Esas palabras de luz pertenecen a Ernesto Guevara
de la Serna, el legendario Che que conquistó con su pensamiento, su
fusil y su vida el derecho a colocarse entre los mayores vencedores de
la muerte. Pues aquel 9 de octubre de 1967 no pudo llevárselo, sino
apenas ofrecerle un descanso.
Un hombre que supo transmutar el verso
del gran poeta León Felipe (“y que nadie todavía ha cortado una espiga
con amor y con gracia”) e invitarlo para que viera cómo el pueblo cubano
-modestamente él mismo se apartaba- cortaba con amor y gracia la caña
azucarera de cuyo jugo se nutría aún la nervadura económica del país que
recién iniciaba su liberación.
Un hombre que plasmaba ese amor en la acción del vivac rebelde, hasta llegar a simbolizar la estampa del Guerrillero Heroico.
Un hombre que como Jesús de Nazaret, como todos los
grandes genuinos, se dio entero por la redención de los explotados y
oprimidos de la Tierra, y cuya sangre vertida, portadora de ideas
seminales y paradigma de entrega ilimitada, riega sin agotarse los
campos de la revolución social.
Un hombre cuyas manos cortadas vienen señalando rumbos, en su Cuba
gloriosa, en la Argentina que lo vio nacer, en la Bolivia dilecta del
Libertador y primera depositaria de sus huesos, en la Venezuela
bolivariana y por tanto guevariana, en la Guatemala donde inició sus
pasos, en el México que lo hermanó con Fidel, en nuestra América entera,
en las recónditas esperanzas del África expoliada y en los otros horizontes del mundo.
Cómo se estudia hoy al Che, cómo se aprende de su integridad vital y
moral, cómo se agradece su recuperación de la esencialidad libertaria
del pensamiento de Marx, cómo se ve en él la imagen de los gigantes que lo precedieron y junto con ellos la prefiguración del nuevo ser humano.
Este “saltarín de oficio”, como se autodefinió una vez aludiendo a su
trashumancia, quien solía sentir entre las piernas el costillar de
Rocinante, luciría hoy su barba ochentona con la misma prestancia y
dignidad con que Fidel luce la suya, y seguiría acometiendo empresas
quijotescas mientras un soplo de aliento lo animara. Por eso millones de
personas humildes del planeta ven en sus ojos, que iluminan como la
estrella de su frente, una lumbre para guiar sus combates, y toman de su
verbo demoledor de mentiras buena parte del acero que necesitan para
librarlos triunfalmente.
Acero bruñido no en el odio sino en el amor, que es su marca y la de
todos los auténticos. Tomemos de él para nuestra propia aplicación:
“El trabajo voluntario
fundamentalmente es el factor que desarrolla la conciencia de los
trabajadores más que ningún otro. Durante la Crisis de Octubre o en los
días del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales
realizados por todo un pueblo. Encontrar fórmulas para perpetuar en la
vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas
fundamentales desde el punto de vista ideológico” (igual aquí con la mil
veces probada heroicidad de nuestro pueblo).
“Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia
individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas. El
proceso es doble, por un lado actúa la sociedad” (en nuestro caso la
parte no domesticada, convertida en mayoría por el proceso bolivariano)
“con su educación directa e indirecta; por otro, el individuo se somete a
un proceso consciente de autoeducación (…) hacia la conciencia del
deber social”.
“Hacemos todo lo posible” (también aquí debe hacerse) “para darle al
trabajo esta nueva categoría del deber social y unirlo al desarrollo de
la técnica (…), lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al
trabajo voluntario (…), basados en la apreciación marxista de que el
hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la
compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía”. La
desalienación es la libertad.
Y una advertencia que debe estar presente siempre: “Persiguiendo la
quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que
nos legara el capitalismo… se puede llegar a un callejón sin salida”.
Y un cierre de profundo humanismo: “Sobre todo, sean siempre capaces
de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra
cualquiera en cualquier parte del mundo”: eso, escrito para educar a sus
hijos, redondea la magnitud de su mérito para ser el paradigma que
consagró Fidel.
¡Gloria eterna al Che Comandante! ¡Hasta la victoria siempre!.
(BARÓMETRO INTERNACIONAL, especial para ARGENPRESS.info)
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