FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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sábado, 21 de febrero de 2015

Rajoy y el Sermón de la Montaña Juan José Tamayo


“Es fácil prometer la luna e incluso el sol. No es lo mismo dar doctrina en un plató de televisión que defender los intereses de España en un Consejo Europeo. A los problemas difíciles no se le hace frente con planteamientos mesiánicos. Algunos confunden la política con el sermón de la montaña”. La frase no pertenece a ningún político descreído, sea ateo, agnóstico o indiferente religioso, y menos aún a una persona anticristiana. La pronunció con tono solemne y subrayando bien las palabras en el discurso de clausura de la Convención Política del PP celebrada el 25 de enero del presente año Mariano Rajoy, que no es precisamente una persona alejada de la religión, sino un político católico, apostólico, romano y devoto de Santiago, que no oculta en público sus creencias.
Todo lo contrario. Durante casi veinte años ha jurado su cargo con la mirada fija en el Crucifijo y con la mano en la Biblia en la toma de posesión de los numerosos cargos gubernamentales que ha ocupado: ministro de Administraciones Públicas, de Educación y Cultura, de Interior, de la Presidencia, vicepresidente y presidente del Gobierno.
Hizo la citada afirmación en un momento en el que la corrupción está instalada en la cúpula del Partido Popular y le afecta a él directamente; con numerosos ex dirigentes de su partido en prisión e imputados judicialmente; con un espectacular incremento del paro durante su mandato presidencial, que alcanza al 25% de la población activa y más del 50% de los jóvenes desempleados; más de un millón y medio de familia donde todos los miembros están sin trabajo; un elevado número de desahucios de familias que viven en la indigencia, por parte de los bancos que nadan en la abundancia y de instituciones públicas cuya función es garantizar las necesidades básicas de todos los ciudadanos; un alarmante crecimiento de la desigualdad; una contrarreforma laboral que coloca a los trabajadores en un estado crónico de desamparo y deja sin efecto la negociación colectiva; la desatención médica a los enfermos de hepatitis C; la negativa de la hospitalidad a los inmigrantes ahogados en el mar y lesionados en las vallas con cuchillas, con la complicidad a veces de las propias Fuerzas de Seguridad del Estado
Con esta situación de fondo Rajoy ha expresado su distanciamiento del Sermón de la Montaña. Tal actitud contrasta con la de otro líder político no cristiano, sino hinduista, Mahatma Gandhi (1969-1948), que consideraba el Sermón de la Montaña un excelente programa para resolver los problemas de la humanidad. Preguntado por Lord Irwin, virrey británico de la India, cómo podrían resolverse los problemas existentes entre la India y Gran Bretaña, Gandhi le respondió, con el capítulo 5 del Evangelio de Mateo: “Cuando su país y el mío sigan las enseñanzas expuestas por Cristo en el Sermón de la Montaña se habrán solventado los problemas no solo de nuestros dos países, sino los de todo el mundo”.
Los valores que propone el Sermón de la Montaña son: opción por los empobrecidos y marginados; trabajo por la paz como tarea y objetivo a través de la no-violencia activa; lucha por la justicia en un clima de injusticia estructural; perdón y reconciliación frente al recurso a la venganza de la vieja ley del talión “ojo por ojo y diente por diente”; com-pasión solidaria con las víctimas frente a la insensibilidad hacia el sufrimiento humano; actitud humilde frente a la humillación y a la arrogancia; autenticidad de vida frente a la doblez y el cinismo; compartir frente a competir; austeridad frente a acumulación; fe auténtica frente a idolatría.

Son valores trascienden el cristianismo, han entrado a formar parte de la herencia ética de la humanidad y deben convertirse en imperativos categóricos de la ética pública y de la moral privada. Pero no se cotizan en las operaciones bursátiles de la economía neoliberal.
Ahora se entenderá por qué Gandhi, sin ser cristiano, era un admirador de Jesús de Nazaret y un fiel seguidor del Sermón de la Montaña, y Rajoy, siendo cristiano, no quiere gobernar conforme a los valores de dicho Sermón: se encuentra más a gusto con los principios de la religión neoliberal del Mercado que con la narrativa alternativa de la ética liberadora de Jesús de Nazaret. Así se explica cómo ha podido jurar tantas veces sus cargos políticos ante el Crucificado de Nazaret y con la mano en la Biblia y negarse a seguir las orientaciones morales del memorable Sermón, que es patrimonio de la humanidad.

