FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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lunes, 17 de marzo de 2014

BURGOS: Honorato Alonso. La esperanza en la ciudad del fin del mundo


Honorato
Dentro de cien días el mundo se detendrá por el Mundial de Brasil. Desde 1981, en la ciudad de Goma, en el Congo, un misionero burgalés organiza un campeonato de fútbol en el que participan más de 1.500 niños.

R. Pérez Barredo / Burgos – domingo, 16 de marzo de 2014 

DIARIO DE BURGOS

Cuando, dentro de menos de cien días, el mundo se convierta en un balón de fútbol que tendrá su centro de gravedad en Brasil, los nombres de Iniesta, Ronaldo o Messi sonarán tantas veces que no será necesario recurrir al eco para sentir que se repiten una y otra vez, como una letanía, en todos los sitios y a todas las horas. Puede que, entonces, en un rincón maldito de África, en uno de los corazones de la tinieblas por los que se desangra desde hace décadas ese continente, un hombre humilde sonría y piense para así que no hay nada más puro y hermoso, más verdadero y redentor, que el deporte que salva a quienes lo practican de males tan alejados de los árbitros y los contratos supermillonarios, las televisiones y los periódicos, como la guerra, el hambre o la pobreza.
Ese hombre se llama Honorato Alonso y es un misionero burgalés de 64 años que desde hace más de 30 organiza un mundial a pequeña escala entre jóvenes en Goma, en el este del Congo, la que llaman ciudad del fin del mundo, posiblemente uno de los lugares del globo en el que palabras como violencia y genocidio cobran la dimensión más terrenal y escalofriante, que sobrevive en una permanente crisis humanitaria. Según la ONU, la República Democrática del Congo es el país más pobre del mundo. Honoré, como conocen todos allí a este líder que jamás saldrá en portadas de periódicos deportivos, no se da ninguna importancia. Es feliz. Esta es su vida y sabe que es útil. Que aunque a muchos de esos niños se les pueda quebrar el futuro porque su presente es la nada y están expuestos a todos los peligros imaginables, esa liga deportiva, ese mundial de la esperanza, les hace sonreír, les hace olvidarse del lugar en el que viven y les permite soñar, todo un regalo en un lugar tan hostil, hecho de sangre y de llanto. El corazón de las tinieblas.

Honorato Alonso es profesor de electricidad en el Instituto Técnico Industrial de Goma, adonde acude todas las mañanas en una destartalada bicicleta. Ha formado allí a miles de muchachos que hoy pueden ganarse la vida de forma digna. Pero es por las tardes cuando este misionero burgalés hace lo que más le gusta, lo que le apasiona. Entrena al fútbol y al baloncesto a chavales de entre nueve y catorce años sin oportunidades, a niños de la calle, niños soldado, huérfanos o de familias pobres, en su mayoría refugiados que huyeron de la guerra y del hambre.

