FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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BIENVENIDO AL BLOG DE LOS ANTIGUOS ALUMNOS Y ALUMNAS DE SALESIANOS BARAKALDO

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ATALAYA

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martes, 15 de julio de 2014

El Gobierno sigue adelante con el castigo a las protestas que los tribunales avalan

eldiario


El nuevo texto de la Ley de Seguridad penaliza como infracción grave parar un desahucio o negarse a abandonar una manifestación
Manifestarse ante el Congreso solo será falta grave si durante la protesta se producen incidentes
Fernández Díaz admite que la nueva Ley hubiera permitido multar a los 19 absueltos por el cerco al Parlament
El ministro desiste de incluir los ultrajes a la bandera y de castigar la difusión de imágenes de policías porque atenten contra su intimidad
Las Fuerzas de Seguridad podrán retener 6 horas como máximo a los que no lleven DNI y expedirá un justificante que lo acredite
Quedarán prohibidas las redadas indiscriminadas por motivos étnicos o raciales ··· Ver noticia ···

•Rito y juego: cosas muy olvidadas Leonardo Boff, teólogo



En estas semanas de Copa Mundial de fútbol estamos viviendo momentos cargados de ritos, fiestas y símbolos. La ceremonia de apertura es una secuencia de ritos y símbolos ligados al fútbol, principalmente la presentación de los equipo y el canto del himno nacional. El ambiente de fiesta llena las ciudades, engalana las calles y las ventanas de las casas.
 Vamos a abordar el tema del rito y de la fiesta, sobre cuyo sentido humano y social no siempre se piensa y a veces se olvida. Ante todo, sin rito no hay fiesta, porque esta se mueve dentro del mundo simbólico, hecho de ritos y símbolos. Comer y beber en la fiesta no busca saciar el hambre o la sed. Para eso comemos en casa o en un restaurante. Simbolizan la amistad y la alegría del encuentro y de participar juntos en un evento como un partido de fútbol. Cantar en la fiesta no quiere ser un show de música artística sino expresión ritual de euforia y de desahogo existencial. Y cómo se celebra y se bebe cuando nuestro equipo preferido vence un partido o gana el campeonato.
«¿Qué es un rito?» preguntaba el Principito al zorro que lo había cautivado, en el famoso libro de A. de Saint Exupéry que lleva ese mismo título. Y el zorro respondía: «es algo muy olvidado, es lo que hace unos días diferentes de los otros días, una hora diferente de las otras horas. Entre mis cazadores hay un rito, los jueves van a bailar con las chicas del pueblo, y entonces, ¡el jueves es un día maravilloso! Yo voy a pasear hasta el viñedo. Si los cazadores bailasen un día cualquiera los días serían todos iguales y yo no tendría descanso» (p.27).
El rito es, pues, lo que hace de la fiesta un día diferente de los otros días. Pero solo gana fuerza expresiva si hay preparación y espera interior, como ocurre antes de un partido de fútbol entre dos equipos famosos. Por eso el zorro aconseja al Principito: «sería mejor que vinieses siempre a la misma hora; si vinieses, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, a las tres yo ya empezaría a ser feliz… pero si vienes en cualquier momento yo no sabré jamás cómo preparar mi corazón. Es necesario el rito» (p.71).
Sólo con el rito habrá fiesta porque entonces todas las cosas pierden su consistencia natural, para asumir un valor simbólico y profundamente humano. Pierden su finalidad (son inútiles) para ganar su verdadero sentido. El ruido de sus pasos no ahuyentará jamás al zorro, son como una música que le habla de la aproximación del Principito. Los trigales no le recuerdan el pan (finalidad) sino los cabellos de oro del Principito (sentido).
La presencia del rito es generalmente fuerte, además de en los hechos mencionados, en las celebraciones religiosas (el matrimonio, por ejemplo, o la ordenación sacerdotal). El rito expresa mejor el sentido de las cosas que el lenguaje, que es «fuente de malentendidos» como comenta el zorro. Por eso el rito es tanto más expresivo cuanto más brota de la profundidad de nuestro yo, de nuestros arquetipos profundos, donde se elabora nuestra identidad personal.
Todo ser humano, incluso el más secular y racional, es mítico, en el sentido de la expresión ritual y simbólica. Cuando quiere expresar lo que él mismo es, su alegría, su tristeza, su pasión, su amor no usa conceptos fríos sino metáforas o cuenta historias de vida que son los mitos reales. Por ellos, emerge el misterio de la caminada personal de cada uno, sin violarla. Los ritos y las celebraciones siempre piden seriedad y concentración.
Todo esto que describimos del rito tiene mucho que ver con el juego. No pienso en el juego que se ha vuelto profesión y gran comercio internacional, como el fútbol y otros. Son más bien deportes que juegos. El juego, como se da en los medios populares, en un sitio improvisado o en la playa, no tiene ninguna finalidad práctica, pero lleva en sí mismo un profundo sentido como expresión de la alegría de estar y de divertirse juntos.
Hay una tradición antigua de las dos Iglesias-hermanas, la latina y la griega, que se refiere al Deus ludens, al homo ludens e incluso a la eccclesia ludens(Dios, el hombre y la lúdicos). Veían la creación como un gran juego de Dios lúdico: lanzó por un lado las estrellas, por el otro el sol, por debajo los planetas y, con cariño, la Tierra, a la distancia justa del Sol, para que pudiese tener vida. La creación es una especie de alegría transbordante de Dios, un theatrum gloriae Dei (teatro de la gloria de Dios).
En un bello poema dice el gran teólogo de la Iglesia ortodoxa Gregorio Nacianceno (+390): «El Logos sublime juega. Adorna con las más variadas imágenes, por puro gusto y de todos los modos, el cosmos entero». En efecto, el juego es obra de la fantasía creadora, con lo muestran los niños: expresión de una libertad sin coacción, creando un mundo sin finalidad práctica, libre de lucro y de ventajas individuales. «Porque Dios es vere ludens (verdaderamente lúdico) cada uno debe ser también veres ludens», amonestaba de mayor uno de los más finos teólogos del siglo XX, hermano de otro eminente teólogo, que fue profesor mío en Alemania, Karl Rahner.
Estas consideraciones vienen a mostrar cómo puede ser serena y sin angustias nuestra existencia aquí en la Tierra, especialmente cuando es transfigurada por la presencia jovial de Dios en su creación. Entonces no tenemos que tener miedo. Lo que nos quita la libertad es el miedo. Lo opuesto a la fe no es tanto el ateísmo sino el miedo, especialmente el miedo a la soledad. Tener fe, más que adherir a un conjunto de verdades, es alegrarse por sentirse en la palma de la mano de Dios y poder vivir delante de él como un niño que juega despreocupadamente.

