FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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jueves, 23 de octubre de 2014

Salesianos, premiados por la revista Magisterio


- Por: Javier Valiente
22/10/2014 - 73 Vistas

La revista Magisterio hará entrega, el próximo 30 de octubre, de los Premios Magisterio a los Protagonistas de la Educación 2014. Entre los premiados está la Congregación Salesiana

 
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Como señalan los organizadores, “en esta edición la Congregación Salesiana ha sido premiada con el galardón especial Mención Educativa por los más de 150 años de labor docente en todo el mundo”, y por celebrarse el Bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco, fundador de los salesianos, “un modelo educativo de total vigencia para el siglo XXI”.
 
El acto de entrega de estos premios se celebrará en el auditorio CaixaForum de Madrid, a las 19’30 horas del próximo jueves 30 de octubre. En el mismo acto, otras instituciones educativas también serán reconocidas en su labor como la Fundación Educo, el Ministerio de Educación Británico, el Grupo Vaughan, La Consejería de Educación de Castilla La Mancha, o la Universidad Internacional de la Rioja.
 
La revista Magisterio es un referente entre las publicaciones sobre educación en nuestro país. Comenzó su andadura en 1867, siendo el decano de la prensa no diaria en España, y ofrece diversas publicaciones para profesores, estudiantes y para padres con hijos en edad escolar.

CARTA ABIERTA DIRIGIDA A PAPA FRANCISCO APOYA A SACERDOTES BERRÍOS, PUGA Y ALDUNATE

aldunate y
Del final del Sínodo hablaremos cuando tengamos el texto de la Relatio en castellano. Entretanto…

En la misiva se destaca la “crisis” por la cual atraviesa la iglesia chilena atribuyendo esa responsabilidad al cardenal Ricardo Ezzati por la conducción con un estilo de “liderazgo autoritario, con falta de humildad y escasa capacidad para escuchar”.

Publicado por: Patricio Gutiérrez
A modo de respuesta de la polémica desatada por el cardenal Ricardo Ezzati por la supuesta acusación a los sacerdotes Felipe Berríos, Mariano Puga y José Aldunate ante el Vaticano (ver Ricardo Ezzati denuncia ante el Vaticano a tres ejemplares sacerdotes chilenos), poco más de  un centenar de laicos cristianos escribió una carta abierta al Papa Francisco para informar la “crisis” que afecta a la iglesia católica chilena.
Figuras como Fabiola Letelier, Andrés Aylwin, Mónica Echeverría, Delfina Guzmán, Claudio di Girólamo y Roberto Celedón fueron revelando un conjunto de hechos delicados que – en el contexto de la investigación que afecta a los padres José Aldunate SJ, Mariano Puga y Felipe Berríos SJ – definen una profunda “crisis” en la iglesia.
Según los mencionados, existen divisiones y rivalidades, censura a la libertad de opinión, falta de respeto a la conciencia ajena, desconfianza y miedo entre los consagrados, además de falta de transparencia económica.
En la carta se atribuye especial responsabilidad al cardenal Ezzati por la conducción de la Iglesia con un estilo de “liderazgo autoritario, con falta de humildad y escasa capacidad para escuchar”.
La misiva le indica al Papa Francisco que la iglesia nacional sufre y que el pueblo de Dios parece “como ovejas sin pastor”. Asimismo solicitan que encomiende una Visita Apostólica al Arzobispado de Santiago para evaluar la situación.

