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jueves, 14 de junio de 2018

El silencio necesario

Gabriel Mª Otalora
Redes Cristianas

Se ha generalizado la opinión de que el silencio es una ausencia, la mera falta de palabras; todo lo más, su papel estelar llega cuando entra el sueño y nos dormimos. Pero una vez despiertos y conscientes, apenas le damos más valor que el de ser espacio necesario entre dos conversaciones. Hemos descuidado escuchar al otro cuando tiene algo que decir como un acto de respeto e interés por nuestro interlocutor; lo hacemos frecuentemente con quienes más queremos, incluso cuando rezamos. No hay actitud oracional si no partimos de una voluntad de escucha.
Sentimos el silencio como algo cercano a la soledad no querida. Para Raimon Panikkar, es una enfermedad del hombre moderno que él llama “sigefobia” o el desasosiego de quedarnos a solas con uno mismo, lo cual nos produce un vacío que con unos límites preocupantes. Incluso estando rodeados de mucha gente podemos tener miedo a la soledad. Y para combatirlo nos hemos ido al otro extremo, a la sociedad del ruido con la necesidad socializada de tener siempre algo conectado para no vivir el silencio: la tele, la radio, música… Las nuevas tecnologías han estirado las posibilidades hasta que si no tenemos con quien hablar, podemos enchufarnos a sonidos en cualquier momento del día, incluso cuando estamos por la calle o en el gimnasio.
No nacemos con la necesidad de rumor continuo que nos hemos creado, lo hemos aprendido, es cultural, no genético. Empezamos temiendo al silencio pero ahora vivimos en la necesidad del ruido convertido en un problema agravado por el consumismo de la industria de las apps: chats, Instagram, Facebook, Twitter, etc. Abusamos de todo eso para no sentirnos solos sin pensar de donde nace la soledad. Incluso la lectura ha sido desplazada como actividad para sentirse a gusto con uno mismo. A todo esto, hay que añadir el incremento de ruido puro y duro en la calle, las obras, el tráfico, las bocinas… Existimos en medio del ruido acústico, visual y mental. Demasiada concentración bullendo simultáneamente y llegando por demasiados canales. El miedo al silencio nos ha empobrecido la comunicación también en nuestra relación con Dios.
El resultado no es el deseado, ya que todo el ruido que generan las redes sociales hace que la gente se sienta igual de sola, más inquieta y frustrada mientras el ruido existencial va a más. Gran parte de las experiencias de los jóvenes, están mediadas por la tecnología, y no son pocos los que, ellos también, se sienten incapaces de de soportar el silencio; no saben vivir el silencio creativo, necesitan ruido constante a su alrededor.
En el mejor de los casos, el silencio es un lujo costoso. Pero como buen desierto, el silencio tiene sus oasis. En uno de ellos, se encuentra el escritor y sacerdote, Pablo D’Ors, autor de Biografía del silencio (Siruela), libro con más de 120.000 ejemplares vendidos. Parece que hay sed de cambio, de silencio querido para serenar la mente y, no menos importante, necesario para estimular la creatividad: las mejores ideas vienen cuando desconectamos en silencio. D’Ors está convencido de que lo más ruido genera es el teléfono móvil, el símbolo social que nos proporciona la ficción de estar comunicados como la manera mejor para ocultar la soledad. D’Ors apunta que el 99% de los mensajes que nos enviamos por Whats­App no tienen contenido, “son puros inputs de autoafirmación personal, por eso tienen tanto éxito”, a lo que hay que sumar el ruido de las redes sociales, infladas de pretendidos “amigos”.
Es cierto que a menudo las palabras sobran, pero el silencio es contracultural, no está socializado su buen uso ni siquiera por educación en la escucha Es preciso viajar a otros oasis, como las sesiones de yoga, meditación en retiros y actividades similares. Aunque todos los extremos son malos, de lo que adolecemos socialmente es de silencio enriquecedor. Y por salud mental deberíamos tomar conciencia de la necesidad de aprender a construirlo. El silencio como espacio entre dos pensamientos puede llegar a ser mucho más que ausencia de ruido

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