El Papa contra los padrinos Pablo Ordaz

El País


La excomunión de los mafiosos decretada por Francisco como primera medida para distanciar a la Iglesia del crimen organizado ha provocado la reacción de la ‘Ndrangheta.
Luigi Ciotti: “La Iglesia ha hecho la vista gorda ante la Mafia”
Hace dos años, por estas fechas y con este mismo calor, desapareció sin dejar rastro Francesco Raccosta, un vecino de 42 años muy devoto de la Virgen de las Gracias, la patrona de Oppido Mamertina, un pueblo de 6.000 habitantes en la provincia de Reggio Calabria, justo en la punta de la bota italiana. Nadie pareció darle mucha importancia al asunto —a nadie se le escapaba que el tal Raccosta siempre había andado en malos pasos— hasta que, unos meses después, otro vecino del pueblo, Simone Pepe, de 24 años, confiara por teléfono a un amigo mientras estaba siendo grabado por la policía: ··· Ver noticia ···

El periodismo corrupto Jaime Richart

La corrupción es una hidra, y no queda institución ni estamento que no esté bajo sospecha: desde la monarquía hasta la política pasando por la justicia. De la corrupción del periodismo no se habla ni se escribe en los soportes oficiales. Y tampoco apenas en las redes sociales. ¿Tan impecable es?
La mayoría de los periodistas no lo serían si por corrupción se entienden sobornos y cobros ilegales, tan difíciles de probar. Pero también hay corrupción de la función periodística en las consecuencias de la falta de independencia. Los excesivos y oscuros lazos informativos y económicos con políticos y empresas, emponzoñan la imagen del periodismo. La opacidad de las relaciones entre poderes y medios, unido al sesgo informativo de muchos medios confirma esa impresión. Por eso desconfiamos también del periodismo y de su papel en una sociedad que se dice democrática pero donde la política lo invade todo y las instituciones y la sociedad civil son muy débiles.
Y a propósito de falta de independencia hay que decir que ninguno de los que están en el candelero reconoce recibir presiones. Pero hay que tener en cuenta que la presión a ejercer sobre una persona inteligente -y todos esos periodistas lo son- no puede ser directa ni tosca. Ellos saben bien cómo piensa el dueño de la empresa o adivinan hasta dónde puede llegar su opinión en cada asunto sujeto a controversia. Por eso la concentración en pocas manos de los medios de comunicación es ya de por sí corrupción y fijar las condiciones objetivas necesarias para que la haya…
Mentir es corrupción. Acusar a otro por una parte de lo que ni siquiera fue noticia en lugar de darla toda, es corrupción. Calumniar es corrupción, aparte de delito. Relacionar sin más a alguien que se ha visto abocado a entrar en la liza política con el terrorismo, es corrupción. Empeñarse, durante años y pese a diagnósticos y sentencias en contrario, en que una tesis determinada sobre el 11M prevalezca, es corrupción…
En efecto. Lo mismo que hay políticos, empresarios, jueces, funcionarios y obispos corruptos, hay periodistas corruptos. Pero ¿quiénes denuncian a estos y lo escriben? Ninguno. Todos, con celoso corporativismo, cierran filas y son iniciados de una secta que se solapan entre sí. Y si los periodistas no señalan a los que, de su profesión, se corrompen, ¿quién lo va a decir o va a poner al servicio su medio para que se diga? Esto también es corrupción del periodismo.
Porque la corrupción en el periodismo es sutil. Dejando a un lado los efectos de la falta de independencia, hay periodistas que hacen acusaciones sin pruebas sólidas o basadas en datos descontextualizados para arrojar sospechas contra algunos, bien por ideología o para ganar dinero a costa del escándalo puesto en marcha. El “calumnia que algo queda” de cierto periodismo es una práctica. Eso es atentar contra el código deontológico del propio periodismo. Sin embargo no tiene ninguna consecuencia. Y eso es corrupción impune.
