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ATALAYA

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jueves, 19 de junio de 2014

Quién avergonzó a Brasil aquí y fuera de aquí Leonardo Boff, profesor emérito de ética



Pertenece a la cultura popular del fútbol abuchear a ciertos jugadores, a los jueces y, finalmente, a alguna autoridad presente. Los insultos e insultos con palabras soeces que hasta los niños pueden escuchar es algo inaudito en el fútbol en Brasil. Se dirigieron a la más alta autoridad del país, a la presidenta Dilma Rousseff, situada en la parte posterior de la tribuna oficial.
Estos insultos vergonzosos sólo podían provenir de la clase de gente que todavía tiene visibilidad en el país, “gente blanquísima de clase A, con falta de educación y sexista” como comentó la socióloga del Centro de Estudios Feministas, Ana Thurler.

Los que conocen un poco de historia de Brasil o quienes hayan leído a Gilberto Freyre, José Honorio Rodrigues y Sérgio Buarque de Hollanda saben identificar inmediatamente tales grupos. Son sectores de nuestras élites, los más conservadores del mundo y rezagados en el proceso de civilización global, como solía recalcar Darcy Ribeiro; sectores que durante 500 años ocuparon el espacio del Estado y se beneficiaron de él a más no poder, negando derechos ciudadanos para garantizar privilegios corporativos. Estos grupos todavía no han conseguido deshacerse de la Casa Grande que tienen incrustada en la cabeza, ni olvidar la picota donde eran flagelados los esclavos negros. No sólo su boca está sucia; está sucia porque su mente es sucia. Están anticuados y piensan todavía dentro de los viejos paradigmas del pasado, cuando vivían en el lujo y el consumo conspicuo como en la época de los príncipes renacentistas.
En el duro lenguaje de nuestro mayor historiador mulato Capistrano de Abreu, gran parte de la élite «capó y recapó, sangró y resangró» siempre al pueblo brasileño. Y lo sigue haciendo. Sin ningún sentido de los límites y, por eso, tan arrogante, cree que puede decir los insultos que quiera y faltar al respeto a cualquier autoridad.
Lo que pasó mostró a los brasileños y al mundo qué tipo de liderazgo tenemos todavía en Brasil. Nos avergonzaron aquí y en el extranjero. El pueblo no es ignorante, sin educación y descarado, como suelen pensar y decir. Descarado, inculto, sin educación e ignorante es el grupo que piensa y dice eso del pueblo. Son sectores en su gran mayoría rentistas que viven de la especulación financiera y que mantienen millones y millones de dólares fuera del país, en bancos extranjeros o en paraísos fiscales.
Bien dijo la presidenta Dilma: “el pueblo no reacciona así; es civilizado y extremadamente generoso y educado”. Puede abuchear, y mucho. Pero no insultar con lenguaje chulo y machista a una mujer, justo a la que ostenta la más alta representación del país. Con serenidad y sentido de soberanía dio a estos incivilizados una respuesta de cuño personal: “he sufrido agresiones físicas casi insoportables y nada me desvió de mi rumbo.” Se refería a las torturas que a las que fue sometida por parte de los agentes del Estado de terror que se instaló en Brasil desde 1968. En el pronunciamiento que hizo más tarde por televisión mostró que nada la desvía del rumbo ni la asusta porque vive de otros valores y pretende estar a la altura de la grandeza de nuestro país.
Este hecho vergonzoso recibió el rechazo de la mayoría de los analistas y de los que se manifestaron en público. Sin embargo, la reacción de los dos candidatos a remplazarla en la presidencia fue lamentable. Prácticamente usaron casi las mismas expresiones, en la línea de los grupos embrutecidos: “Ella cosecha lo que siembra”, dijo uno. El otro dio a entender que merecía los insultos recibidos. Sólo los espíritus tacaños y carentes de sentido de dignidad podrían reaccionar de esta manera. Y éstos son los que quieren definir el destino del país. ¡Con este espíritu! Estamos cansados de liderazgos mediocres que siguen cual gallinas escarbando en el suelo, incapaces de levantar el vuelo alto de águilas que merecemos y con una grandeza proporcional al tamaño de nuestro país.
Un amigo de Múnich que sabe bien portugués, impactado por los insultos, comentó: “ni en el tiempo del nazismo se insultaba de esta manera a las autoridades”. Tal vez él no sabe qué tipo de prehistoria hemos vivido y qué tipo de sectores elitistas siguen dominando y de qué manera prepotente se muestran y se hacen oír. Ellos son los principales agentes que nos mantienen en el subdesarrollo social, cultural y ético. Nos hacen pasar una vergüenza que, realmente, no merecemos.
Traducción de Mª José Gavito Milano

