La Iglesia podría “soprendernos” si…
… mirara directamente al Evangelio, al amor del Padre, en vez de al Código de Derecho Canónico. Pero la realidad nos dice que el criterio determinante de conducta en la Iglesia es la obediencia incondicional al papa y a sus leyes, normas y usos de gobierno, a su estructura vaticana, a sus terminales episcopales y parroquiales. La fidelidad al Evangelio es secundaria en la práctica. Si la Iglesia, mirando al Evangelio, decidiera cambiar prioridades, organización, procedimientos… nos llegaría a sorprender gratamente. El Evangelio es siempre “buena noticia” y nos permite soñar. Lo que esperamos los cristianos es “dejarnos sorprender por la Iglesia”. El Papa en la Bula nos insta: “en este Jubileo dejémonos sorprender por Dios” (Mv 25). La sorpresa de Dios es el Evangelio de Jesús: su revelación del Padre en sus palabras, en su vida, en sus parábolas, etc. Los cristianos ya estamos sorprendidos por el Evangelio de Jesús. El problema está en la Iglesia, sobre todo en su estamento dirigente.
Democratizar la Iglesia sería un gesto “sorprendente” y evangélico
Nuestra Iglesia se mueve hacia comportamientos democráticos perezosamente. Lo hace forzada, no por convencimiento. En liturgia, en servicios caritativos, administrativos, económicos…, se pide corresponsabilidad, se dialoga, se respetan opiniones y compromisos. El Vaticano II, centrando la Iglesia en la comunión, apuntó reformas en este sentido. El Código de Derecho Canónico, cánones 536 y 537, concreta estas aspiraciones en formas poco democráticas. Por ejemplo:
“Canon 536 § 1: Si es oportuno, a juicio del Obispo diocesano, oído el consejo presbiteral, se constituirá en cada parroquia un consejo pastoral, que preside el párroco y en el cual los fieles, junto con aquellos que participan por su oficio en la cura pastoral de la parroquia, presten su colaboración para el fomento de la actividad pastoral.
§ 2. El consejo pastoral tiene voto meramente consultivo, y se rige por las normas que establezca el Obispo diocesano.
Canon 537: En toda parroquia ha de haber un consejo de asuntos económicos que se rige, además de por el derecho universal, por las normas que haya establecido el Obispo diocesano, y en el cual los fieles, elegidos según esas normas, prestan su ayuda al párroco en la administración de los bienes de la parroquia, sin perjuicio de lo que prescribe el c. 532.”.
Una comunidad cristiana, reunida por el Espíritu de Jesús, anuncia el evangelio, celebra los signos de vida que nos ofrece Jesús, vive la fraternidad. Para realizar estas actividades necesita organizarse según los carismas de todos sus miembros. Dos estructuras básicas son, sin duda, los Consejos de Pastoral y de Economía. Deberían ser representativos y resolutivos en su nivel. Es triste que haya bastantes parroquias que no los tienen. Más triste es que algunos funcionen para adherirse a lo que dice el párroco o el obispo, con infantilismo vergonzante. Los Consejos eclesiales, por ley, son sólo consultivos, para dar “consejos” al poder absoluto. Se supone que una decisión comunitaria, acorde con el Evangelio y en su ámbito, da conciencia de comunidad adulta. Lo contrario es infantilismo. Así lo ve la sociedad actual. Una comunidad de personas adultas exige democracia para designar a sus responsables en las diversas tareas. Lo que no impide el servicio de dirección o coordinación.
La democracia es más cristiana que la monarquía absoluta
Sobre el valor cristiano de la democracia escribía Chesterton:
“Hasta el mecanismo del voto resulta profundamente cristiano en este sentido práctico: es un ensayo para conocer la opinión de los hombres modestos, que de otro modo nunca se ofrecerían a manifestarla. Es una especie de aventura mística, y consiste en fiarse de los que no se fían de sí mismos, cosa característica del Cristianismo… Hay mucho de psicología cristiana en requerir la opinión de la gente oscura antes de dejarse seducir por la de la gente principal, que sería lo más fácil… Consiste en alentar a los humildes, en decir a los modestos: `Amigo mío, levántate´” (Ortodoxia. Obras c., t. 1. Plaza&Janés, B., 2ª ed., 1967, p. 629-630).