CARTA ABIERTA AL PAPA FRANCISCO

Querido Hno. Papa Francisco:
Junto con agradecer la esperanza que Ud. ha traído de vuelta a la Iglesia universal, un grupo de cristianos estimamos conveniente ejercer nuestra corresponsabilidad laical, y solicitar respetuosamente su atención a un hecho que ha conmocionado a la opinión pública de nuestro país: la acusación, desmentidos, aclaraciones y retractaciones de altos dignatarios de la Iglesia que han producido desconcierto, confusión y división en el Pueblo de Dios, derivado de una investigación canónica contra tres insignes sacerdotes.
La prensa ha informado de una investigación canónica, motivada por opiniones públicas personales que expresan: apoyo a reformas que se discuten en el Congreso Nacional; acogida a marginados por su condición sexual; comprensión a mujeres que sucumben dramáticamente abortando a un hijo en gestación; y acompañamiento en el discernimiento moral.
Sin inmiscuirnos en cuestiones canónicas, vemos que lo ocurrido no es un hecho aislado, sino el síntoma de una grave crisis que vive nuestra Iglesia chilena en general, y la Iglesia de Santiago en particular. Por eso, consideramos necesario compartir una mirada objetiva de la situación de nuestra Iglesia, ofreciendo de paso un testimonio de la vida sacerdotal de los hermanos cuestionados.
1. «Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio» EG48
Los sacerdotes involucrados – padres José Aldunate SJ, Mariano Puga y Felipe Berríos SJ – se han ganado el cariño y respeto de la mayoría de los chilenos. Ellos son el rostro comprometido y acogedor de una Iglesia cercana a los pobres y perseguidos. Ellos son referentes morales y personas creíbles por su coherencia evangélica, cautivando a multitud de niños, jóvenes y adultos, sin distinción de clase, credo ni ideología.
Es sabido que la voz de estos sacerdotes incomoda, entre ellos, a algunos obispos y a grupos vinculados a la Iglesia que ejercen poder.
2. «Deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos» EG 31
La opinión pública ha sido testigo, con no poca perplejidad, de un pudoroso conflicto entre el arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati Andrello, y el nuncio apostólico, monseñor Ivo Scápolo. Mientras el cardenal desconoce responsabilidad y endosa culpas a la nunciatura, monseñor Scápolo actúa con prudencial sigilo.
Entre los antecedentes objetivos disponibles hay constancia de la investigación canónica, así como de la difusión de los hechos en una reunión del clero de Santiago presidida por el cardenal arzobispo.
Se instala así la duda, la intriga y la desconfianza, invadiendo el alma del Pueblo de Dios que, confundido, contempla el Cuerpo Místico de Cristo herido.
3. «La gloriosa libertad de los hijos de Dios.» Rm 8,22b
Con estos hechos se impone la censura a la libertad de opinión y se revela un rasgo de la Iglesia preconciliar, jerárquica y piramidal. Queda también en evidencia el indebido respeto por la conciencia ajena.
Como un hecho persistente, vemos en la Iglesia de Santiago un nocivo ambiente de desconfianza y de miedo que inhibe la libertad de los hijos de Dios, afectando particularmente al clero y a la vida religiosa. Ello, es consecuencia de un estilo de liderazgo autoritario de público conocimiento: “Hace un par de meses en reunión con sus vicarios del Arzobispado consultó: «¿Es verdad que me ven como alguien autoritario?» Los vicarios se miraron y negaron el hecho porque asumen que su estilo ejecutivo que imprime en su gestión es parte de su personalidad”. (Diario La Segunda, 22 de Agosto de 2014).
4. «¡El dinero debe servir y no gobernar!» EG 58
En la Iglesia chilena, vemos opacidad económica que afecta su imagen pública. Los fieles tenemos derecho a conocer con transparencia las fuentes de financiamiento y los gastos de nuestra Iglesia, así como la administración de su patrimonio y los vínculos comerciales con algunos grupos económicos. Nuestra Iglesia necesita liberarse del apego al poder del dinero, que inhibe la libertad evangélica de los pastores.
