Juan José Tamayo
Redes Cristianas
Continúo con la reflexión del artículo anterior sobre “Filosofía y teología, en diálogo” intentando responder a la pregunta ¿Qué aporta la filosofía al conocimiento humano? Muy en síntesis, empezando por su etimología, su principal aportación es el “amor a la sabiduría”, al conocimiento, sin interés comercial o crematístico, ajeno a todo carácter venal. Yendo un poco más allá de la etimología, la filosofía constituye una norma adecuada para la acción, es arte de la vida bajo la guía de la razón, desvelamiento de las contradicciones de las apariencias, investigación de las últimas causas y de los principios de las cosas.
Filosofía y religión pueden caer en el dogmatismo. Sin duda. Yo creo que el lema de la Ilustración formulado por Kant, Sapere aude (“atrévete a pensar”), es el mejor antídoto contra el dogmatismo en todos los campos del saber y del quehacer humano, y muy especialmente en el terreno de las religiones, sobre todo las monoteístas, que creen en un solo y único Dios universal, que revela su voluntad recogida en un texto sagrado convertido en Palabra de Dios y se traduce en definiciones dogmáticas a las que el creyente debe prestar su adhesión mental, aun sin comprenderla, y sin posibilidad de interpretación. Esa es la derivación de las religiones en fundamentalismo.
“El símbolo da que pensar”, afirma el filósofo francés Paul Ricoeur en la conclusión de su emblemática obra Finitud y culpabilidad (prólogo de José Luis L. Aranguren, Taurus, Madrid, 1969, 699-713). Y yo añado: el dogmatismo bloquea toda posibilidad de pensar y convierte la fe religiosa en un acto fideísta, a veces contrario a la razón. La superación del dogmatismo en las religiones se logra a través de la hermenéutica, herramienta común a las ciencias sociales, las ciencias de las religiones, la filosofía y la teología.
Durante su presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1982-2005) y durante su pontificado (2005-2013), el cardenal Ratzinger no cesaba de hablar de la “dictadura del relativismo” para criticar la Modernidad. Y lo hacía desde el dogmatismo católico convencido de tener la verdad completa y absoluta. Yo prefiero hablar de la dictadura del dogma y recordar los versos de Antonio Machado frente a todo dogmatismo: “¿Tu verdad? No. La verdad. Y vamos a buscar juntos. La tuya guárdatela”.
Creo con Bertrand Russell que “lo que el mundo necesita no es fe ni dogma, sino justicia, razón y una actitud de cuestionamiento científico, combinada con la convicción de que la tortura de millones de personas no es deseable, sea infligida por Stalin, Hitler o por una deidad construida a imagen y semejanza del creyente”. Ciertamente, las religiones también matan y sus dioses ordenan matar en su nombre. Corruptio optimi pessma!
En una de las lúcidas viñetas del humorista el Roto en EL PAÍS, aparecía el dios anciano de la barba blanca pensativo y hablando de esta guisa: “A la vista de las guerras que se declaran en mi nombre, he decidido darme de baja de todas las religiones”. Esa danza de la muerte de las religiones y de los dioses debe terminar y dar paso a una apuesta por la vida, sobre todo de quienes la tienen más amenazada. Las religiones defienden la vida, es verdad, pero sobre todo antes del nacimiento –del no nacido- y después de la muerte –la vida eterna-.
Uno de los momentos intelectualmente más fecundos de las relaciones entre filosofía y religión es la filosofía de la religión, que reflexiona sobre la racionalidad o no de las creencias y las afirmaciones religiosas. Un paso más es la crítica moderna de la religión, que, a su manera, es también filosofía crítica de la religión y ejerce una función terapéutica de esta al llamar la atención sobre las perversiones en las que caen frecuentemente las religiones tanto en la teoría como en la práctica: irracionalismo, fideísmo, intolerancia, dogmatismo, fanatismo, alienación mental, fomento de la conciencia mágica, etc.
Para terminar, quiero referirme a una de las funciones irrenunciables de la filosofía, de la teología y de las ciencias sociales: su carácter crítico. A la filosofía le corresponde ser teoría crítica de la razón pura y de la razón instrumental; a la teología, ser teoría crítica de los fundamentalismos, dogmatismos e integrismos religiosos; a las ciencias sociales, ser teoría crítica de la sociedad evanescente.
La crítica en las tres disciplinas debe dirigirse también al patriarcado como sistema de dominación sobre las mujeres, los niños, las niñas y los sectores más vulnerables; sistema de dominación basado en la masculinidad hegemónica. En otras palabras, debe llevar a cabo una crítica y autocrítica feministas, ya que sus discursos suelen ser, consciente o inconscientemente, sexistas y androcéntricos. Creo que a las ciencias sociales y a la teología les es aplicable lo que afirma del discurso filosófico Cèlia Amorós:
“Ciertamente no puede decirse sin más puntualizaciones que sea el varón el sujeto del discurso filosófico, pero sí que el discurso filosófico es un discurso patriarcal (subrayado mío), elaborado desde la perspectiva privilegiada a la vez que distorsionada del varón, y que toma al varón como su destinatario en la medida en que es identificado como el género en su capacidad de elevarse a la autoconciencia”.
“Ciertamente no puede decirse sin más puntualizaciones que sea el varón el sujeto del discurso filosófico, pero sí que el discurso filosófico es un discurso patriarcal (subrayado mío), elaborado desde la perspectiva privilegiada a la vez que distorsionada del varón, y que toma al varón como su destinatario en la medida en que es identificado como el género en su capacidad de elevarse a la autoconciencia”.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, Universidad Carlos III de Madrid. Sus últimas obras son: La utopía, motor de la historia, Fundación Ramón Areces, Madrid, 2017 (director y coautor); Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, 2017); ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías? (Biblioteca Nueva, 2018); Dom Paulo. Testemunhos e memórias sobre o Cardeal dos Pobres, Paulinas, Säo Paulo, 2018 (codirector y coautor con Agenor Brighenti).
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