El padre Julio Lancelotti no entendería su vida sin su convivencia con los sin techo, hasta el punto de decir que "a mi identidad le faltaría una parte importante". Aunque se encuentra dentro del grupo de riesgo, tiene 71 años, la pandemia no le ha impedido estar presente en medio de una población que ha aumentado exponencialmente en los últimos meses en el Brasil. Antes de la pandemia, ya había aumentado en un 50 por ciento.
En Brasil existe "toda una política que llamaríamos necrófila", según el padre Lancelotti, algo que denunciaron los obispos en la Carta al Pueblo de Dios y que apoyaron más de 1.500 sacerdotes en una carta que dice haber firmado, ante "la calamidad que estamos viviendo, como dice la carta, de una economía que mata". Ante esto, la Iglesia debe mostrar "la cercanía a los que sufren, la superación de todo tipo de discriminación y prejuicios, la convivencia con las personas más sencillas y pobres, la gratuidad y el principio de misericordia, defendido y explicitado por Jon Sobrino".
Hoy en día en el Brasil, "la religión se utiliza para dominar al pueblo, el discurso religioso se utiliza para justificar la opresión", subraya el Padre Júlio Lancelotti, que considera fundamental la presencia de la Iglesia entre los grupos más marginados de la sociedad. Ante la situación de la Amazonía, cada vez más amenazada, afirma que "Brasil no tiene futuro, ni en América Latina ni en el mundo, sin los pueblos de la Amazonía. Y la Iglesia, tampoco tiene futuro si no es servidora de los pueblos de la Amazonía".
Hablando de la formación de los seminaristas, el padre Lancelotti insiste en que "no podemos continuar una formación del clero desconectada de la vida del pueblo, desconectada de la misión de la Iglesia, desconectada del Evangelio”. En cuanto al futuro, el camino está en la Evangelii Gaudium, también en el Concilio Vaticano II y en los documentos de la Iglesia Latinoamericana.
¿Cómo definiría el momento actual que se está viviendo en Brasil?
Estamos viviendo una emergencia sanitaria sin precedentes, estamos viviendo una situación social muy grave, una situación económica y política, también muy grave. Estamos en un momento en que, además de la emergencia sanitaria, Brasil está muy enfermo. Vivimos el vertiginoso aumento del desempleo, el aumento de los sin techo, y toda una política que llamaríamos necrófila.
Recientemente, 152 obispos brasileños escribieron una Carta al Pueblo de Dios, que luego parece haber sido firmada por más obispos, y fue apoyada por más de 1.500 sacerdotes, congregaciones religiosas, laicos y laicas, ¿qué representa esta carta en la situación actual?
También firmé la carta de apoyo de los sacerdotes, y creo que esta carta significa una posición de parte del episcopado, una posición de parte de la Iglesia frente a esta calamidad que estamos viviendo, como dice la carta, de una economía que mata.
Después de tanto tiempo trabajando con los sin techo, ¿qué representan ellos en su vida como sacerdote?
Son hijos, hermanos, maestros, amigos, personas que forman parte de mi vida, así como los feligreses de la parroquia donde estoy, las personas con las que vivo, también forman parte de mi convivencia. No me entendería a mí mismo sin vivir con la gente de la calle, me faltaría una parte importante de mi identidad. Son parte de mi identidad, de mi camino, de mi ministerio.
Esta pandemia que estamos viviendo, ¿qué ha representado en la vida de los sin techo, especialmente en São Paulo, donde usted trabaja y vive?
Hay un aumento muy grande, los sin techo antes de la pandemia ya habían aumentado un 50 por ciento en São Paulo. Aumentan en todas las ciudades brasileñas, y con la pandemia, sus vidas se han vuelto aún más difíciles, porque no encuentran trabajo, hay un número muy grande de jóvenes, hay un número de personas que están yendo y viniendo por Brasil en busca de respuestas. Quien vive en la calle está siendo muy afectado, tuvo muchas dificultades para acceder a la ayuda de emergencia, muchos no los consiguieron.