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid y coeditor, con Luis Alvarenga, de Ignacio Ellacuría. Utopía y teoría crítica (Tirant Lo Blanch, 2014).
El Periódico de Catalunya, 18 de febrero de 2015

Sólo el Evangelio nos sacará del atasco José M. Castillo, teólogo


 Teología sin censura

El papa Francisco les dijo a los cardenales el domingo 15 de febrero: “Nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: la lógica de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada; y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio”. Esto es lo que dijo el papa. Lo que pasa es que ni nos enteramos del todo de lo que Francisco quiso decir. Y menos aún entendemos las consecuencias que lleva consigo asumir de veras la “lógica de Dios”.

La “lógica de Dios” es el meollo del Evangelio. Esto supuesto, la pregunta que tendríamos que afrontar es ésta: ¿nos puede sacar el Evangelio del atasco en que estamos metidos? Me refiero a la crisis y al atasco económico, social, político, cultural, jurídico y sobre todo ético en que nos tiene estancados y hundidos esta maldita crisis.
Así las cosas, yo me pregunto si el Evangelio nos podrá sacar de este atasco. Porque está visto que la economía y sus magnates, la política y sus gestores – al menos hasta ahora – ni nos sacan del atasco, ni dan visos de querer, incluso poder, sacarnos. ¿Podrían hacerlo? Hay quienes piensan que sí. Pero, ¿podrán hacerlo, tal como están las cosas? Sinceramente, lo veo muy difícil. Extremadamente difícil, al menos en varios años, que quizá van a ser demasiados años. ¿Por qué? Yo no soy economista. Pero no estoy ciego. Y lo que veo es que la economía mundial funciona de tal manera, que, cada año que pasa, la riqueza mundial se va concentrando más y más en menos y menos personas. Con lo cual la desigualdad entre unos pocos (muy pocos) ricos y el resto de los habitantes del planeta es increíblemente asombrosa. Instituciones de ámbito mundial muy autorizadas nos dicen que el uno por ciento de los habitantes del planeta acumula ya tanta riqueza como el noventa y nueve por ciento restante. Ahora bien, una sociedad tan asombrosamente desigual es inevitablemente una sociedad, no sólo estancada, sino sobre todo desquiciada y sin futuro.
Pero no es esto lo peor. Lo más grave del asunto es que, en las sociedades democráticas, en que vivimos, la gente sigue votando a quienes nos han llevado a este desastre total. Y esos votantes quieren que nos sigan gobernando los mismos que nos han llevado a esta ruina y al futuro tan dudoso y sombrío que nos espera. Los mecanismos del sistema (no los pàrtidos) hacen posible este desquiciamiento aterrador. Y no sólo lo hacen posible, sino que hasta lo hacen inevitable. Porque han llegado a producir un modelo de sociedad, una gestión del poder y un estilo de vida al que nos hemos acomodado y que – aquí está el secreto y la clave del asunto – nos resulta irresistiblemente seductor. Ya no es el “poder opresor” el que nos domina. Es el “poder seductor” el que hace con nosotros lo que quiere y lo que le conviene. Teniéndonos y manteniéndonos convencidos de que somos libres, más libres que nunca. Y persuadidos, además, de que esto no puede ser de otra manera. Porque es “el mejor estado de cosas” que se ha inventado hasta ahora. Nos han metido en la cabeza que este modelo (de economía y de política), hoy por hoy, no tiene alternativa.
