FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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viernes, 19 de abril de 2013

El tiempo del cardenal ROUCO se acaba Francisco Asensi

Enviado a la página web de Redes Cristianas
El cardenal Rouco, bronco y malhumorado, como siempre, un poco más si cabe, ha levantado su voz en la asamblea de la Conferencia Episcopal. Se permite reprender al Gobierno por no aprovechar su mayoría absoluta para cambiar la legislación sobre el aborto o poner fin a los matrimonios entre homosexuales. Además, pone en guardia a los políticos católicos contra el amenazante relativismo… Y lo hace, precisamente, el mismo día y a la misma hora en que Rajoy se entrevistaba con el papa Francisco.
¡Ay, el cardenal Rouco sabe que el tiempo de su reinado se acaba irremediablemente! El conservador Benedicto XVI ya no está para apoyarle, y la edad de su jubilación ya se ha cumplido… Con la llegada del papa Francisco, otros vientos (menos rancios y enrarecidos) comienzan a soplar en el Vaticano. Los obispos españoles, aquejados de su torticolis vaticana (Tarancón dixit)) se apresuran a adaptarse a los nuevos modos “franciscanos”… Ni siquiera los catecumenales de Kiko Arguello, que se darán prisa en amoldarse, le serán de gran ayuda… Sic transit gloria mundi!
Hasta el Nuncio de Su Santidad, parece haberle amonestado a él y a toda la Conferencia Episcopal Española. “Os contempláis el ombligo”, me parece haber leído entre líneas.
“Pienso que, por parte de todo episcopado (dijo el Nuncio), merece una particular atención la consideración que hace el Papa Francisco al peligro de la “autorreferencialidad” de nuestras instituciones eclesiásticas, cayendo en un “narcisismo”. El Papa nos recuerda que tenemos que salir, caminar, evangelizar y construir la Iglesia llevando la cruz, anunciando en las periferias a Jesucristo. En su intervención en el preconclave decía a los demás miembros del Colegio Cardenalicio: “La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual… Ese vivir para darse gloria los unos a otros”.
http://franciscoasensi.blogspot.com

Hans Küng espera ser rehabilitado por Francisco Jesús Bastante

“Sería una señal para muchos el que esa injusticia fuese reparada”, afirma
Juan Pablo II retiró de la docencia al teólogo suizo en 1979
Küng fue compañero de Josef Ratzinger, el papa Benedicto XVI, en la Facultad de Teología de Tubinga, en la que ambos fueron profesores, y los dos estuvieron como asesores en el Concilio Vaticano II
El teólogo disidente suizo Hans Küng, al que el papa Juan Pablo II retiró en 1979 el permiso para oficiar como sacerdote y enseñar teología católica, espera ser rehabilitado por el papa Francisco.
“Sería una señal para muchos el que esa injusticia fuese reparada”, afirma Küng, de 85 años, en declaraciones que publica hoy el rotativo alemán Hannoverschen Allgemeine Zeitung.
Licenciado en 1953 en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma, Küng expresa su esperanza en que eso suceda “cuando todavía me encuentre con vida”.
El teólogo crítico es actualmente presidente de la Fundación Weltethos (ética mundial), cargo que abandonará, sin embargo, próximamente por razones de edad.
Küng fue compañero de Josef Ratzinger, el papa Benedicto XVI, en la Facultad de Teología de Tubinga, en la que ambos fueron profesores, y los dos estuvieron como asesores en el Concilio Vaticano II y al comienzo de su carrera pertenecieron a un grupo de teólogos católicos alemanes liberales y aperturistas.
No obstante, con el paso de los años Ratzinger dio un viraje hacia la ortodoxia conservadora, mientras que Küng se hizo cada vez más liberal llegando a perder incluso la licencia para enseñar teología católica tras cuestionar el dogma de la infalibilidad papal.
En los últimos años, Küng se ha dedicado ante todo a fomentar el diálogo entre las religiones en busca de la definición de un marco ético común.
(Rd/Agencias)

50 años de la encíclica Pacem in terris Carlos Ayala Ramírez, Director de Radio Ysuca

