FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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martes, 24 de diciembre de 2013

Papa Francisco: “Haced todo lo posible para que todas las familias del mundo puedan tener una casa digna” Jesús Bastante



“Los pobres no pueden esperar”. El Papa se suma al clamor de San Pedro
Francisco vuelve a reivindicar la figura de San José, el “custodio” de la familia de Nazaret
Sucedió al final del multitudinario Angelus, el último antes de Navidad. Francisco advirtió la presencia de una gran pancarta, que rezaba: “Los pobres no pueden esperar”. “Leo escrito grande: ‘Los pobres no pueden esperar’, y es verdad. Esto me hace pensar que Jesús nació en un pesebre. No nació en una casa”. Y, ni corto ni perezoso, lanzó una petición: “Invito a todos, personas, entidades, autoridades, a hacer todo lo posible para que todas las familias del mundo puedan tener una casa digna”.

Y todos nos sentimos un poco más Navidad, recordando cómo el niño Dios, que nació en un pesebre, “tuvo que huir a Egipto para salvar la vida. Al final, volvió a su casa, a Nazaret”. Y todos los que seguíamos la audiencia papal pensamos, como Francisco, que “familia y casa, ahora y siempre, van unidas. Es muy difícil seguir adelante sin que la familia pueda habitar en una casa”.
Todo ello al término de una audiencia en la que el Papa volvió a colocar a San José, el “custodio” de la gran familia de Nazaret, en el centro del Misterio de la Navidad. “El sí de José muestra toda su grandeza de ánimo. Él tenía un proyecto de vida, pero Dios estaba preparando para él una misión muy grande”.
José fue “un hombre atento al mensaje de Dios. No se obstinó en seguir su propio proyecto, no permitió que nadie le envenenase el corazón”. José, el gran olvidado, que “era un hombre bueno, no odiaba, no permitió que nada le robase el ánimo. Hoy, el odio, la antipatía, el rencor se nos mete en el alma. No lo permitáis”
Por esta razón, dijo Francisco, San José se volvió “más libre y grande aún”. Libertad que, como afirmó el Papa Bergolio, “nos interpela” a todos y nos muestra el camino. De ahí que el Pontífice afirmara que nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que tuvo el valor de encomendarse totalmente a la Palabra de Dios, y José, “el hombre fiel y justo”, que prefirió “creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano”.

Feliz nacimiento José Arregi, teólogo



Amiga, amigo, en la claridad de tus días o en medio de tu noche, vuelve a escuchar la voz del ángel de la Navidad: “No temas. Te anuncio una gran alegría”.
Y basta la señal más simple: “Os ha nacido un niño”. ¿Cuándo no nacen niños, a pesar de la penuria general? En el portal en que vivo, en Arroa Behea, este año han nacido dos: Marena en el segundo, Josu en el cuarto. ¡Y cómo sonríen! ¡Cómo sonríe también Izaro con solo mes y medio, plácida como una isla, luminosa como una estrella!