Por todo esto digo que veo muy difícil que, al menos por ahora, salgamos de este atasco en el que estamos metidos. Y en el que, además, nos sentimos a gusto. Precisando más, estamos a gusto los que hacemos falta para apuntalar, mantener, asegurar y hacer que dure este sistema canalla, que tanto sufrimiento, tanta violencia y tanta desvergüenza sigue produciendo, y acumulando de día en día. Por supuesto, hay millones de criaturas que ya no pueden más. Pero también, para esos desamparados del sistema, hay “bancos de alimentos” y otras “ayudas” por el estilo. Para que sigan aguantando y no alboroten demasiado. Por eso insisto en mi pregunta: ¿podremos salir de este atasco? Esta es la cuestión que no me deja en paz.
Llegados a este punto, a muchos les parecerá ridículo el solo hecho de preguntarse si el Evangelio nos podrá sacar de este atasco. Podrá, por supuesto y en el mejor de los casos, atraer a los “alejados” y a los “excluidos” para que se acerquen a la Iglesia. Y eso, sin duda, es bueno. Es necesario. Más aún, es urgente. Pero con eso nada más no cambiamos el sistema. Ni, por tanto, salimos de la crisis. Sinceramente y pensando en serio, ¿puede el Evangelio modificar el camino que lleva la economía, la cultura, la sociedad y la historia?
Hace más de medio siglo, el profesor de la Universidad de Oxford, E. R. Dodds, nos recordó cómo, en el imperio romano, en el largo período que medió entre Marco Aurelio y Constantino (del a. 161 al 306), se extendió por el mundo occidental la más grave crisis de su historia. Los ciudadanos de aquel enorme imperio se daban cuenta de que todo se desmoronaba: el mismo Imperio, las instituciones, la vida social, la economía y la religión, todo se venía abajo. Así cundió lo que el mismo Dodds denominó “una época de angustia”. Y fue en esta dura situación en la que ya, por primera vez, el Evangelio, no vivido como una religión de ritos, normas morales, promesas eternas, convento y sacristía, sino como “una conciencia nueva de sí mismo” que modificó aquella cultura, fue el factor determinante de una recuperación que ahora no estamos en condiciones de imaginar.
Fue entonces cuando el cristianismo se presentó “como una fe que merece la pena vivir porque es también una fe por la que merece la pena morir”. Así lo reconocieron, a pesar de sí mismos, hombres como Luciano (Peregr., 13), Marco Aurelio (11, 3), Galeno (R. Walzer, Galen and Jesus…, 15) y Celso (Orígenes, Contra Cels. 8, 65). Por otra parte, es notable que aquellos cristianos, por la fuerza del Evangelio, llamaron poderosamente la atención porque estaban abiertos a todos. No hacían distinciones sociales: aceptaban al obrero manual, al esclavo, al proscrito y al ex criminal. Todo el mundo encontraba acogida en cada grupo o comunidad de cristianos. Nadie era censurado, ni enjuiciado. De forma que, como bien notó Cipriano, en la comunidad cada cual se encontraba igual o mejor que en su propia casa (Ad Donat. 4 y 14). Es verdad que, durante el s. II e incluso el III, el cristianismo era aún en gran medida un “ejército de desheredados” (A. D. Nock). Pero también es cierto que los beneficios que acarreaba el Evangelio, vivido en serio, no se reducían a ofrecer esperanzas para el otro mundo. Cada grupo, cada “iglesia local”, poseía un sentido comunitario más fuerte que cualquier otro grupo laico o religioso (sobre todo las religiones de Mitra e Isis de aquel tiempo).
