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miércoles, 12 de marzo de 2014

¿Existe ‘Dios’? ¿Qué ‘Dios’?

PUBLICADO EN DEIA


Arregi¿Tiene sentido hablar de Dios a la vista de tanto dolor, de tanto drama en la Tierra, del Congo a Mali, de Sudán a Ceuta y Melilla, de Siria a Afganistán y Pakistán, de Venezuela a Méjico, de la especulación al hambre, de la corrupción al paro, de la angustia al suicidio? Todo depende de lo que entendamos por “Dios”.
Me asombra que, hoy todavía, sesudos teólogos, filósofos y científicos sigan discutiendo acaloradamente sobre si existe o no existe “Dios” –unos lo defienden, otros lo refutan– sin antes decirnos qué entienden por “Dios”. Pero, a decir verdad, comprendo mejor a los ateos que niegan al “dios” que imaginan que a muchos teólogos que parecen sostener al “dios” que niegan los ateos.

Los ateos niegan la existencia de un dios separado del universo y necesario para explicarlo, un dios que existiría “desde antes” del universo y “fuera” de él, un dios que poseyera o que fuera la explicación –misteriosa, incognoscible– de que el mundo sea como es, con sus enigmas y dolores, un dios causa y motor primero de la realidad existente, fundamento y garante exterior del orden físico y del orden ético, un dios sin el que la bondad y la justicia carecerían de sentido, un dios omnipotente que pudiendo intervenir no interviene o que no interviene porque no puede, que actúa en el mundo cuando quiere o que no actúa para “respetar la autonomía del mundo”, un dios que habla cuando lo desea o que calla por alguna razón que ignoramos, un dios que no pudo crear sino este mundo tal como es con su inmenso dolor o bien porque no pudo crear sino un mundo finito y por lo tanto sufriente o bien porque quiso respetar la libertad humana, capaz de hacer tanto bien pero también tanto daño… Un dios ente, el Ente Supremo, Algo o Alguien anterior y exterior al mundo.
Tal es el dios que niegan los ateos. Y hacen bien en negarlo, pues no existe. Tiene razón R. Dawkins al negar a un dios diseñador y creador que habría determinado de antemano toda la evolución del cosmos y de la vida, con el ser humano como centro y cima; efectivamente, un dios así es un constructo humano, un “espejismo”. Tiene razón D. Dennet al negar a un dios causa necesaria del espíritu o de la conciencia o de la “libertad” humana, un dios causa distinta y separable de la realidad que llamamos materia; Dios y la realidad infinitamente abierta e infinitamente fecunda que es la materia-energía no son dos realidades que se puedan contraponer o añadir la una a la otra; la “materia” es siempre (¿“eternamente”?) más que lo que entendemos por “solo materia”, y Dios no puede ser concebido como algo o alguien separable de ella. Tiene C. Hitchens al negar a un dios fundamento externo del mundo, necesario para explicar su existencia, o al negar a un dios que interviniera en el mundo desde fuera de él. Tiene razón S. Harris al negar a un dios garantía o justificación de la ética o del humanismo, como si para ser buenos necesitáramos una razón, un por qué; no hay atrocidad que no se haya cometido en nombre de dios; es decir, la fe en dios nunca ha sido garantía de bondad; todo depende, pues, de lo que se entienda por fe y de lo que se entienda por “dios”.
Sin embargo, ¿no es demasiado burda la crítica de Dios de los autores mencionados? Ciertamente lo es. Pero debemos preguntarnos por qué gente tan inteligente sigue teniendo una imagen tan burda de Dios. Ciertamente, los ateos no dicen todo lo que se puede decir acerca del misterio indecible que llamamos Dios, pero los creyentes y los teólogos no deben empeñarse en afirmar al dios que niegan los ateos, sino al Dios del que no hablan. La afirmación de Dios ha de empezar allí donde termina la negación de los ateos.
Así lo han hecho los místicos de todas las religiones. También ellos, en virtud de su propia fe, se han visto conducidos a negar, desde dentro de la fe, al dios que niegan los ateos. Harían bien los teólogos en hacer como los místicos. Harían bien en partir del punto al que llegan los ateos y tratar de ir más allá, buscando y arriesgando nuevas palabras, imágines y horizontes. Más allá del ateísmo que niega al dios que no existe, pero más allá también del teísmo que afirma a un dios Ente Supremo, un ser consciente y libre otro o distinto del mundo.
Aventuremos palabras. “Dios” ni existe ni no-existe: es la Existencia. No está cerca ni lejos, ni presente ni ausente, ni está ni no-esta: es la Presencia. No es ni uno ni muchos. No es ni lo mismo ni distinto del mundo. No es menos que algo (nada), ni menos que persona (impersonal), pero no es Alguien, no es “otro” de nada y de nadie. Es el no otro de todos los seres. Es el Corazón latiente del mundo, de cada ser, de cada átomo, partícula y partículas de partícula si las hay.
Dios es el fondo de la realidad (Tillich), el poder de lo real (Zubiri), el silencio revelado como tal (Panikkar). Es Nada de cuanto es y decimos, es el Todo en todas las cosas, es el Vacío Pleno en todo lo que se manifiesta, más allá de inmanencia y trascendencia. Es la Presencia eterna en el instante.
Hoy se echan de menos teólogos a la altura de Nietzsche, antiteísta místico, profeta de los nuevos tiempos religiosos. Teólogos que aúnen la mirada mística con la visión científica de un universo o de un multiverso interrelacionado y dinámico, inacabado y evolutivo. Creyentes y teólogos que, más allá de creencia e increencia, pronuncien a Dios con su palabra y su vida como el misterio más hondo y real, como el Espíritu divino, como el aliento vital en el corazón de cuanto es. Que, al pronunciar a Dios lo hagan ser y recreen el mundo: “Hágase”. Dios es el Aliento que nos habita y nos hace ser y que hacemos ser cuando somos.
En este mundo con tantos enigmas, con tantos dolores, no es inútil tratar de decir palabras creadoras sobre la Compasión que nos habita y nos une, sobre la Gracia que nos mueve en lo más profundo a cambiar las lágrimas en consuelo, a poner paz donde hay odio, a llenar de pan las mesas vacías, a seguir a creando este mundo inacabado.
(Publicado en DEIA y en los periódicos del Grupo Noticias)