A modo de ejemplo, está la demanda judicial de una familia contra el Arzobispado de Santiago por 200 millones de dólares, por la supuesta apropiación indebida de parte de la propiedad de la filial de SOPROLE, Sociedad Procesadora de Leche del Sur S.A. (El Mostrador, 21 de noviembre de 2013).
5. «No a la mundanidad espiritual» EG 97
Vemos con preocupación que un emblemático edificio institucional, inaugurado en Diciembre de 2013 en el campus San Andrés de la Pontificia Universidad Católica de la Santísima Concepción, lleve el nombre de Monseñor Ricardo Ezzati Andrello y haya sido inaugurado por él mismo. (http://noticias.iglesia.cl/noticia.php?id=22992).
6. «Cada pueblo, en su devenir histórico, desarrolla su propia cultura con legítima autonomía» EG 115
Vemos que no se respeta la autonomía del Estado, como cuando el arzobispo de Santiago hacía lobby privado ante el gobierno del expresidente, Sebastián Piñera, para persuadir que el Estado de Chile no ratifique la Convención Interamericana Contra Todas las Formas de Discriminación e Intolerancia, adoptada por la 43ª Asamblea de la OEA. Eso dañó la imagen eclesial, exponiéndola a un severo escrutinio social y político. (The Clinic, 16 de Octubre de 2013).
7. «El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces … podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador» EG 117
Vemos falta de prudencia pastoral cuando el arzobispo de Santiago ha protagonizado una persistente y reñida confrontación pública en la discusión de la Reforma Educacional, donde la Iglesia aparece defendiendo privilegios y mecanismos de segregación que no son compartidos por todo el Pueblo de Dios. Muchos ven en ello la defensa de privilegios, más que servicio al Bien Común.
En los denominados temas valóricos, la falta de serenidad y un estilo confrontacional impiden que la riqueza magisterial de la Iglesia ilumine el diálogo social, consiguiendo tensionar la vida cívica del país. (El Mercurio, 19 de Enero; 22 de Mayo y 27 de Julio de 2014).
8. «La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» EG 135
Vemos cómo se deteriora la autoridad del arzobispo de Santiago. Prueba de ello es que al convocar a un “Gran Propósito Nacional”, en la homilía del Te Deum realizado en el templo catedral de la Iglesia de Santiago el 18 de Septiembre de 2014, no tuvo respuesta pública. Ante el silencio, insistió publicando una carta en El Mercurio del 28 de Septiembre, la que nuevamente no encontró acogida.
9. «La Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública» EG 65
Vemos con tristeza una pérdida de credibilidad de nuestra Iglesia, ratificada en una persistente caída de este atributo en encuestas de opinión serias. Nos duele que sólo un 30% de los chilenos concedan credibilidad a la Iglesia Católica. Ello singifica que la mitad de los católicos no confían en su propia Iglesia. (Encuesta CEP, Julio de 2014).
10.       «La dulce y confortadora alegría de evangelizar» EG 9
Nuestra Iglesia chilena sufre y su imagen es desacreditada; mientras el Pueblo de Dios resiente la crisis y parece “como ovejas sin pastor” (Mt 9, 36b). Mucho bien hace nuestra Iglesia, pero su tarea esencial se ve dificultada porque, sin credibilidad, no es posible anunciar la confortadora Alegría del Evangelio.
Querido papa Francisco, para encontrar cauces de solución, y por el bien superior de nuestra Iglesia, queremos solicitar respetuosa y responsablemente, que tenga a bien considerar la venida de una Visita Apostólica al Arzobispado de Santiago, para evaluar objetivamente la delicada situación descrita.
En este atrevimiento de escribirle una carta abierta, nos mueve un entrañable amor a nuestra Iglesia, y nos ha convencido aquello que “Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: « ¡Dadles vosotros de comer! » (Mc 6,37)” EG 49.
Con afecto filial, lleno de esperanza, y con el compromiso de nuestra perseverante oración por Ud. y por el bien nuestra Iglesia, le saludan afectuosamente