Así, los creyentes en Jesús se sentían unidos no sólo por unos ritos comunes, sino sobre todo por una forma común de vida, cosa que ya percibió Celso (Orígenes, o. c., 1, 1). Y también unidos por el mismo peligro que juntos corrían (E. R. Dodds). Su pronta disposición para prestar ayuda a quien la necesitase es cosa que quedó atestiguada no sólo por los autores cristianos, sino incluso por el mismo Luciano (Peregr., 12 s). Ya a comienzos del s. III, Tertuliano hace, en una apología pública y dirigida a los gobernantes, la audaz afirmación según la cual los cristianos “lo tenían todo en común, excepto la esposa de cada cual” (“AOmnia indiscreta sunt apud nos praeter uxores”. Apol.39, 11).
Pero, como bien nota Dodds, más importante que los beneficios materiales era el sentimiento de grupo que la fe en Jesús estaba en condiciones de fomentar. Los modernos estudios sociológicos nos han familiarizado con la universalidad de ese “sentimiento de grupo” como algo absolutamente necesario para el individuo, así como con las formas inesperadas en que esa necesidad puede influir sobre la conducta humana, particularmente sobre los individuos desarraigados en las grandes ciudades. Epicteto (3.13.1-3) nos ha descrito el horrible desamparo que puede experimentar un hombre en medio de sus semejantes. Y el mismo Dodds nos describe con admirable sencillez y profundidad cómo debió de vivirse aquel desamparo. “Debieron ser muchos los que experimentaron ese desamparo: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismo y dar a la propia vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se sentía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro”. Y termina el insigne estudioso de la antigüedad: “Los cristianos eran “miembros unos de otros” en un sentido mucho más que puramente formal”. Con esta conclusión final:”Pienso que ésta fue una causa importante, quizá la más importante de todas, de la difusión del cristianismo” (Paganos y cristianos en una época de angustia, Madrid, 1975, 179).
Reflexión conclusiva
¿Seria esto posible en este momento? Mi modesto punto de vista es que, no sólo es posible, sino que es tan necesario que, a mi manera de ser, es la salida que nos queda. No digo que todos nos hagamos cristianos. Lo que digo es que el Evangelio, en el que tanto insiste el papa Francisco, es la salida que nos queda. Hoy ya no manda en el mundo lo que es más noble en la condición humana, la bondad, la honradez, la justicia, el amor y la ternura. No. Lo que manda sobre nosotros es la tecnología y sus mil artilugios, utilizados en interés de los potentados que lo manejan todo para su propio provecho.
¿Qué hacer? Vamos a fiarnos del gran líder mundial que ha surgido, que no es otro que el papa Francisco. Este papa repite constantemente que el Evangelio de Jesús es lo que nos puede sacar de este atasco que nos tiene paralizados en la falsa idea de que estamos saliendo y vamos adelante. Si la Curia Vaticana, si el Episcopado mundial, si el clero y los religiosos/as, si las parroquias…, las comunidades y grupos cristianos, todos y todas, dejamos de lado nuestros intereses y conveniencias, y nos centramos en organizanos como grupos humanos en los que todo el mundo encuentra acogida, protección, ayuda, respeto, y sobre todo verdadero cariño, por ahí iremos viendo la luz de un Evangelio con menos carga de religión y costumbres de tiempos pasados, y más fuerza para hacer presentes y tangibles las tres preocupaciones que centraron la vida y las enseñanzas de Jesús; la salud para todos/as, la alimentación para todos/as, y las mejores relaciones humanas de que somos capaces. Lo demás vendrá por sí solo. 

