FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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martes, 20 de mayo de 2014

Lo importante no es el bien, es la bondad José M. Castillo, teólogo


Enviado a la página web de Redes Cristianas
Es un hecho que el actual obispo de Roma, el papa Francisco, con las cosas que hace y con las que no hace, está desconcertando a mucha gente. Y, por supuesto, no faltan los que pasan del desconcierto al desengaño, a la desilusión o incluso a la indignación. ¿A qué viene, por ejemplo, canonizar el mismo día a Juan Pablo II y a Juan XXIII? Si no estaba de acuerdo con subir a los altares a uno de ellos, ¿ha equilibrado la cosas subiendo también al otro? ¡Estos “apaños”!, piensa la gente, se notan mucho. Y terminan por no contentar a nadie. Con una consecuencia ulterior, que nos deja más inquietos. Porque es fatal. Ya que, con estos vaivenes – de pronto una cosa y a renglón seguido casi la contraria – son muchos los que se preguntan: “pero este hombre, ¿a dónde nos lleva?” Más aún, ¿sabe siquiera, a ciencia cierta, a dónde tenemos que ir? Si, no hace mucho, recibió a Gustavo Gutiérrez y aplaudió su Teología de la Liberación, ¿cómo se explica que ahora reciba a Quico Argüello y apruebe con todas sus bendiciones el Camino Neocatecumenal?

Jaque a las redes sociales Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


Enviado a la página web de Redes Cristianas
A raíz del asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, se ha levantado un revuelo alrededor de ciertos comentarios desafortunados, llegado de tres frentes: de los que de alguna manera relacionaban el crimen con la “crispación política” que vivimos; por otro lado, de los que parecían entender, aun sin defender ni justificar, el asesinato, por la personalidad arrolladora e impulsiva de la asesinada; y luego, los de una minoría violenta, descerebrada en sus ideas, y tosca y bruta en sus modos, que parecían alegrarse con el resultado sangriento del evento.
Con motivo de este sobresalto, mucho se ha hablado y escrito sobre la relación éntrela libertad de expresión, sus límites, y sus controles. Sobre todo en un medio tan escurridizo como los medios que internet ha puesto a disposición de los usuarios en las así llamadas redes sociales, que se han visto acusadas y denigradas, tanto por el modo y estilo de sus comentarios, como por el contenido mismo de sus opiniones, algo que me parece mucho más grave que el estilo desgarrado de muchos tuiteros. Hasta el ministro del interior se ha pronunciado severamente contra el peligro de estas redes. Así que quiero, en estas líneas, expresar brevemente mi opinión al respecto.
