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sábado, 16 de enero de 2016

Y, de repente, Hacienda ya no somos todos José Yoldi

 

Hacienda
Las cuestiones previas del caso Noos han confirmado la mayor parte de lo que ya sabíamos desde hace tiempo, que sigue siendo muy dudoso que la justicia sea igual para todos. ¿Han apreciado cómo los aparatos del Estado —fiscal Pedro Horrach y abogada del Estado Dolores Ripoll, en lugar de ejercer su natural función como acusador, el primero; y de perjudicada por el delito, la segunda— se han destacado en la defensa a ultranza de la infanta Cristina de Borbón, más incluso que su propio abogado defensor, Jesús María Silva, al reclamar que se le aplique la doctrina Botín para que pueda irse a su casa? Además, la vista ha dejado una perla inmarcesible de la señora Ripoll: Hacienda ya no somos todos. ··· Ver noticia 

Un artículo sobre otro artículo de Redes Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


Comunidad de base3Con fecha de 8 de Enero ha salido en el portal un artículo que me ha parecido muy interesante, sobre el que quiero hacer un comentario, dejando bien claro desde ya que mi opinión sobre el escrito es muy favorable, y que pienso de manera muy parecida. El artículo se titula “Por una iglesia sin curas”, y su autor es José Ramón Pérez Perea, quien tiene una extensa lista de publicaciones de contenido histórico, sobre la Iglesia española, así como teológico-social.

La tesis central del artículo es bien razonable, y de no difícil argumentación: si durante muchos años, por lo menos hasta la mitad del siglo segundo, la organización de la Iglesia no era clerical, ni poseía la liturgia sacramental que hoy la caracteriza, no es descabellado imaginar la posibilidad de la vuelta a esa situación de mayor desclerización. Como he escrito muchas veces en este blog, (“El Guardián del Areópago”, en la revista 21rs), este fue uno de los principales objetivos del Vaticano II, si bien no lo pretendiera con la fuerza con la que respondió a ese supuesto una buena parte del clero.
No fueron coincidencias algunos de los fenómenos que vivieron, o vivimos, los curas del inmediato pos-concilio, como las salidas de la vida clerical, el abandono de los signos externos clericales, como ropa talar, sotanas, hábitos, o la tendencia a dejar los sobrios y austeros muros monacales, o simplemente religiosos, a la busca vivir entre la gente, en medio del del mundo, en pisos, de modo más laical, etc. Estos fenómenos pueden parecer a algunos inconsistentes, de poca entidad y significación. Para mí la Historia de trazos gruesos es el resultado de esas pequeñas cosas de la vida cotidiana. Como aprendimos de historiadores como Johan Huizinga, en obras como “El ocaso de la Edad Media”, y otros historiadores que limpiaron la Historiografía de los oropeles y ropajes de los personajes, hechos, situaciones y anecdotario imponentes y solemnes de reyes, papas, gobernantes y grandes batallas, para describir cómo la gente compraba o comía, o se lavaba, o se divertía.
Insisto: no quitemos importancia a los pequeños gestos anticlericales, que mucha gente interpretaba como suicidas, ya que los curas que vivimos esa época la veíamos como una aurora luminosa, anunciadora de tiempos de libertad y creatividad. Me tocó estudiar Teología en loa años gloriosos, contemporáneos, o inmediatamente posteriores, a la gran Asamblea conciliar. Y fue con la luz que rápidamente comenzó a irradiar el Concilio cuando descubrí lo que he llamado, en este blog, “la gran traición”, y la gran tragedia, de cómo, cuando el autor del artículo que comento, en los mismo años, la Iglesia comienza a olvidar el Evangelio y se “religiosiza”, hasta llegar a imitar uno de los elementos más característicos de las religiones paganas: la necesidad de un estamento burocrático clerical. Y la organización jerárquica de la Iglesia, más dedicada al poder que al servicio, comete, como ya he escrito varias veces, la suprema traición: aceptar, contra oda la enseñanza del Nuevo Testamento, (NT), la denominación de sacerdotes para los diferentes ministerios, más entendidos en la Iglesia de los dos primeros siglos como carismas para el servicio que como sacerdotes, o intermediarios, como en las religiones paganas, entre Dios, y los hombres. Y nunca lo podía entender así la Iglesia por una razón poderosa, que después ha sido relegada al olvido y al desprecio: porque el único que en la comunidad de los seguidores de Jesús, Éste es el único que puede ejercer ese ministerio eterno y único.
Ni Jesús, ni Pedro, ni Pablo, ni Lucas, ni Timoteo, ni Tito, ni Mateo, ni Juan, ni ninguno de los “servidores” de la comunidad como epíscopos o presbíteros, denominados y en la forma latina, fueron nunca curas, ni se sintieron parte de una casta clerical y sacerdotal, al modo de la tribu hebrea dedicada a ese ministerio, o de las organizaciones de las religiones paganas. Y si en la época más auténtica y evangélica de la Iglesia ésta se pudo mantener sin curas, -¡y cómo!, hasta admirar y convertir a las gentes del Imperio-, la Iglesia actual podrá prevalecer también, del mismo modo. Cambiando, eso sí, todo el sentido de la eclesiología, y, sobre todo, del espíritu Canónico actual. Y este último es le verdadero problema, más que las trabas teológicas o bíblicas, que son, o inexistentes, o actuarían a favor de ese cambio.

