FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

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lunes, 18 de julio de 2016

Sudán del Sur tiene derecho a la paz y al desarrollo


Únete a los misioneros y grita “ellos me importan”
Misiones Salesianas quieren ser “la voz de los sin voz” de los pobres que no tienen nada
Misiones Salesianas, 16 de julio de 2016 a las 10:50
Iglesia de Sudán del Sur: “¡Se corre el peligro de un genocidio!”
Denuncia de la Iglesia en Sudán del Sur: “Nos gobierna una panda de monos”
Cientos de personas comenzaron a llegar, sobre todo madres con un niño en la espalda y otros 4 ó 5 tomados de las manos
(Misiones Salesianas).- Miles de personas atemorizadas han buscado refugio en la misión salesiana de Gumbo, a 8 km del centro de Juba, en Sudán del Sur, entre el domingo y el lunes pasado, debido a la reanudación de los enfrentamientos armados.··· Ver noticia 

En la diócesis de Getafe “se han retrotraído a la liturgia preconciliar” Pepe Mallo

Enviado a la página web de Redes Cristianas


“EN ESTO NO OS PUEDO ALABAR” (1Cor. 11,22)
“Hacía por lo menos cincuenta años que no `oía´ misa”
He vuelto a “oír misa”: ¿regresión, trastorno, retroceso…?
¡¡Quién lo diría!! Hacía por lo menos cincuenta años que no oía misa. Sí, sí, así, como lo lees. Pero de un tiempo a esta parte, he vuelto, no sin pena, a “oír misa”. No se trata de un regreso, sino de una regresión; no de retorno, sino de trastorno; vale decir, de un retroceso, de una reculada. Antaño iba “a celebrar la Eucaristía”, a festejar el encuentro, vivencia de la comunidad, y hogaño no me queda más remedio que “oír la misa”. Significa que en ciertas iglesias hemos vuelto a ritos litúrgicos del concilio de Trento, al “Juan Palomo” eucarístico, “yo me lo guiso, yo me lo como”. La Eucaristía es “el sacramento de nuestra fe”. Lo reconocemos explícitamente. Sin embargo, se ha tergiversado y desfigurado hasta tal punto el mensaje original del evangelio que lo hemos convertido en algo casi ineficaz para vivir la auténtica “Cena del Señor”. Se ha reducido a ceremonia rutinaria, carente de convicción y compromiso. Ya san Pablo denunciaba esta deformación en Corinto (1Cor 11,17-22).



Los nuevos “rectores” de mi parroquia
Por no teorizar generalizando, voy a ceñirme a los nuevos “rectores” de mi parroquia y a los de las iglesias del entorno. Yo los definiría como “funcionarios del rito”. Se han retrotraído a la liturgia preconciliar, implantando ceremoniales de la misa tridentina. A las “funciones” litúrgicas presididas por ellos les sobran gestos y ceremonias como para que los asistentes tengamos conciencia de haber participado en la auténtica Eucaristía. (Entrecomillo “funciones” porque considero que estos gestos están más cerca del espectáculo teatral que de la celebración litúrgica). ¿Puede alguien imaginar a Jesús en la última cena inclinarse, acodarse sobre la mesa ante el pan y el vino y, engolando la voz, pronunciar lentamente, como enigmáticas, arcanas o sibilinas, las palabras “Tomad y comed.. tomad y bebed..”? ¿Puede alguien pensar que Jesús, en ese momento, mandó arrodillarse a los discípulos para adorar las especies “sacramentales”? ¿Puede alguien sospechar que Jesús ordenara a los sirvientes de la casa (léase monaguillos) que repicaran cascabeleras campanillas en ese momento?…

Es una “puesta en escena”, lo que significa que no es cena. El decoro en la liturgia y el respeto por lo sagrado no está reñido con la naturalidad y la sencillez. Los gestos ostentosos y/o afectados no engrandecen más la “fuente y el culmen” (PO 5) de la vida de la Iglesia. ¡¡Qué sencilla fue la “cena de despedida” de Jesús y las restantes “cenas del Señor” celebradas por los primeras comunidades!! Sin artificio, sin ceremonia ostentosa. ¿Habrán leído estos sacerdotes de marras, fanáticos de las leyes, la “Constitución sobre la sagrada Liturgia (Sacrosantum Concilium)” del Vaticano II? (Lógicamente, la pregunta es pura retórica). El Concilio Vaticano II dio un giro de 180º también en liturgia. La prueba más patente es la posición del sacerdote de cara a los fieles; aunque sospecho que algunos preferirían seguir dando la espalda corporalmente, como lo hacen intencionalmente.

El Concilio define con precisión:
“La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, “raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido”.
“Por tanto, la Iglesia, con solicito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada.” (SC. 14 – 48)


El clericalismo quiere brillar en la liturgia
La casta del clericalismo, autocrático y opresivo durante tantos siglos en la Iglesia, se ha atribuido la expresión “celebrante” no solo para su ministerio específico, sino para las funciones colectivas, arrebatadas a la comunidad, adjudicándose la propiedad de lo sagrado. El gremio del ritualismo, con falaces argumentos doctrinales, se ha apropiado funciones propias de todos los bautizados. Contra el espíritu evangélico, han ido elaborando normas litúrgicas a su conveniencia, a su postureo, al estilo de la casta sacerdotal judía. Prepotentes, se resisten a llamar “sacerdotal” a la acción común de los cristianos en la eucaristía. Lo consideran intromisión en sus funciones “sacerdotales”.


