fe adulta
La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos…
Como en otras ocasiones, os invito a leer el evangelio de este domingo como si no lo conociéramos, como si fuera la primera vez que llega a nosotros. Seguro que nos asombra su alegría y desenfado. Su lenguaje directo, concreto y positivo.
Nuestro asombro crecerá aún más si recordamos el contexto en el que se escribió. Pensemos también en esas primeras comunidades cristianas que son excluidas, silenciadas, que no tienen ninguna relevancia social ni religiosa e incluso son perseguidas.
¿Cómo es posible que estos hermanos y hermanas logren transmitirnos su testimonio de alegría, de sentirse afortunados, dichosos? Es más, ¿cómo nos explicamos que esta sea su experiencia más profunda? Posiblemente es difícil para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, que ponemos tantas condiciones y necesitamos tantas seguridades para sentirnos felices. Las palabras del texto, sus detalles, nos pueden ayudar a descubrir el mensaje que nos trae el evangelio de hoy.
Jesús, ha bajado del monte, de su encuentro con Dios y “levanta los ojos”. Mira a sus discípulos, a las numerosas personas que le siguen de todas las aldeas y ciudades. Y al mirarlos, lo que se le ocurre es llamarlos DICHOSOS.
No les dice lo que deben hacer para serlo, lo que hubiera “enganchado” con los oyentes. Proclama, grita, que “son dichosos”. Y para que no quede duda, añade dos cosas que nos pueden desconcertar aún más: son dichosos AHORA, en presente. Es distinto a “llegarán a serlo”; tampoco les dice eso de “aguanten que luego…”
Y lo son porque son pobres, hambrientos, tienen lágrimas en los ojos… esta es su situación y, en esta situación Jesús manifiesta que son felices. ¿Cómo mira Jesús la realidad de los que le rodean? ¿En qué descubre que es suyo el Reino de Dios? ¿Con qué fuerza lo dice para que los que le escuchan sientan que está expresando su experiencia más honda?
¡La dicha es estar con Él! Sentirse de los suyos, confiar en su amor, sentir su cercanía… ¿No hemos tenido cada uno de nosotros experiencias similares? ¿No nos hemos sentido dichosos y dichosas en medio de dificultades, críticas, incomprensiones, enfermedades propias o sufrimientos de personas muy queridas? ¿No hemos sentido que más allá de todo eso hay una persona, un amor, una confianza sin medida que todo lo supera?
Esta es la fe que nuestros primeros hermanos quieren transmitirnos. Creer en Jesús, confiar en su salvación y su amor, es fuente de dicha y felicidad, es experimentar ya otro tipo de amor, de relaciones con Dios y con los hermanos.
Y, por si aún nos quedan dudas, Lucas, muy didáctico, nos advierte de que lo que a veces buscamos: sentirnos saciados, pasarlo bien siempre, que todos hablen bien de nosotros… es un camino equivocado. No es el camino de la felicidad que da el Reino, de la dicha que da el seguir a Jesús.
Es como si nos dijera: ¡Cuidado con buscar el camino que os prometían ayer los entendidos de la Ley, o la publicidad barata y facilona hoy! Si os sentís saciados, si reís, si no aspiráis a nada más que lo logrado, si todos hablan bien de vosotros… ¡Lloraréis y lo pasaréis mal!
La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos… ¡Porque sabemos que es posible! No consiste en que “lo pasemos bien”, al contrario, lloramos y sufrimos por muchas personas y situaciones… La dicha del Reino no se expresa en que todos hablen bien de nosotros, al contrario, apenas nos entenderán, nos pasarán por delante, se burlarán de nosotros, nos excluirán porque con nuestra forma de pensar –la de Jesús– somos una amenaza…
Pero, sin saber muy bien cómo, sin que sea una empresa a conquistar o unas virtudes a conseguir, ahí, en la realidad que vivimos AHORA somos dichosos y nada, ni nadie nos quitará esta alegría, porque sus claves no están en lo que pasa ni en lo que nos pasa. La clave es la persona de Jesús, nuestra fe en él, nuestra vinculación con él. Todo lo demás, se nos dará por añadidura. Y se nos dará hoy, ahora… ¿nos lo creemos? ¿Desbordamos y contagiamos alegría?
El evangelio de hoy no nos trae un programa moral, ni una explicación teórica sobre la felicidad, nos acerca la experiencia de los primeros cristianos que han encontrado en Jesús su alegría y nos recuerdan que estamos invitados a vivir su misma experiencia. ¿Nos atrevemos?
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