fe adulta
(Mateo 18,21-35)
El Evangelio tiene páginas incómodas, sin duda el de este domingo se refiere a una de ellas: el perdón. El perdón y especialmente a los enemigos, es uno de los elementos más originales y contraculturales del cristianismo. Jesús muere gritando: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, y no odiando ni exigiendo venganza. El perdón toca el límite de lo humano. No es un ejercicio de voluntarismo, pero exige una decisión, la de querer abrirse a una misericordia que va más allá de la lógica de la retribución y la justicia. El perdón es un don que implica a la voluntad. Tampoco es un hecho o un acto, sino que forma parte de un proceso, de una conversión del corazón.
El Evangelio de Mateo aborda la temática del perdón con especial minuciosidad y radicalidad y en este caso lo hace a través de una parábola que no tiene paralelos en otros Evangelios. El punto de partida del texto de este domingo es una pregunta que busca una respuesta “normativa”: ¿Si mi hermano me ofende, cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿hasta siete veces? Con este número se hace una alusión directa a Gn 4,24. Simbólicamente el 7 es un número que expresa generosidad y abundancia, pero también un límite. Sin embargo, la respuesta de Jesús quiebra todo límite. El perdón cristiano va mucho más allá del número de ofensas recibidas, es una disposición a vivir haciéndolo permanentemente. Es ilimitado y es “escandaloso” para la razón humana. Nos cuesta perdonar y nos cuesta también recibir el perdón humano en todos los ámbitos de la vida: personal, social y político, pero a la vez, si cerramos nuestro corazón al perdón el resentimiento, la amargura e incluso el odio nos condenan a la infelicidad y el sufrimiento.
Jesús responde a la pregunta de su interlocutor con una parábola en la que lo más importante no es el final, que remite al castigo y que según algunos autores pudiera ser más obra de la comunidad que de las mismas palabras de Jesús, pues el final resulta una contradicción en si misma con el resto de la parábola: Si no perdonamos Dios tampoco nos perdona, sino que nos condena. La centralidad de la parábola radica no en la amenaza final, sino en el perdón inicial de la deuda que hace el señor al criado. Un perdón que va mucho más allá incluso de la petición del segundo. El criado solicita un aplazamiento para no ser sometido a la esclavitud, que es lo que exigía la ley, pero, sin embargo, recibe mucho más: la condonación por parte del señor. Una actuación en la que la misericordia se sitúa por encima de la justicia legal.
Es ahí donde se ubica la radicalidad del mensaje: la experiencia del perdón nace de haber experimentado en carne propia que la misericordia va más allá de la ley, la retribución y la lógica de los merecimientos. Lo esperable es que tras una experiencia de liquidación de la deuda tan sobrecogedora como la vivida por el criado, él hiciera lo mismo con uno de sus de sus pequeños acreedores, pero no sucede así. El perdón no es automático. Es un don, pero a la vez es obra de la conversión del corazón y la libertad humana. Es la decisión de abrirse y dejarse afectar por un Dios que es todo misericordia y compasión o blindarse al don recibido que pide seguir desbordándose. En el caso del criado de la parábola está clara su decisión. ¿Y en el nuestro?
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