Una misa sin incienso, pero con el llanto del dolor compartido de las víctimas
María José Torres: “Dios tiene entrañas de madre y se conmueve por sus hijos más malditos”
“La parábola del samaritano tiene consecuencias ético-políticas”, dice la teóloga María José Torres, que, además, reivindica al “Dios que tiene entrañas de madre”. Y, casi como en un eco, se suma a su propuesta Joaquín García Roca, que concreta esas consecuencias en la “lucha por una ciudadanía laica e implicada con las víctimas”.
María José Torres: “Dios tiene entrañas de madre y se conmueve por sus hijos más malditos”
“La parábola del samaritano tiene consecuencias ético-políticas”, dice la teóloga María José Torres, que, además, reivindica al “Dios que tiene entrañas de madre”. Y, casi como en un eco, se suma a su propuesta Joaquín García Roca, que concreta esas consecuencias en la “lucha por una ciudadanía laica e implicada con las víctimas”.
Sesión doble de ponencias en el segundo día de la XVI Semana andaluza de Teología. Por la mañana, María José Torres, religiosa apostólica del Corazón de Jesús, pronunció la conferencia titulada “Cuando la víctima se hace prójimo”. Y, por la tarde, Joaquín García Roca, hizo lo propio sobre “Ciudadanía plural, laicidad y ética compasiva”.
La religiosa madrileña comenzó reivindicando la íntima unión entre el amor a Dios y al prójimo. Porque, “lo más plenamente humano es lo más plenamente divino” y “practicar la justicia es introducirnos en Dios”, porque “la fe y la justicia son dos caras de la misma moneda”. De ahí que, a su juicio, “la principal causa de la crisis de Dios consista en que le hemos separado de las víctimas”.
Y es que, según la teóloga, “el cristianismo actual es una religión obsesionada por el pecado, en la que la moral sexual ha pasado a ocupar el lugar central, que se ha desplazado de la dignidad humana a la moral sexual y al pecado”.
Para volver a las raíces creyentes, Torres reivindica “la compasión como señal de identidad de lo humano y de lo divino”, porque “parecerse a Dios no es ser intachable, sino ser y actuar compasivamente”.
En este sentido aseguró que “Dios tiene entrañas de madre y se conmueve por sus hijos más malditos y más víctimas. Y no porque lo merezcan, sino por su situación de debilidad y de sufrimiento injusto”.
Para seguir a Dios es necesario, pues, “acompañar ese sufrimiento e incidir en las causas, para que no se repita, porque la compasión tiene repercusiones sociales y políticas; de lo contrario, se convierte en lástima, que es tosca y carroñera, porque no reconoce la dignidad del otro y se alimenta de su dolor”.
La religiosa invitaba, precisamente por eso, a que nuestra compasión esté “transida de indignación ética, porque no hay compasión sin justicia”. De ahí que apueste por el modelo compasivo del cuidado, que debería salir “del armario de la vida doméstica”. No en vano, el Corán llama a Dios con el nombre de “El que cuida”.
Ximo García Roca, cura “in partibus infidelium”
El sociólogo y teólogo valenciano, cura “in partibus infidelium”, Joaquín García Roca introdujo su ponencia con la bella figura del “naufragio colectivo” en el que estamos sumidos. Un naufragio con sus señales, sus brújulas y sus interrelaciones, y sus tres salvavidas: la ciudadanía, la laicidad y una nueva ética común y compartida.
Insistió García Roca en la construcción de la ciudadanía, “uno de los procesos más potentes que ha vivido la humanidad”. Con una primera generación de derechos “hijos de la libertad”; una segunda generación, con derechos hijos de la igualdad, y una tercera, en la que los derechos fueron y son hijos de la solidaridad.
“Conquistas duras todas ellas, porque todos esos derechos los hemos ganado. No han sido derechos regalados. Los hemos conquistado con muchas resistencias que tuvimos que vencer”. De ahí que los católicos y los laicos tengamos que unirnos en su defensa. Y no hacer lo que hacen algunos católicos que suspiran por volver a la beneficencia o algunos laicos que hablan del capitalismo compasivo.
A su juicio, ante el ataque a todos estos derechos, “no sólo tenemos que reaccionar, sino dar un paso más y adjetivar la ciudadanía como inclusiva, mundial y multidimensional”. Es decir, “desterritorializar la ciudadanía” y mundializarla y convertirla en algo multidimensional, luchando contra “la ideología de la condicionabilidad de los derechos al mérito” y de a generalización.
A continuación pasó a exponer “el difícil camino hacia la laicidad”, que pasa por “el arte de la diferenciación, la era de la interpretación, el espacio público, el universo de la diversidad y la lucha por una laicidad pos-burguesa e intercultural”.
De ahí que advirtiese contra la afición del catolicismo a exhibir sus monopolios. “Al escuchar hablar al portavoz de la CEE o al cardenal de Madrid parece como si tuviesen el monopolio de la ley natural, de la razón y de la moral”.