Es un grupo con muchos problemas y que representa a varios segmentos de la población brasileña, hay muchas personas que han pasado por el sistema penitenciario, muchas personas que vienen de otros estados, muchas personas que vienen de la tierra, que están desempleadas, negros, aumenta el número de mujeres. Son una señal, un síntoma de la necrofilia que está matando a nuestro pueblo.
El Papa Francisco comenzó su pontificado diciendo que le gustaría una Iglesia pobre para los pobres, instituyó el Día Mundial de los Pobres, creó programas de atención a los pobres y a la gente que vive en las calles de Roma. Aun así, esta postura parece tener resistencia dentro de la Iglesia, incluso dentro de la jerarquía. ¿Cuáles son las causas de estas resistencias?
Una de las causas puede ser la nostalgia de la Cristiandad, el apego al poder. También creo que el permanecer sordos a las llamadas del Evangelio, porque lo que pide el Papa Francisco no es nuevo. Lo que pide el Papa Francisco, una Iglesia pobre para los pobres, ya fue pedido por San Juan XXIII en el Concilio Vaticano II, y ya ha sido pedido por los Padres de la Iglesia, como San Juan Crisóstomo, Eusebio de Cesarea, los Pades de la Iglesia piden una Iglesia pobre para los pobres. San Francisco de Asís lo pide y vive así.
Siempre es un gran esfuerzo volver a las comunidades primitivas, a las comunidades y a Jesús de Nazaret en el mundo de hoy, una Iglesia para los pobres. Como nos recuerda, y esto es importante para aquellos que siguen siendo nostálgicos de la Cristiandad, el propio Papa Benedicto XVI, en la apertura de la Conferencia Episcopal en Aparecida, dice que la opción por los pobres está intrínsecamente ligada a la cristología católica. Así que no hay forma de entender el catolicismo, el cristianismo, sin la opción por los pobres.
En esta semana la Iglesia celebra la fiesta de San Juan María Vianney, patrón del clero y visto por la Iglesia como un camino de santidad para los ministros ordenados. En su opinión, ¿qué hace que un ministro ordenado hoy en día esté en el camino de la santidad?
Este concepto de santidad ha sido a menudo distorsionado. Incluso mirando a San Juan María Vianney, vivió pobremente, en un lugar muy pobre y conectado con gente muy pobre. Fue muy rechazado por el clero, por la Iglesia jerárquica de su tiempo, no era una persona que tuviera éxito entre el clero, ni estaba bien considerado. Precisamente por eso fue a Ars, que era una ciudad que no tenía ningún sentido.
Era una persona extremadamente sencilla, extremadamente pobre, extremamente preocupada con la gente. Muchos se olvidan del San Juan María Vianney entre los pobres y de la vida que llevó. Lo que lleva a la santidad es el seguimiento de Jesús.
Se podría decir que usted es alguien que ha encarnado lo que el Papa Francisco llama la Iglesia en salida, presente en las periferias geográficas y existenciales. ¿Qué pasos debe dar la Iglesia para asumir esta propuesta del Papa Francisco?
Creo que la cercanía a los que sufren, la superación de todo tipo de discriminación y prejuicios, la convivencia con los más sencillos, los más pobres, la gratuidad y el principio misericordia, defendidos y explicados por Jon Sobrino. El principio misericordia, no es simplemente la misericordia, es el principio misericordia de Jon Sobrino. La lucha del pueblo, estar juntos y aliados en la lucha de los pueblos indígenas, quilombolas, comunidades ancestrales, cultura popular, grupos que son marginados y sufren prejuicios, como el grupo LGBTI+, personas discapacitadas, ancianos, enfermos.
Estar con ellos, ir a su encuentro, descentralizarse del clericalismo, estar cerca de estas personas, formar con ellos, alrededor de la Palabra, una comunidad que celebre la Eucaristía, no desde un clericalismo, sino desde una humanización de la vida. La gran cuestión para nosotros hoy es la humanización de la vida, la conversación con otros grupos religiosos, y también lo he subrayado mucho, los grupos que no son religiosos, los que no tienen religión, porque la solidaridad no es una dimensión religiosa, es una dimensión humana.