El Papa admite ante el clero romano que el celibato sacerdotal “está presente en mi agenda”

 


Francisco reveló que en la misa del pasado día 10 estuvieron presentes cinco sacerdotes casados
Bergoglio no quiere sacerdotes “rígidos” pero tampoco “showman” en sus homilías
La cuestión del celibato sacerdotal “está presente en mi agenda”, confesó el Papa Francisco a una pregunta de un sacerdote romano, durante el tradicional encuentro que tuvo lugar esta mañana en el Aula Pablo VI, según ha informado la agencia ANSA.

Carta Abierta al cardenal Burke Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Te escribo estas líneas, hermano Raymond, porque te he sentido inquieto y desasosegado en la entrevista que concediste a France2 hace unos días. No me parece ni caritativo, ni inteligente, arremeter así contra el papa Francisco.Ya te vimos nervioso y levantisco en el Sínodo de las Familias promovido por un papa Francisco esperanzado en que sus colaboradores, -y tú lo eres, eximio, como cardenal de la Iglesia de Roma-, lo ayudarían a encontrar salidas a graves problemas de índole moral que la comunidad eclesial tiene planteados. Te digo, con el corazón en el pecho, y teniendo en cuenta que tú eres uno de los más grandes especialistas teóricos en Derecho Canónico y en Teología Moral, que nuestra Fe, en sí misma, no es una moral, ni una ética. Es el descubrimiento de haber sido llamados por el Señor Jesús, y de poner en Él nuestra vida y nuestra Salvación.
Te recuerdo, con todo respeto, que San Pablo nos dice “porque si nuestra conciencia nos remuerde tenemos a Alguien que es mayor que nuestra conciencia”. Ésta, y otras frases y palabras de Jesús en el Evangelio, con convencen de algo que no todos han admitido, y admiten, en la Iglesia: que aunque la moral sea patrimonio de todos los hombres, y los diez mandamientos fruto de la conciencia humana dirigida por lo que algunos llaman “ley natural”, la Fe en Cristo nos ofrece algo mucho más alto, más seguro, más divino, y, por eso, menos quebradizo. No quieras enmendar la plana al Señor, aunque seas cardenal. Él busca a la oveja perdida, y afirma que “al que poco se le perdona, poco ama”. No pongas obstáculos a que sean muchos los perdonados, y, por tanto, pueda crecer más el amor en la Iglesia, y en el mundo.
Es conmovedor contemplar cómo en la Iglesia se alojan personas, que, como tú, dais más importancia a las normas, leyes y principios, que al amor, al perdón, a la comprensión y misericordia, o a la dulzura en el trato con pecadores, desviados del buen camino, o huidizos de los brazos del Padre. A los que sois de este estilo os convendrá recordar las parábolas de la oveja perdida o del hijo pródigo. Lo que sucede, y esto es muy grave y muy malo, es que muchos olvidan que “la verdad, el camino y la vida” no nos llegan a los creyentes a través de las ideas filosóficas y morales dominantes, o tradicionales (“¡ay de vosotros, fariseos hipócritas, que abandonáis la palabra de Dios para atender a vuestras tradiciones”). No dependemos de una moral oficial y rígida, sino de la Palabra y las actitudes de Jesús, algo que ¿grandes? cerebros en a Iglesia parecen olvidar.
No lleves a mal que el Papa te haya relegado a un puesto casi simbólico, como presidente de la Orden de Malta. Sabes que el Sumo Pontífice tiene poder para hacerte mucho más daño en tu amor propio y en tu legítima autoestima. Da gracias al Señor de que tenemos un papa al que no le incomoda tanto, sino solo lo suficiente, que un cardenal importante, como tú eras, se levante abierta y públicamente contra él. No sé si te hubieras atrevido a algo así con un Juan Pablo II, por ejemplo. O contra Benedicto, al que denominas como maestro de la Fe. Y al que has tenido el dudoso gusto de comparar con Francisco. Sabes que en la Iglesia, ¡gracias a Dios!, hay diversidad de opiniones, y no todos, ni la mayoría, pienso, son de tu opinión. Pero esto es algo maravilloso, que también propicia Francisco, la diversidad de opiniones en la comunidad eclesial.
Recibe mi fraternal abrazo, y mis más fervientes deseos de que la Paz del Señor reine en tu corazón.