La vida es bella

Carmen Torres Ripa
Carmen Torres Ripa (Oskar Martinez)

 PUBLICADO EN DEIA
  • DE nuevo asomada a la ventana de DEIA gracias a la ayuda de todos ustedes. Gracias a los que me han visitado en la clínica, gracias a los que me han escrito, gracias a los que me han llamado por teléfono, gracias a los que en silencio han rezado por mí y me han enviado cielos enteros de luz y energía. Gracias a los médicos que me han operado y a las enfermeras que me han cuidado como a una princesa. Las palabras son demasiado sencillas cuando quieres expresar los sentimientos del alma. Pero no hay otro instrumento que el lenguaje para poder escribir gracias.
  • He pasado -y paso- mucho miedo. Tanto que los pensamientos me alborotan la cabeza con posibles angustias. Van y vienen como las olas. Suavemente. Siento una ligera paz y pienso que la vida es bella, lo más hermoso que tenemos, y no nos damos cuenta de esa posesión única e intransferible hasta que te sientes al borde del precipicio. En los extraños sueños que me han acompañado estos días intentaba imaginarme paseando por una playa escuchando el rumor del mar, pero no conseguía fijar la imagen, se iba. Flotaba en un vacío ingrávido. Las letras bailaban y no podía unirlas. Parecían notas musicales perdidas por la habitación. En ese soñar despierta o dormida, sobre la mesilla, vi un periódico. Rafael Frühberck de Burgos había muerto por el mismo visitante misterioso que había entrado en nuestro cuerpo sin avisar: el cáncer. Después de leer su marcha al más allá, mi cuarto se llenó de música. El primer concierto de mi vida lo dirigió él. Fue La Sinfonía del Nuevo Mundo, en el Teatro Barakaldo. Yo tendría unos 12 años. Y, desde aquella noche, la música entró en mi vida para no separarse nunca más.
Escribo acompañada por sonatas, oberturas, preludios y romanzas. Cada artículo tiene música de fondo y cada novela es como una película, con el murmullo de fondo de una banda sonora. En mis novelas, los protagonistas se mueven al compás de los instrumentos que oigo en mi mundo interior. Leonora vivía en Mahler; Hildegard, La mujer de las nueve lunas, en cantatas medievales; y Leda, La dama del cisne, con Prokófiev, Rachmaninov y Schoenberg.
Las letras y las notas musicales creo que se enamoran en el aire. Juegan, revolotean y se abrazan como apasionados amantes. No sabría escribir una historia -corta si es artículo y larga si es novela- sin la compañía de canciones o escalas de piano. Es el alimento del espíritu que me ha hecho volver a vivir y estar de nuevo con todos ustedes. En el silencio interior de estos días he oído la obertura de El barco fantasma de Wagner, el lamento de la princesa Turandot, El Mar de Debussy, el Amanecer de Grieg. Mi eterna canción de Camelot: Si alguna vez me marcho de Robert Goulet, Extraños en la noche de Sinatra o cualquier tema de Mikel Laboa. Hay una carpeta de música interior que enciende el pensamiento cuando la necesita. Esa música, el recuerdo de mi familia, mis amigos y todos ustedes que ahora me leen, me ha mantenido expectante y con ganas de ponerme al ordenador para decir que el primer miedo ha pasado.
En mi ausencia, las flores de la terraza han crecido. La buganvillas cubren la pared de un intenso rosa fuxia, unidas al jazmín. Las hortensias han florecido y los rosales tienen unos capullos preciosos. Los geranios, como locos, se han multiplicado apretados y lucen hermosos pompones grandes rojos, rosas y chinos. Y la verbena y la hierbabuena reparten su aroma a todas las macetas y jardineras. La ría está, como siempre, preciosa. Todo en su sitio, ajeno al devenir de cada día. De la clínica me he traído centros de flores y ramos de margaritas, peonias y rosas. Mi habitación se ha quedado con el olor de distintas flores que han conseguido que mi estancia fuera más acogedora. Y he vuelto a pasear por el muelle en esta nueva vida. Sí, la vida es bella.* Periodista y escritora