Lo he afirmado muchas veces, y lo reitero: no adelanta tanto gritar contra el mas uso de las redes, y no poner nada, en el campo legal y de control, para resolverlo. Por ejemplo, es bien sencillo exigir que el usuario, para ver su comentario editado, que sea firmado, con el nombre verdadero, y con el número del DNI. Las grandes corporaciones informáticas tienen medios suficientes para cumplir este requisito. Con el añadido de que, no siendo capaz la autoridad de identificar fácilmente al autor del comentario, la plataforma informática en cuestión, facebook, tuiter, linkedín, etc., fuera, automáticamente responsable de los posibles delitos cometidos por el usuario desconocido, así como responder a las demandas judiciales provenientes de ese proceder.
Alguno pensará que la idea que propongo va en contra de la libertad de expresión. Lo niego rotundamente. Ésta, la libertad de expresión, es un derecho fundamental del ciudadano, no en teoría, sino en concreto: de este ciudadano, Pepito González Martínez, o de la ciudadana Nuria Izaguirre Echeverría, quienes solo podrán hacer uso de ese derecho si son capaces de responder de sus consecuencias, es decir, siendo siempre responsables de sus palabras. Los anónimos no son ciudadanos, porque les falta un elemento sustancial hoy día para ello: la identificación, el DNI. Además de que es una cobardía opinar, y, lo que es peor, insultar y calumniar desde el anonimato, solo cuando lo haga a pecho descubierto, y sin usar una mediación técnica, informática o no, su arrebato verbal será objeto de derecho. Nadie puede negar a un ciudadano gritar en medio de la calle, o en un bar, o en un campo de fútbol, un grito denigrante para quien sea, porque, por definición, al hacerlo ante testigos, y sin intermediarios, se hace responsable de las posibles quejas contra su ex abrupto. Pero todo ello lo deshace el anonimato, que es, para mí, la pura negación de la libertad de expresión.
Dicho todo lo anterior, quedamos de acuerdo, pienso, en que las redes sociales, como casi todos los seres del universo, son, por lo menos, bivalentes, es decir, pueden ser usadas para bien o para mal. Como un cuchillo, magníficamente usado para cortar jamón o un chuletón, y tétricamente convertido en instrumento de muerte y destrucción al clavarlo en el corazón de un ser humano. Pero, como he insistido más arriba, solo cuando usado ese instrumento de las redes sociales con responsabilidad ciudadana, es decir, desde la libre y valiente identificación, podrá y deberá ser considerado en su lado positivo. O, eventualmente, negativo, no desde el inicio, como plataforma encubridora de cobardías, sino a posteriori, por la aceptación responsable de las consecuencias provocadas por el uso abusivo del mismo.
Me quedan dos temas relacionados con el asunto de las rede sociales: el abuso, en número y falta de calidad, de tantas y tantas tertulias carentes de verdaderas personas cualificadas para los asuntos a tratar; y la relación que hay, o puede haber, entre la política y los orígenes del odio, incluso personal, y visceral, entre ciudadanos. (Este tema nos llevará muy lejos, y así como el de las tertulias pienso abordarlo mañana mismo, el segundo me parece más delicado y exigente de más prudencia y precisión. Así que tardaré en enfrentarlo).