Nosotros, la Iglesia, creemos que toda persona (“macho y hembra”) es “imagen de Dios” (Gn 1,26-27). Más aún, “las personas más insignificantes” son una presencia especial de Cristo (Mt 25, 31-46). Más: el Espíritu de Dios sopla donde quiere (Jn 3, 8). Sabemos que con el “sentido de la fe”, suscitado y sostenido por el Espíritu de verdad, el Pueblo de Dios “se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos (Jud 3); penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida” (LG 12). Solicitar al Espíritu que ilumine la mejor práctica eclesial, fiarse de las personas, pedir y recibir con gusto propuestas y, claro está, respetarlas…, aunque no coincidan con nuestra opinión, no está reñido con la Revelación ni con el Magisterio que conserva y actualiza la Revelación. Al revés, es un acto de confianza, de fe, en los sencillos, a los que el Padre se manifiesta, según lo vivenciaba el mismo Jesús (Lc 10, 21).
La Iglesia es más que una democracia: es una comunión
La Iglesia viene de Dios, de Jesús, de “arriba”. No es, por tanto, una creación democrática, fruto del parecer y de los votos de los cristianos. No nos hemos dado una “constitución” democrática. La Palabra, los sacramentos y el Espíritu de amor, vienen de Dios. Los cristianos aceptamos esos dones como medios necesarios para promover el Reino de Dios, que es y será siempre nuestro objetivo. No somos soberanos en la Iglesia. La soberanía es de Cristo, cabeza de la Iglesia (Ef 5, 23; Col 1, 18). Su proyecto de vida nos ha seducido y convencido. Hemos elegido ser miembros de su Cuerpo, la Iglesia. Aceptamos el Evangelio y la organización inspirada por Cristo: los medios de vida (oración y sacramentos) y los ministerios o servicios necesarios para trabajar por el Reino de Dios, causa de Jesús. Viviendo como Jesús logramos la fraternidad, la comunión en su Espíritu.
La comunión exige democracia funcional
Basta leer los inicios de la Iglesia para percibir su democracia funcional. Es la libertad vivida en los primeros tiempos: “Escoged entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y saber, a los que podamos encargar este asunto” (He 6, 3). “Decidieron los apóstoles y los responsables con la entera comunidad (syn hole te ecclesía), elegir a algunos…” (He 15, 22ss). Comparto la conclusión de X. Pikaza al comentar el llamado “concilio de Jerusalén”:
“Este acuerdo fija el estilo de la organización cristiana. Por la declaración final (“nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros”), sabemos que Dios (Espíritu Santo) se expresa en el diálogo y decisión de los creyentes (nosotros). La iglesia es una asamblea teologal: los hermanos se juntan y dialogan los problemas a la luz del mensaje de Jesús, de manera que pueden afirmar y afirman que les asiste el Espíritu Santo. Es una asamblea participativa: Dios habla en el diálogo fraterno. Éste es el modelo cristiano de gobierno, en una iglesia que empieza a tener ya problemas. Ella no puede resolverlos mágicamente, ni apelar a una instancia exterior (oráculo de Dios, revelación privada o decisión particular de un dignatario). Los hermanos deben reunirse y dialogar: sólo allí donde comparten la palabra, conforme al evangelio (misión) y para bien de todos, se revela el Espíritu. Lucas ha desarrollado este acuerdo de Jerusalén como ejemplo de autoridad, expresando para siempre el sentido de la comunión eclesial. Éste es el primero y quizá el más importante de todos los “concilios”, pues no define un dogma especial, sino la base y comunión dialogal de la iglesia. Tras el concilio de Nicea (325 d. C.), las decisiones las tomarán sólo los obispos, cosa, en cierto modo, lógica, por los cambios de estructura eclesial. Pero al principio era distinto: no se reunieron obispos, sino apóstoles y presbíteros (paradójica mezcla), con delegados de las comunidades (Antioquía) y el conjunto de la iglesia (muchedumbre de Jerusalén) (Blog de RD: “Naturaleza conciliar de la Iglesia. Mt 18 y He 15”. 07.09.08).
La Tradición Apostólica de Hipólito (s. III) transmite el principio democrático en la elección del obispo: “que se ordene como obispo a aquel que, siendo irreprochable, haya sido elegido por todo el pueblo”.
En sus orígenes, pues, la organización católica no fue monarquía absoluta ni sacralizada. En la comunidad cristiana no podía haber predominio ni sometimiento: “los gobernantes someten a sus súbditos, y los poderosos imponen su autoridad; entre vosotros, nada de eso, quien quiera ser grande hágase servidor de los demás” (Mt 20, 20-28; Mc 10, 42-45; Lc 22, 25-28). “Lavaos los pies unos a otros” (Jn 13,14), es el testamento de Jesús. La primacía que otorgó a Pedro no fue de predominio, sino de “confirmar a sus hermanos en la fe” (Lc 22,32) y “apacentar las ovejas” (Jn 21, 15-17). Confirmar en la fe y apacentar puede hacerse tras haber sido elegido democráticamente. Igualmente organizar la labor apostólica, repartir las tareas y las responsabilidades, etc. La fidelidad evangélica es la fundamental.
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