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jueves, 15 de marzo de 2018

Endogámicos seminarios tridentinos

Pepe Mallo

Enviado a la página web de Redes Cristianas

Sigue la “prerrogativa, deferencia, homenaje y endogamia”
Como todos los años, la Conferencia Episcopal nos lanza la campaña de sensibilización con motivo del Día del Seminario coincidiendo con la fiesta de san José. Sinceramente, esta celebración me huele a las conmemoraciones del Día del Padre o de la Madre, del Día de san Valentín, del Día de la Mujer… y otras jornadas relevantes, no por el aspecto consumista o reivindicativo sino por lo que esta evocación puede esconder de prerrogativa, deferencia, homenaje y endogamia.

Clericalismo celibatario y ritualismo
Los seminarios responden a la idea inicial de captación, afirmación de la vocación y seguimiento de la profesión de sacerdote. Todo ello se realiza bajo el marco establecido por la Iglesia. La institución se erige en el único organismo dotado de los instrumentos y verificaciones indiscutibles con los que educar a sus futuros miembros. Fue el Concilio de Trento quien dispuso la creación y la obligatoriedad de los seminarios en las diócesis. Con esta instauración, Trento pretendía, en esencia, la selección de los candidatos, el privilegio de la dignidad clerical y activar una estricta lealtad a Roma frente al Protestantismo. Para ello, promovió el aislamiento. La clausura fue concebida elemento fundamental en la formación de sacerdotes y, para más inri, decretó de manera definitiva el celibato sacerdotal sublimándolo y prescribiéndolo como requisito indispensable para el candidato al sacerdocio.
A partir de aquí, se elevan al rango de sagradas las expresiones “elegidos, consagrados, segregados del mundo, identificados con Cristo, salvadores, santificadores…” Todo lo cual acarreaba que sus seminaristas asumieran firmemente un proyecto organizativo concreto, el “clericalismo”. Paralelamente, instaba a que los futuros clérigos observasen con rigor las reglas tradicionales del culto, garantizando así la ratificación y continuidad del “ritualismo”. Clericalismo y ritualismo, dos prerrogativas que originaron la antievangélica segregación del clero respecto al Pueblo de Dios y la sacralización de los ritos y la sacramentalización. Ideas con las que hoy día salen del seminario los investidos sacerdotes.
Aperturismo del Vaticano II, pronto relegado y reprimido
El Concilio Vaticano II apostaría por el “aggiornamento”, por una sincera renovación que consiguiese integrar al clero en la realidad religiosa y social de la segunda mitad del siglo XX. Su objetivo, entre otros, fue acomodar la disciplina eclesial y la liturgia a las condiciones de nuestro tiempo. Este “abrir las ventanas” supuso una decidida apertura de los seminarios hacia una nueva evangelización priorizando lo pastoral sobre lo dogmático y litúrgico, y “abriendo también las puertas”. Poco después, Roma “cerró filas” con un nuevo documento sobre la formación de los sacerdotes que revelaba un aprensivo recelo y desconfianza hacia los movimientos innovadores mucho mayor que hacia los inmovilistas. A raíz de esta coyuntura, el aperturismo del Vaticano II fue relegado y reprimido, y el retrógrado reformismo conservador dominaría gran parte del ámbito académico eclesiástico. Como efecto, los seminarios tridentinos recobraron especial relevancia y se fortalecieron los seminarios menores como imprescindibles para obtener vocaciones que poblasen los seminarios mayores.
Los seminarios, escuela del clericalismo
Los seminarios se establecen como una institución integral, donde su principal particularidad es concentrar a una serie de personas en función de su vocación y convertirlos en el soporte de la iglesia instituida. Para lo cual, “sabiamente”, se saca a los adolescentes de su hogar familiar, de su entorno escolar, de su ambiente de amigos y amigas y se le interna en un seminario donde el contacto con la familia y la sociedad será escaso o, cuando menos, insuficiente. De hecho, no se está impartiendo una simple formación. Ante todo, se están creando “hombres nuevos”, tanto en relación a cómo ellos eran antes de entrar, como en relación a la sociedad civil. Al fin y a la postre, el seminario trabaja en función de una finalidad preestablecida, intentando moldear a los internos en una única dirección, convirtiéndose así en endogámicos. Porque no cabe duda que la clerecía es un “status quo” diferente, segregado del resto de los mortales.