•La iglesia sin vergüenza Luís García Montero

El cardenal Rouco Varela perdió la vergüenza en el funeral de Estado en recuerdo de las víctimas de Atocha. Después de repasar en un galope largo todos los caballos de batalla de la Iglesia contra las libertades democráticas, acabó por soltar las riendas y por alentar las interpretaciones falsas que hemos padecido sobre aquel crimen. Se refirió a los que “mataron inocentes por oscuros objetivos de poder”, ole ahí, como si la muerte no la hubiese desencadenado el irracionalismo religioso, sino una trama política interna.
Me parece grave, pero no me parece muy grave. Una persona, en nombre de una asociación privada, puede perder la vergüenza sin afectar a las raíces de la vida democrática. Mucho más grave resulta que las instituciones y las leyes de un Estado pierdan la vergüenza. Lo verdaderamente grave es que las palabras de un cardenal tengan aún en España un significado político de carácter estatal. ¿Qué hace un Estado democrático, que debe respetar la libertad de conciencia de todos sus ciudadanos, organizando funerales en una catedral y poniendo la representación pública en manos de un fundamentalista católico?
Lo malo para la democracia española no es que Rouco y sus hermanos pierdan la vergüenza y mientan a conciencia, sino que sigan formando parte de los poderes y la hacienda pública gracias a los acuerdos con el Vaticano de 1976-1979 y a la Ley Hipotecaria de 1946. En realidad es la democracia española la que no tiene vergüenza.
España es un país de mentira. Se miente sobre la historia, sobre los atentados terroristas, sobre la gestión política… y no pasa nada. Nos gobierna hoy un presidente que se atrevió a mentir sobre los autores de un crimen masivo, con los cadáveres de las víctimas todavía calientes, y no pasa nada. Se trata del mismo presidente que ha mentido después sobre las cuentas y el tesorero de su partido. Y no pasa nada. Somos así, vivimos de la mentira, con una política y una democracia de mentira.
El papel de la iglesia católica resume en nuestra historia contemporánea esta gran celebración de la mentira. Cuando uno quiere explicar y explicarse la gran mentira democrática que significó la Restauración borbónica del siglo XIX, nada más fácil que acudir al artículo 11 de la Constitución de 1876. Lean ustedes esto: “La religión católica, apostólica y romana es la del Estado. La nación se obliga a mantener el culto y sus ministros. Nadie será molestado en el territorio español por sus opiniones religiosas, ni por el ejercicio de sus respectivos cultos, salvo el debido respeto a la moral cristiana. No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la religión del Estado”. Un misterio más a cuenta de la naturaleza divina: de una sola vez se prohibían todas las ceremonias que no fueran católicas y se afirmaba que nadie sería molestado por sus ideas religiosas. La mentira y la hipocresía circulan con voz de obispo por las venas de este país.
Quien lea los concordatos, por ejemplo, el “Acuerdo entre el Estado y la Santa Sede sobre asuntos económicos”, comprobará hasta qué punto, después de muchos años de democracia y de varios gobiernos socialistas, seguimos de rodillas ante la Conferencia Episcopal. Supongo que los cristianos que trabajan por amor en las chabolas, entre los pobres, socorriendo a personas desamparadas (tengan papeles o no), sentirán al escuchar a Rouco la misma vergüenza que mi corazón laico siente al ver la palabra socialismo arrodillada una y otra vez ante la Conferencia Episcopal.
Otro ejemplo. La ley hipotecaria que soportamos desde 1946, con algunos maquillajes posteriores, no sólo sirve para que los bancos mantengan la prepotencia salvaje de una dictadura a la hora de desahuciar a las familias. Sirve también para que la Iglesia sea equiparada con el Estado en el derecho a inscribir inmuebles y fijar las propiedades. O sea que la Iglesia Católica puede poner a su nombre en el registro de la propiedad cualquier bien que no esté inscrito antes.  Cosa sin importancia…  Con ese procedimiento nos roba a los ciudadanos, sin ir más lejos, la propiedad de un edificio histórico como la Mezquita de Córdoba.
Lo grave, repito, no es la desvergüenza del sermón de Rouco, sino la gran mentira en la que vive la democracia española. Sin respeto a la libertad religiosa de las conciencias individuales, es decir, sin un Estado laico, no existe verdadera democracia. Es un gran disparate que la sustitución de Rouco por Blázquez en los mandos de Iglesia sea todavía una noticia de alcance en la política española. ¿Vivimos aún en la Restauración de Alfonso XII? ¿Vivimos en la España de Franco? No, vivimos en otra farsa, la de la España actual, heredera de una Transición política llena de mentiras al servicio de un poder político y económico de carácter injusto. Amén.

•Aradillas: “¿No estamos ya en vísperas de que el celibato llegue a ser opcional, al menos por ecumenismo?”