•Pisarello: “Una ruptura democrática sería algo sano 35 años después de una Transición poco ejemplar”


Patricia Rafael
Gerardo Pisarello, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona y vicepresidente del Observatori DESC. / Marta Jara
Gerardo Pisarello, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona y vicepresidente del Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, acaba de publicar Procesos Constituyentes. Caminos para la ruptura democrática (Editorial Trotta), donde afirma que España asiste a un “proceso deconstituyente” donde se están atacando los derechos sociales y limitando las libertades civiles. SEGUIR LEYENDO

El crepúsculo de la imaginación Jaime Richart


Enviado a la página web de Redes Cristianas
¿Cómo es posible que una civilización, la occidental, sea in­ca­paz de organizar a las sociedades que forman parte de ella sin que el consumo y el lanzamiento de billones de arte­factos y enseres hasta sofocar la biosfera y aplastar a la co­muni­dad humana, se conviertan en la columna vertebral del bienestar basado en la po­sesión de bienes y constantes sensa­ciones nuevas? Pues eso su­cede porque la imaginación y sus fuentes se han se­cado.
Todo, y cuando digo todo quiero decir los gustos y la aten­ción, es plano, monótono, redundante, uniforme y tópico. El pensa­miento único en materia económica, que hace mucho que ha contaminado a la po­lítica, a la moral y a la cultura (la prueba es que no se cita ya a los clásicos sino frases de películas… america­nas), es el culpable. Las diferencias entre los que se supo­nen opuestos son inapreciables. Ambos admiten y gestio­nan con las mismas ideas en esencia cau­santes de la debacle: Deuda y cré­dito como motores de la Econo­mía. Y mientras tanto, el sacrificio y la humillación a que se so­mete a millones de seres humanos re­em­plaza a la resignación es­toica que en épocas pasa­das constituía una parte importante del con­trol social manejado por el poder ci­vil reforzado por el reli­gioso.
El caso es que en España es tema principal de los círculos políti­cos y mediáticos el de los emprendedores y la iniciativa privada. Pues cada vez se excluye más al Estado y a las institu­ciones como generadoras de empleo… salvo para co­locar a los amigos. Unos lo dicen así sin más y otros sostienen que no es posible sin crédito. Sin embargo la pregunta a la que corres­ponde la respuesta del mi­llón es: ¿qué sectores de la pro­duc­ción no están saturados, lami­nados, sobreexplotados? Ni uno sólo. Así, difícilmente se puede crear empresas y puestos de trabajo, dentro de los criterios sus­tentados en el propio sistema. Porque si la imaginación fuese en ayuda de este asunto, lo mismo que se crean tantos superfluos en multitud de compe­tencias, por ejemplo, se podrían crear también en relación a lo unicelular de la familia asignando una digna retri­bución a cada uno de los componentes de la pareja que convive, sola o con prole, por el mero hecho de atender al quehacer do­méstico. Esto puede pa­recer disparatado, y lo es desde el punto de vista de lo que se piensa dentro del sistema, es decir, el pensa­miento único. Pero no lo es si se le liberase del lastre.
Lo que ordinariamente se llama por estos pagos “bienestar”, es decir, gasto y consumo salvajes que empaparon esos pasados veinte años, estuvo mantenido por la construcción, pública y pri­vada, del Estado, de las Comuni­dades y de las empresas pri­vadas y mixtas (y por las activida­des auxiliares relacionadas con ella) propiciada por las ayudas envenenadas de la Unión Europea. Es­fumado ese periodo, como la carroza de Cinderella y su príncipe a media noche, este país descubre que no sólo se ha acabado el bienestar material, sino que también se han que­mado de modo irreversible todos los intereses, todo el capital y gran parte del pa­trimonio de la agricultura, la ganadería y la industria nacio­nales.
Y ahora los dirigentes reclaman, o esperan, la redención de país por los “emprendedores”; esto es, los obligados a generar las con­diciones precisas para la creación de empleo. Y resulta que no aparecen. Y no aparecen, porque no quedan espacios vacíos a ocupar con actividades novedosas; con actividades que no sean las que pugnan entre sí hasta destrozarse y porque la imaginación colec­tiva está secuestrada por la tiranía del con­sumo que la blo­quea, pues no puede haber imaginación allá donde reinan la codi­cia, el miedo, la opresión y en tantos otros casos el delirio…
15 Mayo 2014

ANÁLISIS Un fósil dentro del catolicismo JUAN ARIAS

EL PAÍS

Hoy, la Iglesia, aun con sus retrasos y contradicciones, ya no considera a la mujer como la gran tentadora