El 11 de abril de 1963 se publicó la encíclica Pacem in terris (Paz en la tierra), la última de las ocho escritas por el papa Juan XXIII durante sus cinco años de ministerio petrino. En este mes se cumplen 50 años de esa publicación. El papa escribió el texto en los momentos más tensos de la Guerra Fría, en plena carrera armamentista de los dos grandes bloques de la época. Pocos meses antes, la crisis de los misiles en Cuba estuvo a punto de desencadenar una hecatombe.
La carta pretendía hacer ver la común pertenencia a la familia humana e iluminar respecto a la aspiración de la gente de todos los lugares de la tierra a vivir con seguridad, justicia y esperanza ante el futuro. De ahí que se constituyó en un referente ético para los pueblos y personas que buscaban y buscan construir la paz sobre la base de la justicia, el respeto de los derechos humanos y los deberes que de ellos se derivan.
Desde una teología de los signos de los tiempos, Juan XXIII caracterizaba a aquella época con tres rasgos emblemáticos. En primer lugar, la reivindicación de los derechos laborales, principalmente en el orden económico y social. Por ello, afirmaba el papa, los trabajadores de todo el mundo reclaman con energía que no se les considere nunca como simples objetos carentes de razón y libertad, sometidos al uso arbitrario de los demás (del capital), sino como seres humanos en todos los ámbitos de la sociedad. El segundo rasgo apuntaba a la presencia de la mujer en la vida pública. La mujer, señala la encíclica, “ha adquirido una conciencia cada día más clara de su propia dignidad humana.
Por ello, no tolera que se le trate como una cosa inanimada o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana”. Y, en tercer lugar, se constata la voluntad emancipadora de los pueblos. De acuerdo a Juan XXIII, “no hay comunidad nacional alguna que quiera estar sometida al dominio de otra (…) resultan anacrónicas las teorías por las cuales ciertas clases recibían un trato de inferioridad, mientras otras exigían posiciones privilegiadas a causa de la situación económica y social, del sexo o de la categoría política”.
Para el “Papa Bueno”, como se le llamaba, estos signos no eran solo una llamada al análisis intelectual, sino, sobre todo, una exigencia de acción pastoral, de compromiso, y de servicio a los demás. En consecuencia, la encíclica plantea una visión de la convivencia humana, ciudadana e internacional, vinculándola a los derechos y deberes del ser humano. Su mensaje es claro, contundente y moderno: la dignidad del ser humano debe ser el centro de todo derecho, de toda política y de toda realidad social y económica. Más concretamente, para Juan XXIII, la convivencia humana en paz implica el respeto y ejercicio de los derechos naturales de la persona. Son los derechos reconocidos por los llamados Estados modernos: derecho a la existencia, a un nivel de vida digno; a la buena fama, a la búsqueda de la verdad, a la libre expresión de las ideas y a la información; a la cultura y la enseñanza en todos sus grados; a la libre elección, al sostenimiento de la familia y a la educación de los hijos; a la emigración dentro y fuera del país; a la participación activa en la vida pública y a la defensa jurídica de sus derechos, entre otros.
Y en conexión con esos derechos, la encíclica habla también de los deberes: conservar la vida dignamente; buscar la verdad; respetar los derechos ajenos; colaborar para hacer fácil a todos el ejercicio de los derechos proclamados; colaborar en la prosperidad común; y proceder responsablemente en todas las esferas de la vida. En lo que respecta a los conflictos entre las naciones, sigue siendo válido y actual el juicio de Juan XXIII plasmado en esta carta con las siguientes palabras: “Se ha ido generalizando cada vez más en nuestros tiempos la profunda convicción de que las diferencias que eventualmente surjan entre los pueblos debe resolverse no con las armas, sino por medio de negociaciones y convenios (…). Sin embargo, vemos, por desgracia, muchas veces cómo los pueblos se ven sometidos al temor como ley suprema, e invierten, por lo mismo, grandes presupuestos en gastos militares”.
Hoy, como hace 50 años, las enseñanzas y orientaciones de la encíclica Pacem in terris conservan su vigencia. Qué duda cabe de que la paz requiere de nuevas formas de convivencia y de organización de nuestro mundo, como la propuesta por Juan XXIII, con sus exigencias y compromisos concretos de orden social, económico, político y cultural que enfrenten las causas de los conflictos y pongan las bases de una sociedad incluyente. Es significativo que la encíclica comience enumerando los derechos humanos. Qué duda cabe de que si se quiere efectivamente garantizar la paz social es necesario trabajar mucho a favor de los derechos civiles y políticos; y, desde luego, en todo el mundo es necesario luchar a favor de los derechos económicos y sociales.
La paz mundial sigue teniendo similares desafíos a los de hace 50 años y, en algunos casos, agravados. El siglo XX terminó siendo uno de guerra continua. Se calcula que casi 190 millones de personas murieron de manera directa en conflictos armados, a pesar de los esfuerzos en la construcción de unas estructuras internacionales capaces de resolver los conflictos por la vía de la negociación. Pero también existe la guerra del hambre. Se estima que de hambre o por sus consecuencias inmediatas mueren a diario en el mundo 100 mil personas. Más de 2 mil 700 millones de seres humanos viven en lo que el PNUD denomina “miseria absoluta”, sin ingresos fijos, sin trabajo, sin alimentos suficientes, sin alojamiento adecuado, sin agua potable, sin escuela. Fuera de discusión está, entonces, que es necesario un nuevo orden mundial que tenga como base la justicia, la solidaridad común y el respeto de los derechos de las personas y de los pueblos, como lo soñaba Juan XXIII, el papa más significativo del siglo XX.