(Antonio Aradillas)- En mis tiempos "coadjutoriales" no se jubilaban los curas. Las parroquias lo eran canónicamente "en propiedad". No sé si esto era bueno, malo o peor para los feligreses y para el mismo cura. La "propiedad" era conquistada previa la superación de los ejercicios de oposición y recuento de "méritos".
El concepto de "fábrica" aparecía en los expedientes con números parcos, reservados y sin que ni al coadjutor, y menos a los "fieles", les fuera permitido su conocimiento y administración. En el concepto de "fábrica" no había cabida alguna para la "Seguridad social" parroquial o diocesanamente concebida. Los curas estaban al frente de las parroquias hasta la muerte, a no ser que, con aquiescencia curial, decidieran opositar a alguna canonjía o capellanía, preferentemente castrense. La titulitis, el carrerismo "ilustrísimo", los emolumentos y el ribeteado rojo de las sotanas y la borla del bonete, eran - y siguen siendo-, atractivos convincentes para el ascenso de los curas, y aún para sus familiares.
Párrocos, y más en los ya felizmente fenecidos tiempos del Nacional-catolicismo, ejercimos intra y hasta extra eclesiásticamente, nuestro ministerio, con toda, o casi toda, clase de poderes en esta vida y con proyección para la otra. Nuestras palabras eran interpretadas como "palabras de Dios", se tratara de cualquier clase de temas. Era mucha, y muy "santa", nuestra osadía, y el nivel cultural de nuestros compatriotas, escaso y subordinado. La educación sempiterna en el "amén" y en "lo que usted diga o quiera", eran norma de vida y de convivencia.
De vez en cuando recordamos los curas jubilados estas situaciones, cuando nos reunimos, y unos nos echamos a llorar y otros a reír, admirados piadosamente todos de la infinita capacidad misericordiosa de Dios que se valió de nosotros como instrumentos sacramentales de redención, con aspiraciones dogmáticas ultraterrenales.
Por cierto que en la penúltima coincidencia que mantuvimos los colegas jubilados, con inocente pizca de picardía clerical, a uno se le ocurrió lanzar la pregunta de qué les parecería, y cómo reaccionarían hoy feligreses y obispos, si se propusiera la idea de que en la situación de la jubilación sacerdotal, cupiera la opción de establecer una relación canónica, y aún sacramental, de pareja, con una mujer, y así, con consentimiento y ayuda mutuas, en paz y en gracia de Dios, disponernos a recorrer el último tranco de la vida, a la espera de ser convocados por el Padre Dios, mediante la "hermana muerte franciscana", eternizando así nuestra común unión eclesial sin distinciones jerárquicas de ninguna clase, en conformidad con el libro de texto de los evangelios, sin glosas ni exégesis transidas de ciertos intereses, no solo escuetamente religiosos, sino también canónico- terrenales...
¿Acaso una clemente, indulgente y piadosa solución contra la soledad como la aquí sugerida, podría ser, a nuestra edad, merecedora de descalificaciones de herejía, egoístas y contracelibatarias? ¿Es que, al menos por aquello del ecumenismo, no estamos ya en vísperas, aunque algunos no lo conozcamos, de que el celibato llegue a ser opcional, mañana o pasado mañana?
No todos los componentes del grupo de los jubilados estuvimos de acuerdo con el planteamiento del tema, que fue suscitado con respeto, con consideración y con la gracia de Dios. Advierto, no obstante, que entre nosotros se registró "quórum" suficiente para proseguir la reflexión otro día, porque "hablando se entiende la gente" y porque presentimos que el tema no es ajeno en el organigrama del Papa Francisco.
Eso sí, y con ciertas añoranzas, destacamos que nuestros hermanos los monjes, frailes o religiosos tenían convenientemente resuelto el problema de la soledad y de la atención requerida en sus residencias, sin depender en exclusiva de sus ex familiares o de las benevolencias episcopales, que en su día decidieron apostar por las benditas "casas sacerdotales".
Ni sería justo ni religioso dejar de reseñar que entre nosotros se destacó la idea de que la solución sacerdotal no tiene por qué diferir de la que les es común al resto de los jubilados del régimen general de la Seguridad Social, todavía insuficientes, pero muy dignamente dotadas. Privilegios, y menos "en el nombre de Dios", y "por ser vos quien sois- o fuisteis", nada de nada. La asignatura de la jubilación apenas si fue todavía afrontada por la pastoral, por la ascética y aún por la mística, con sacrosanta mención para los niveles jerárquicos. LEER EN RELIGION DIGITAL

