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ATALAYA

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miércoles, 29 de agosto de 2018

1ª) Propuesta, sobre el clericalismo

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Redes Cristianas
1ª) Eliminar la división canónica Clero-Laicado.
Prolegómenos: (Hago aquí algo parecido a lo que jamás olvidaban los clásicos escolásticos medievales: la “explicatio terminorum”, explicación de los términos, palabras y conceptos que iban a usar)
I. Clericalismo: En primer lugar explicaré dos conceptos, Clericalismo y Religión, que considero necesarios para poder explicarme. El propio Papa ha expresado en numerosas ocasiones, siguiendo la línea del Vaticano II, que fue seguida e los primeros momentos, pero que después, a raíz sobre todo del pontificado de Juna Pablo II, se dejó atrás, el Propio Francisco, decía, ha reiterado casi machaconamente, que uno de los mayores males de la Iglesia, ha llegado a decir, que ¡el mayor!, es el clericalismo.
El diccionario de la RAE, Real Academia Española de la Lengua, lo define así: “1. m. Influencia excesiva del clero en los asuntos políticos. 2. m. Intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos a los demás miembros del pueblo de Dios. 3. m. Marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices”. Si dejamos de lado la 1ª acepción, que sirve, evidentemente, o servía del todo en épocas anteriores, a España, nos atenemos a la 2ª y 3ª acepción, pues ambas reflejan, con matices, lo que el Papa quiere decir, y todos entendemos con nitidez- Matizo, pues: el sentido de la 2ª significación abarca por completo todo lo negativo que queremos expresar con ese concepto, y sirve, por igual, a lo que antes se llamaba clero bajo, curas de a pie, y a los laicos. El 3º sentido se refiere más a los laicos excesivamente apegados a la autoridad de los clérigos.
El Vaticano II quiso luchar con los signos más evidentes de ese clericalismo dominante, y los que por esa época estrenábamos el presbiterado, lo entendimos, y nos quitamos los signos externos más visibles del mismo, como sotanas, hábitos y otros capisayos. (Nadie es capaz de imaginar a los “epíscopoy” y “presbiteroy” de aquella época con alzacuellos, o algo parecido. Y hay que recordar que después de que la Iglesia Católica dejase de lado, y casi con desprecio, a los “protestantes”, ahora muchos visten felices su uniforme de “clergyman”).
II. Religión: Define la RAE: 1. f. Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto. 2. f. Virtud que mueve a dar a Dios el culto debido. 3. f. Profesión y observancia de la doctrina religiosa. El significado de los sentidos 2º y 3º no presentan problemas de entendimiento, por el lado negativo. Todos entienden que una persona que tiene la virtud de dar a Dio el culto debido, o de profesar y observar sinceramente la doctrina religiosa es un ser religioso.
Es la primera acepción, que supera la manera individual de entendimiento, y se refiere más a fenómenos colectivos y sociales, la que me interesa en este momento. Se suele hablar, ateniéndonos a la 1ª) acepción, que el Cristianismo es una Religión, y no es verdad. En algunos aspectos se puede usar el concepto aplicado a los seguidores de Jesús, pero de ninguna manera el primer sentido: los seguidores de Jesús no tenemos sentimientos de temor, ni siquiera veneración a la Divinidad, que no existe para nosotros, porque la predicación del Reino de Dios del Señor enseña, y así nos aconseja a orar, que Dios es Padre. El cristianismo, dando una tremenda “revira vuelta” incluso al Judaísmo, pone el centro de la fe y de la praxis “¿religiosa?”, -vamos a llamarla así para entendernos-, en el hombre, en la humanidad, en la Persona, y vive su vida iluminado y arrebatado por el misterio de la Encarnación.
Además, el seguidor de Jesús no tiene unas normas morales que el Maestro haya querido transmitirle, porque la moral y la ética son parcelas comunes al acerbo cultural y social de los pueblos, y de cada época, van cambiando a mejor con la Historia, y lo que algunos denominan normas morales no son otras cosa que verdades recibidas de lo alto por la revelación, a través de los profetas y escritores sagrados, y completados y puntualizados por Jesús. Esto sí que es el cristianismo; una Revelación, y el mandato del amor supera toda ética y toda moralidad. A nadie se le puede enseñar como norma moral obligatoria el perdón hasta “setenta veces siete”, ni el amor al enemigo.