El bien común fue enviado al limbo Leonardo Boff


Las actuales discusiones políticas en Brasil en medio de una amenazadora crisis hídrica y energética se pierden dentro de los intereses particulares de cada partido. Hay un intento articulado por los grupos dominantes, detrás de los cuales se esconden grandes corporaciones nacionales y multinacionales, los medios corporativos y, seguramente, la actuación de los servicios de seguridad del imperio norteamericano, de desestabilizar el nuevo gobierno de Dilma Rousseff. No se trata solamente de una crítica feroz a las políticas oficiales, hay en acción algo más profundo: el deseo de desmontar y, si es posible, liquidar el PT que representa los intereses de las poblaciones que históricamente siempre han sido marginalizadas. A las élites conservadorales les cuesta mucho aceptar el nuevo sujeto histórico –el pueblo organizado y su expresión partidaria– pues se sienten amenazadas en sus privilegios. Como son claramente egoístas y nunca han pensado en el bien común, se empeñan en sacar de la escena a esa fuerza social y política que podrá cambiar irreversiblemente el destino de Brasil.
Estamos olvidando que la esencia de la política es la búsqueda común del bien común. Uno de los efectos más avasalladores del capitalismo globalizado y de su ideología, el neoliberalismo, es la demolición de la noción de bien común o de bienestar social. Sabemos que las sociedades civilizadas se construyen sobre tres pilares fundamentales: la participación (ciudadanía), la cooperación societaria y el respeto a los derechos humanos. Juntas crean el bien común. Pero el bien común ha sido enviado al limbo de la preocupación política. En su lugar, han entrado las nociones de rentabilidad, flexibilización, adaptación y competitividad. La libertad del ciudadano es sustituida por la libertad de las fuerzas del mercado, el bien común por el bien particular, y la cooperación por la competición.
La participación, la cooperación y los derechos aseguraban la existencia de cada persona con dignidad. Negados esos valores, la existencia de cada uno no está ya socialmente garantizada ni sus derechos asegurados. Como consecuencia, cada uno se siente impelido a garantizar lo suyo: su empleo, su salario, su auto, su familia. Impera el individualismo, el mayor enemigo de la convivencia social. Nadie es animado, por tanto, a construir algo en común. La única cosa en común que queda es la guerra de todos contra todos con vistas a la supervivencia individual.
En este contexto, ¿quién va a implementar el bien común del del planeta Tierra? En un reciente artículo de la revista Science (15/01/2015) 18 científicos enumeran los nueve límites planetarios (Planetary Bounderies), cuatro de los cuales ya ha sido sobrepasados (clima, integridad de la biosfera, uso del suelo, flujos biogeoquímicos (fósforo y nitrógeno). Los otros están en avanzado grado de erosión. Sobrepasar solo esos cuatro puede hacer a la Tierra menos hospitalaria para millones de personas y para la biodiversidad. ¿Qué organismo mundial se está enfrentando a esta situación que destruye el bien común planetario?
¿Quién cuidará del interés general de más de siete mil millones de personas? El neoliberalismo es sordo, ciego y mudo a esta cuestión fundamental como lo viene repitiendo como un ritornello el Papa Francisco. Sería contradictorio suscitar el tema del bien común, pues el neoliberalismo defiende concepciones políticas y sociales directamente opuestas al bien común. Su propósito básico es: el mercado tiene que ganar y la sociedad debe perder, pues es el mercado quien va a regular y resolver todo. Siendo así, ¿por qué vamos a construir cosas en común? Se ha deslegitimado el bienestar social.
Ocurre, sin embargo, que el creciente empobrecimiento mundial resulta de las lógicas excluyentes y predadoras de la actual globalización competitiva, liberalizadora, desreguladora y privatizadora. Cuanto más se privatiza más se legitima el interés particular en detrimento del interés general. Como ha mostrado Thomas Piketty en su libro, El Capitalismo en el siglo XXI, cuanto más se privatiza, más crecen las desigualdades. Es el triunfo del killer capitalism. ¿Cuánto de perversidad social y de barbarie aguanta el espíritu? Grecia ha evidenciado que no aguanta más. Se niega a aceptar el diktat de los mercados, en su caso hegemonizados por la Alemania de Merkel y por la Francia de Hollande.
Resumiendo: ¿qué es el bien común? En el plano infra-estructural es el acceso justo de todos a la alimentación, la salud, la vivienda, la energía, la seguridad y la cultura. En el plano humanístico es el reconocimiento, el respeto y la convivencia pacífica. Por haber sido desmantelado por la globalización competitiva, el bien común deber ser ahora reconstruido. Para eso, es importante dar supremacía a la cooperación y no a la competición. Sin ese cambio, difícilmente se mantendrá la comunidad humana unida y con un buen futuro.
Ahora bien, esa reconstrucción constituye el núcleo del proyecto político del PT y de sus afines ideológicos. Entró por la puerta correcta: Hambre Cero transformada después en varias políticas públicas de cuño popular. Intentó poner un fundamento seguro: el nuevo pacto social repactuação social a partir de los valores de la cooperación y la buena voluntad de todos. Pero el efecto ha sido débil, dada nuestra tradición individualista y patrimonialista.
Pero en el fondo permanece esta convicción humanística de base: no hay futuro a largo plazo para una sociedad fundada sobre la falta de justicia, de igualdad, de fraternidad, de respeto a los derechos básicos, de cuidado de los bienes naturales y de cooperación. Ella niega el anhelo más originario del ser humano desde que apareció en la evolución, hace millones de años. Lo queramos o no, incluso admitiendo errores y corrupción, lo mejor del PT articuló y articula ese anhelo ancestral. Por eso puede recuperarse y renovar y alimentar su fuerza de convocatoria. Si no es el PT serán otros actores en otros tiempos los que lo harán.
La cooperación se refuerza con cooperación que debemos ofrecer incondicionalmente.
Leonardo Boff es colunista del JBonline, teólogo, filósofo y escritor.

Traducción de Mª José Gavito Milano