Dios perdona Carlos F. Barberá

ATRIO


Carlos BarberáDesde siempre la teología ha sido una cuestión de especialistas. Un teólogo católico había de garantizar unos estudios y, en el caso de los profesores, recibir la venia docendi de la autoridad eclesiástica. Más aún: sus libros debían obtener el nihil obstat y el imprimatur de un obispo. Si se eludían todos estos filtros o se encallaba en ellos, la pena era la pérdida de la condición de teólogo católico o en ocasiones la excomunión.
Aunque la estructura y los principios se mantienen aún hoy día, las circunstancias han cambiado radicalmente. Hoy son muchos los que se interesan por la teología sin dedicarse a ella profesionalmente. Son muchos también los que han perdido el miedo a la autoridad o simplemente no cuentan con ella. La técnica ha puesto al alcance de todos transmitir mensajes, editar, publicar. Y por si fuera poco, han desaparecido los grandes teólogos.

El lado oscuro de esta situación es la simplificación de las cuestiones, la sustitución del estudio y el debate de problemas complejos por formulaciones brillantes o incisivas. Por calificarlo de algún modo, el populismo teológico, que en definitiva dice lo que los lectores quieren oír y que es a la vez proyección de los deseos de los autores.
Me doy cuenta de que algunas de estas objeciones pueden hacerse también a la teología tradicional. También ella llegaba a los creyentes en forma de píldoras, amañada para una fácil comprensión. Dios es uno y tres personas, en Jesús hay dos naturalezas… pero detrás de esas fórmulas había un largo trabajo de pensamiento, de discreción, de ideas debatidas.
No digo que aquellas formulaciones deban conservarse sólo por el hecho de ser venerables. Su lenguaje o sus presupuestos tenían muchas veces fecha de caducidad pero lo que ahora echo muchas veces de menos es el esfuerzo, la agudeza y la astucia necesarias para entrar en los intrincados caminos teológicos. Muchos atajos modernos no llevan sino a una teología arbitraria, en versión para niños.
Se me ha ocurrido todo este prólogo porque acabo de leer una de esas formulaciones en un extenso trabajo que ha corrido ahora por diversas webs. Dice así: “Creer en la vida eterna es lo mismo que creer en Dios, con otra formulación. Creer en Dios es lo mismo que hacerse uno con el misterio original, unirse mediante el amor con el milagro original, y por tanto, a la plenitud a la que pueda llegar en nosotros el amor. En una manera teónoma de pensar no es sólo el infierno el que debe desaparecer, sino también el purgatorio con sus espúreas derivaciones, pues cuando se habla de Dios, la palabra castigo carece absolutamente de sentido, pues el amor expulsa el temor al castigo”.
Como se ve, se está hablando del tema de la otra vida, de lo que antes se llamaban las postrimerías. No cabe duda de que se trata de un asunto incómodo. A la abundante utilización en homilías y ejercicios ha sucedido un silencio vergonzante. De estos temas ya no se suele hablar y si se hace es para proclamar una amnistía universal porque de un Dios bueno no se puede esperar sino el perdón. Del Dios justiciero y vengativo se ha pasado de un plumazo al Dios comprensivo y amoroso que ya no es, como antes era, “premiador de buenos y castigador de malos”.
Pero ¿y qué hacemos con los datos bíblicos? Aparentemente, arrumbar los que no cuadran con la tesis que se defiende porque estos nuevos teólogos se han aprendido bien lo de la exégesis histórico-crítica y la desmitificación. Pero no, hay que acudir a la Biblia, no hay otro camino. ¿Y con qué nos encontramos en ella? Digámoslo en algunas formulaciones breves.
Desde la primitiva confianza en la prosperidad del justo, protegido por Dios, el pueblo judío hace pronto la experiencia de lo contrario: “No, no hay congojas para (los injustos), su cuerpo está sano y rollizo; no comparten la pena de los hombres, no son atribulados como los demás mortales” (salmo 73). Sin embargo Dios tiene que hacer justicia, no puede abandonar en la desgracia a los que confían en él. Nace así el género apocalíptico. Habrá un último día en el que se dará la vuelta a lo injusto de la historia. Al final Dios será el vengador de los justos.
Jesús el judío participa de esa mentalidad, el género apocalíptico no le es extraño: al final de los tiempos los malvados recibirán un castigo eterno. Es la imagen del Juicio final en Mateo 25, el trasfondo de la parábola del rico Epulón, el final del trigo y la cizaña.
Sin embargo las palabras y los hechos de Jesús contradicen este marco apocalíptico. Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo sino que el mundo se salve por él (Jn 3, 17) Y está sobre todo el ruego final  de perdón para los verdugos: es que no saben lo que hacen.
Uno y otro panorama impiden una solución sencilla del estilo de lo que campeó hace tiempo en los coches españoles: todo el mundo es bueno. Todo el mundo tiene algo bueno y eso es lo que Dios salva al final.
Si es cierto que anuncia una salvación, la Biblia sabe de la posibilidad de la perdición y Jesús no es ajeno a esa certeza. Ya el salmo 1 conocía que hay dos caminos: uno conduce a la salvación, el otro a la perdición. ¿Va ser el mismo el destino de las víctimas que el de los verdugos?; el criminal o el explotador ¿van a salvarse sólo porque eran buenos con su amante o con su perro?
¿Conduce todo esto a la idea de un Dios vengador? No necesariamente. La oferta de Dios se hace a todo ser humano y va sostenida por su Espíritu. Quien la da cabida en su existencia entra por un camino que conduce a la vida, quien la rechaza se adentra en una senda que lleva a la muerte. “El precio del pecado es la muerte” (Rom 6, 23) Ese reino de muerte es la nada, no es una existencia en otro reino paralelo al reino de plenitud.
Cierto que todo esto, que debe analizarse con más cuidado, sobre todo lo que se refiere a la presencia de Dios en cada vida humana. Y ciertamente es una interpretación (como por otra parta toda teología) Pero creo que es más acorde a los datos bíblicos y más respetuosa con la imagen de Dios en Jesús. “Aun no se manifestado lo que seremos pero cuando se manifieste lo veremos tal cual es porque seremos semejantes a El” (1 Jn 3,2). “El Señor conoce el camino de los justos pero la senda de los malos perecerá” (Ps 1,6)

