La parroquia no es el párroco. La parroquia son todos los feligreses, juntamente con el párroco. El párroco es un miembro más de la parroquia, aunque tiene su papel. Él tiene su papel, y los feligreses el suyo. Algunos tienen un oficio parroquial con responsabilidades: catequistas, lectores, ministros extraordinarios de la comunión, cantores, acólitos, miembros del consejo de pastoral y del consejo de economía. Todos son importantes. Y los que no tienen ningún oficio son igualmente importantes, porque si la parroquia es de todos, si falta uno, la parroquia no está completa.
La parroquia no es el párroco. Y la parroquia tampoco es del párroco. La parroquia es de “todos, todos, todos”, como diría el Papa Francisco. Y si es de todos, todos son responsables, todos están llamados a cuidarla y a participar, todos y cada uno tiene una palabra que decir. La parroquia no es del párroco, pero sin duda el párroco tiene el importante papel de moderar los distintos oficios y tareas parroquiales, de estimular la fe, de acoger a los pobres, de presidir la eucaristía.
Y todo eso no como un propietario, como el patrón que manda y los demás obedecen sin rechistar, sino como el primero que sirve. El párroco es un servidor. Y si sirve, y cuando sirve, ocupa de forma eminente el papel de Cristo. “No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad el interés de los demás” (Flp 2,4). Estas palabras valen para todos, pero sobre todo para los que tienen responsabilidades en la Iglesia. Si hacemos eso “tendremos los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5).
La viña es una buena imagen de la Iglesia y, por tanto, una buena imagen de la parroquia. Dice el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 6) que “el celestial Agricultor plantó la Iglesia como viña escogida. La verdadera vid es Cristo, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos hacer”. El mejor lugar donde vamos a encontrarnos con Cristo, vid verdadera que nos comunica a nosotros la vida, es en la Eucaristía, en la que escuchamos su Palabra y le recibimos en comunión. Para eso necesitamos una parroquia y un párroco que nos presida la Eucaristía, nos parta la palabra de Dios y nos reparta la comunión. La Eucaristía es la celebración por excelencia de la comunidad parroquial.
Cada parroquia es como una viña que Dios ha plantado en medio de nuestras ciudades. En ella podemos encontrarnos con la vida que es Cristo. Nosotros somos sus miembros. La parroquia es un lugar de fraternidad, de solidaridad y de acogida, porque el Señor que allí nos espera nos llama a ser hermanas y hermanos, a ser cuidadores los unos de los otros.
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