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lunes, 5 de febrero de 2018

La Iglesia de los siglos VI y VII (hasta la época carolingia)

Enviado a Redes Cristianas
Jesús Mª Urio Ruiz de Vergara


1º) Expansión de la Iglesia
De alguna manera en estos siglos comienza un acontecimiento fascinante: el nacimiento de Europa, que como comprobamos por la Historia, sucedió en un parto complicado, lento, alargado en el tiempo, y que duró hasta la unificación de Italia en el siglo XIX. La gran tarea consistió en la conversión de los “bárbaros”, o bien del paganismo al Cristianismo, o de corrientes heréticas y desviadas, al catolicismo. Eso aconteció de manera bastante parecida en todos los territorios europeos: una generación de grandes misioneros se encargaron de ir convirtiendo los diversos pueblos desperdigados por Europa. Y de estos grandes evangelizadores sí que se puede afirmar que supieron leer los signos de los tiempos, adaptarse a ellos, y completar una obra misionera y evangelizadora ingente.

Así, San Martín de Braga convierte a los suevos luso galaicos al catolicismo, San Leandro arranca a los visigodos en España de la herejía arriana, y la conversión de Clodoveo apresuró la conversión de los francos al cristianismo católico.
Después, los misioneros cristianos, tanto occidentales como bizantinos orientales, llevaron la Fe a germanos y celtas, probablemente los más remotos y menos civilizados. Tal fue el caso de san Patricio en Irlanda, san Agustín de Canterbery, en Inglaterra, san Bonifacio en Germania; y los santos Cirilo y Metodio, procedentes de Constantinopla. Los pueblos eslavos y magiares también contribuyeron a la formación de la Europa cristiana, una obra grandiosa multisecular rematada, por fin, con la conversión de Escandinavia y de los pueblos de los Países bálticos.
Así se hizo la Europa cristiana. Según H. Belloc, éste es el acontecimiento más importante en la historia del mundo: la Iglesia fue la levadura que hizo posible tal nacimiento y posterior crecimiento. Una Iglesia, esta ve, sí, respetuosa y coherente con los signos de los tiempos, a los que respondieron con magnificencia grandes misioneros, y los prelados que los enviaron a una obra tan gigantesca. Pero esta situación se alteró, en el siguiente siglo, con la invasión musulmana del norte de África y de la Península Ibérica. De esta forma el Mediterráneo, en vez de servir de puente e instrumento de unión, se convirtió en elemento de separación, pues separa la ribera norte, cristiana, de la meridional, africana e islámica.
2º) La intensa vida de la Iglesia
Una vez convertidos gran parte de los pueblos invasores, y consolidado el mapa de los nuevos reinos, la Iglesia comenzó a ocupar los más diversos campos de la vida social: en la vida política y social, en la cultura, en el arte, en la liturgia, en el ocio y sus las celebraciones, en el servicio asistencial a los más necesitados. Junto a la liturgia romana, floreció la liturgia ambrosiana en el norte de Italia, la galicana en Francia, la visigoda en España, la celta en Irlanda e Inglaterra.
Se levantaron Iglesia y capillas, se solemnizó el culto, algo que se suele ver como un notable, y lo es, desde el punto de vista artístico y social, pero que, en mi opinión, significa un peligroso alejamiento de la sobriedad y veracidad del culto de los tres primeros siglos de la Iglesia primitiva, y un no menos riesgo de comenzar una carrera de artificiosidad y ostentación en le culto, que, a pesar del Vaticano II, ha llegado hasta nuestros días. Uno de los rasgos más sencillo, sobrio y bello, fue el nacimiento y, muy pronto, la consolidación del canto gregoriano como música litúrgica. en esta época nace y se incrementa también rápidamente el culto mariano, y, algo mucho más grave, se extiende, y va creciendo como una bola de nieve montaña abajo, el culto a las imágenes y a las reliquias, y la devoción a procesiones y manifestaciones más folklórico-religiosas, que evangélico-cristianas. Esto se debió a la rapidez y ligereza de la masiva conversión de los pueblos al cristianismo, y a la imposibilidad de catequizar bien a tanta gente. Es muy característico de este tiempo eclesial la realización del “ofertorio” de la misa con fines recaudatorios para el servicio social a los más necesitados. También merece destacar la multiplicación de sínodos y concilios, -recordemos la importancia de los concilios de Toledo-. Es un tanto pintoresco, pero merece la perna recordarlo, que en la época carolingia, a los sínodos regionales, presididos por el obispo, asistía también, además de los párrocos y clérigos pertinentes, un noble, conde o lo que fuera, representante de la casa imperial. Es decir, ya comenzaba la unidad entre Iglesia y Estado.
