FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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sábado, 13 de septiembre de 2014

Siguiendo pues con mi propósito, hoy toca explicar la segunda parte de las dos causas principales de la decadencia, ¡así la he llamado!, de la Iglesia española. Para recordar, la primera era exterior a nosotros, y venía desde Roma. (Aprovecho para decir que si a alguno le ha parecido fuerte, o muy fuerte, lo que afirmo del papa polaco, el evangelio de la misa de hoy, 22º Domingo del tiempo ordinario, trae el siguiente piropo de Jesús a Pedro: “Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.” (Mt 16,23). Es decir, dos o tres minutos después de haber alabado a Pedro porque había hablado inspirado por Dios, y no según la mentalidad de los hombres, ahora, después de denominarlo Satanás, le dice todo lo contrario. Lo que quiere decir que si Pedro habló movido por Dios, y poco después, según la mentalidad de los hombres, lo mismo les podrá pasar a sus sucesores. ¡Y yo todavía no he llamado Satanás a Juan Pablo II).
Así que ahora abordaré la ingrata tarea de explicar, según mi opinión, por qué ni el clero ni el laicado estaban preparados para recibir creativamente la riqueza del Vaticano II.
2º) La situación del clero y el laicado español en los años del Concilio, e inmediatamente posteriores.
Entre los años 40-60 se produjo en España el gran, impresionante, boom de las ¿vocaciones?, vamos a llamarlo así. Y, ¿por qué la interrogación? Por la sencilla razón que vocación, en la Biblia, significa “llamada de Dios para una tarea específica en el Reino”. Vemos en la Escritura un sinfín de auténticas llamadas de Dios, para la realeza, para el culto, para la profecía. En la España deprimida de la pós guerra, la llamada, más que de Dios para un ministerio eclesial, era, esta es la pura y cruda verdad, la llamada de la necesidad apremiante de los niños espabilados y listos del pueblo para poder realizar sus estudios, imposibles en el medio rural. (Queréis un ejemplo: en toda Navarra, en los años cincuenta sólo había dos institutos, uno en Pamplona y otro en Tudela. El que quisiera estudiar bachillerato, solo lo podría hacer viviendo en una de estas ciudades. Es decir, residiendo en un internado. Y esto estaba al alcance de las familias muy ricas. Los demás, si querían estudiar, al seminario, de la diócesis, o de alguna Congregación u Orden religiosa).
La perseverancia hasta la ordenación de presbítero (cura) se estima, en aquella época, en el mejor de los casos, entre un 8% y un 10%. Y a ese clero joven le pilló el Concilio en sus estudios superiores, o al poco tiempo de haberse ordenado. La temible mediocridad del nivel intelectual de los seminarios había mejorado, en unos casos, muchísimo (nunca me cansaré de recordar el altísimo nivel de los estudios de Teología, Biblia, Derecho Canónico, y sobre todo, de Historia de la Iglesia, del escolasticado de los Sagrados corazones, ss.cc., en El Escorial), en otros casos, menos, pero en todos los sitios los seminaristas respiraban, a contento de sus superiores, o no, de un ambiente de libertad, tanto personal, como sobre todo intelectual, impensable durante la primera mitad del siglo XX.
Lo anterior, que podría parecer un dato muy positivo, no lo fue tanto, por la pugna que hubo, en algunos casos, sangrante, entre ese clero que desde ahora voy a llamar conciliar, y el clero tradicional, poco preparado filosófica, teológica y bíblica, y litúrgicamente, (¡seguían estudiando la filosofía escolástica, al pie de la letra, y nada de nada desde Kant hasta nuestros días!), que seguía teniendo la sartén por el mango, (¡y el mango también!, como decía aquella canción irreverente que un colega nuestro, gran cantautor, compuso en velada referencia al Opus).
Y aquí viene el gran desbarajuste: el clero joven, mucho mejor preparado en todos los sentidos que sus obispos, es visto como un peligro por éstos, que opinan que está abusando en la interpretación y la aplicación, sobre todo eclesiológica y litúrgica, del Concilio. Y comienzan la cortapisas, las censuras, y, en España, todavía en pleno franquismo, aunque ya decadente, y barnizado con las ideas liberales, y según algunos, pseudo-cristianas de varios ministros del Opus, desgraciadamente se produce la “Gran desbandada” de curas y religiosos, que abandonan el ministerio, y en muchos casos, infelizmente, también la Iglesia, decepcionados por lo que pudo haber sido, y no estaba siendo. Sintiéndose fracasados por no haber sabido hacer prevalecer, contra ideas arcaicas y retrógradas, la ilusión y la maravillosa esperanza que el Vaticano II había encendido en su mente y en su corazón. Y, hay que reconocer, tal vez lo mejor del clero, más de las congregaciones que de las diócesis, inició el gran Éxodo.
Los laicos siguieron un proceso parecido al de sus jóvenes pastores. Los que se habían documentado algo, y veían con ilusión la nueva Liturgia y la realidad esperanzadora de la nueva y desconocida fuerza de las Comunidades locales, y se habían integrado de cabeza en ellas, vivieron como un drama los nuevos aires que, llegando desde el Vaticano, creaban la sospecha de que la fuerza de esas comunidades cristianas de base no nacía de su fe e integración en la Iglesia, sino de su ideología de izquierdas, cuando no comunista. Esto ha sido palpable en Vallecas, por ejemplo, donde sus fieles han visto cómo sus propios pastores, Tarancón, Echarren, Iniesta, el padre Lago, etc., eran dejados de lado, a veces con tintes de desprecio y desconsideración. O directamente defenestrados de su trabajo ministerial.
Y todos vimos cómo, en seguida, llegó, como al asalto, un batallón de obispos más preocupados de agradar y dar culto a su mentor, el papa Wojtyla, que, realmente, a apacentar y pastorear en la verdad y libertad de la Palabra de Dios a sus fieles. O, por lo menos, esa era la impresión que daban. ¿Será coincidencia que casi todos los obispos, la gran mayoría de ellos, han estado cortados, en los últimos treinta años, por el mismo patrón, de una sospechosa línea ideológica, cercana, o tirando, a la derecha eclesiástica y política? Títulos académicos eclesiásticos tendrán, pero da la impresión de que la fuerza y la vida, y la libertad, que se desprenden de la Palabra de Dios, en general, y del Evangelio, y del Nuevo Testamento, en particular, no han sido ni la idea inspiradora, ni la pauta para su episcopado. Y, por supuesto, han exaltado el Concilio, … para dejarlo de lado, como un magnífico evento eclesial, que ha pasado, directamente, de la sala conciliar a los museos de la vana alabanza, y al olvido práctico.
La triste realidad posconciliar de la Iglesia española