Si hay algo que el papa Francisco podría abolir de un plumazo es la obligatoriedad del celibato, obligatorio desde el Concilio de Trento (1545-1563). No lo hará sin consultar con el episcopado mundial porque sabe respetar la colegialidad. Pero no podrá esperar mucho porque se trata de un anacronismo dentro de una Iglesia que pretende dialogar con el mundo moderno.
El celibato obligatorio es un fósil dentro del catolicismo. No tiene fundamento teológico alguno y menos bíblico. Nació tarde en la Iglesia y por motivos no ciertamente religiosos, como bien saben los historiadores del cristianismo, por lo que tuvo que ser sublimado con revestimientos religiosos. El celibato solo tiene sentido si es aceptado voluntariamente, como ocurre en las órdenes y congregaciones religiosas, no en el clero secular.
Si se observa desde un punto de vista bíblico, los argumentos resultan de una total inconsistencia. Aparte del hecho de que lo más probable es que Jesús estuviera casado, como todos los jóvenes judíos de su tiempo, lo estaban todos los apóstoles. Lo estuvo Pedro, el primer papa de Roma, y sus primeros sucesores.
Uno de los motivos por los que nació y fue sublimado el celibato en la Iglesia, en cuyos orígenes las mujeres tuvieron un papel preponderante y podían ser sacerdotisas y obispas, fue el pánico a la sexualidad. La mujer acabó siendo considerada como la gran tentación para el clero, lo que derivó en que no podía ni acercarse al altar.
Hoy, la Iglesia, aun con sus retrasos y contradicciones, ya no considera a la mujer como la gran tentadora o el pecado encarnado, al menos teóricamente. Aunque sigue discriminándola al impedirle ejercer el sacerdocio, ya no es vista como siglos atrás, cuando fue impuesto el celibato, como la enemiga de la pureza y de la castidad.
Si muchas iglesias protestantes han acabado aceptando que la mujer puede ser sacerdotisa u obispa, en la Iglesia católica también el tabú del celibato obligatorio ha perdido fuerza. Más aún, ya hace varios decenios que no pocos cristianos y miembros del clero más abierto sostienen que es muy probable que la Iglesia, de no apresurarse a acabar con ese tabú, acabará llegando tarde. Existe, en efecto, la posibilidad de que puede llegar un momento en que el Vaticano no encuentre candidatos para el sacerdocio ni célibes ni casados.
En nuestro mundo de hoy resulta del todo anacrónico y antimoderno, por no decir medieval, que se siga negando a los casados ejercer el sacerdocio o casarse a los jóvenes que deseen tomar los hábitos sacerdotales en el seno de una familia, como ocurría en los primeros siglos de la Iglesia. A esos orígenes podría volver la Iglesia, con un papa Francisco, quizás el más proclive a abolir un tabú que suena más a objeto de museo que a una exigencia de una institución nacida de las raíces de la libertad, y que ha acabado atrapada en cadenas eclesiásticas castradoras de la esencia cristiana, que es la fidelidad a la propia conciencia y la entrega generosa a los más desvalidos. El resto, como se dice en política —la gran tentación de Roma—, son sobreestructuras anquilosadas, a mil leguas del mensaje libertador del Evangelio.

26 mujeres enamoradas de sacerdotes escriben al Papa para que quite el celibato Pablo Ordaz



Las firmantes afirman que su situación es “un continuo tira y afloja que despedaza el alma”
El papa Francisco ha recibido una carta firmada por 26 mujeres que han vivido, viven o desearían vivir una relación con un sacerdote y querrían hacerlo sin tener que esconderse ni sentirse culpables, sin que la Iglesia siga obligando a sus parejas a elegir entre ellas, Dios o la doble moral de un amor escondido: “Nosotras amamos a estos hombres y ellos nos aman a nosotras. No se puede romper un vínculo tan fuerte y hermoso”. Se trata de la vieja discusión sobre el celibato sacerdotal, que ahora resurge ante la esperanza de que Jorge Mario Bergoglio reconsidere una tradición eclesiástica que ha apartado a unos 100.000 curas de la Iglesia católica desde la década de los 70.


Durante años se las llamó “las rivales de Dios”. Ahora, un grupo de ellas ha decidido escribir al Papa para contarle la angustia de un amor prohibido. De las 26, solo una firma con su apellido y adjunta un número de teléfono para dar autenticidad a la iniciativa. El resto solo deja constancia de su nombre de pila. “Querido papa Francisco”, empieza la carta difundida por el diario La Stampa, “somos un grupo de mujeres de todas las partes de Italia. Cada una de nosotras tiene o ha tenido una relación de amor con un sacerdote. Se sabe muy poco del devastador sufrimiento al que está sometida una mujer que vive junto a un sacerdote la fuerte experiencia del enamoramiento. Queremos, con humildad, depositar a sus pies nuestro sufrimiento con el fin de que algo pueda cambiar, no solo para nosotras, sino para el bien de toda la Iglesia”.
más información