Francisco, el ganador del Sínodo José Manuel Vidal

Religión Digital


“Los adversarios de la reforma han quedado al descubierto y descolocados”
“La verdad de Cristo no es un talento a enterrar, sino un camino abierto en la Historia”
No suele gustar nada en la Iglesia que se hable de revolución (siempre se prefiere el término reforma) ni de izquierdas o derechas (remite a la política) ni de ganadores y perdedores (insinúa eventuales grietas en la sacrosanta comunión eclesial). Pero, en este caso, hay que proclamar clara y abiertamente que el ganador del Sínodo fue Francisco y, con él, la Iglesia católica. ··· Ver noticia ···

Familia: ¿Qué quiere la Iglesia? José M. Castillo, teólogo



Fuente: Teología sin censura. 
¿Qué quiere resolver la Iglesia en lo que se refiere a los problemas que más preocupan ahora mismo a la familia? Como es lógico, lo primero que llama la atención – y resulta difícil de explicar – es que los problemas que ha tratado el Sínodo no son los que más interesan y preocupan a la gran mayoría de las familias del mundo. El angustioso problema de la vivienda, el problema de un jornal o un sueldo con el que llegar dignamente a fin de mes, el problema de la salud y de la seguridad social, el de la educación de los hijos. Por lo menos, estos asuntos tan graves y que tanto angustian a la gente no han estado – que sepamos – como problema centrales en el orden del día de ninguna de las comisiones o de las sesiones del Sínodo.
Esto da pie para pensar o quizá sospechar – al menos, en principio – que quienes han preparado y organizado los trabajos del Sínodo son personas que pueden dar la impresión de que viven más preocupadas por los dogmas católicos y la moral, que predica el clero, que por los sufrimientos y humillaciones que están soportando muchas más familias de las que imaginamos. No hay que ser ni un sabio ni un santo para darse cuenta de esto. Para hacerse lógicamente la pregunta que acabo de plantear. Y que nadie me diga que los asuntos, que acabo de apuntar, son problemas que tienen que ser resueltos por economistas y por políticos. Por supuesto, lo que he dicho es asunto que concierne directamente a la economía y a la política. Pero, ¿sólo a economistas y políticos? Y entonces, ¿el sufrimiento, la dignidad, la seguridad y los derechos de la gente, los derechos fundamentales de las familias, no nos tienen que interesar, ni por ellos podemos ni tenemos que hacer nada?
Esta es la primera gran cuestión que, a mi modesto de entender, tendría que interesar sobre todo – y antes que ninguna otra cosa – a la Iglesia, especialmente a sus dirigentes. Lo digo con tiempo, cuando todavía tenemos un año por delante para llegar a las conclusiones finales del Sínodo.
Pero, viniendo ya a los problemas que el Sínodo ha tratado, mi pregunta es la siguiente: a la Jerarquía de la Iglesia, ¿qué es lo que más le interesa y le preocupa? ¿gente que “se quiere”? o ¿gente que “se somete”? Confieso que estas preguntas se me han ocurrido pensando y recordando lo que yo mismo estoy viendo en el mundo eclesiástico desde hace más de 60 años, es decir, desde que ando metido en ambientes clericales. Lo mismo en España que fuera de España, lo que yo he palpado, en los ambientes de Iglesia, es que los problemas de la economía y los asuntos sociales no suelen preocupar demasiado. Porque normalmente tales problemas (en las instituciones eclesiásticas) están resueltos.
