PEPE MALLO
Redes Cristianas
Podríamos abrir la reflexión de hoy con una constatación y su correspondiente pregunta retórica. Queda evidenciado y contrastado que, a nivel sociedad, el atractivo sobre la vida de la Iglesia está perdiendo enteros (fracciones y decimales) a pasos agigantados. ¿Será que la entidad Iglesia católica sigue interesando a la sociedad española o se la considera más bien como una institución trasnochada, sin credibilidad, sin incidencia en la vida real y, por lo tanto, sin interés persuasivo?
No cabe duda que entre Iglesia y Sociedad civil, desde hace ya tiempo, se ha producido un hiato, una disociación. Y parece ser que esta fisura ha provocado en ciertas jerarquías episcopales una “hernia de hiato” a juzgar por la frecuencia con que se les viene a la boca y regurgitan palabras y expresiones demonizadas, para ellos destructivas y hasta demoledoras de la fe y de la religión. Tales facundias suelen tener lugar en significativos acontecimientos o con motivo de solemnidades festivas. Y generalmente en las celebraciones litúrgicas, cuando sus dignísimas dignidades van tocadas con el característico bicornio mitral de pónmelo y quítamelo.
Justifican este exordio diversas reseñas aparecidas en nuestro noticioso y versado portal de Religión Digital. Dos celebraciones, la ordenación sacerdotal de varios diáconos en Valencia y la toma de posesión del nuevo arzobispo de Sevilla (20-06-2021). En ambas celebraciones, entrambos obispos, en sus entrambas homilías, se despachan a sus anchas arremetiendo contra “un mundo secularizado” y alentando a “afrontar el desafío de una cultura dominante relativista en la que no caben valores absolutos ni juicios universales” (mons. Sáiz Meneses) y demonizando “el secularismo, el olvido de Dios, el relativismo que no reconoce la verdad” (mons. Cañizares).
No es la primera vez que tanto la Conferencia Episcopal como dogmáticos obispos denuncian el alarmante desarrollo del laicismo en nuestra sociedad. Tales censuras suenan a caducos eslóganes corporativistas, eco de aquellas hostilidades contra “ateos, comunistas y masones”, consecuencia del fanatismo y la intolerancia, del dogmatismo y la intransigencia, del sectarismo y el oscurantismo. Retórica retrógrada. Palabras huecas en campanudas frases.
Paradójicamente, el promovido Arzobispo de Sevilla reclama una Iglesia “que sale al encuentro del pobre, del más débil”. La asombrosa paradoja se produce cuando en su toma de posesión le acompañan cerca de cuarenta cardenales, arzobispos y obispos, presididos por las altas dignidades de la CEE, con sus fastuosas y vistosas ceremonias. Rumbosas ostentaciones que no encuentran paralelismo ni absoluta correspondencia ni en la sociedad ni en las sinceras iglesias comunitarias, y mucho menos reflejan un ejemplo de “encuentro con el pobre”. ¡Qué fácil resulta emitir solemnemente enfáticos y retóricos juicios de valor cuando su vida “ordinaria” camina por otros derroteros!
Y para más inri de las obsesiones por las que sufren mentales contracciones (que no “contriciones”), salen a la luz dos noticias que exteriorizan las colosales contradicciones en su hipócrita defensa de los pobres. Extracto del certero y riguroso artículo de J.M. Vidal: “Algunos jerarcas de la Iglesia siguen pensando que son altos funcionarios de la casta clerical con derechos adquiridos, y la historia se repite. Ahora, en Sevilla y en Burgos. En Sevilla, monseñor Asenjo restauró suntuosamente un antiguo caserón de la calle Hombre de Piedra. Y, en Burgos, el arzobispo emérito de la capital castellana, Fidel Herráez, también se ha quedado a vivir en la diócesis en un enorme caserón de piedra de 1900, con una superficie de 930 metros cuadrados, con salón, comedor, seis habitaciones, biblioteca, terreno cuidado, pozo y hasta merendero. ¿Son éstos los pastores con olor a oveja de la Iglesia en salida, samaritana y hospital de campaña del Papa Francisco?” (RD. 20 .06. 21)
¿A quién y por qué acusan? Cada época tiene su manera de etiquetar al enemigo, o sea, esa parte de la sociedad que para el estamento dominante está del lado equivocado y a la que hay que combatir. Se busca reforzar el sentimiento feudal y sin fisuras del grupo autocrático en torno a ciertas ideas establecidas por quienes ejercen el poder. Para los individuos, las comunidades o las ideas que reciben este etiquetaje, las consecuencias son la estigmatización y con frecuencia la discriminación y el ostracismo. Hay muchos que se sienten decepcionados de la Iglesia; se trata de algo más profundo que un mero resentimiento contra ella. Y rechazan el modelo religioso que se les impuso en la infancia: religión de preceptos, de prohibiciones, de castigo.
El laicismo debe entenderse como un proceso histórico de secularización que dejó a la Iglesia al margen del poder. Es decir, se acabó el predominio de las posturas totalizantes religiosas o sacrales sobre el convencimiento personal. No olvidemos que muchas sociedades son cada vez más multiculturales y multirreligiosas. El término “secularización” tiene mucho que ver con la “descristianización”, como paso de una “sociedad sagrada” a una “sociedad laica”.
El Concilio Vaticano II supuso un importante avance en las actitudes oficiales de la Iglesia a este respecto. Defendió una nueva actitud de comprensión hacia los no creyentes y un deseo de diálogo entre creyentes y el mundo en el que vive y que comparte sus “gozos y esperanzas”. La sociedad de nuestro tiempo presenta a la Iglesia grandes retos y desafíos en su tarea evangelizadora, claro que sí. Pero no contra el laicismo y la increencia, sino frente a sus propios planteamientos ante la humanidad. Resulta fácil echar la culpa de los fracasos y la pérdida de adeptos a “los otros”. Cuando en realidad los retos surgen en la propia institución. Sí, señor Cañizares, la Iglesia “atraviesa tempestades”, pero no por las pandemias “exteriores”. El “enemigo” está dentro, como ha denunciado con frecuencia el papa Francisco. Y perdone que matice su expresión: “es preciso ir a Jesucristo”. Yo pienso que lo correcto sería decir “es preciso ir al “Evangelio”. Porque no pocos jerarcas y sus fervientes discípulos identifican “Jesucristo” con “Derecho Canónico y Catecismo”.
Nuestra época tiene el desafío de reinventar la Iglesia comunidad, abierta, solidaria, a la que interesan las personas, no las estructuras, los ritualismos, las leyes. Una Iglesia plural, capaz de generar una nueva cultura del encuentro con la sociedad real y “sus gozos y esperanzas”. En la Iglesia las cosas no cambian “de la noche a la mañana”. Pero resulta que llevamos muchos años en la “noche” y no llega la “mañana”.
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