Cada nacimiento es una señal, un inmenso milagro, una bella promesa, una honda llamada. Vivir es milagro. Solo ser ya es milagro. Y el mayor milagro es la ternura que cuida, nutre, consuela. Eso es “Dios”, y no importa que le pongas nombre o que no se lo pongas. Es Lo Que Es. Y es muy distinto de aquello que insinuamos cuando decimos: “Hay lo que hay”. No. Lo Que Es, es infinitamente más y mejor que lo que hay. Así lo anuncia el ángel a unos pobres pastores de Belén, al raso en medio de la noche: “No temáis. Os ha nacido un niño. Se llama Jesús: ‘Dios salva’. Es Enmanuel: ‘Dios con nosotros’ ”.
Es un lenguaje cristiano y metafórico, dirás. Sí, y se merece una enorme estima, una profunda consideración, ya solo por haber inspirado tantos bellos poemas y melodías, por haber consolado tantas penas de gente pobre, por haber alentado tanta bondad y tanta lucha justa a pesar de todos los fracasos. Yo no quiero prescindir de ese lenguaje de ángeles y pastores, de glorias y pesebres. Yo no quiero prescindir de Jesús, carne humana de Dios, del Misterio del mundo.
Pero tampoco quiero encerrar a Jesús en un pensamiento confesional y exclusivista, como si fuera la única encarnación de Dios. Ni quiero definir a Dios en un esquema dualista, como si fuera un Ente o un Alguien. Es mucho más, es el Misterio Infinito. Cuando el cristiano confiesa que Dios se hizo carne en Jesús, confiesa en el fondo lo mismo que han expresado todos los creyentes de todas las tradiciones y los poetas no creyentes de todos los tiempos: que cuanto es está habitado por el Infinito indecible, la Belleza que arrebata, la Bondad que abraza, y que siempre podemos confiar a pesar de todo, y recrear el mundo cada día como rehacemos el Belén cada año.
Yo no sé si pones un Belén en tu casa: el ángel, la gruta y los pastores, el burro y el buey, y María y José y el niño Jesús. ¡Todo es tan entrañable! Ponlo a tu manera. Pon bondad y ternura. La vida es dura, el año ha sido difícil, y el futuro… ¿quién sabe qué del futuro? Pero no temas. Cuida tu vida, cuida tu ánimo, cuida a los tuyos, cuida a todos los seres.
Y míralo todo con ojos nuevos. Todo es milagro y promesa de una Presencia. Nada es lo que parece. Todo está sin cesar siendo y renaciendo en Otra Realidad, hacia Otra Realidad presente y posible. Celebra en tu casa el Nacimiento de la vida. Mira los ojos de un niño. Los ojos de un niño bastan para iluminar todas las tinieblas del mundo, de Lampedusa o de Melilla, del África negra o de la Latinoamérica olvidada.
Y todos los seres. Todos los seres anuncian lo mismo que el ángel bueno y alegre de Belén: “No temas, criatura bendita. Tú vienes de la Belleza, vienes de la Bondad. Tu ser es más precioso que todas las piedras preciosas, mucho más que todos los oros, inciensos y mirras. Cree en tu bendición, criatura bendita. Sé bendición, lleva bendición en tus pequeñas manos heridas, en tu pequeño corazón latiente”.
Mira: el árgoma y las prímulas o flores de San José ya están floreciendo en el corazón del invierno, alegrando el monte despejado y los caminos sombríos. ¿Lo ves? Mira cada ser como una humilde señal de aquella “Bondad que es la fuente de todas las cosas y que un día será enteramente en todos los seres”, como dice el biógrafo que miraba todas las cosas Francisco de Asís, inventor del belén.
Si miras así, nacerás de nuevo, nacerá otro mundo. ¡Feliz Navidad!
Publicado en Deia

El materialismo de Papá Noel y la espiritualidad del Niño Jesús Leonardo Boff, teólogo


Enviado a la página web de Redes Cristianas

Un buen día, el Hijo de Dios quiso saber cómo andaban los niños y las niñas, a los que en otro tiempo, cuando estuvo entre nosotros, “tocaba y bendecía”, y de los había dicho: “dejad que los niños vengan a mí porque de ellos es el Reino de Dios” (Lucas 18, 15-16).
Como en los mitos antiguos, montó en un rayo celeste y llegó a la Tierra unas semanas antes de Navidad. Asumió la forma de un barrendero que limpiaba las calles. Así podía ver mejor a la gente que pasaba, las tiendas todas iluminadas y llenas de cosas envueltas para regalo y especialmente a sus hermanas y hermanos más pequeños que andaban por ahí, mal vestidos y muchos con hambre, pidiendo limosna.

