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viernes, 29 de julio de 2016

RICOS Y RICAS PARA DIOS


col Carme Soto


En el capítulo 12 Lucas nos presenta a Jesús rodeado de mucha gente que busca consuelo y respuestas a sus preguntas (Lc 12,1). El maestro se deja interrogar, cuestionar, a la vez que va proponiendo su enseñanza con claridad y contundencia, tanto dirigiéndose a la multitud como al grupo más reducido de sus discípulos y discípulas.
El texto de este domingo comienza con una petición que uno de los presentes le hace en relación al reparto de la herencia: “Maestro di a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc 12, 13). Jesús rechaza intervenir en la cuestión (Lc 12, 14), pero propone una enseñanza que busca iluminar el origen del conflicto que el oyente le había planteado y como han de actuar quienes quieren formar parte de la nueva familia de Reino de Dios a la que él está convocando (Lc 12, 15-34).
Posiblemente quien pedía la intercesión de Jesús era el hijo menor de alguien que había muerto sin repartir su herencia. El hijo mayor, que era quien estaba llamado a sustituir a su padre como jefe de la familia, había asumido todo el patrimonio sin compartir con su hermano. La costumbre israelita estipulaba que si uno de los hijos solicitaba el reparto había que hacerlo, por eso este hombre pide al maestro que actúe de mediador para que pueda recibir su parte reconociéndole autoridad para mediar en el conflicto. Sin embargo, Jesús no acepta la propuesta y plantea la cuestión de otra manera.
Para entender la respuesta de Jesús y la orientación de la parábola que propone es necesario situarse desde las creencias sociales que sus oyentes comparten. En el mundo antiguo existía un principio básico que guiaba la mayoría de las interacciones sociales: la conciencia de que todos los bienes existentes eran limitados. Estos bienes no solo incluían los de tipo material: tierras, dinero, comida…sino también el honor, el poder, el estatus, la amistad… Nada podía producirse ilimitadamente y quien aumentaba sus riquezas, aunque fueran fruto de sus negocios o su trabajo, no podía acumularlas y debía actuar con generosidad compartiéndolas con otros a través de acciones de beneficencia o patronazgo. De no hacerlo así era considerado un ladrón o un avaro porque se consideraba que si alguien aumentaba sus bienes era porque se la había quitado a otro. La generosidad sin embargo no era un acto gratuito, sino que era recompensado con reconocimiento público, lo que hacía crecer el honor de la persona. Un valor que era mucho más importante que cualquier otro bien material.
Jesús al proponer la parábola, va a recoger la sabiduría tradicional sobre la avaricia y la acumulación de riqueza (Ecl 11, 19-20) recordando que el problema de la acumulación de riqueza además de una injusticia social, es una falta de fe en Dios (Ecl 2,1-11). Para el pensamiento bíblico la falta de fe no se corresponde con la incredulidad, sino con la desconfianza. La fe es una experiencia de confianza en la bondad y la misericordia de Dios que actúa constantemente en nuestra vida, quien se aparta de Dios es porque ha puesto su confianza en otros bienes como la riqueza, o el honor y se refugia en ellos para sostener su existencia. Ser necio o insensato, no es para la Biblia una cuestión de habilidades sociales o limitaciones psicológicas, es el término que designa la falta de fe.
Por eso, Jesús al proponer la parábola no cuestiona solo la actitud del hermano que no quiere repartir la herencia, ni a quienes actúan de forma similar, sino que está planteando algo más hondo: apostar por la radical experiencia de confiar en Dios como el bien más absoluto, desde la certeza de que lo que recibiremos siempre de él es su amor gratuito y su bondad infinita. Para Jesús no basta con ser generoso como proponía su sociedad. Para él lo importante es la gratuidad, el dar sin recibir nada a cambio, el actuar con el hermano y la hermana como lo hace Dios. Hacerse rico para Dios es atesorar en el corazón todas esas actitudes, pero no como una mera experiencia espiritual, sino como la base desde donde construir ese otro mundo posible con el que Dios sueña. Un mundo en igualdad, justicia y libertad.

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