Y, por último, García Roca subrayó la importancia de avanzar hacia una ética común compartida. Es decir, “Dios todo en todos”, como argumentaba San Pablo o, como sostiene l ética civil, que “pertenecemos a la misma familia humana”. Es decir, se trata de “construir una casa común, aunque los fundamentalistas de ambos bandos lo vean como un atentado a la propia identidad y una invitación al relativismo”.
Para el teólogo y sociólogo valenciano, esta ética común “tiene que gravitar sobre “el reconocimiento de la dignidad, que es el mayor signo de los tiempos”. Y remachó: “Tenemos que subirnos a la ola de la dignidad y de la sacralidad de la vida humana, sin caer en abstracciones y sin que nos interese más la vida que los vivientes”.
Para conseguirlo, García Roca propuso a los creyentes “recuperar el Cristo de la ternura y de la dulzura, porque nos tiene que interesar no sólo la justicia, sino también la amabilidad y la bondad, dejándonos invadir por la aventura de la vida que crece por cualquier rendija”.
Y, en el turno de preguntas, añadió una invitación más a “construir comunidades cristianas cálidas, más allá del sistema eclesiástico que hace que vivamos hoy la pertenencia en el exilio, por la falta de reconocimiento de los derechos humanos más elementales en el seno de la Iglesia”.
Comunidades cálidas y esperanza. Porque, como dice Neruda, “cada noche creo en el día”. Y los aplausos insonoros volvieron a poblar el salón de la asamblea.
Un eucaristía-banquete de fraternidad
La eucaristía fue uno de los momentos fuertes de la Semana. Como suele serlo siempre en este tipo de encuentros de creyentes que se alimentan de la Palabra y del compromiso. Una misa sencilla, festiva, alegre, de hermanos que se reúnen para compartir la vida y depositar en las manos de Cristo los llantos del mundo. De hecho, comenzó con una bienvenida fraterna y un momento de silencio, para poner rostros y nombres ” a los caídos en el camino de la vida”.
Una misa preparada por la comunidad de El Puerto. Sin cirios ni incienso, pero con las lágrimas y el llanto del dolor compartido de las víctimas de la crisis y del sistema. Un misa sin vestiduras ni altares, sin casullas ni corporales, pero con los adornos de la entrega samaritana. Un misa de hermanos.
En la presidencia de la mesa, colocada al mismo nivel de la gente, Juan Masía, José Arregui, Pepa Torres y Ximo García Roca, junto a representantes de las comunidades y gente del común de mártires. Una misa sin homilías pomposas, pero con comentarios compartidos que brotan del alma y se hacen siembra compartida. Comentarios como éstos, tras la lectura de la parábola del Samaritano:
“Sólo los heridos comprenden al sanador herido. Cristo recibió la esperanza de Simón de Cirene”.
“La parábola del samaritano hoy es la de los inmigrantes subsaharianos, que buscan su sueño en el supuesto paraíso del Norte, a riesgo de dejarse la vida en el desierto, en la valla de Ceuta o en la patera”.
“La parábola es una exhortación a la misericordia y a la denuncia. Jesús no habla de los personajes como el levita o el sacerdote por casualidad. Y asegura que el prójimo no es el representante de la religión, sino el de la disidencia, de la marginación y de la exclusión”, dijo desde su silla la voz inconfundible de José María Castillo, el pensador de la Iglesia de base, que estuvo en la Semana como un simple participante.
“Mi prójimo no es sólo el que merece mi ayuda, sino también el que merece ser denunciado porque da un rodeo y deja las cosas como están”.
Una mujer cita una estrofa de una canción de Fito Páez: “No digan que todo está perdido. Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Y de los “suspiros” del alma, a la mesa de la fraternidad. Con una bella plegaria eucarística, leída por los que estaban en la mesa. Con alabanzas al “Dios liberador, esperanza de los cautivos t oprimidos, porque santo eres tú, Dios padre y madre…”
Tras una consagración pronunciada por todos los asistentes en una fórmula coral, se reparte la comunión: pan y vino de verdad, como entre los primeros cristianos. Y, entre canciones latinoamericanas y andaluzas, se llega a la acción de gracias. Y la emoción y el consuelo de la fe se palpa en el ambiente.
Como dice Pepa Torres, “esta sala está habitada por nuestra energía, que es la energía de Dios: desvelos, sueños, amores, miedos, desiertos, resistencias, esperanzas, sueños, cariños…” Y, con un ejercicio corporal nos hizo recoger la energía del suelo y elevarla a lo alto de las manos, para que fuese cayendo sobre nuestras cabezas, nuestro corazón, nuestras rodillas cansadas de recorrer los caminos de la vida y terminar en los pies, para seguir caminando y poder llegar a toda la humanidad, especialmente a los más empobrecidos. Amén.
Y como canto final, la asamblea se arrancó por sevillanas, como broche de oro a una eucaristía que tuvo más de fiesta que de sacrificio, que tuvo más de vida que de ritos y fórmulas, que no tuvo nada de cumplimiento sino de fe vivida y compartida. Y salimos, entre cantos, con el corazón esponjado, la fe fortalecida y las baterías cargadas, para seguir luchando, con esperanza y alegría, en la construcción del Reino. Amén.
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