Clelia Luro, escritora, viuda del obispo Jerónimo Podestá
GRÁFICO Las declaraciones del Papa
“En el Vaticano algo muy bueno está sucediendo”
El nuevo ‘número dos’ del Vaticano abre la puerta a revisar el celibato

Ellas llaman a su situación “un continuo tira y afloja que despedaza el alma”. Pero no es solo su alma la que se resiente. En una época ya larga de crisis vocacionales, el amor mundano está causando más bajas en la Iglesia que la falta de fe. No hay estadísticas actualizadas ni los cálculos son fáciles, pero según Mauro Del Nevo, presidente de la asociación de presbíteros con familia Vocatio, “solamente en Italia los sacerdotes casados son 8.000 o 10.000 y en todo el mundo la cifra supera los 100.000”. Hasta l’Osservatore Romano intentó un cálculo de los sacerdotes que habían pedido dispensa entre 1970 y 1995 y la cifra rondó los 46.000. Los años en que se solicitaron más dispensas fueron 1976 y 1977, entre 2.500 y 3.000, y en la actualidad el Vaticano concede unas 700 al año. La carta de las 26 mujeres no habla, en cualquier caso, de números, sino de sufrimiento.
“Cuando, destrozados por tanto dolor, nos decidimos a un alejamiento definitivo, las consecuencias no son menos devastadoras y a menudo queda una cicatriz de por vida tanto en ellos como en nosotras. Las únicas alternativas son el abandono del sacerdocio o la condena perpetua a una relación secreta. En el primero de los casos, la grave situación con la que la pareja tiene que chocar se vive con gran sufrimiento por parte de los dos: porque también nosotras deseamos que la vocación sacerdotal de nuestros compañeros pueda ser vivida plenamente, que puedan seguir sirviendo a la comunidad. La segunda opción, el mantenimiento de una relación secreta, conlleva una vida escondiéndose continuamente, con la frustración de un amor incompleto que ni siquiera puede soñar con un hijo, que no puede existir a la luz del sol. Puede parecer una situación hipócrita, permanecer célibes teniendo una mujer al lado, en silencio, pero desgraciadamente no pocas veces nos vemos obligadas a esta dolorosa elección”.
El celibato se puede discutir porque no es un dogma, sino una tradición eclesiástica”
Pietro Parolin
secretario de Estado del Vaticano
Las 26 firmantes piden una reunión con el Papa, tal vez alentadas por unas declaraciones de Pietro Parolin, el nuevo secretario de Estado del Vaticano, quien admitió que “el celibato se puede discutir porque no es un dogma, sino una tradición eclesiástica”. No obstante, Jorge Mario Bergoglio siempre se mostró a favor del celibato, si bien siguió manteniendo amistad con algunos de sus colaboradores que optaron por colgar los hábitos por amor. En Sobre el cielo y la tierra, un libro de conversaciones publicado junto al rabino Abraham Skorka –con el que viajará a Tierra Santa el próximo fin de semana–, el entonces arzobispo de Buenos Aires dejaba claro que lo prefería incluso “con todos los pros y los contras que conlleva, porque en diez siglos de experiencias hay más puntos positivos que errores; la tradición tiene un peso y una validez”.
El anterior obispo de Buenos Aires incluso ponía el ejemplo de cómo actuar ante un caso real: “Si uno viene a verme y me dice que ha dejado embarazada a una mujer, yo lo escucho, intento tranquilizarlo y poco a poco le hago entender que el derecho natural está antes que su derecho como sacerdote. Y, como consecuencia, debe dejar el ministerio y hacerse cargo del hijo, incluso en el caso de que decida no casarse con la mujer. Porque de la misma forma que aquel niño tiene derecho a tener una madre, también tiene derecho a tener un padre con una cara. Ahora”, continuaba Bergoglio, “si un cura me dice que se ha dejado llevar por la pasión, que ha cometido un error, lo ayudo a corregirse… La doble vida no nos hace bien, no me gusta, significa dar sustancia a la falsedad”.