Confesión
previa: quizá soy anormal, pero no creo en las patrias. Forma parte de
mi espiritualidad que las patrias suelen ser un ídolo con el que los
humanos revestimos de virtud nuestras pasiones, como cuando llamamos
justicia a nuestra sed de ver sufrir a quien nos hizo daño. Lo cristiano
es servir y amar hasta el máximo a la comunidad en la que me encuentre.
Eso quisiera hacer y no sé si he sabido hacerlo.
Por otro lado, una Cataluña
independiente me liberaría de esa España machadiana que embiste y reza
cuando se digna usar de la cabeza. Esa España no alcanza en Cataluña más
allá del 10% mientras en el centro de la península puede acercarse al
50% y dispone de enorme poder económico y mediático, agobiante y duro de
soportar. Éste es un importante hecho diferencial.
Dicho lo anterior, tengo mis reservas sobre el modo como se está
tratando el derecho a decidir. Reservas, no de carácter político o
nacionalista, sino de tiempo y de lógica elemental.
De tiempo porque, en una España indignante con 30000 € de renta per
capita y cuatro millones de españoles que carecen de calefacción y agua
caliente en este invierno, el tema Cataluña está sirviendo (a Mas y a
Rajoy) como un Gibraltar distractivo en tiempos de Franco. ¿Acaso no
teníamos derecho a decidir sobre todos los recortes que nos impuso el
señor Mas? De lógica porque ningún derecho puede vindicarse con
contenidos nebulosos, “ingrávidos y sutiles como pompas de jabón”, que
cantaba Serrat con Machado. Un derecho reclama sujetos y contenidos bien
delimitados. Veámoslos.
1. Sujetos.- Si en una Cataluña independiente, las poblaciones con
mayoría inmigrante reclamaran el “derecho a decidir” ingresar en España
¿lo tendrían? ¿ellas solas o toda Cataluña? Esto es pura hipótesis, pero
ahora desde el resto de la península invocan también un derecho a
decidir sobre la suerte de Cataluña, que no es territorio de ultramar
sino parte de un todo: ¿tienen ese derecho? ¿en igual proporción que
Cataluña? El gran problema del aborto reside en si hay derecho a decidir
sobre algo que, aunque esté en tu cuerpo, no es tuyo como tus uñas si
quieres pintártelas, o tus pechos si quieres ponerte silicona o
vaciártelos como Angelina Jolie; en el aborto se trata de algo muy
distinto a eso y muy serio, que cuestiona el derecho a decidir. Y la
afirmación generalizada sobre el derecho a disponer del propio cuerpo es
tan neoliberal y tan derechosa como la del que esgrime el derecho a
disponer de su dinero como quiera. Tal derecho no existe porque, a
partir de un cierto límite, tu dinero ya no es tuyo aunque esté en tu
bolsillo o en tu cuenta corriente.
2.- Sujeto impreciso, derecho oscuro. Si ahora pasamos al objeto de
la decisión, mi perplejidad crece porque ese derecho viene siendo
invocado sin definir nítidamente sus contenidos. Sólo ERC lo tiene
cartesianamente claro: Catalunya independiente al precio que sea, o a
cualquier precio salvo el de la violencia (cosa muy de agradecer);
aunque sin aclarar qué tanto por cien se requeriría para esa
independencia. Teresa Forcades añade una banca nacionalizada y “no
aceptar una deuda que consideramos ilegítima, contraída para rescatar
con capital público unas entidades privadas”. Si con esa independencia
estaremos peor, si quedaremos fuera de Europa son cosas que no importan:
porque “vale más honra sin barcos que barcos sin honra”, como dijo el
otro.
Hoy tenemos ya unas preguntas que son breves pero siguen sin ser
claras. La mayoría de votantes no sabe qué es eso de “un estado”,
distinto del independiente y del “som una nació” (estado y nación no
significan lo mismo aquí que en EEUU). Tampoco se suministra al
ciudadano la información necesaria para poder decidir con libertad y
conocimiento de causa. Si la pregunta fuese: “¿desea Ud una Cataluña
independiente aun a riesgo de quedar fuera de la UE y no participar en
las decisiones del euro, pero una Cataluña más justa e igualitaria,
aunque menos rica?”, quizá yo votaría sí, sabiendo a qué atenerme.
Estoy queriendo decir que el fundamento del derecho a decidir es el
derecho a poder hacerlo, esto es: contar con suficiente información
sobre ventajas e inconvenientes, consecuencias positivas y negativas de
la decisión que nos arrogamos el derecho a tomar. Esta condición de
posibilidad no la veo respetada: porque nuestra democracia no es un
sistema de información sino de manipulación, y nuestra hora histórica no
parece hora de “seny” sino de “rauxa”: no de razonamientos serenos sino
de afectos primarios.