El aborto provoca un cisma entre católicos Juan G. Bedoya

Cristianos de base y algunos teólogos cuestionan la posición oficial de los obispos
Ante las arengas antiabortistas, responden: “Que lo que para algunos es pecado no se convierta en delito para el resto”

Como si por España no pasasen los años, las preguntas retóricas o agresivas sobre el aborto voluntario resurgen con fuerza tres décadas después del debate que concluyó con la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo y su aceptación por el Tribunal Constitucional.
¿Es usted proabortista o antiabortista? ¿Es “licencia para matar a inocentes” la conocida como ley del aborto, como sostienen una y otra vez los obispos? ¿Hay unanimidad en el catolicismo sobre esta cuestión? Si no la hay, ¿cuál es la hondura del cisma? La semana pasada, la Conferencia Episcopal Española (CEE) lanzó otra campaña sobre el tema y proliferan las manifestaciones tremendistas intentando forzar al Gobierno para que cumpla la promesa de reformar a la baja la actual legislación.SEGUIR LEYENDO EN El País

¿Las mujeres presbiteras, que piden a la Iglesia institucional? Olga Lucia Álvarez Benjumea ARCWP

Buena pregunta.
En Justicia: ante todo, solicitamos, se tenga presente en todo momento en forma insoslayable, el valor infinito del Bautismo, el cual es igual para todos/as, en su dimensión divina.
El Canon 1024 de la Iglesia jerarquica, nos margina como mujeres, ya que dice que solo los varones pueden recibir válidamente el Sacramento del Orden.
En la Iglesia institucional y según consta en las partidas de Bautismo, que se nos han expedido, las mujeres también hemos sido bautizadas, haciéndose uso del mismo rito bautismal, con que se bautiza a un varón. Asistiendo de testigo, la comunidad parroquial, que representa la Iglesia Pueblo de Dios.
“No hay judío, ni griego, no hay esclavo, ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).
En Justicia: se debe reconocer, el caminar de la Iglesia Pueblo de Dios, en las primeras comunidades, sostenidas, mantenidas y organizadas por mujeres. Empezando, por María, la Madre de Jesús, quien le apoyó en su propuesta liberadora, siguiendo María Magdalena, Marta, María, la de Cleofás, prima de María de Nazareth, Susana, Juana, mujer de Cusa y otras más. (Lucas 8:3). Lidia, conocida como la vendedora de púrpura (Hechos 16:12-15), Las cuatro hijas de Felipe (Hechos 21:9), Febe, la diaconisa de la Iglesia de Centrea, (Romanos 16:1-2), Priscila (Romanos 16:3), Julia o Junia (Romanos 16:7). De todas estas mujeres, hemos escuchado hablar, y seguro, habrá muchas más.
En Justicia: mientras el varón necesita de la certeza, del ver para creer, como en el caso de Tomás (Juan 20:19-31). Se nos reconozca que a las mujeres en el proceder de los asuntos relacionados con la Esencia Divina, nos basta la clave del AMOR! No en vano, las mujeres fueron las primeras en anunciar y comunicar como testigos, la Buena Noticia(Juan 20:17)
En Justicia: en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo pedimos nos dejen trabajar en el Gólgota, es allí donde conocimos la redención Divina y de manera inexplicable es allí, donde todos los días, se crucifica, martiriza, margina, oprime, rechaza a los inocentes, hombres y mujeres, por diferentes ideas, opiniones, racismo, pobreza, orientación sexual, Negando e ignorando cada vez la UNIDAD! (Juan 17:21).
Somos conscientes que esto es un derecho de filiación, ya que hemos sido salvados/as por la misma muerte y resurrección y nuestro compromiso ineludible, es compartir esta Buena Nueva; la meta es sin fronteras! (Mateo 28:18-20)