Aunque una parte del periodismo español ha contribuido a destapar la punta del iceberg de la corrupción política y empresarial en España, eso no le da derecho a cobrárselo de esa manera amparado en la libertad de expresión y en el “deber” de información que reclama e invoca a toda hora. Pero mucho menos derecho tienen esos periodistas de periódicos, radios y televisiones que se alimentan del trabajo de los anteriores. Me refiero a esos parásitos que se limitan a interpretar lo noticiado envenenadamente por otros de sus colegas, para emponzoñar más y más la vida pública aunque la “vida pública” en este caso se reduzca a cuatro gatos de fanáticos. En cualquier caso, aun el periodismo que investiga corrupción calcula demasiado la “noticia” y la dosifica por razones de oportunismo y no de oportunidad, callando otras de mucho calado. Esa corrupción no es tan escandalosa como embolsarse millones de dinero público o prevaricar, pero lo es. Esta corrupción de baja intensidad en ciertos aspectos es además quizá más grave, pues actúa como carcoma de la democratización que precisa este pais, mientras que la tipificada por la leyes penales tarde o temprano terminará siendo sometida al nivel de otros países del sistema. Además, parece claro que el periodismo gráfico ha sido espoleado por la publicación digital que afecta considerablemente a toda empresa editorial. La disminución galopante en la venta de ejemplares, como la de libros, ha sido decisiva a la hora de dar rienda suelta al sensacionalismo y a abrir sucesivas cajas de Pandora de la corrupción española. Y eso es a su vez es otra variante de corrupción.
Pero no son sólo los periodistas dedicados mucho más a opinar que a informar, más a perseguir a quienes no comulgan con la Conferencia Episcopal o con el partido del gobierno que a argumentar. Por lo que se viene leyendo, viendo y oyendo, a ellos se unen en esta cuestión también otros: los que lo consienten y no lo denuncian.
La mayoría de los periódicos impresos son neoliberales y en todo caso “episcopalistas” o tienen un devaneo más o menos secreto con los obispos. Los que no son ni una cosa ni otra, han de encontrar espacio en soportes digitales de las redes sociales. Pero hasta algunos de estos se alzan también contra la propuesta de reforzar la independencia del periodismo y embridar la mentira y la manipulación de la noticia porque entienden que son ellos y los jueces los únicos con autoridad para depurarse…
Si, como ellos, los periodistas, dicen, la libertad de prensa es consustancial a la democracia, son intolerables las prácticas abusivas de esa libertad. Algo hay que hacer para evitarlo, pues si politizarlo todo es signo de democracia débil, también lo es judicializarlo todo como solución para todo.
Nosotros, los que no somos periodistas pero tenemos tanto criterio como ellos, decimos que los periodistas no deben gozar de esa variante de inviolabilidad que consiste en ser “sólo” juzgados por la justicia. La sociedad debe encontrar una fórmula institucional. Un tribunal deontológico como los que hay en otras profesiones, con capacidad jurídica incluso para expulsar a un periodista de la profesión como se expulsa, por cierto, con tanta facilidad, a un juez de la carrera, podría ser la solución. La autorregulación y autocensura ya no sirven para nada.
En resumen y para terminar. Regular el periodismo para evitar graves ataques a la ética civil y evitar que los medios de comunicación se concentren en pocas manos no es poner puertas al campo. Lo que debe impedirse es que cierto periodismo sea precisamente un campo de tiro desde el que algunos periodistas disparan contra los adversarios políticos de quienes les pagan, haciendo creer que su propósito es salvarnos de la corrupción, de un golpe de estado o del separatismo…