•Destino Madrid: las Marchas de la Dignidad ya recorren todo el mapa Carmen Reina


La columna andaluza de las Marchas de la Dignidad parte este domingo desde Santa Elena (Jaén) y es la última en iniciar el camino para confluir en Madrid el 22 de marzo con el resto de grupos provenientes de todo el país.
Todas las columnas que llegarán a Madrid a pie se unirán en una manifestación en la capital el próximo sábado contra el pago de la deuda y por el empleo, una renta básica y el mantenimiento de los servicios públicos.
La organización de las Marchas de la Dignidad, integrada por colectivos sociales, sindicales y políticos, espera una concentración masiva a la que se unan personas a título individual para hacer escuchar las reivindicaciones de la “mayoría social”. LEER EN ELDIARIO

•El Papa Francisco. A un año Adolfo Pérez Esquivel

A un año de la designación Del Papa Francisco, el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, compartió algunas reflexiones: “En las últimas décadas los principales conductores de la Iglesia, habían desandado el camino iniciado en el Vaticano II. (…) Hoy vuelve a cobrar relieve, en numerosos gestos del Papa Francisco, el anhelo de una Iglesia pobre, el compromiso con los más pobres, con los excluidos y este no es un dato menor. De la Roma que perseguía y aplicaba la Teología de la sospecha a los teólogos de la liberación, se abrió paso al diálogo y encuentros. Seguramente quedan numerosas reformas pendientes (…) Pero este Papado que vuelve a plantear un liderazgo ético, cultural y religioso, que interpela al mundo entero, que asum e una perspectiva ecuménica, profundiza el diálogo con otras Iglesias de Igual a Igual, no puede ser más promisorio y alentador”. LEER EN ADITAL

El pueblo brasilero: un pueblo místico y religioso Leonardo Boff, teólogo y escritor




El pueblo brasilero es espiritual y místico, le guste o no a la intelectualidad secularizada, en general con poca o ninguna organicidad con los movimientos populares y sociales.
El pueblo no ha pasado por la escuela de los maestros modernos de la sospecha que, en vano, han intentado deslegitimar la religión. Para el pueblo, Dios no es un problema sino la solución de sus problemas y el sentido último de su vivir y de su morir. Siente a Dios acompañando sus pasos, lo celebra en las expresiones de lo cotidiano, como “mi Dios”, “gracias a Dios”, “Dios le pague”, “Dios lo acompañe”, “Dios lo quiera” y “Dios lo bendiga”. Habitualmente mucha gente se despide por teléfono diciendo “queda con Dios”. Si no tuviese a Dios en su vida, ciertamente no habría resistido con tanta fortaleza, humor y sentido de lucha a tantos siglos de ostracismo social.