Los clérigos resuelven infaliblemente quién es realmente llamado por Dios y quién no
Y digo yo. ¿La vocación la tiene ya el “aspirante”- lógicamente infundida por Dios- o le va a germinar en el “seminario” (que ya la palabra indica su función)? Si la vocación es una “llamada de Dios”, ¿por qué no “llama más”? Claro, resulta que es que Dios no llama directamente, sino a través de… O sea que Dios, como cualificado empresario del culto, tiene sus “comerciales” que le facilitan la labor de reclutamiento. Y además, son ellos mismos quienes realizan el casting y resuelven infaliblemente quién es realmente llamado por Dios y quién no. Así interpretan la frase “Muchos son los llamados y pocos los elegidos”.
“Apóstoles para los jóvenes” es el lema de este año para el Día del Seminario
Es evidente que en este siglo XXI la vocación sacerdotal no responde a las expectativas postuladas por la sociedad. La sociedad española, particularmente los jóvenes, es hoy irreligiosa o cuando menos arreligiosa. Ser cura no constituye hoy una posibilidad real dentro de las perspectivas vitales de la inmensa mayoría de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Es una propuesta que, en general, ni siquiera se plantean. Por otra parte, en el contexto social actual, el celibato se ha convertido, sobre todo para los jóvenes, en un estado de vida “culturalmente extraño”. Renunciar a la vida sexual resulta innecesario, irracional y, en ocasiones, “sospechoso”. En consecuencia, un proyecto de vida que comporta el celibato resulta para los jóvenes actuales poco estimable. Los cambios sociológicos e ideológicos han sido muy profundos, y la Iglesia de hoy ya no articula a esta sociedad del siglo XXI.
El sacerdocio no es una profesión (¿?)
“El sacerdocio no es una profesión, es una vocación”, afirman sin reparos. Con lo que ya están sublimándola y diferenciándola de la vocación de médico (que no es vocación, es profesión), de la vocación de músico (que no es vocación, es profesión), de la vocación de investigador (que no es vocación, es profesión), de la vocación de escritor (que no es vocación, es profesión)… y más etcéteras (que no son vocaciones sino profesiones). ¿Por qué será que el término vocación se ha reservado durante tantos siglos exclusivamente a la vida sacerdotal o religiosa? Cada cual elige, responsablemente supongo, una visión de la vida y de las cosas en base a unas experiencias, razones, argumentos, etc. Son apuestas muy personales por el significado y el sentido de la vida humana.
Los tiempos de sequía vocacional son propicios para diseñar un hipotético tipo definido de candidato y exigirle un recorrido determinado previo para su ingreso. Pero las personas “reales” no se ajustan a ningún diseño previamente establecido. Las vocaciones auténticas son como son, no como quisiéramos que fueran. Los esquemas excesivamente rígidos pueden dificultar los resultados. Hoy los llamados al ministerio, para estar al día, no pueden limitar su actuación al templo. Incluso habría que depurar el vocabulario. “Sacerdote”, ya lo deja entrever la palabra, es el “funcionario de la religión”. Vive del templo, del altar, de los ritos. Hacen Templo, Iglesia, no Comunidad. “Cura” es el que “cuida”, quien sale al encuentro, quien acoge. No mira tanto al cielo como a la tierra. No celebra ritos, sino encuentros de fraternidad. Es el “pastor con olor a oveja”.
Francisco, al finalizar los ejercicios espirituales de Cuaresma de la Curia, recalcó:
“Gracias por ese llamamiento a abrirnos sin miedo, sin rigidez, a ser blandos en el espíritu y no momificados en nuestras estructuras que nos encierran”.
Seminarios, ¿estructuras que nos encierran?

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