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miércoles, 20 de noviembre de 2024

HUMILDES ANTE LA VERDAD XXXIV Domingo del TO 24 de noviembre Jn 18, 33-37

 

fe adulta

Cuando, en nuestra ignorancia, identificamos la verdad con un concepto o una creencia, llegamos al absurdo de pensar que ser “testigos de la verdad” significa defender de manera tajante nuestra propia postura, en la creencia -autojustificadora e incluso autocomplaciente- de que estamos defendiendo la verdad. En este error de partida es donde encuentran asiento todas las actitudes dogmáticas, fundamentalistas y fanáticas, típicas de quienes se creen en posesión de la verdad. De ahí, el conocido dicho: «Admira a quien busca la verdad y huye de quien dice tenerla».

La verdad nunca puede ser poseída. Lo que poseemos son solo constructos mentales, con frecuencia -aunque sea de manera inconsciente- hechos a nuestra propia medida. Poseemos ideas, creencias, convicciones…, creaciones y proyecciones de nuestra propia mente, según lo que hemos ido recibiendo de otros; en definitiva, conocimientos de segunda mano.

La verdad no solo no se deja atrapar, sino que nos desnuda de todas nuestras pretensiones. Esa es la razón por la que siempre lleva de la mano a la humildad, según el conocido y acertado dicho de Teresa de Jesús: “Humildad es caminar en verdad”.

La verdad nos desnuda porque cuestiona de manera radical todas nuestras construcciones mentales, pone en duda nuestras aparentes seguridades, provoca el silencio de la mente y nos introduce en la sabiduría del “no-saber”, tal como expresó, de forma bella y poética, Juan de la Cruz: “Entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo”. O como expresara otro gran místico, el turolense Miguel de Molinos, en el siglo XVII: “El vacío, el no-saber, el silencio interior constituyen las bases y cimientos de esta sabiduría de íntimas proporciones”.

La verdad no es algo que nuestra mente puede elaborar -todo lo que sale de la mente, sin excepción, son solo “mapas”-. Y la verdad, de entrada, no tiene que ver con mapas ni conceptos, que conducen al enfrentamiento y, llegado el caso, a la aniquilación de quien no comparte las propias creencias. La verdad es una con la realidad. Nada queda fuera de ella. Escapa a la mente que, incapaz de atrapar la realidad total, se ve abocada a permanecer en el lúcido “no-saber”; la verdad no puede ser pensada, sino vivida. Quien piensa la verdad, corre el riesgo de volverse fanático. Quien la vive, es humilde.

 

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