Es complicado ser cristiano/a de izquierdas José María Garcvia Mauriño


Enero de 2016
Todo el mundo sabe que ser cristiano o cristiana es mucho más que ir a Misa los domingos y no robar ni matar. “Creer es comprometerse”, y lo complicado es el compromiso de los cristianos. ¿A qué nos comprometemos? Es algo muy personal, no es una obligación impuesta por las normas más o menos dogmáticas de la Iglesia. Lo difícil es el compromiso serio con las personas empobrecidas. Es una característica de los creyentes de izquierdas, el ocuparse y preocuparse por la pobreza, por las desigualdades sociales, por los últimos de la sociedad.


Todos y todas somos muy de izquierdas mientras no nos toquen el bolsillo. Ser de izquierdas es ser solidario con las personas empobrecidas. Es tomarse en serio lo que llamamos “opción por los pobres”. Jon Sobrino decía: “No hay opción por los pobres sin decisión a defenderlos. Y por lo tanto, sin una decisión a introducirse en el conflicto histórico. Esto no suele ser muy tenido en cuenta. Ni siquiera teóricamente. Pero, digámoslo una vez más: no hay opción por los pobres sin arriesgar”.Hasta aquí Jon Sobrino.
No cabe duda que la decisión personal y comunitaria de la gente de base es la defensa de las personas empobrecidas. Los defendemos cuando vamos a las mareas blanca y verde, Denunciamos el silencio de la jerarquía ante el drama de los refugiados. Hacemos declaraciones en contra de las desigualdades sociales. Estamos de acuerdo con los partidos más radicales. La mayoría somos antisistema. Escribimos cosas contra el capitalismo. Más todavía, participamos en comprometidas Eucaristías, asistimos a foros sociales, hacemos reflexiones profundas sobre la justicia, buscamos un conocimiento más profundo de los Evangelios, defendemos los Derechos humanos, estamos por una Ecología radical, y mucha solidaridad con América Latina. Todas esas cosas son buenas, necesarias para mantener la tensión de la fe, pero insuficientes, si no llegamos al bolsillo
¿Qué más podemos hacer? La exigencia fundamental es una exigencia de justicia social, lo mismo para creyentes que para los no creyentes. El punto decisivo, lo mismo para unos que para otros, es el de la propiedad, el del dinero. El problema es el bolsillo.
¿Qué pasa con el bolsillo? Que es un tema tabú. Eso no se puede tocar porque saltan chispas. Tocamos lo más sagrado que hay, la propiedad privada. Es lo propio de la mentalidad capitalista. Mi dinero es mío ha sido fruto de l trabajo de toda mi vida y hago con él lo que me da la gana. Y nos cuesta trabajo ver que las necesidades básicas de la mayoría de la gente, no están cubiertas. Cada Ser Humano es igual a otro Ser Humano, las personas empobrecidas tienen la misma piel que tu y que yo. No es fácil exigirnos lo que nos corresponde a cada uno de nosotros, creyentes o no, en conciencia, por estricto deber moral, no por imperativo legal de la hacienda pública.