Mientras que los asuntos relacionados con la ortodoxia dogmática (sumisión a la Jerarquía) y con el sexo (observancia de la moral), no sólo suelen ser muy preocupantes, sino que con frecuencia resultan casi obsesivos o rozando la obsesión. La consecuencia, que se suele seguir de este estado de cosas, y que la gente nota mucho, está a la vista de todos: los obispos no suelen hablar (o se limitan a alusiones genéricas) sobre la corrupción política y sus consecuencias, mientras que esos mismos obispos suelen poner el grito en el cielo si lo que se plantea es el problema de los matrimonios entre personas homosexuales o, en general, cuestiones relacionadas con el sexo. De ahí, por poner un ejemplo, la diferencia de trato que reciben, en tantos confesionarios, los capitalistas y banqueros o los gays y lesbianas.
Todo esto nos lleva – me parece a mí – a una pregunta mucho más radical: ¿por qué las religiones afrontan de manera tan distinta los problemas relacionados con “la propiedad de los bienes” y los problemas que se refieren al “cariño entre las personas”?
Desde el punto de vista de la sociología, uno de los especialistas más reconocidos en esta materia, Anthony Giddens, ha escrito: “La familia tradicional era, sobre todo, una unidad económica. La producción agrícola involucraba normalmente a todo el grupo familiar, mientras que entre las clases acomodadas y la aristocracia la transmisión de la propiedad era la base principal del matrimonio. En la Europa medieval el matrimonio no se contraía sobre la base del amor sexual, ni se consideraba como un espacio donde el amor debía florecer” (Un mundo desbocado, pg. 67-68).
En realidad, “la propiedad de los bienes” (y no “el cariño entre las personas”), como factor determinante de la familia tradicional, viene de más lejos y tiene su origen en otra fuente: el Derecho. Como es sabido, la familia era la unidad que interesaba al primer Derecho romano. Este Derecho no se ocupaba de lo que ocurría dentro de la familia. Las relaciones entre sus miembros eran un asunto privado, en el que la comunidad no intervenía. La familia estaba representada por su cabeza, el paterfamilias, en el que se concentraba toda la propiedad familiar. Y todos sus descendientes, en línea paterna estaban bajo su control.
Cualquier hijo no dejaba de estar bajo su poder. Más aún, un hijo no dejaría de estar bajo el poder de su padre hasta que llegase a adulto e incluso, hasta que no muriese el padre, no podría tener propiedades por sí mismo. Consecuentemente toda la propiedad familiar se mantenía unida y los recursos de la familia, como un todo, se reforzaban (Peter G. Stein, El Derecho romano en la historia de Europa, pg. 7-8). Lo notable es que la Iglesia hizo plenamente suyo este Derecho. De forma que, por ejemplo, el concilio de Sevilla, del año 619, califica al Derecho romano como lex mundialis, es decir la ley por antonomasia a la que tendrían que someterse todos los pueblos (cf. E. Cortese, Le Grandi Linee della Storia Giuridica Medievale, pg. 48).
Pues bien, en este contexto de ideas y de leyes, resulta comprensible y lógico que la Iglesia, a medida que se fue acomodando a la cultura y al Derecho heredado del Imperio romano, en esa misma medida fue asumiendo e integrando en su vida y en su sistema organizativo lo que era común a las demás religiones. Me refiero a lo que, con razón, ha dicho uno de los más reconocidos especialistas en esta materia: “La religión es generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implica dependencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles” (Walter Burkert, La creación de lo sagrado, pg. 146).
