“Es la crisis: ¡más madera humana!”, dirían hoy los hermanos Marx.
Y si no veamos un momento. El último informe de Intermon-Oxfam del que
apenas hablaron los medios, decía que, de seguir las cosas así, costará
25 años recuperar los niveles de bienestar anteriores a la crisis y que
dentro de diez años España tendrá un 40% de pobreza porque “las
políticas de austeridad y el control férreo del déficit no han
conseguido nunca la recuperación de la economía o el retorno a una senda
de bienestar”.
Lo único sorprendente en aquel texto era
la condicional “de seguir las cosas así”. Pues ya va siendo evidente
que no se trata de probar si unos remedios funcionan, sino de seguir en
la senda por la que querían que fuésemos: provocar el shock (o
aprovecharlo) para amputar partes del organismo social que nunca podrán
recuperarse. Por eso, cada vez
que los mandamases alaban la buena conducta del gobierno, añaden que
hemos de seguir haciendo “reformas” (= robos a los débiles) porque si
no, lo hecho servirá para poco.
¿Por qué? La existencia de un estado de bienestar (estado social o
como queramos llamarlo) es incompatible con la existencia de grandes
fortunas, en un país o en el mundo en general. Y nosotros hemos elegido
lo segundo. Buen ejemplo es el desmonte tácito de un país tan rico como
Alemania, alabado además por todos los medios del sistema. En los
últimos años ha desaparecido la cogestión que era uno de los grandes
valores del sistema alemán y hacía innecesario un salario mínimo por la
presencia de sindicatos obreros en la gestión de las empresas (sólo tras las pasadas elecciones, la necesidad de pactar con SPD ha obligado a aceptar el salario mínimo).
Evaporada la cogestión, vinieron las deslocalizaciones que provocaron
un enorme descenso de salarios: porque si un puesto de trabajo costaba
en Alemania 25 €, en Polonia costaba 7 y en Túnez sólo 2. Así hemos
llegado al dato escalofriante de que Alemania (el país más rico de la
UE), es un país sin salario mínimo legal, y el tercero por las diferencias entre ricos y pobres, detrás de Bulgaria y Rumanía.
El mensaje no puede ser
más claro: si Ud. quiere ser un país “rico” ya sabe el camino: llénese
de pobres. Pobres cada vez más resignados y amordazados porque la única
alternativa que tienen a su pobreza es la miseria. Y prefieren rezar
como aquel del chiste: “Virgencita mía, que me quede como estaba”.
La meta final, a la que no sé si llegaremos, pero hacia la que
debemos caminar, la ofrece uno de los episodios más vergonzosos, y más
olvidados, de nuestra historia reciente, donde se cruzaron todas las
líneas rojas sin que se levantara ninguna voz pseudoética para decir
que aquellas atrocidades no podían quedar impunes: el pasado 24 de abril
explotó en Daca (Bangladesh) una fábrica textil en un edificio de 7
alturas de mala calidad, que emergía en unos terrenos pantanosos. No fue
el único. Bangladesh tiene más de 4000 fábricas que componen ropa para
Disney, Walmart, Tesco, Marks & Spencer, Carrefour, El Corte Inglés y
otros de esos nombres tan queridos para nosotros. Pero en los
anteriores incendios los muertos no pasaron de ocho o diez. Otro con 112
cadáveres en noviembre, tampoco sirvió como aviso. Esta vez fueron 1139
muertos, 1500 heridos y más de 3000 desaparecidos.
Por 30 € al mes durante diez horas al día y seis días a la semana,
mujeres jóvenes confeccionaban ropa para las marcas citadas. A más de 30
grados, con humedad del 90% y sin unos miserables ventiladores: porque
los costes laborales han de ser mínimos, y “si hemos de preocuparnos de
condiciones higiénicas y humanas, para eso no venimos aquí; que no crea
Ud que trasladarnos de Barcelona a Bangladesh nos sale gratis”. De hecho
la facturación textil pasó de 5000 a 20,000 millones de dólares en sólo
doce años. El FMI y Goldman Sachs (¿les suena este nombre?)
profetizaron que Bangladesh estaría pronto entre los “países
emergentes”. Varios diputados del Parlamento de Bangladesh son dueños de
una fábrica textil.
En la fábrica incendiada los materiales altamente inflamables estaban
almacenados al lado de la escalera de entrada, desafiando normas
elementales de seguridad. Las salidas de emergencia cerradas con llave
para evitar robos de mercancía. Los contratos de trabajo eran en su
mayoría orales, de modo que no hay mucho que reclamar. Cuando sonó la
primera alarma el capataz obligó a las muchachas a seguir trabajando,
diciéndoles que era sólo un ejercicio táctico. Hasta ahora no ha habido
imputados: el tiempo cura muchas cosas él solo, como muy bien sabe
Rajoy.
Y algo de eso es lo que nos espera de seguir así las cosas. Los
gobiernos podrán presentar cifras espectaculares de crecimiento
económico, aunque sin decirnos que el crecimiento en dólares es
directamente proporcional al crecimiento en muertos. Total ¿qué son cien
o doscientos cadáveres, si en el mundo hay más de siete mil millones de
seres humanos y además nos hemos de morir de todas maneras?
No digamos pues que “de seguir así las cosas”… Es que las cosas han de seguir así. “Es la guerra. ¡Más madera humana!”.
(N.B. Los datos del artículo están tomados de El País domingo (16.06.13) y de Le Monde diplomatique, (junio 2013).
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