Son
conocidas las muchas innovaciones que el Papa Francisco, el obispo de
Roma como le gusta que le llamen, ha introducido en los hábitos papales y
en el estilo de presidir la Iglesia, en la ternura, la comprensión, el
diálogo y la compasión. No son pocos los que están perplejos, porque
estaban acostumbrados al estilo clásico de los papas, olvidando que es
un estilo heredado de los emperadores romanos paganos, desde el nombre
de «Papa» a esa capa sobre los hombros ricamente adornada, la muceta,
símbolo el poder imperial absoluto, rechazada rápidamente por Francisco.
Hay que recordar una vez más que
el actual Papa viene de la periferia de la Iglesia central europea.
Tiene otra experiencia eclesial, con nuevas costumbres y otra forma de
sentir el mundo con sus contradicciones. Conscientemente lo ha expresado
en su larga entrevista a la revista jesuita Civiltà Católica: «Las
Iglesias jóvenes desarrollan una síntesis de fe, cultura y vida en
devenir, y por lo tanto diferente de la desarrollada por las Iglesias
más antiguas». Éstas, no están marcadas por el cambio sino por la
estabilidad y les cuesta incorporar nuevos elementos provenientes de la
cultura moderna secular y democrática.
Aquí el Papa Francisco hace hincapié en la diferencia. Tiene
conciencia que viene de otra manera de ser Iglesia, madurada en el
Tercer Mundo. Este se caracteriza por profundas injusticias sociales,
por el número absurdo de favelas que rodean casi todas las ciudades,
por las culturas autóctonas siempre despreciadas y por el legado de la
esclavitud de los afrodescendientes, sometidos a grandes
discriminaciones. La Iglesia entiende que, además de su misión religiosa
específica, no puede eludir una misión social urgente: ponerse del lado
de los débiles y de los oprimidos y luchar por su liberación. En varias
reuniones los obispos continentales de América Latina y del Caribe (CELAM) maduraron la opción preferencial por los pobres contra su pobreza y la evangelización liberadora.
El Papa Francisco viene de este caldo eclesial y cultural. Aquí,
estas opciones con sus reflexiones teológicas, con su forma de vivir la
fe en redes de comunidades y con celebraciones que incorporan el estilo
popular de orar a Dios, son cosas evidentes. Pero no lo son para los cristianos de la vieja cristiandad europea, llena de tradiciones, teologías, catedrales y un sentido del mundo
impregnado de la cultura greco-romana- germánica en la articulación del
mensaje cristiano. El Papa por venir de una Iglesia que dio centralidad
a los pobres visitó primero a los primeros refugiados en la isla de
Lampedusa, a continuación, en el centro de los jesuitas en Roma y luego a
los desempleados en Córcega. Es natural para él, pero es casi un
«escándalo» para la curia y sin precedentes para otros cristianos
europeos. La opción por los pobres reafirmada por los últimos Papas era
sólo retórica y conceptual. No había un encuentro real con los pobres y
los que sufren. Francisco hace exactamente lo contrario: el anuncio es
práctica afectiva y efectiva.
Tal vez estas palabras de
Francisco aclaren su manera de vivir y de ver la misión de la Iglesia:
«Veo la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla. Es
inútil ponerse a preguntar a un herido de gravedad si tiene el
colesterol y la glucosa altos. Primero hay que curar las heridas, luego
se puede hablar de lo demás». «La Iglesia –continúa– a veces se cierra
en las pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Lo más importante, más
bien, es el anuncio primero: “Jesús te salvó”. Por eso, los ministros de
la Iglesia, en primer lugar, deben ser ministros de la misericordia y
las reformas estructurales y de organización son secundarias, es decir,
vienen después, por tanto la primera reforma debe ser la de la actitud».
Los ministros del Evangelio deben ser capaces de calentar los corazones
de las personas, caminando con ellas en la noche, saber dialogar y
también entrar en la noche de ellas, en su oscuridad sin perderse». «El
pueblo de Dios –concluye– quiere pastores y no funcionarios o clérigos
de Estado». En Brasil, hablando a los obispos de América Latina les
pidió hacer la «revolución de la ternura».
La centralidad, por lo tanto, no está ocupada por la doctrina y la
disciplina, tan dominantes en los últimos tiempos, sino por la persona
humana y en sus búsquedas e indagaciones, sea o no sea creyente, como lo
demostró en el diálogo con el ex editor del diario romano La
Repubblica, Eugenio Scalfari, una persona no creyente. Son nuevos aires
que soplan desde las nuevas iglesias periféricas aireando toda la
Iglesia. La primavera realmente está llegando, llena de promesas.
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