Nos podíamos preguntar, si queremos ser coherentes con la opción por las personas empobrecidas. ¿Qué es lo que arriesgamos los creyentes de izquierdas? Mientras no nos toquen el bolsillo somos un ejemplo de compromiso sociopolítico. Repito, el punto clave de la ética y de la fe en Jesús es el bolsillo, no solo las tertulias cristianas, la celebración de la eucaristía o las clases de Biblia, y los compromisos sociales, todo eso también es muy conveniente, es necesario, pero no es suficiente.
Jesús dijo claramente, (¿de forma simplista?) “No podéis servir a Dios y al dinero”. “Si quieres ser perfecta, vende lo que tienes dalo a los pobres y sígueme” Darlo a los pobres, dice Jesús, no a la familia o a los amigos y amigas. Servir al dinero es lo que hacen muchos que se identifican con los objetivos del capitalismo liberal, propio de la derecha, como es el deseo de acumular beneficios, no de repartir o de compartir. El dar de comer al hambriento no es sólo un imperativo ético de justicia distributiva, sino que al mismo tiempo, para los creyentes, es una exigencia de fe. Es un postulado evangélico que se preocupa de los últimos. No se puede servir a Dios y al dinero, a la propiedad. Nosotros y nosotras vivimos muy bien, muy cómodamente, pero hay muchísimos millones de personas que no viven, que se mueren cada día de hambre o de miseria o todo junto, o que se van muriendo lentamente. Tenemos de todo, no nos falta de nada, y la mayoría de los Seres Humanos apenas tienen lo necesario para vivir.
En un cartel de la comunidad de Sto Tomás de Aquino, ejemplar en muchos aspectos, dice lo siguiente: “no os canséis de dar, pero no deis de las sobras, dad hasta sentirlo, dar hasta que duela”. Dar de lo que tenemos en la cuenta corriente, dar de la pensión, de lo que tenemos, si es mucho, mucho si es poco, poco. Pero, siempre dar. Si en el 31 de diciembre tengo más dinero en mi cuenta corriente, que en enero de ese mismo año, se puede decir que me he enriquecido, pero no he compartido nada, Es complicado crecer económicamente y al mismo tiempo ser solidario de verdad con las personas empobrecidas.

La sociedad del cansancio y del abatimiento social Leonardo Boff


Leonardo Boff2Hay una discusión en todo el mundo sobre la “sociedad del cansancio”. Ha sido formulada principalmente por un coreano que enseña filosofía en Berlín, Byung-Chul Han, cuyo libro con el mismo título acaba de ser publicado en Brasil (Vozes 2015). El pensamiento no siempre es claro y, algunas veces, discutible, como cuando afirma que el “cansancio fundamental” está dotado de una capacidad especial para “inspirar y hacer surgir el espíritu” (cf. Byung-Chul Han, p. 73). Independientemente de las teorizaciones, vivimos en una sociedad del cansancio. En Brasil además de cansancio sufrimos un desánimo y un abatimiento atroces.