En Justicia: no creemos que por anunciar el Evangelio, como mujeres ordenadas merezcamos la “Latae sententiae”, siendo miradas de arriba abajo, como seres extraños, a las/os que no se les debe acoger, sino echar, burlar, difamar, ridiculizar, dentro de cualquier grupo humano, llamado “católico” cristiano. Asimismo creemos que antes de condenarnos merecemos ser escuchadas/os por quienes nos juzgan y deciden qué hemos de hacer o no hacer sin consultarnos en ningún momento. El Espíritu puede también hablar por nosotras, no se puede perder esa voz. (Juan 10:27)
En Justicia, rechazamos la “Delicta Graviora” revisada en el 2001, donde se coloca, la ordenación de las mujeres en el mismo nivel de los graves crímenes de la pedofilia del clero, lo cual consideramos como un gravísimo insulto a nuestra dignidad.
Nuestras “pretensiones” no son de poder, sino de JUSTICIA sirviendo en la Iglesia, para la Iglesia, con la Iglesia Pueblo de Dios. Liberando de los miedos, sanando de las injusticias y opresiones tanto de la sociedad como de la religión, curando en comunión, al pobre, al rechazado, marginado, por su condición sexual. Siendo la Eucaristía, una medicina, es contradictorio negarla, a quien verdaderamente la necesita, que con hambre y sed de justicia, se acerca a buscarla!
Aquí lo prioritario no es el género, ni situación civil, ni orientación sexual, sino el servicio a los hijos e hijas de Dios, de una manera inclusiva.
Nuestro movimiento crece cada vez más, no somos la “iglesia de las mujeres”, ni otra “iglesia”. Cada vez tenemos más candidatas/os solicitando su ingreso y formación.
Como discípulas y discípulos, creados/as a imagen de semejanza de la Divinidad, pero diferentes, seguiremos ANUNCIANDO la Buena Nueva, en la Iglesia, con la Iglesia, desde la Iglesia.
“Los hicieron entrar para que comparecieran ante el Consejo de Ancianos, y el sumo sacerdote les preguntó: No les prohibimos terminantemente enseñar en nombre de ése? Y sin embargo han llenado Jerusalén con sus enseñanzas y además quieren hacernos responsables de la muerte de ese hombre.
Pedro y los apóstoles respondieron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros antepasados ha RESUCITADO a JESUS, a quien ustedes mataron colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador, para dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de obtener el perdón de los pecados. Nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen somos testigos de todo esto.
Hicieron llamar a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Ellos salieron alegres de haber merecido tales injurias por causa de aquel nombre. Y día tras día, tanto en el templo como por las casas, no cesaremos de enseñar y anunciar que Jesús es el Mesías.” (Hechos 5:27-32; 40-42)
Por ser bautizados y bautizadas, todo lo que suceda en la Iglesia es responsabilidad y nos compete a TODOS/AS. Esto, no es solo determinación del Papa, ya él tiene demasiado peso sobre sus hombros, a él, es preciso, ayudarle,es tarea de toda la Iglesia, incluidos, laicos, religiosas/os sacerdotes, obispos y cardenales, quienes debemos estar en involucrados. Ante esta situación, Jesús nos lo deja entrever muy claro y por algo lo repite dos veces en el Evangelio de Mateo, como si quiera decirnos: “ la ordenación de las mujeres, no es de responsabilidad de la Esencia Divina, como se ha venido diciendo, en Mateo está muy claro, lo que pueden hacer”:
“TE DARE LAS LLAVES DEL REINO DE LOS CIELOS; LO QUE ATES EN LA TIERRA QUEDARÁ ATADO EN EL CIELO, Y LO QUE DESATES EN LA TIERRA QUEDARÁ DESATADO EN EL CIELO”.
(Mateo 16:19 y Mateo 18:18).