Donde se confirma lo dicho con algunos ejemplos
Evento histórico, verídico y comprobatorio, que motiva mi reflexión de hoy. Me ha sucedido hace unos domingos. En el momento de la doxología de la plegaria eucarística, solemos recitar, como siempre hemos hecho, las palabras “Por Cristo, con Él y en Él…”. Al terminar la proclamación, el sacerdote, herido en su ego ritualista, comenta en público: “He oído un murmullo repitiendo las palabras que yo pronunciaba”. Y lee en el misal que, según las normas litúrgicas, estas palabras corresponden exclusivamente al sacerdote, y los fieles solo deben responder “amén”. ¡Qué dosis de liturgismo y qué poco sentido de liturgia! La doxología de la plegaria eucarística es precisamente un “brindis”, una alabanza, reconocimiento de su amor, que la comunidad eucarística eleva al Padre en comunión con Cristo y el Espíritu. Por tanto, puede ser proclamada por toda la comunidad.


“En esto no puedo alabaros”
En la última cena, Jesús no instituyó la Eucaristía para ser adorada, sino para ser partida, repartida en comunidad y asimilada. Jesús no instituyó un sacramento para estar encerrado en un sagrario, sino para que celebráramos su presencia entre nosotros: “Haced esto en memoria mía”. El centro de la celebración no está ni en el altar ni en el culto, sino en nuestra vivencia comunitaria. Aquel hecho no fue un “ritual sagrado”, sino una “cena”, en la que se vivieron unas experiencias, entre ellas el gesto del lavatorio de los pies con la interpelación: ¿Entendéis lo que acabo de hacer? Pues haced vosotros lo mismo”. Y cuando Jesús dice: “Haced esto en memoria mía”, “haced esto para que me tengáis siempre presente”, no se refiere sólo al momento que denominamos transustanciación, sino que la palabra “esto” engloba la “cena entera”, conjunto de experiencias vividas allí aquella noche. Esta es la verdadera vivencia de la “Cena del Señor”. Por eso, Pablo reprocha a los corintios: “En esto no puedo alabaros”. Les increpa que la están falseando, que han convertido la celebración eucarística en algo individual (“cada uno come su propia cena”), sin respetar a la Comunidad.


Todos “reducidos” a decir “amén”
Han perdido el sentido comunitario de la eucaristía. Han monopolizado todas las intervenciones, incluso se han adueñado de la comunidad entera. Todo ha quedado reducido a decir “amén”, en el doble sentido de respuesta a una plegaria y de sometimiento a la norma o al criterio del sacerdote. Se han instalado en el rito y en la rutina. Nuestras eucaristías se han convertido en una liturgia puramente ritual. Se ha exagerado extremadamente la significación de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha menospreciado la esencia comunitaria de la eucaristía. Una cosa es la liturgia y otra el ritualismo. Y lo malo es que la celebración eucarística expresa lo que es la comunidad celebrante. Una eucaristía sin vida supone una comunidad sin vida, “esclerotizada”.


¿Cuánto tiempo de “oír misa” me quedará todavía?
Esperemos, en breve, no tener que asistir al “sacramento de nuestra fe” como “extraños y mudos espectadores” y recuperar la “participación plena, consciente y activa” que nos propone el Concilio.

80 años inicio de la guerra civil española. Hilari Raguer: “La Iglesia española se echó en brazos de los golpistas tras el golpe del 18 de julio”


Obispos
Raguer es monje benedictino en la abadía de Montserrat desde 1954, doctor en Derecho Civil por la Universidad de Barcelona y diplomado en Estudios Superiores de Ciencias Políticas en la Sorbona. Ha desarrollado amplias investigaciones sobre el papel de la Iglesia en la Guerra Civil española, por el que insta a las autoridades eclesiásticas a pedir disculpas por su posición durante la contienda. ··· Ver noticia ···

Crímenes atroces en México Gilberto López y Rivas



No es sorpresa que haya pasado prácticamente desapercibido para los grandes medios de comunicación el sustentado y significativo informe, hecho público este año: Atrocidades innegables: confrontando crímenes de lesa humanidad en México, de la organización Open Society Justice Initiative, tomando en cuenta que, como reproductores del sistema capitalista de dominación ideológico-política, estos mercenarios mediáticos forman parte orgánica de los instrumentos de desviación de poder e impunidad que caracterizan al Estado mexicano.