De ahí que las teologías y los rituales de las religiones, si en algo insisten y en algo son semejantes los unos a los otros, es precisamente en cuanto afecta a la “sumisión”. Y conste que, por lo que afecta concretamente a esta sumisión, los rituales que la crean, la fomentan y la mantienen, “no están limitados a una religión particular, sino que se encuentran en todo el planeta, y se puede demostrar que algunos de ellos son prehumanos” (o. c., pg. 156). La sumisión, desde las sociedades prehumanas, se expresa creando la impresión que uno produce al inclinarse, arrodillarse, tirarse al suelo, arrastrarse, en suma, todo lo que es “no agrandarse”. Y está demostrado que los rituales religiosos coinciden todos en esto (K. Lorenz, On Aggression, Nueva York, 1963, pg. 259-264; I. Eibl-Eibesfeldt, Liebe und Hass: Zur Naturgeschichte elementarer Verhaltensweisen, Munich, 1970, pg. 199 ss).
Ahora bien, lo más sorprendente, en todo este asunto, es comparar estos supuestos básicos de la familia y de la religión con los relatos de los evangelios que, repetidas veces, se refieren tanto a la familia como a la religión. Sabemos, en efecto, que Jesús, lo mismo en lo que se refiere a la familia como en lo que respecta a la religión, asumió públicamente y sin ambigüedades, una actitud sumamente crítica. Me explico.
Por lo que afecta a la religión, los evangelios nos informan de los enfrentamientos y conflictos constantes y crecientes que tuvo Jesús con los dirigentes religiosos y sus rituales. A esto se refieren los enfrentamientos con escribas y fariseos, con los sumos sacerdotes y senadores, incluso con el mismo Templo de Jerusalén. Hasta terminar siendo detenido por las autoridades religiosas, acabando en el juicio, la condena y la ejecución violenta en el tormento de los crucificados, los “lestaí” (Mc 15, 27; Mt 27, 38), es decir, no los simples ladrones, sino los rebeldes políticos, como explica F. Josefo (H. W. Kuhn: TRE vol. 19, 717). Jesús fue el hombre más profundamente religioso que podamos imaginar. Pero la religión de Jesús quedó desplazada del modelo establecido: su religión (como el Dios que representaba) no estuvo centrada en “lo sagrado”, sino en “lo humano”. Esto es capital para entender el Evangelio Y sin embargo, esto no es central para entender la Teología cristiana. Ni esto es tampoco el centro de la vida de la Iglesia.
Por lo que se refiere a la familia, es seguro que las relaciones de Jesús con su propia familia fueron tensas y complicadas: sus parientes lo tuvieron por loco (Mc 3, 21) y no creían en él, incluso lo despreciaban (Mc 6, 1-6; cf. Jn 7, 5). Por otra parte, lo primero que Jesús les exigía, a quienes pretendían seguirle, era abandonar la propia familia (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62). Y cuando un día le dijeron que le buscaban su madre y sus hermanos, la respuesta de Jesús fue decir que su madre y sus hermanos son los que escuchan y cumplen lo que Dios quiere (Mc 3, 31-35; Mt 12, 46-50; Lc 8, 19-21). Pero Jesús, en lo que se refiere a las relaciones con la familia, llegó más lejos. Porque se atrevió a decir que él no había venido a traer paz, sino espadas, división y conflicto, precisamente entre los miembros de la propia familia (Mt 10, 34-42; Lc 12, 51-53; 14, 26-27). Es más, Jesús llegó a tocar en lo intocable de aquel modelo de familia: “No llaméis “padre” a nadie en la tierra” (Mt 23, 9). Una prohibición tan fuerte, en aquella cultura, que llegó a desmontar el eje mismo de aquel modelo de relaciones familiares. Los grandes, los importantes, no son los “padres” y “jerarcas”, sino los “niños”, los “pequeños”: el reinado de Dios es de los que se hacen como ellos (Mt 19, 14).