Ejemplos de esa “rauxa”: por un lado, Rajoy invoca su deber de
cumplir la Constitución cuando, en temas sociales (vivienda, sanidad,
pobreza, educación…), la está pisoteando desde que llegó al poder.
Mientras que, en el caso del referéndum, hay juristas que creen que
tendría una posibilidad en el artículo 92 (“decisiones políticas de
especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum…. Convocado por
el Rey mediante propuesta del presidente del Gobierno”…). Pero es
evidente que, si buscara una salida por ahí, la extrema derecha que
ahora le apoya, le defenestraría.
Por el otro lado, los independentistas que conozco lo son:
- porque creen que así vivirán mejor. Prescindiendo de lo que esto
pueda suponer de insolidaridad, me parece que eso es algo de lo que
quiere decir la expresión tan catalana de “somniar truites”. No
comprendo que profesionales de la política puedan creer que luego de la
separación podrán establecerse unas relaciones de fraternidad con España
(hasta formar una Confederación Ibérica con Portugal y Andorra) y con
el Barça y el Español jugando en la liga española…, de modo que España
es el gran enemigo antes de la separación y el gran amigo después de
ella. He vivido algún caso de parejas en que uno de los dos se cegaba y
llegaba a creer que: “ahora te voy a poner los cuernos, pero luego nos
querremos mucho”. Pues algo así.
- Otros los son para afirmar una identidad que sienten agredida.
Pueden tener su razón, pero convendría no olvidar que el gran agresor de
esa identidad es el PP. Y bien: han sido precisamente partidos
nacionalistas los que a veces han hecho posible que el PP pudiera
gobernar. Pues ese partido no tiene ningún otro con quien pactar y
(salvo casos como el de las elecciones del 2011, donde se votó sobre
todo para castigar al PSOE) nunca conseguiría por sí solo una mayoría
absoluta, dado que lleva en su seno a la extrema derecha más
recalcitrante. En situaciones normales lo más a que podría aspirar el PP
es a que le pase lo de Andalucía: que a lo mejor llega a ser la lista
más votada, pero también es la más vetada y no tiene con quien aliarse
para configurar una mayoría. No deja de ser chusco que esa alianza les
venga de partidos identitarios: quizá porque coinciden en los
presupuestos económicos.
- Otros son hoy independentistas sólo para darle una patada “en los
mismísimos” a Madrid. Esta es una decisión más de rabia que de sentido
común. Pero ha sido fomentada desde el poder, por actuaciones como ese
show pretendidamente académico de “España contra Cataluña”. Hasta
Esquerra se desmarcó de ese título digno de la mala uva de don Cristóbal
Montoro, y que elige sólo un aspecto de una realidad compleja y
convierte ese aspecto en la totalidad de esa realidad. Desconoce así
todas las quejas de personas tan respetables como Muñoz Molina contra
esos catalanes a los que antaño tanto trataron de ayudar. El seny
pediría escuchar a todos, también a los hispanos que aman a Catalunya y
antaño lucharon a favor suyo.
Así se ha llegado a la “verdad oficial” de que, al rechazar el
Estatut, España rechazó a Catalunya. Nunca se dice ni se reconoce que el
Estatut fue aprobado por el pueblo español en el parlamento. Y que el
rechazo vino más tarde, de un poder judicial, donde ya se sabe que
domina “la otra España” y que maltrata tanto a Catalunya como a otras
comunidades. Pero de haber titulado “la otra España contra Catalunya”
eso ya no daría votos. Pero ¿se trata de decidir bien, o de decidir lo
que yo quiero que decidan?…
Acabemos con un ejemplo a no olvidar, de lo que puede ser un derecho a
decidir sin objetivos claros: apelando a orgullos patrios o a “España
la primera en dar un sí a Europa”, el bueno de Zapatero nos hizo aprobar
una lamentable constitución europea que implicaba la muerte de lo más
valioso de Europa y la dictadura de esa “troika” que decide por
nosotros. Holanda y Francia lo vieron más claro (aunque tampoco les
sirvió para mucho). Bien es verdad que, como contraposición a eso, mucha
gente catalana ha encontrado en estos momentos oscuros una ilusión y
una razón para vivir en el sueño independentista. Cosa importante en
momentos tan desilusionados y tan nihilistas como los actuales. El
tiempo dirá si, también aquí, hay que aplicar el dicho aquel der “más
dura será la caída”….
Y un apéndice para obispos y clero: no apelen aquí a la moral, porque
ni la unidad de España ni una independencia tienen nada que ver con la
moral. En todo caso, la moralidad podrá estar en el modo como se la
gestiona pero no en el hecho: por ejemplo en que las iglesias se
dediquen a poner banderas, con estrella o sin ella, como si la casa de
Dios no fuera casa de oración “para todas las gentes”…
(N.B. Este artículo es la versión más válida de otro aparecido este
mes en La Vanguardia, donde tuve que abreviarlo por el límite de
espacios que me pide el periódico).
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