Consideremos, en primer lugar, la sociedad del cansancio. Ciertamente, la aceleración del proceso histórico y la multiplicación de sonidos, de mensajes, la exageración de estímulos y comunicaciones, especialmente por el marketing comercial, por los teléfonos móviles con todas sus aplicaciones, la superinformación que nos llega a través de los medios sociales, nos producen, dicen estos autores, enfermedades neuronales: causan depresión, dificultad de atención y síndrome de hiperactividad.
Efectivamente, llegamos al final del día estresados y desvitalizados. No dormimos bien, estamos agotados.
A esto hay que añadir el ritmo del productivismo neoliberal que se está imponiendo a los trabajadores en todo el mundo, especialmente el estilo norteamericano exige de todos el mayor rendimiento posible. Esto es la regla general también entre nosotros. Tal exigencia desequilibra emocionalmente a las personas, generando irritabilidad y ansiedad permanente. El número de suicidios asusta. Se resucitó, como ya mencioné en esta columna, el dicho de la revolución del 68 del siglo pasado, ahora radicalizado. Entonces se decía: “metro, trabajo, cama”. Ahora se dice: “metro, trabajo, tumba”. Es decir: enfermedades letales, pérdida del sentido de la vida y verdaderos infartos psíquicos.
Detengámonos en Brasil. Entre nosotros, en los últimos meses, crece un desaliento generalizado. La campaña electoral realizada con gran virulencia verbal, acusaciones, deformación y el hecho de que la victoria del PT no haya sido aceptada, suscitó ánimos de venganza por parte de las oposiciones. Banderas sagradas del PT fuero traicionadas en altísimo grado por la corrupción, generando una decepción profunda. Tal hecho nos hizo las buenas costumbres. El lenguaje se canibalizó. Salió del armario el prejuicio contra el nordestino y la descalificación de la población negra. Somos cordiales también en el sentido negativo dado por Sergio Buarque de Holanda: podemos actuar a partir del corazón lleno de rabia, de odio y de prejuicios. Tal situación se agravó con la amenaza de impeachment a la Presidenta Dilma, por razones discutibles.
Descubrimos el hecho, no la teoría, de que entre nosotros existe una verdadera lucha de clases. Los intereses de las clases acomodadas son antagónicos a los de las clases empobrecidas. Aquellas, históricamente hegemónicas, temen la inclusión de los pobres y la ascensión de otros sectores de la sociedad que han venido a ocupar el lugar antes reservado solo para ellas. Hay que reconocer que somos uno de los países más desiguales del mundo, es decir, donde campean más las injusticias sociales, la violencia banalizada y asesinatos sin cuenta que equivalen en número a la guerra de Irak. Y todavía tenemos centenares de trabajadores viviendo en condiciones equivalentes a la esclavitud.
Gran parte de esos malhechores se profesan cristianos: cristianos martirizando a otros cristianos, lo que hace del cristianismo no una fe sino solo una creencia cultural, una irrisión y una verdadera blasfemia.
¿Cómo salir de este infierno humano? Nuestra democracia es solo de voto, no representa al pueblo sino los intereses de los que financian las campañas, por eso es de fachada o, a lo sumo, de bajísima intensidad. De arriba no hay nada que esperar pues entre nosotros se ha consolidado un capitalismo salvaje y globalmente articulado, lo que aborta cualquier correlación de fuerzas entre clases.
Veo una salida posible a partir de otro lugar social, de aquellos que vienen de abajo, de la sociedad organizada y de los movimientos sociales que poseen otro ethos y otro sueño de Brasil y del mundo. Pero necesitan estudiar, organizarse, presionar a las clases dominantes y al Estado patrimonialista, prepararse para eventualmente proponer una alternativa de sociedad aún no ensayada, pero que tiene sus raíces en aquellos que en el pasado lucharon por otro Brasil con proyecto propio. A partir de ahí formular otro pacto social vía una constitución ecológico-social, fruto de una constituyente inclusiva, una reforma política radical, una reforma agraria y urbana consistentes y la implantación de un nuevo modelo de educación y de servicios de salud. Un pueblo enfermo e ignorante nunca fundará una nueva y posible biocivilización en los trópicos.
Tal sueño puede sacarnos del cansancio y del desamparo social y devolvernos el ánimo necesario para enfrentarse a las trabas de los conservadores y suscitar la esperanza bien fundada de que nada está totalmente perdido, que tenemos una tarea histórica que cumplir para nosotros, para nuestros descendientes y para la misma humanidad. ¿Utopía? Sí. Como decía Oscar Wilde: «si en nuestro mapa no aparece la utopía, no lo mires porque nos esconde lo principal». Del caos presente deberá salir algo bueno y esperanzador, pues esta es la lección que el proceso cosmogénico nos dio en el pasado y nos está dando en el presente. En vez de la cultura del cansancio y del abatimiento tendremos una cultura de la esperanza y de la alegría.
*Leonardo Boff, teólogo y columnista del JB online.

Traducción de MJ Gavito Milano