El cristianismo ayudó a formar la identidad de los brasileros. En el tiempo de la Colonia y del Imperio entró por la vía de la misión (iglesia institucional) y de la devoción a los santos y santas (cristianismo popular). Modernamente está entrando por la vía de la liberación (círculos bíblicos, comunidades de base y pastorales sociales) y por el carismatismo (encuentros de oración y de curación, grandes celebraciones-espectáculo de curas mediáticos). Fundamentalmente el cristianismo colonial e imperial educó a las clases señoriales sin cuestionarles su proyecto de dominación y domesticó a las clases populares para que se ajustasen al lugar que les cabía en la marginalidad. Por eso la función del cristianismo fue extremadamente ambigua pero siempre funcional al statu quo desigual e injusto. Raramente fue profético. En el caso de la esclavitud fue claramente legitimador de un orden inicuo.
Solamente a partir de los años 50 del siglo pasado, sectores importantes de la institucionalidad (obispos, curas, religiosos y religiosas, laicos y laicas) comenzaron un proceso de desplazamiento de su lugar social desde el centro hacia la periferia donde vivía el pueblo. Surgió el discurso de la promoción humana integral y de la liberación socio-histórica cuya centralidad es ocupada por los oprimidos que ya no aceptan su condición de oprimidos. Por el hecho de ser simultáneamente pobres y religiosos, sacaron de su religión las inspiraciones para la resistencia y para la liberación rumbo a una sociedad con más participación popular y más justicia. Y surgió un cristianismo nuevo, profético, liberador y comprometido con los cambios necesarios.
Pero la mayor creación cultural hecha en Brasil está representada por el cristianismo popular. Puestos al margen del sistema político y religioso, los pobres, indígenas y negros dieron cuerpo a su experiencia espiritual en el código de la cultura popular, que se rige más por la lógica del inconsciente y de lo emocional que por lo racional y lo doctrinario. Elaboraron así una rica simbología, en las fiestas de sus santos y santa importantes, un arte lleno de colorido y una música cargada de sentimiento asociada a la noble tristesse. Este cristianismo popular no es decadencia del cristianismo oficial, sino una forma diferente, popular y sincrética de expresar lo esencial del mensaje cristiano.
Las religiones afrobrasileñas, el sincretismo urdido de elementos cristianos, afrobrasileros e indígenas, representan otra creación relevante de la cultura popular. Con excepción de algún fundamentalismo evangélico, el pueblo en general no es dogmatico ni obcecado en sus creencias. Es tolerante, pues cree que Dios está en todos los caminos y todos los caminos terminan en Él. Por eso es multiconfesional y no se avergüenza de tener varias pertenencias religiosas. La síntesis se hace dentro de su corazón, en su espiritualidad profunda. A partir de ahí compone el rico tejido religioso. El antropólogo Roberto da Matta lo expresó acertadamente: «En el camino hacia Dios puedo juntar muchas cosas. Puedo ser católico y umbandista, devoto de Ogum y de San Jorge. El lenguaje religioso de nuestro país es, pues, un lenguaje de relación y de religación. Un idioma que busca el término medio, el camino medio, la posibilidad de salvar a todo el mundo y de encontrar en todos los lugares alguna cosa buena y digna» (O que faz o brasil Brasil, Rocco, Rio de Janeiro 1984,117).
Especialmente importante es la contribución civilizatoria traída por las religiones afro (nagô, camdonblé, macumba, umbanda y otras) que a partir de sus propias matrices africanas elaboraron aquí un rico sincretismo. Cada ser humano puede ser un incorporador eventual de la divinidad en beneficio de los otros. Negada socialmente, despreciada políticamente, perseguida religiosamente, las religiones afrobrasileñas devolvieron autoestima a la población negra, al afirmar que los orixás africanos los enviaron a estas tierras para ayudar a los necesitados y para impregnar de axé (energía cósmica y sagrada) los aires de Brasil. A pesar de ser esclavos cumplían una misión transcendente y de gran significado histórico.
Fueron los negros y los indígenas quienes confirieron y confieren una marca mística al alma brasilera. Todos se saben acompañados por los santos y santas importantes, por los orixás por el Preto Velho (umbanda) y por la mano providente de Dios que no deja que todo se pierda y se frustre definitivamente. Para todo existe solución y una salida buena. Por eso hay levedad, humor, sentido de fiesta en todas las manifestaciones populares.
El futuro religioso de Brasil no será probablemente su pasado católico. Será, posiblemente, la creación sincrética original de una nueva espiritualidad ecuménica que convivirá con las diferencias (la tradición evangélica en ascenso, el pentecostalismo, el kardecismo, las religiones orientales) pero en la unidad de la misma percepción de lo Divino y de lo Sagrado que impregna el cosmos, la historia humana y la vida de cada persona.
Traducción de Mª José Gavito Milano