¿Qué quiere decir todo esto? ¿Dónde está el fondo del asunto? Las relaciones de parentesco no son libres, sino que nos son dadas e impuestas a cada ser humano que viene a este mundo. Por el contrario, las relaciones comunitarias y de amistad, dado que nacen de convicciones libres y de sentimientos que cada cual acepta libremente, son siempre relaciones que se basan en la libertad humana y se mantienen por la fuerza de la decisión libre. Lo más bello, lo más gratificante y lo más motivador de la relación de fe y confianza en el otro, y en Dios, es que siempre es posible porque es una relación libre. De tal manera que lo determinante, en este modelo de familia y de grupo, no es la sumisión, ni al “poder represivo”, ni al “poder seductor” (Byung-Chul Han), sino que lo decisivo es la fe y la confianza, en el encuentro (con el Otro, con los otros, con alguien en concreto) mediante la “relación pura” (A. Guiddens), que se basa en la comunicación emocional. La forma de comunicación en la que las recompensas derivadas de la misma son la base primordial para que tal comunicación pueda mantenerse y perdurar. Por esto precisamente la experiencia nos dice que donde hay cariño verdadero, por eso mismo hay libertad, mientras que donde hay religión (centrada en lo ritual y lo sagrado) hay sumisión.
Ahora bien, supuesto lo dicho en esta (ya demasiado prolongada) reflexión, vuelve la pregunta inicial: ¿Qué quiere la Iglesia con todo lo que ha removido a propósito de la familia? Por supuesto, el papa Francisco, al convocar y programar el Sínodo de la Familia, ha querido responder a problemas apremiantes que tienen planteados miles de familias en todo el mundo. Pero es de suponer que el papa Francisco, al convocar este Sínodo, exigiendo libertad para hablar de los problemas y transparencia para informar de lo que se ha hablado en las sesiones sinodales, lo que ha hecho ha sido poner en marcha, sin posible vuelta atrás, un proceso de apertura de la Iglesia a los problemas reales y concretos que, en este momento histórico, se nos plantean a todos.
Pero lo que ha ocurrido es que, no sólo se ha puesto en marcha este proceso, sino que, además de eso, el mundo se ha enterado de que en la Iglesia persiste muy vivo un sector importante de clérigos (de todos los rangos) y de laicos que identifican las creencias cristianas con posiciones inmovilistas e intolerantes que, además, desde el punto de vista de la más documentada, sana y ortodoxa teología, son posiciones indemostrables. Y, por tanto, posiciones que ocultan pretensiones inconfesables de poder y autoridad que se orientan más a mantener intacta la “sumisión” de los fieles que a fomentar la “libertad” que brota del cariño entre los seres humanos.
La situación es delicada. Hay que evitar, a toda costa, un nuevo cisma en la Iglesia. Pero no podemos estar incondicionalmente con quienes identifican el cristianismo con una religión centrada en la observancia de rituales sagrados, que produce obsesivamente sumisión a jerarquías ancladas en un pasado y en una cultura que ya no son ni nuestro tiempo, ni la cultura en que vivimos. Un cristianismo así, produce personas muy religiosas y un clero fiel a jerarquías eclesiásticas que se identifican más con los privilegios que le ofrece el poder político que con la libertad indispensable para lograr una sociedad más justa en la que todos los ciudadanos podamos vivir en justicia e igualdad de derechos. Si nuestro proyecto de vida quiere ser fiel a Jesús y a su Evangelio, no tenemos más camino que la apertura al futuro que entre todos tenemos que construir. Es más, si de verdad queremos a la Iglesia y ser fieles a la” memoria peligrosa” de Jesús, los cristianos tenemos, en el camino que nos está abriendo y trazando el papa Francisco, el itinerario cierto que nos lleva al fin que anhelamos.