Jaume Flaquer. Yves Congar (1904-1995), Karl Rahner (1904-1984) y Bernhard Häring (1912-1998) son tres ejemplos de “profetas” teólogos que fueron perseguidos antes del Vaticano II pero que se vieron rehabilitados en este Concilio. Más aún, fueron sus referentes fundamentales en los temas de eclesiología, teología y de moral, e incluso, algunos de los documentos del Concilio dejan ver la influencia de su pluma. La “crisis” de la que hablamos aquí es, por un lado, la de una Iglesia que vivió uno de los cambios de paradigma más importantes de su historia, y por otra, la crisis personal que estos teólogos (y otros) vivieron al ser desautorizados por la Iglesia misma con la que vivían una adhesión fuera de toda duda. Desgraciadamente otros teólogos actuales se encuentran hoy en día en la misma situación por la difícil relación entre el Magisterio de la Iglesia y la investigación teológica.
Por un lado, la teología debe reconocer el papel normativo del Magisterio, y por otra, el Magisterio debe vivir en constante escucha de la teología porque a menudo ésta encarna el carisma profético y aquél posee el carisma de gobierno y de unidad. Al igual que Pedro en el lago de Galilea supo escuchar a Juan cuando éste, después de pescar cientos de peces, dijo sobre el extraño personaje que estaba en la costa: “¡Es el Señor!” (Jn 21), igual el Magisterio debe saber escuchar a los teólogos que descubren a Jesús en una nueva orilla.
Jesús Martínez Gordo, doctor en teología y profesor en la facultad de Vitoria, ha guiado nuestra reflexión sobre estos tres autores, subrayando que en el título de la sesión había un excesivo optimismo respecto a la rehabilitación de los tres teólogos. Rahner y más especialmente Häring, vivieron el post-concilio con decepción por la limitada aplicación de sus intuiciones más avanzadas. Häring explica al final de su vida que durante la II Guerra Mundial había tenido que defenderse cuatro veces ante un tribunal militar de las SS, y que luego, cuando tuvo que defenderse ante la Congregación para la Doctrina de la fe de acusaciones falsas, habría preferido encontrarse ante un tribunal de Hitler que ante esta Congregación. B. Häring vivió “vigilado” por su rechazo a la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI sobre los anticonceptivos.
K. Rahner, por su parte, vive también al final en una cierta desolación ante el Magisterio. Está disconforme con esta misma Encíclica moral, defiende el acceso de las mujeres al sacerdocio, concibe la teología no simplemente como el altavoz del Magisterio, está en desacuerdo con la creación de los partidos Demócratas Cristianos y alerta contra el olvido de la centralidad de la colegialidad episcopal en el Concilio. La confrontación de Rahner con otro gran teólogo, von Balthasar, será también una fuente de sufrimiento para él.
A pesar de ello, estos teólogos disfrutarán siempre de un gran prestigio por su papel en el Concilio. Congar es nombrado consultor del Concilio, Rahner teólogo oficial, y Häring es consultado por el que después será Juan Pablo I. A estos autores (a Congar en especial), les debemos el retorno de la Iglesia a la época patrística de los primeros siglos y la desabsolutización de la teología tomista como discurso único teológico desde el Concilio de Trento hasta el Vaticano II.
Esta rehabilitación llega tras haber sido sometidos a investigaciones por parte de Roma durante la década de los 50. Congar es apartado de la enseñanza en 1954 y escribe dos años más tarde desde su exilio en Cambridge: “Me encuentro solo, terriblemente solo”.
La soledad que vive el teólogo cuando la Iglesia a la que ha dado la vida abre un proceso de investigación sobre su pensamiento es una experiencia de crisis personal que a menudo nos pasa por alto. Algunas veces, Dios quiere que su rehabilitación sea durante su vida.
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