La forma más cobarde es la acción de los
«drones», aviones no pilotados que desde una base de Texas, dirigidos
por un joven militar ante una pantalla de televisión, como si estuviera
jugando, consigue identificar a un grupo de afganos que están celebrando
un matrimonio, en el cual presumiblemente debe de haber algún
guerrillero de Al Quaeda. Basta esta suposición para, con un pequeño
clic, lanzar una bomba que aniquila a todo el grupo, con muchas madres y
niños inocentes.
Es la forma perversa de la guerra preventiva, inaugurada por Bush y
llevada adelante criminalmente por el presidente Obama, que no ha
cumplido las promesas de su campaña en lo referente a los derechos
humanos, bien sea el cierre de Guantánamo o la supresión del «Acto
Patriótico» (antipatriótico) por el cual cualquier persona en Estados Unidos
puede ser detenida por terrorismo, sin necesidad de avisar a su
familia. Esto significa secuestro ilegal que nosotros en América Latina
conocemos de sobra. En términos económicos y también de derechos humanos
se está produciendo una verdadera latinoamericanización de Estados
Unidos en el estilo de nuestros peores momentos de la época de las
dictaduras militares. Hoy, según dicho Informe de Amnistía
Internacional, Estados Unidos es el país que más viola los derechos de
las personas y de los pueblos.
Con la mayor indiferencia, como un emperador romano absoluto, Obama
se niega a dar cualquier justificación sobre el espionaje mundial que
lleva a cabo su gobierno con el pretexto de la seguridad nacional,
cubriendo áreas que van desde el intercambio de emails amorosos entre dos enamorados hasta los negocios
sigilosos y multimillonarios de Petrobrás, violando el derecho a la
privacidad de las personas y a la soberanía de todo un país. La
seguridad anula la validez de los derechos irrenunciables.
El continente que más violaciones sufre es África. Es el continente
olvidado y vandalizado. Las grandes corporaciones y China compran
tierras (land grabbing) para producir en ellas alimentos para sus
poblaciones. Es una neocolonización más perversa que la anterior.
Los miles y miles de refugiados e inmigrantes por causa del hambre y
de la erosión de sus tierras son los más vulnerables. Conforman una
subclase de personas, rechazadas por casi todos los
países, “en una globalización de la insensibilidad” como la llamó el
Papa Francisco. La situación de muchas mujeres, dice el Informe de
Amnistía Internacional, es dramática. Son más de la mitad de la
humanidad, muchas de ellas sujetas a violencias de todo tipo y en varias
partes de África y de Asia todavía sometidas obligatoriamente a la
mutilación genital.
La situación de nuestro país es preocupante dado el nivel de
violencia que campea por todas partes. Diría que no es violencia, sino
que estamos montados sobre estructuras de violencia sistémica que pesa
sobre más de la mitad de la población afrodescendiente, sobre los
indígenas que luchan por preservar sus tierras contra la voracidad
impune del agronegocio, sobre los pobres en general y sobre los LGBT,
discriminados y hasta asesinados. Porque nunca hicimos una reforma
agraria, ni política, ni tributaria, vemos que nuestras ciudades se
llenan de cientos y cientos de «comunidades pobres» (favelas) donde los
derechos a la salud, a la educación, a la infraestructura y a la
seguridad están deficientemente garantizados.
El fundamento último del cultivo de los derechos humanos reside en la dignidad de cada persona humana
y en el respeto que le es debido. Dignidad significa que ella es
portadora de espíritu y de libertad que le permiten moldear su propia
vida. El respeto es el reconocimiento de que cada ser humano posee un
valor intrínseco, es un fin en sí mismo y jamás un medio para ninguna
otra cosa. Delante de cada ser humano, por anónimo que sea, todo poder
encuentra su límite, también el Estado.
El hecho es que vivimos en un tipo de sociedad mundial que ha puesto a
la economía como su eje estructurador. La razón es solo utilitarista y
todo, hasta la persona humana, como lo denuncia el Papa Francisco, es
convertido en «un bien de consumo que una vez usado se puede descartar».
En una sociedad así no hay lugar para derechos, sólo para intereses.
Hasta el derecho sagrado a la comida y la bebida únicamente está
garantizado para quien puede pagar. Si no puede, estará al pie de la
mesa, junto a los perros, esperando alguna migaja que caiga de la mesa
repleta de los epulones.
En este sistema económico, político y comercial se asientan las
causas principales, no exclusivas, que llevan permanentemente a la
violación de la dignidad humana. El sistema vigente no ama a las
personas, solamente su capacidad de producir y de consumir. Del resto,
son solamente resto, aceite gastado en la producción.
La tarea además de humanitaria y ética es principalmente política:
cómo transformar este tipo de sociedad malvada en una sociedad donde los
humanos puedan tratarse humanamente y gozar de derechos básicos. De lo
contrario, la violencia es la norma.
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