No le temblaron las piernas en la capilla Sixtina. Jorge Bergloglio ha confesado que en ese momento decisivo
del “sí” sintió una paz que no le ha abandonado desde entonces. Lo
refleja su rostro distendido y sonriente, como si esa fuerza interior le
acompañara siempre. Y el mundo, creyente o no, parece haberle aceptado
con una excelente acogida, incluidos los medios de comunicación que lo proclaman “hombre del año”.
Pero cabe preguntarse si su revolución
copernicana por la que intenta retirarse del vértice de la Iglesia,
devolviendo la centralidad a la figura de Cristo y recuperar la
importancia conciliar de la colegialidad y el protagonismo del Pueblo,
así como lanzarla a la periferia, cuenta con todos los apoyos
necesarios. ¿Podrá el Papa llevar a cabo su sueño? ¿Qué límites tiene
dentro y fuera de la institución? ¿Hasta qué fronteras conseguirá
ampliar la apertura eclesial?
Es evidente que no quiere protegerse con antibalas, ni con la
mitificación secular de su cargo, ni desde luego tras el fulgor de
oropeles. Sin embargo una sorda oposición se va desenmascarando en su
entorno. Primero, desde una sociedad dominada por la dictadura del
mercado, a la que fustiga sin miedo,
acusándola incluso de “matar” a sus víctimas. No olvidemos la frase de
Lyndon B. Johnson en 1969 después de leer el Informe Rockefeller: “Lo
pobres son un enemigo que quiere lo que nosotros tenemos”. El “Papa de
los pobres” ya ha recibido los envites del Tea Party acusándolo de
marxista. Aunque afortunadamente Francisco es de los que contesta a pie
de titular, dejando claro que dicha ideología está equivocada, pero no
las personas, pues muchos marxistas son sus amigos. En este plano
sociológico, como en otros, guarda una inteligente equidistancia entre
la humanidad y la pureza de la doctrina, la ortodoxia y el diálogo. Su
pensamiento es el de Doctrina Social de la Iglesia, pero su corazón no
es el de un jefe, sino el de un hermano.
Nadie puede saber hasta qué punto los dueños del poder económico,
incluidos sus sicarios mafiosos, llegarán a movilizarse contra él. Pero,
como demostró el fundador del cristianismo, no hay mayor fuerza que la
debilidad ni palanca más poderosa que el amor. Más de temer son los
opositores de dentro. Entre estos han surgido los de menor fuste, los
aristócratas del formalismo, los que
han dejado de leer el Evangelio para apegarse al mito ritual, a los
capisayos, y al alambicamiento del lenguaje eclesiástico. No soportan
que un papa se despoje de oro y púrpura, prefiera una pensión a un
palacio, y un utilitario a un Mercedes y que además se entienda. Le
acusan de “cutre” exactamente como los fariseos a Jesús, un “predicador
rural”, que se juntaba con publicanos, lisiados y prostitutas. Esto ha
indignado incluso al secretario de su predecesor, que vio en estos
gestos un feo a Benedicto XVI, quien por cierto mantiene su admirable
silencio.
Más peligrosos son los sectores de la curia, que ha comenzado a
reformar de sus escandalosos manejos revelados por los vatileaks. En
esto, como en el tema de la pederastia no le tiembla la mano, y ha
tenido la inteligencia de no actuar sólo, sino con un comité de ocho
cardenales de la Iglesia universal, que le respalda.
Si bien el terreno más pantanoso por donde ha de caminar sigue siendo
el de la doctrina. La Iglesia católica sostiene que no se fundamenta
sólo en la Revelación, sino también en la Tradición, y esta, acumulada
durante siglos, hace que se mueva con pasos paquidérmicos. Ahí tiene
clavados miles de ojos avezados en el dogma, la moral, el Derecho
Canónico y el “siempre se hizo así”. Sobre todo afilan sus estiletes los
casuistas en moral sexual. En esta materia la habilidosa fusión del
carisma del de Asís con el sentido práctico del universitario Loyola,
junto a un gran conocimiento del mundo actual, le prestan la sabiduría
de caminar sobre seguro. Nadie hasta ahora ha conseguido cazarle en un
renuncio teológico. Paradigmática en este sentido es su respuesta sobre
los homosexuales, comparable a la de Jesús a los que pretendían apedrear
a la adúltera.
El próximo sínodo de la familia va a convertirse en la primera
tormenta de ideas no meramente consultiva sino deliberativa de este
organismo creado por el Concilio. Y la polémica admisión a la comunión
de los divorciados, por ejemplo, si se consigue, irá más en la línea de
flexibilizar las nulidades, como en la Iglesia Ortodoxa, que en
modificar la indisolubilidad. Un misterio sin resolver es si cambiará o
no la ley vigente del celibato que, al no ser de “derecho divino”, no
pertenece al dogma y es modificable. No deja de ser sintomático que
sobre esta cuestión no se haya aún pronunciado.
Me consta que hay un sector feminista de la Iglesia desilusionado por
la forma de abordar el papel de la mujer.. No pocas piensan que su
marginación en la Iglesia no cesará hasta conseguir su acceso al
sacerdocio, puerta cerrada por Juan Pabl II de forma contundente, y que
Francisco no abrirá. También ha clausurado la del cardenalato, que
algunos veían como viable, puesto que bastaría para ello el diaconado,
recurso apuntado hace años por algunos padres sinodales. El papa lo
descarta como forma de “clericalismo”.
Pero, si esta frontera resulta infranqueable, el ecumenismo se
presenta como un horizonte lleno de promesas. Un papa, gran amigo de
judíos en Buenos Aires, que despierta la admiración sincera de líderes
de otras Iglesias, y que afirma que las sangres de un protestante y un
católico se mezclan en una al derramarse, dice más que al debatir
diferencias teológicas.
La gran reforma de Francisco sin embargo es la de devolver al papado
un rostro humano y por tanto más divino; la de bajar a la calle y
encaminar un ministerio petrino absoluto a un corresponsable “primus
inter pares”. El teólogo español Juan de Dios Martín Velasco lo ha
expresado con acierto: Si la historia hasta ahora se ha encargado de
“eclesializar al cristianismo, Francisco ha emprendido la tarea de
recristianizar la Iglesia”. No es poco. Viene a ser tanto como
aproximarse a aquellos inspirados versos de Rafael Alberti al San Pedro
de bronce del Vaticano: “Haz un milagro, Señor. / Déjame bajar al río, /
volver a ser pescador, / que es lo mío.” Un sueño que parece ser real y
romper fronteras.
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