Se entristeció sobremanera porque se dio cuenta de que casi nadie seguía estas palabras que él había dicho: “quien recibe a uno de estos niños en mi nombre a mí me recibe” (Marcos 9,37).
Vio también que ya nadie hablaba del Niño Jesús que venía, escondido, en la noche de Navidad a traer regalos a todos los niños. Su lugar había sido ocupado por un vejete bonachón, vestido de rojo, con largas barbas y un saco a la espalda, que gritaba tontamente a todas horas: “Oh, Oh, Oh, Papá Noel está aquí”. Sí, en las calles y dentro de los grandes almacenes estaba él, abrazando a los niños y sacando de su saco regalos que los padres habían comprado y puesto dentro. Se dice que vino de lejos, de Finlandia, montado en un trineo tirado por renos. La gente había ido olvidando a otro viejito, este sí realmente bueno: San Nicolás. De familia rica, por Navidad hacía regalos a los niños pobres diciendo que era el Niño Jesús quien se los enviaba. De todo esto nadie hablaba. Sólo se hablaba de Papá Noel, inventado hace poco más de cien años.
Tan triste como ver a niños abandonados en las calles, era ver como se embobaban, seducidos por las luces y por el brillo de los regalos, de los juguetes y por mil cosas que los padres y madres suelen comprar para regalar con ocasión de la cena de Nochebuena.
Los reclamos publicitarios, muchos de ellos engañosos, se gritan en voz alta, suscitando el deseo de los pequeños que luego corren hacia sus padres pidiéndoles que les compren lo que han visto. El Niño Jesús, travestido de barrendero, se dio cuenta de que aquello que los ángeles cantaron de noche por los campos de Belén “os anuncio una alegría, que lo será también para todo el pueblo porque hoy os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a la gente de buena voluntad” (Lucas 2, 10-14) ya no significaba nada. El amor había sido sustituido por los objetos y la jovialidad de Dios, que se hizo niño, había desaparecido en nombre del placer de consumir.
Triste, montó en otro rayo celeste, pero antes de volver al cielo, dejó escrita una cartita para los niños y las niñas. La encontraron debajo de las puertas de las casas y, especialmente, de las chabolas de los montes de la ciudad, llamadas favelas. La carta decía así:
Queridos hermanitos y hermanitas:
Si al mirar el portal y ver allí al Niño Jesús, junto a José y María, os llenáis de fe en que Dios se hizo niño, un niño como cualquiera de vosotros, y que es el Dios-hermano que está siempre con nosotros.
Si conseguís ver en los demás niños y niñas, especialmente en los más pobres, la presencia escondida del niño Jesús naciendo dentro de ellos.
Si sois capaces de hacer renacer el niño escondido en vuestros padres y en las otras personas mayores que conocéis, para que surja en ellas el amor, la ternura, el cuidado y la amistad en lugar de muchos regalos.
Si al mirar el pesebre y ver a Jesús pobremente vestido, casi desnudo, os acordáis de tantos niños igualmente mal vestidos, y os duele en el fondo del corazón esta situación inhumana, y quisierais compartir lo que tenéis, y deseáis desde ahora cambiar estas cosas cuando seáis mayores para que no haya nunca más niños y niñas que lloran de hambre y de frío.
Si al descubrir a los tres Reyes Magos que llevan regalos al Niño Jesús pensáis que hasta los reyes, los jefes de estado y otras personas importantes de la humanidad vienen de todas partes del mundo para contemplar la grandeza escondida de ese pequeño Niño que llora sobre unas pajas.
Si al ver en el nacimiento la vaca, el burrito, las ovejas, las cabritinas, los perros, los camellos y el elefante, pensáis que todo el universo está también iluminado por el divino Niño y que todos, estrellas, soles, galaxias, piedras, árboles, peces, animales y nosotros, los seres humanos, formamos la Gran Casa de Dios.
Si miráis al cielo y veis la estrella con su cola luminosa y recordáis que siempre hay una Estrella como la de Belén sobre vosotros, que os acompaña, os ilumina, y os muestra los mejores caminos.
Si aguzáis bien los oídos y escucháis a través de los sentidos interiores una música suave y celestial como la de los ángeles en los campos de Belén, que anunciaban paz en la Tierra.
Sabed entonces que yo, el Niño Jesús, estoy naciendo de nuevo y renovando la Navidad. Estaré siempre cerca, caminando con vosotros, llorando con vosotros y jugando con vosotros, hasta el día en que todos, humanidad y universo, lleguemos a la Casa de Dios, que es Padre y Madre de infinita bondad, para ser juntos eternamente felices como una gran familia reunida.

Firmado: Niño Jesús
Belén, 25 de diciembre del año 1