JOSÉ ANTONIO PAGOLA 21 ABRIL2013


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Somos víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, voces y ruidos que corremos el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz que necesitamos oír para tener vida.
¿Cómo pueden resonar en esta sociedad las palabras de Jesús que leemos hoy en el evangelio? «Mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy vida eterna».
Apenas sabemos ya callarnos, estar atentos y permanecer abiertos a esa Palabra viva que está presente en lo más hondo de la vida y de nuestro ser.(LEER EVANGELIO)
Convertidos en tristes «teleadictos» nos pasamos horas y más horas sentados ante el televisor, recibiendo pasivamente imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran ofrecer para alimentar nuestra trivialidad.
Según estudios realizados, son mayoría los que ven de dos a tres horas diarias de televisión, lo cual significa que cuando hayan cumplido 65 años habrán estado 9 años consecutivos ante el televisor.
Envuelto en un mundo trivial, evasivo y deformante, el «teleadicto» sufre una verdadera frustración cuando carece de su alimento televisivo.
Necesita esa pequeña pantalla llena de colores, que se convierte con frecuencia, en una pantalla en sentido literal y estricto, entre el individuo y la realidad. Ya no vive desde las raíces de la misma vida. Apenas escucha ya otro mensaje sino el que recibe a través de las ondas.
El hombre contemporáneo necesita urgentemente recuperar de nuevo el silencio y la capacidad de escucha, si no quiere ver su vida y su fe ahogarse progresivamente en la trivialidad.
Necesitamos estar más atentos a la llamada de Dios, escuchar la voz de la verdad, sintonizar con lo mejor que hay en nosotros, desarrollar esa sensibilidad interior que percibe, más allá de lo visible y de lo audible, la presencia de Aquel que puede dar vida a nuestra vida.
Según K. Rahner, «el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, sino en la experiencia y decisión personales».
Lo que cambia el corazón del hombre y lo convierte no son las palabras, las ideas y las razones, sino la escucha sincera de la voz de Dios.
Esa escucha sincera de Dios que transforma nuestra soledad interior en comunión vivificante y fuente de nueva vida.

DIOS NO ESTÁ EN CRISIS

Es más frecuente de lo que pensamos. Los creyentes decimos creer en Dios, pero en la práctica vivimos como si no existiera. Éste es también el riesgo que tenemos hoy al abordar la crisis religiosa actual y el futuro incierto de la Iglesia. Vivir estos momentos de manera «atea».
Ya no sabemos caminar en la «presencia de Dios». Analizamos nuestras crisis y planificamos el trabajo pensando sólo en nuestras posibilidades. Se nos olvida que el mundo está en manos de Dios, no en las nuestras. Ignoramos que el «Gran Pastor» que cuida y guía la vida de cada ser humano es Dios.
Vivimos como cristianos «huérfanos» que han perdido a su Padre. La crisis nos desborda. Lo que se nos pide nos parece excesivo. Es imposible perseverar con ánimo en una tarea, cuando no se ve el éxito por ninguna parte. Nos sentimos solos y cada uno se defiende como puede.
Según el relato evangélico, Jesús está en Jerusalén comunicando su mensaje. Es invierno y, para no enfriarse, se pasea por uno de los pórticos del templo, rodeado de judíos que lo acosan con sus preguntas. Jesús está hablando de las «ovejas» que escuchan su voz y le siguen. En un momento determinado dice: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre».
Según Jesús, «Dios supera a todos». Que nosotros estemos en crisis, no significa que Dios está en crisis. Que los cristianos perdamos el ánimo, no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvar. Que nosotros no sepamos dialogar con el hombre de hoy, no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona. Que las gentes se marchen de nuestras Iglesias, no quiere decir que se le escapen a Dios de sus manos protectoras.
Dios es Dios. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la iglesia podrán «arrebatar de sus manos» a esos hijos e hijas a los que ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie. Tiene sus caminos para cuidar y guiar a cada uno de sus hijos, y sus caminos no son necesariamente los que nosotros le pretendemos trazar.