Leonardo Boff
Hoy es especialmente difícil, pues no podemos imponer a toda la humanidad la
ética elaborada por Occidente siguiendo a los grandes maestros como Aristóteles,
Tomás de Aquino, Kant y Habermas. En el encuentro de las culturas por la
globalización nos vemos confrontados con otros paradigmas de ética. ¿Cómo
encontrar más allá de las diversidades un consenso ético mínimo, válido para
todos?
La salida es buscar en la propia esencia humana, de la cual todos somos
portadores, su fundamento: cómo nos debemos relacionar entre nosotros, seres
personales y sociales, con la naturaleza y con la Madre Tierra. La ética es de
orden práctico, aunque se base en una visión teórica. Si no actuamos en los
límites de un consenso mínimo en cuestiones éticas, podemos producir catástrofes
socioambientales de magnitud nunca antes vista.
Es valiosa la observación del apreciado psicoanalista norteamericano Rollo
May, que escribió: «En la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos
perdemos de vista y nos despreocupamos del ser humano; ahora necesitamos volver
humildemente al simple cuidado; muchas veces creo que solamente el cuidado nos
permite resistir al cinismo y a la apatía que son las enfermedades psicológicas
de nuestro tiempo» (Eros e Repressão, Vozes 1973 p. 318-340).
Me he dedicado intensamente al tema del cuidado (Saber
Cuidar, 1999; El cuidado necesario,
2013). Según el famoso mito del esclavo romano Higinio sobre el cuidado,
el dios Cuidado tuvo la feliz idea de hacer un muñeco con forma
de ser humano. Llamó a Júpiter para que le infundiera el espíritu, y éste lo
hizo. Pero cuando quiso ponerle un nombre, se levantó la diosa Tierra diciendo
que tal figura estaba hecha de materia suya y por lo tanto ella tenía más
derecho a darle un nombre. No llegaron a ningún acuerdo y llamaron a Saturno,
padre de los dioses, quien decidió la cuestión llamándole hombre, que viene de
humus, tierra fértil. Y ordenó al dios Cuidado: «tú que tuviste la idea cuidarás
del ser humano todos los días de su vida». Por lo que se ve, la concepción del
ser humano como compuesto de espíritu y cuerpo no es originaria. El mito dice:
«El cuidado fue lo primero que modeló al ser humano».
El cuidado, por tanto, es un a priori ontológico, está en el origen
de la existencia del ser humano. Ese origen no debe entenderse temporalmente,
sino filosóficamente, como la fuente de donde brota permanentemente la
existencia del ser humano. Estamos hablando de una energía amorosa que brota
ininterrumpidamente en cada momento y en cada circunstancia. Sin el cuidado el
ser humano seguiría siendo una porción de arcilla como cualquier otra a la
orilla del río, o un espíritu angelical desencarnado y fuera del tiempo
histórico.
Cuando se dice que el dios Cuidado moldeó, el primero, al ser humano, se
pretende enfatizar que empeñó en ello dedicación, amor, ternura, sentimiento y
corazón. Con eso asumió la responsabilidad de hacer que estas virtudes
constituyesen la naturaleza del ser humano, sin las cuales perdería su estatura
humana. El cuidado debe transformarse en carne y sangre de nuestra
existencia.
El propio universo se rige por el cuidado. Si en los primeros momentos
después del big bang no hubiese habido un sutilísimo cuidado para que
las energías fundamentales se equilibrasen adecuadamente, no habrían surgido la
materia, las galaxias, el Sol, la Tierra y nosotros mismos. Todos nosotros somos
hijos e hijas del cuidado. Si nuestras madres no hubiesen tenido infinito
cuidado al recibirnos y alimentarnos, no habríamos sabido cómo salir de la cuna
a buscar nuestro alimento. Habríamos muerto en poco tiempo.
Todo lo que cuidamos también lo amamos y todo lo que amamos también lo
cuidamos.
Junto con el cuidado nace naturalmente la responsabilidad, otro principio
fundador de la ética universal. Ser responsable es cuidar de que nuestras
accionen no hagan daño ni a nosotros ni a los demás, sino al contrario, que sean
benéficas y promuevan la vida.
Todo necesita ser cuidado. En caso contrario se deteriora y lentamente
desaparece. El cuidado es la mayor fuerza que se opone a la entropía universal:
hace que las cosas duren mucho más tiempo.
Como somos seres sociales, no vivimos sino que convivimos, necesitamos la
colaboración de todos para que el cuidado y la responsabilidad se conviertan en
fuerzas plasmadoras del ser humano.
Cuando nuestros antepasados antropoides iban en busca de alimento, no lo
comían al momento como hacen, en general, los animales. Lo recogían y lo
llevaban a su grupo y cooperativa y solidariamente comían juntos, empezando por
los más jóvenes y los mayores, y después todos los demás. Fue esta cooperación
la que nos permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que fue
verdadero ayer, también sigue siendo verdadero hoy. Es lo que más falta hace en
este mundo que se rige más por la competición que por la cooperación. Por eso
somos insensibles ante el sufrimiento de millones y millones de personas y
dejamos de cuidar y de responsabilizarnos del futuro común, el de nuestra
especie y el de la vida en el planeta Tierra.
Es importante reinventar ese consenso mínimo alrededor de estos principios y
valores si queremos garantizar nuestra supervivencia y la de nuestra de
civilización.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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