Jesús Martínez Gordo
No me parece mal que la Congregación para la doctrina de la fe intente actualizar las orientaciones sobre la inhumación e incineración de los seres queridos y que llame a tratar adecuadamente sus cenizas, en el caso de que hayan tomado esa decisión. Y acepto su invitación a cuidar la memoria de nuestros difuntos.
Disiento de la concepción dualista (cuerpo y alma) que vehicula porque entiendo que quien muere y resucita es la “persona”, que es bastante más que un cuerpo “y” un alma. Y echo de menos que, más allá de las consabidas condenas del nihilismo y del panteísmo, no haya hecho el esfuerzo por asomarse a dichos planteamientos reconociendo elementos de verdad y santidad (los llamados “semina Verbi” o “logoi spermatikoi”) que también aletean en ellos.
Una perspectiva que -incuestionablemente evangélica y recuperada en el concilio Vaticano II-, han vuelto a activar (no sin rémoras bien conocidas) los obispos en los dos últimos sínodos (2014 y 2015); que el papa Francisco despliega en todo su magisterio pontificio y que pasa por una urgente “conversión pastoral”: de las llamadas verdades innegociables al axioma de la misericordia como el corazón y el contenido primero y último de la fe cristiana.
Si se hubiera procedido así, probablemente, en vez de condenar genéricamente el nihilismo, se habría hecho un esfuerzo por dialogar con quienes sostienen que -en vida- se mantiene una relación permanente con la nada, el silencio, la oscuridad y el vacío. Y, otro tanto, con el panteísmo cuando, porque queda deslumbrado por la bondad, la verdad o la belleza que se alojan en el mundo, tiene dificultades para percibirlas como destellos, transparencias o anticipaciones de la Verdad, de la Bondad y de la Belleza finales. Y, probablemente, se habría facilitado reconocer con menos crispación los excesos (y hasta el mal gusto) que se asoman en algunas decisiones referentes a las cenizas de nuestros seres queridos y al trato que se merecen.
La Congregación para la doctrina de la fe (y, con ella una parte de la curia vaticana) no acaba de sacudirse el tono condenatorio y su proclividad a la casuística. Tiene pendiente sumarse a un estilo más propositivo y empático, sin dejar de ser, por ello, crítico. Y, a la par, decantarse por ofrecer más criterios que aplicar sensatamente en cada circunstancia que por bajar a una casuística fallidamente universalizable.
Hay otro asunto (mejor dicho, otro drama) que me llama mucho más la atención: que dicha Congregación no se haya pronunciado aún acerca del enfrentamiento existente en la Iglesia europea sobre cómo afrontar las políticas que buscan evitar las muertes de los migrantes y de los refugiados que llaman a nuestras puertas.
Me explico: estos últimos días hemos asistido indignados al desalojo de la llamada “jungla” del paso de Calais; han sido noticia de primera plana algunos comportamientos xenófobos en Gran Bretaña y las protestas de los refugiados en los CIE españoles. Han tenido menos alcance mediático la llegada a Roma de 70 refugiados sirios desde Libia, propiciada por la creación de un “corredor humanitario” entre el gobierno italiano y la comunidad San Egidio (con 400 personas acogidas hasta el momento) y el informe de la ONU: a finales del mes de octubre del presente año ascendían a 3.800 los muertos o desaparecidos en el Mediterráneo.
Ante esta tragedia, la Iglesia europea se debate entre quienes, como D. Duka, arzobispo de Praga, y P. Erdö, cardenal de Budapest, se desmarcan, incluso, de la timidísima acogida que se está impulsando y quienes como Ch. Schönborn, cardenal de Viena, la rechazan por su racanería e, incluso, como es el caso de A. Zsifkovics, obispo de Eisenstadt (Austria), se oponen frontalmente; dos posicionamientos también perceptibles en la Iglesia española.
Para el arzobispo de Praga, el “viaje denuncia” del papa a la isla de Lesbos el pasado mes de abril ha sido “sólo un gesto”, no una “solución”. Y sugiere que la república Checa se limite a acoger migrantes de países ex – comunistas, no a los de procedencia islámica. En el fondo y en la forma, canaliza la política activada por V. Orban, primer ministro de Hungría, defendiendo una “Europa cristiana”. Por su parte, el cardenal P. Erdö dice sintonizar con la llamada de Francisco a la “generosidad y a la acogida”, pero la Iglesia húngara, apunta, no puede sumarse a ella, habida cuenta de que semejante comportamiento puede “ser calificado como ilegal, como tráfico de seres humanos”.
Otro es el criterio que preside la actuación del cardenal de Viena, para quien solo recuperando “la sacralidad de la persona humana” es posible superar las barreras nacionalistas, el fundamentalismo económico que nos atenaza y el “riesgo de ser una Europa con el corazón endurecido”. Ello no obsta para que reconozca con realismo que acoger a estas personas “puede ser un peso difícil de sobrellevar”.
Para coraje y coherencia, los del obispo A. Zsifkovics, de Eisenstadt, negándose a ceder al Ministerio del interior unos terrenos, necesarios para construir un muro en la frontera austro-húngara. En su respuesta a la petición gubernativa, el obispo, previa consulta al Consejo Diocesano, dice, a quien quiera escucharle: una diócesis que “ha vivido durante años con la sombra del telón de acero y que en los últimos meses no ha ahorrado ningún esfuerzo abriendo sus puertas” a los migrantes, “¿tiene que ceder sus terrenos para hacer un muro?”. De ninguna manera. “La respuesta al miedo, prosigue, no es el levantamiento de muros”, sino la erradicación del “tráfico organizado de seres humanos y del negocio de las armas del que se benefician empresas europeas”, el cese de una política de desestabilización militar en Medio Oriente y del expolio “de los recursos africanos que realizan las multinacionales europeas”.
Siendo el desencuentro de los católicos europeos, ante semejante tragedia, de tal magnitud, se agradecería una palabra, evangélicamente clarificadora, de la Congregación para la doctrina de la fe: sin negar la ilegalidad, como recuerda el cardenal P. Erdö, de acoger migrantes en las parroquias, ¿qué es, en este caso, más conforme con la palabra y con el comportamiento de Jesús? O, sin apretar tanto las tuercas: ¿qué discurso y decisiones de los aquí reseñados (y enfrentados) son más conformes con la fe? ¿Los que defienden los muros, las alambradas y las concertinas en nombre de una supuesta “Europa católica” o los que reconocen en los migrantes y refugiados a los crucificados de nuestro tiempo y proceden en coherencia con tal percepción?
Somos muchos los que echamos de menos una “Instrucción” al respecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario