FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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jueves, 11 de septiembre de 2014

Ébola José Arregi, teólogo



¿Has visto las fotos de Amadu y de Hawaiu? Muertos sus padres por el virus del ébola, viven con su abuela, bendita abuela que carga con el peso y la gracia de la vida, como tantas abuelas, como tantas mujeres benditas.
Amadu tiene cuatro años y le gusta el fútbol, aunque es muy raro que en Sierra Leona puedan dar patadas a un balón de verdad. Hawaiu tiene tres años y le gusta bailar, y agita sus bracitos en cuanto Mami Kamara, su abuela, entona alguna canción, pues en Sierra Leona no han cesado de cantar.

Amadu sonríe con sonrisa de anciano sabio, una sonrisa que cautiva e inquieta, profundamente serena y crítica, mientras posa su brazo protector sobre el hombre de su hermana pequeña. Hawaiu no sonríe, sino que mira entre asustada e interrogativa, entre dulce y severa. En sus ojos se nos revela toda la luz y la pena del mundo. El mundo se llama África, por mucho que nos empeñemos en esquivar la mirada.
¿Quieres saber lo que pasa en el mundo? Mira a los ojos de Amadu y de Hawaiu. O mira con sus ojos y verás. Son huérfanos del ébola y de otras miserias peores. Sí, más terribles aún y mucho más mortíferas. Pues lo que más mata en África no es el ébola, por terrible que sea, sino la malaria, el sida y la tuberculosis, la neumonía y las diarreas. Y el hambre más que nada. ¿Y sabes qué es lo que más mata con ébola o sin ébola? Es la inacción o el cinismo de Europa y EEUU, enfrascados en sus cuentas económicas y sus estrategias geopolíticas, maniobrando para atraer hacia sí a Ucrania y clamando porque el este del país prefiera irse con Rusia, apelando al derecho internacional solo cuando interesa, consintiendo la masacre y la destrucción de Palestina por Israel y apoyando golpes de Estado en Egipto, dubitantes entre bombardear al ejército sirio o al que lo combate, negociando con Irán contra la yihad islamista y su escalofriante califato medieval (financiado por cierto por Arabia Saudí, la mejor aliada árabe de EEUU), levantando vallas y muros con cuchillas y declarando ilegales a los inmigrantes cuando ya no interesan a la economía. ¡Vergüenza! Y no digas que esto es demagogia.

Mira a Amadu y Hawaiu y repasa la historia, y deja que tu corazón se conmueva y se indigne, se indigne y se mueva. Las miserias de África no tienen su origen en el río Ébola, afluente del Mongala, afluente del Congo, donde se descubrió el virus en 1976. El Congo, en el centro y el corazón de África, es espejo del mundo que estamos descreando. ¿Quién invadió el Congo y explotó sus inmensas riquezas de cobre, cobalto, manganeso y zinc, carbón, oro, diamantes y coltán, el coltán de nuestros móviles y ordenadores de última generación? ¿Quién ha hecho que ese país, uno de los más ricos del mundo en recursos, sea hoy el más pobre del mundo según el informe de la ONU de 2011? ¿Quién provoca o consiente las guerras que desde 1996 hasta hoy han hecho morir a 6 millones de personas por las armas o el hambre? Es la historia de Uganda, Gabón, Sudán, Guinea, Liberia, Sierra Leona… Es nuestra historia. ¿De qué les sirvieron nuestra religión, nuestro humanismo y nuestras declaraciones de derechos? ¿Sobre qué expolio erigimos nuestro estado de binestar?
El ébola nos ha alarmado porque ciudadanos occidentales han resultado infectados. Y hemos corrido a repatriarlos y a huir, y alguna congregación religiosa lo ha hecho también (¿acaso no habían ido a África para entregar su vida?). Claro que nuestra vida vale más que la de todos los africanos juntos. ¿Qué hemos hecho en África y qué hacemos? ¿A qué fuimos y por qué nos vamos? Seguiremos probando nuestras vacunas en ellos y en ratones, para salvarlos, sí, pero tal vez ante todo para hacer negocio.

Amadu y Hawaiu todavía no saben todo esto, ni denuncian nuestra mentira y egoísmo colectivo, más mortal que el ébola. Un día, pronto, lo sabrán. Pero hoy, esas pupilas negras y brillantes, la luz y la tristeza de esos ojos nos revelan la bondad y la promesa de la Vida, a pesar del ébola, a pesar todo. Pero de nosotros depende que ellos puedan –que todos podamos– vivir, jugar y danzar.
(Publicado en DEIA y en los diarios del Grupo Noticias el 07-09-2014)

“Malafaia habla, Marina obedece, pues ve en eso la voluntad de Dios”, dice Leonardo Boff Conceição Lemes

Adital


Leonardo Boff es uno de los más brillantes y respetados intelectuales de Brasil. Teólogo, escritor y profesor universitario, exponente de la Teología de la Liberación. Se hizo conocido por su historia de defensa intransigente de las causas sociales. Actualmente se dedica sobre todo a las cuestiones ambientales.
Reprodução
Conoce a Marina Silva, candidata del PSB para la Presidencia de la República, desde los tiempos en que ella actuaba en Acre y estaba muy vinculada a la Teología de la Liberación. Acompañó toda su trayectoria.
En 2010, llegó a soñar conque una representante de los pueblos de la floresta, de los caboclos, de los ribereños, de los indígenas, de los peones viviendo en situación análoga a la esclavitud, llegara a presidente de Brasil. Hoy, no. ··· Ver noticia ···

José Manuel Vidal: “Rouco se marcha pensando que el Papa está equivocado, y que será un paréntesis” Jesús Bastante

Religión Digital


El director de Religión Digital presenta “Rouco: una biografía no autorizada” (Ediciones B)
“La credibilidad social de la Iglesia se perdió cuando Suquía y Rouco deciden convertirla en un actor político”
Lo cuenta todo. A lo largo de más de 600 páginas, el director de Religión Digital, José Manuel Vidal, disecciona todos y cada uno de los aspectos de la vida y misión del cardenal Antonio María Rouco Varela. Vidal, que este mediodía presentó a los medios “Rouco: una biografía no autorizada” (Ediciones B) traza, “sin revanchas pero con memoria histórica”, el relato de un hombre, y el de una Iglesia, la española, que ha perdido “su credibilidad social” tras ser convertida en “un actor político”. ··· Ver noticia ···

Domingo 14 de Septiembre, 24 del tiempo ordinario: Mirar con fe al crucificado José Antonio Pagola



La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?
Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?
Son sin duda preguntas muy razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.


No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.
Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.
En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.
En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.
Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.