bien para conseguir ciertos objetivos. Sentirse solo, en cambio, es algo más complejo y paradójico, ya que puede ocurrir incluso estando en compañía.
¿Y dónde y cómo acabarán sus días nuestros presbíteros?
¿En la frialdad de una “residencia sacerdotal”, sin más compañía que otros sacerdotes “solitarios”?
El papa Francisco nos pone en guardia frente a este horizonte. En estos testimonios de Francisco, podemos sustituir “ancianos” por “presbíteros”:
“¡Es feo ver a los ancianos descartados, es una cosa fea, es pecado! ¡No nos atrevemos a decirlo abiertamente, pero se hace! Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente. Los abuelos no son muebles viejos son “el tesoro de nuestra sociedad”. Vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan, porque dan fastidio” (Homilía de Santa Marta, 19 noviembre 2013).
Nota de Rufo González:
En agosto de 2017 publicaba Antonio Aradillas en RD un post sobre “La jubilación sacerdotal”. El artículo de Pepe Mallo me recuerda la misma problemática. La Iglesia tiene aquí un campo para ser ejemplo ante la sociedad. Baste recordar algunos puntos:
– Diferencia entre clero bajo y alto. Madrid y a Badajoz ofrecieron ejemplos notorios escandalosos.
Ciertos obispos eméritos viven muy atendidos y en sitios muy cómodos o elegantes incluso …
– “Seguir viviendo en nobles palacios episcopales, con conciencia de que los sacerdotes más pobres y achacosos de sus diócesis, -a consecuencia de sus años y enfermedades,- lo hacen en “asilos de los ancianos desamparados”, y tantos otros “feligreses” no disponen de residencias convenientemente acondicionadas, no parece ser ejemplarmente evangélico”.
– “¿Se juzgaría irreligioso, anti-humano y anti-cristiano, que a estos sacerdotes se les permitiera canónicamente, a los 75 años cumplidos, constituir una vida familiar en calidad de casados?”

– “Más jodido lo tienen los que dejan el sacerdocio con 50 años, después de haber sido misioneros y pertenecer a una orden mendicante. Sin seguro social ni cotizaciones porque han servido fuera de su país…. se van con lo puesto y sin derecho a nada después de dar los mejores años” (Comentario al post de A. Aradillas, sábado 12 agosto 2017, 12:55).

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