III. El Reino de Dios. Jesús anunció el Reino de Dios. Hay una cierta confusión entre Reino de Dios y Reino de los cielos. Las dos expresiones quieren decir lo mismo, pero el evangelista Mateo usa más la expresión “Reino de los Cielos” para evitar usar la palabra Dios. La explicación de esta peculiaridad es muy simple: Mateo es el único que escribió su evangelio para una comunidad compuesta al 100% por fieles judíos convertidos, y quiso respetar la admirable delicadeza de los judíos en el respeto al nombre de Dios, que solo lo podía pronunciar el Sumo Sacerdote un día al año, el del Yom Kipur, o día de la expiación. La expresión sustitutoria “de los Cielos”, por “de Dios” ha propiciado el error de algunos de pensar que las parábolas que se hablaban de ese Reino se referían al Reino futuro, o al cielo. Nada de eso. Jesús se refiere a este mundo, donde Dios establecerá su Reino en el corazón de los que escuchen la Palabra de Jesús, y lo sigan.
Que es un “Reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”, como proclama el prefacio de la fiesta del Cristo Rey. EL Maestro de Nazaret no predicó, ni se propuso, ni fundó una nueva religión. Es sorprendente, para los que no están habituados al estudio del Nuevo Testamento, o, por lo menos, a su asidua lectura, la figura de Jesús en su diatriba antirreligiosa oficial, su batalla dialéctica continua con los Sumos Sacerdotes, y cómo desenmascara la hipocresía de los santones religiosos de su tierra y de su tiempo.
Hasta finales del siglo IV, y después, durante los siglos V-VI, los cristianos no tienen la ocurrencia de vivir su vida comunitaria, su Eucaristía, y su amor fraterno como la ritos o prescripciones de una Religió, con sus preceptos, sus sacrificios, sus sacerdotes, su jerarquía. En el Nuevo Testamento no hay un solo texto en que a un cristiano se le llame “sacerdote”, y solemne proclamación de Cristo como el único y eterno sacerdote, en la carta a los Hebreos, no deja la más mínima duda. Durante esos primeros siglos no había clérigos y laicos.
Todos eran bautizados, y todos bebían de un mismo Espíritu el agua viva de los diversos ministerios, pero siempre con la coletilla “del mismo Espíritu”. Afirman muchos historiadores que ocurrió un fenómeno muy común en las historia de los cambios históricos: el atractivo del Poder, y el olvido de la esencia que el Evangelio marcaba para el mismo, el servicio, fue dejado de lado, y se puso una jerarquización, a lo romano, pero de ninguna manera inspirada en los valores evangélicos. Pero la imitación del estilo de la administración romana sirvió de pretexto y feliz excusa para la gran, tremenda, irreparable traición al Evangelio.
Por eso muchos opinamos que para salir del pozo de podredumbre que manifiesta el delito de la pederastia, nada mejor que intentar valientemente dejar de vivir nuestra fe como una Religión, con su parafernalia de organización y de presencia poderosa en el mundo, y prestar el gran servicio a los que nos seguirán, de abandonar esta tremenda, pero en el fondo, ridícula división entre clero y laicado, sin olvidar la otra, más ilógica y contradictoria todavía, de varón y mujer.
Y quiero terminar este escrito, que no puede ser de ninguna manera un tratado teológico, pero sí un apunte de lo que pensamos, con sinceridad y profundidad muchos de los que trabajamos y sufrimos con la Iglesia, que no ha habido en la historia de la evangelización una campaña más fuerte, práctica, eficaz, y resolutiva que la propia vida de las comunidades cristianas primitivas, que, sin alharacas, convirtieron el Imperio Romano, (“se tragaron”, escribió el gran historiador inglés Arnold J. Toynbee), en menos de tres siglos. Y eso sin clérigos, ni curas, ni obispos, ni cardenales, ni papa, como los de hoy, sino solo gente de servicio, y con voluntad de lavarse los pies unos a otros.

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