No podemos privatizar la solidaridad como una dimensión de las religiones, porque hoy en día, explícitamente en Brasil, se utiliza la religión para dominar al pueblo, se utiliza un discurso religioso para justificar la opresión. Necesitamos priorizar la humanización de la vida, en la defensa de las mujeres, en la defensa de los marginados y discriminados, como la comunidad LGBTI+, los pueblos indígenas, los grupos negros. Estos grupos, si no nos reconocen y caminamos con ellos, no somos una Iglesia en salida.
En su reflexión usted aborda algunos de los temas muy presentes en el proceso del Sínodo para la Amazonía, momento en el que la Iglesia estableció una alianza formal en la defensa de la Amazonía y de los pueblos de la Amazonía. El cardenal Claudio Hummes dice que el clamor de los pobres y el clamor de la tierra es el mismo. Para alguien que vive fuera de la Amazonía, ¿qué significa o puede significar para el futuro el proceso vivido en el Sínodo para la Amazonía?
Tenemos que tener estas causas en nuestra mente, no podemos pensar en nosotros sin pensar en la Amazonía, Brasil no tiene identidad sin los pueblos de la Amazonía, la historia de Brasil es incomprensible sin los pueblos de la Amazonía, y Brasil no tiene futuro, ni América Latina, ni el mundo, sin los pueblos de la Amazonía. Y la Iglesia, tampoco tiene futuro si no es servidora de los pueblos de la Amazonía. Creo que la exhortación post-sinodal Querida Amazonía es muy importante para que se incorpore. No vivimos en la Amazonía, pero vivimos con la Amazonía y vivimos para la Amazonía. No estoy geográficamente allí, pero la Amazonía está conmigo.
Uno de los debates más presentes en la Iglesia es la formación de los futuros sacerdotes, donde no siempre está presente la dimensión de una Iglesia encarnada entre los más pobres. ¿Qué repercusiones tiene y puede tener esto en el futuro de la Iglesia?
Sería catastrófico, sería una Iglesia alienada, divorciada de la lucha y la vida del pueblo. Creo que esto es muy grave, porque conduce a una distorsión, que incluso trastorna la salud mental de las personas. El fanatismo es un desorden, este fanatismo que está presente en el neo-pentecostalismo, también dentro de la Iglesia Católica, es patológico, no es saludable. No trae humanización, es moralista, individualista, es impositivo. Tiene lazos muy fuertes que justifican el fascismo, justifican la discriminación, el prejuicio.
Todos estos puntos, son extremadamente patológicos, muestran a una persona que no tiene armonía, ni con la vida, ni con el mundo, ni consigo mismo. Creo que no podemos continuar una formación del clero desconectada de la vida de la gente, desconectada de la misión de la Iglesia, desconectada del Evangelio. Hace unos días celebramos el aniversario de la publicación de Ecclesiam Suam, por el Papa Pablo VI, así que tenemos que defender lo que el mismo Pablo VI defendía, la inculturación de la fe. Lo que estamos viendo es sacar la fe, queriendo sacar la vida cristiana de sus raíces, de su tierra, y eso mata. Una religión sin raíces en la cultura, en la vida, en el continente en el que se encuentra, en la situación en la que se encuentra, se vuelve tremendamente alienada, elitista y justifica la opresión.
La pandemia ha presentado grandes desafíos para la sociedad y para la Iglesia. Pensando en el futuro, ¿cuáles deberían ser las nuevas actitudes a tomar?
Evangelii Gaudium nos lo señala, el propio Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla, incluso Aparecida, Santo Domingo, todas estas conferencias latinoamericanas, especialmente Medellín y Puebla. No podemos olvidar todo el camino que hemos recorrido, y no podemos olvidar el Magisterio de la Iglesia. Se predica tanto la fidelidad al Magisterio de la Iglesia y no vivimos lo que el Papa Francisco puso en la Evangelii Gaudium, que es su programa de pontificado, que es su programa de Alegría del Evangelio vivido con la gente. No hay otra salida que esta.
Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil
No hay comentarios:
Publicar un comentario