•La soledad de Palestina Emir Sader

         
           Público 



       “Lo más difícil es ser víctima de las víctimas”, decía Edward Said para expresar una de las dimensiones de los obstáculos que encuentran los palestinos para luchar contra la ocupación israelí de sus territorios.
La soledad actual de los palestinos demuestra que esta es apenas sólo una de las tantas dificultades a las que se tienen que enfrentar para poder sobrevivir. El derecho elemental —aprobado hace décadas por las Naciones Unidas— de tener un Estado palestino, al igual que existe el Estado de Israel, es bloqueado por el voto de EEUU en el Consejo de Seguridad sin que la ONU haga nada para frenar la actitud norteamericana.
Palestina, pese a todo, sigue traduciéndose en dos territorios separados, Cisjordania y Gaza. El primero descuartizado por los muros, violado por asentamientos judíos y ocupado militarmente. Gaza, por su parte, que queda cercada y atacada de forma asidua e impune, no existe como Estado y se intenta que deje de existir como territorio aislado, al haberla sometido a unas condiciones económicamente inviables y humanamente insoportables.
Todos deberían ir a Palestina —a Cisjordania y, si lo logran, también a Gaza— para comprender lo que es vivir bajo la ocupación de un ejército racista. Para ver lo que significan cotidianamente los muros que separan a vecinos, parientes y niños que antes jugaban juntos en la calle. Para observar cómo las señoras palestinas tienen que caminar kilómetros para poder cruzar hacia el otro lado, sometidas al arbitrio de jóvenes militares racistas de Israel que controlan sus pasos. Para ver cómo esos mismos jóvenes salen por las noches protegidos por fuerzas militares de Israel para destruir bienes, incluidos olivos que tardarán un siglo en crecer, y arrojar basura en las calles de los palestinos, quienes tienen que poner redes de protección para defenderse. Para sentir cómo los palestinos son atacados también en su orgullo, en sus espacios mínimos de vida.
Estos sufrimientos no justifican las acciones violentas, pero cuando uno está allí se pregunta cómo hacen los palestinos para no reaccionar al terrorismo cotidiano que se ejerce contra ellos. Se trata de una lucha contra el invasor al que para expulsar antes hay que unir el país, ya que lo primero es la unidad nacional de Palestina.  Lo segundo, dada la correlación de fuerzas internacionales, sería contar con sectores en Israel que se convenzan de que no vale la pena la ocupación permanente de Palestina y las incertidumbres que ello trae para los mismos israelíes.
Hoy se puede decir que la construcción de un Estado palestino está en punto muerto. Hay acuerdo de reunificación entre Gaza y Cisjordania, pero Israel afirma que no negocia con un gobierno nacido de ese acuerdo, porque Hamas no reconoce al Estado de Israel. Mahmoud Abbas ya dijo que sí reconocerá el nuevo gobierno, pero Israel usa cualquier pretexto para no avanzar en negociaciones que sólo pueden conducir al reconocimiento del Estado palestino.
La nueva ofensiva brutal de Israel sobre la desprotegida Gaza revela, una vez más, la soledad de los palestinos. No pueden contar con nadie que detenga a Israel. Nadie se va a arriesgar a luchar por la existencia del Estado palestino teniendo en contra a EEUU.