3º) La vida monacal en ese tiempo
La importancia de los monjes tanto benedictinos, como los que posteriores, desempeñaron una gran labor en muchos campos. a) En el de la evangelización, los benedictinos enviados por el Papa Gregorio Magno completaron la cristianización de Inglaterra; b) en el campo de la repoblación, era frecuente el nacimiento, en torno a un monasterio, de una nueva población que se ocupaba en la labranza de los campos pertenecientes al monasterio; c) en el de la cultura, los monjes copistas recuperaron los escritos desaparecidos de los grandes escritores clásicos, siendo sus bibliotecas un lugar en el que se resguardó el saber de la época. A eso hay que destacar las escuelas monacales, realizando una educación infantil. Y la existencia de monasterios femeninos corre paralela a la de los varones, pues ya desde San Antonio Abad, el famoso Sn Antón, con su revolución monacal en la comarca de la Tebaida, en el norte de Egipto, surgen y se multiplican los monasterios femeninos, que comenzaron en Oriente, y se expanden , después, a Occidente.
4º) El celibato de los clérigos.
En el siglo VI el celibato de los clérigos, presbíteros y obispos, sigue la normativa de los siglos anteriores, se les permitiéndoseles contraer matrimonio, obligados, sin embargo, a guardar castidad, y sobretodo, quedando prohibiendo, fundamentalmente, tener hijos, para lo que debían contar, lógicamente, con el consentimiento de la esposa. Tal norma era incumplida con frecuencia. Éste era un de los principales objetivos, o seguramente, el más deseado, de ese tipo pintoresco de celibato, que pretendía, según los no tan mal pensados, y desde luego, de la comunista Escuela Histórica de Leningrado, resguardar los bienes y rentas de la Iglesia, y no dilapidarlos con familias numerosas. Había también disposiciones concretas sobre días y momentos en que a los clérigos se les prohibía más tajantemente, y con penas más severas, la relación sexual. Que era un tema controvertido lo demuestra el sin número de disposiciones, repetidas hasta la saciedad, sobre este tema, lo que demuestra que no se cumplían. Es de destacar, también, que el número de los sacramentos no estaba fijado como ahora, y la diferencia entre presbíteros, obispos, y diáconos tampoco estaba delimitada con claridad, Otro tanto hay que decir de las insinuaciones de que no se permitiera la ordenación de mujeres para el ministerio sagrado, lo que indica que en algunos momentos, esas existieron, y tardó en entrar la práctica de la reserva del ministerio sagrado a los varones.
Conclusión:
Hemos comenzado el artículo comentando las afirmaciones de Aradillas sobre la falta de Democracia en la Iglesia, y el desconocimiento, cuando no el desprecio y la falta de sensibilidad hacia los “signos de los tiempos”. Es innegable que en los tiempos que hemos examinado en estas líneas en la Iglesia había una relación bastante horizontal, que sin llegar a altos índices de democracia, conseguía que la comunidad cristiana no fuera vista, ni dentro, ni fuera de ella, como una sociedad tiránica y abusiva del poder. Podemos afirmar que en estos turbulentos años de la formación de Europa la Iglesia prestó un inapreciable servicio en esta tarea casi fundacional, algo que no fue necesario en los cuatro primeros siglos, pues el Imperio Romano proporcionaba una estructura política sólida y fiable a los territorios que, después, se convirtieron en Europa.

Claro que sería útil preguntarse si la misión de la Iglesia es prestar su ayuda y su prestigio, subsidiariamente, a la estabilidad política de los pueblos. En la época que hemos observado, esta tarea ayudó a la evangelización y a la propagación del cristianismo. Pero fue el inicio de una situación peligrosísima para la comunidad de los discípulos de Jesús: que se tuvieron que mezclar con el Poder, así, con mayúscula, y no parece éste el mejor camino para proclamar, e intentar vivir, ni las Bienaventuranzas, ni el Sermón de la Montaña. Y a partir de ahí toda la misión de la Iglesia de Jesucristo quedó hipotecada a esa servidumbre, de la que hasta el Concilio Vaticano II no intentó liberarse, algo que no ha conseguido todavía, aunque hay brotes verdes de esperanza con la actitud y el estilo del papa Francisco. 

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