Este informe, que se nutrió principalmente con el trabajo de Justice Initiative, expertos mexicanos y extranjeros, y la colaboración de cinco reconocidos organismos de derechos humanos, se enfoca en los nueve años que van de 2006 a 2015, aunque incluye una breve descripción de periodos anteriores “en los que el gobierno [mexicano] estuvo también implicado en crímenes atroces, para los cuales hasta ahora no ha rendido cuentas. Se incluye entonces el periodo de la llamada guerra sucia emprendida por el gobierno contra estudiantes de izquierda y disidentes, de 1960 a 1980, con el fin de situar el reciente aumento de la violencia en un contexto histórico y político más amplio”.
El concepto de crímenes atroces, utilizado en el texto, se fundamenta en la definición de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en la que se incluyen los crímenes de genocidio, lesa humanidad y guerra, especificando que, en este caso, el término se utiliza “para referirse a formas particulares de crímenes violentos que han afectado a varios cientos de miles de civiles y pueden constituir crímenes de lesa humanidad. Las personas afectadas no sólo incluyen a los ciudadanos mexicanos, sino también a inmigrantes de Centroamérica, que viajan por rutas peligrosas en el país, y cada vez con más frecuencia son víctimas de la cruel violencia de los cárteles. Específicamente, el informe examina tres tipos de crímenes atroces: asesinatos, desapariciones, tortura y otros tipos de maltrato”. En cuanto a crímenes de lesa humanidad, se concluye que la situación de México satisface su definición legal establecida en el Estatuto de Roma, de la Corte Penal Internacional, así como la jurisprudencia de esta Corte y de otros tribunales internacionales, esto es, como una serie de actos diversos que sean parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque. Se enumeran 11 actos subyacentes, incluidos asesinato, tortura y desapariciones forzadas. Además, el Estatuto define un ataque como “una línea de conducta que implique la comisión múltiple de actos […] contra una población civil, de conformidad con la política de un Estado o de una organización para cometer ese ataque.
Esto significa que los crímenes de lesa humanidad pueden ser perpetrados tanto por fuerzas gubernamentales como por grupos armados organizados”. En esta materia, el documento arroja algunas cifras: “Entre diciembre de 2006 y finales de 2015, más de 150 mil personas fueron asesinadas intencionalmente en México (…) Las estadísticas oficiales sobre asesinatos subestiman el verdadero saldo: decenas de miles de desapariciones siguen sin resolverse y existen cientos de fosas comunes clandestinas que no han sido suficientemente investigadas”. En cuanto a desapariciones forzadas, se sostiene que “nadie sabe cuántas personas han desaparecido en México desde diciembre de 2006.
La cifra de 26 mil citada a menudo es engañosa y en gran parte arbitraria; constituye una contabilidad defectuosa del gobierno sobre personas desaparecidas (…) Asimismo, los fiscales a menudo han reclasificado de modo inapropiado los casos que involucran a autores del Estado (desapariciones forzadas) como ‘secuestros’, precisamente en un momento en que estos crímenes han alcanzado niveles alarmantes (…) Del cálculo aproximado de un total de 580 mil secuestros, desde finales de 2006 hasta 2014, no hay manera de saber cuántos podrían clasificarse como otras formas de desaparición criminal, incluidas las desapariciones forzadas”. En lo referente a la tortura, las cifras que aporta la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y los casos documentados por organizaciones de la sociedad civil “sugieren que se trata de prácticas generalizadas, que incluyen el uso rutinario de torturas y malos tratos por parte de la policía, las fuerzas armadas y los fiscales, a fin de obtener confesiones y testimonios bajo coerción que ellos mismos y muchos jueces mexicanos aceptan como evidencia (…) [No obstante,] en los casos de tortura entre enero de 2007 hasta abril de 2015 sólo se produjeron seis condenas”. Los autores de la investigación plantean una interrogante cardinal: ¿Por qué razón ha habido tan poca justicia ante los crímenes atroces ocurridos en México?
‘La respuesta que proporciona el documento se confirma fehacientemente para el caso más reciente de la masacre de Nochixtlán, que se suma a la de Ayotzinapa y Tlataya: “En lo fundamental responde a factores políticos. Comienza con la retórica de negación y desviación que ha caracterizado a los gobiernos de Calderón y Peña Nieto. Los funcionarios de mayor jerarquía sistemáticamente niegan o minimizan la escala y la naturaleza de los asesinatos, las torturas y las desapariciones, y hacen aseveraciones generalizadas y sin fundamento, considerando a las víctimas de estos delitos como criminales. En lugar de reconocer el problema, funcionarios de alta jerarquía han optado por la rutina de atacar a los emisarios de Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las organizaciones de la sociedad civil y otros que han denunciado estos crímenes atroces. En algunos casos, en respuesta a las presiones de la opinión pública, funcionarios han hecho promesas que en su mayoría nunca cumplen. El hecho de restar importancia a los crímenes atroces ha sido un componente central de la historia de impunidad de México (…) Los mismos líderes políticos que niegan y minimizan los crímenes atroces han sido los responsables de investigarlos…”
El valor extraordinario del documento va más allá de este esfuerzo de síntesis, que deja fuera otros datos, análisis y recomendaciones producto de tres años de trabajo de investigación, más de 100 entrevistas y un acervo documental y testimonial que, sin duda, identifican y comprueban las atrocidades innegables del Estado mexicano.
Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales