Recientemente, una encuesta realizada por el Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno Vasco revelaba que el 21 % de los jóvenes vascos de entre 18 y 29 años tienen decidido, “con total seguridad”, no tener hijos.
¿Será que nuestros jóvenes de hoy son tan infelices? No es eso, pues según todas las encuestas nuestros jóvenes dicen sentirse felices. ¿O será que están tan descontentos de sus padres o de su familia que no quieren repetir la historia? Tampoco es eso, pues los jóvenes afirman que están muy satisfechos de su familia y ésta ocupa las notas más altas en su escala de valores, y no cambia la nota en los casos en los que su familia contradice todos los patrones de nuestra familia tradicional, formada por un padre varón, una madre mujer e hijas o hijos biológicos de ambos.
¿Será, entonces, que nuestros jóvenes se han vuelto tan comodones que son incapaces de hacer frente a las duras exigencias que conlleva sacar adelante una familia? Que algo de eso se da salta a la vista: muchos de nuestros jóvenes se han habituado a una vida fácil y consentida; la privación y el esfuerzo les cuestan demasiado. Pero no los juzguemos muy duramente, pues son en buena medida como los hemos hecho. A nada conduce el culpabilizarnos o el culpabilizarles, pero comprenderles es tan necesario como comprendernos. Y, libres de angustia, no podemos eludir la preguntar: ¿Por qué tantos jóvenes –felices y débiles; mejor preparados que nunca y más inseguros que nunca– se niegan a traer hijos a este mundo? En la mejor edad para tener hijos, las condiciones económicas se lo impiden; y cuando acaso logren unas condiciones dignas, ya no será la mejor edad. Lo tienen muy difícil.
Si a esos jóvenes se les hubiera preguntado, por ejemplo: “Si a los 23 años pudieras tener un trabajo digno, el sueldo necesario, y una casita sencilla para ti y tu pareja; si el futuro económico fuese razonablemente seguro; si tuvieras garantías de que tu paternidad-maternidad será compatible con tu vida laboral y profesional, sin tener que trabajar 18 horas al día… ¿te gustaría tener hijos?”, las respuestas hubieran sido sin duda muy distintas.
No lo entienden así nuestros obispos, y siento mencionarlo. El día 25 de Marzo, día de la Anunciación o de la Encarnación en el calendario católico, la Conferencia Episcopal Española publicó una nota con motivo de la “Jornada por la Vida”. Como de costumbre, cargaron. Su diagnóstico vuelve a ser apocalíptico, y no se salva nadie sino ellos. El descenso de la natalidad lo achacan, en especial, “a la instalación en los corazones de una verdadera mentalidad egoísta y anti-vida”. Denuncian que “la maternidad ha sido ensombrecida en la sociedad actual por el feminismo radical y la ideología de género”, ideología que “trata absurdamente de igualar lo diferente”, que promueve “la deconstrucción de la personalidad de los hijos en su masculinidad y de las hijas en su femineidad”. Basta. Es hiriente que, sobre tanta gente en tanto ahogo, hablen así quienes viven confortablemente instalados en palacios, con todos los gastos pagados, y remunerados además por nuestros impuestos.
Me gustaría que los obispos se dirigieran a nuestros jóvenes en términos muy distintos. Que les dijeran, por ejemplo: “Queridos jóvenes. Hoy, día de la Encarnación, dejadnos deciros de todo corazón: aunque no os engendramos, os sentimos y queremos como carne de nuestra carne. Sois fruto de nuestra historia, sois esperanza de nuestro futuro. Vuestro miedo al futuro es el espejo doliente del mundo que os dejamos, tan complejo, tan amenazado. A pesar de todo, amáis la vida, y os admiramos. Sois felices, y nos alegramos. Comprendemos que muchos de vosotros no queráis traer hijos a este mundo. Comprendemos también que los seres humanos ya somos demasiado numerosos para el equilibrio de la vida en la Tierra con todos sus vivientes, cuerpo y carne de Dios o de la Vida Buena. No os exigimos nada, pero os suplicamos de todo corazón: Amad la vida, cuidad la vida, creed en la vida. Soñad y cread otro mundo mejor. Y sed felices, queridos jóvenes benditos”.
Joxe Arregi
Publicado en el diario DEIA