La gestación del pueblo brasilero, la universidad y el saber popular Leonardo Bo

ATRIO

Leonardo Boff, 07-Marzo-2014


BoffEl pueblo brasilero no ha terminado de nacer todavía. Procedentes de 60 países diferentes, aquí se están mezclando representantes de todos estos pueblos en un proceso abierto, contribuyendo a la gestación del nuevo pueblo que acabará de nacer un día.
Lo que heredamos de la Colonia fue un estado altamente selectivo, una élite excluyente y una masa inmensa de desposeídos y descendientes de esclavos. El analista político Luiz Gonzaga de Souza Lima en su original interpretación de Brasil nos dice que nacimos como una Empresa Transnacionalizada, condenada hasta hoy a ser abastecedora de productos in natura para el mercado mundial (cf. A refundação do Brasil, 2011).

Pero a pesar de esta limitación histórico-social, en medio de esta masa enorme fueron madurando lentamente líderes y movimientos que propiciaron el surgimiento de todo tipo de comunidades, asociaciones, grupos de acción y de reflexión que van desde las asociaciones de rompedoras de coco de Marañón a los pueblos de la selva de Acre, a los sin-tierra del sur y del nordeste, a las comunidades de base y los sindicatos del ABC paulista.
Del ejercicio democrático en el interior de estos movimientos nacieron ciudadanos activos; de la articulación entre ellos, manteniendo cada uno su autonomía, está naciendo una energía generadora del pueblo brasilero, que lentamente va tomando conciencia de su historia y proyecta un futuro diferente y mejor para todos.
Ningún proceso de esta magnitud se hace sin aliados, sin una ligazón orgánica con quienes manejan un saber especializado con los movimientos sociales comprometidos. Y aquí la universidad es desafiada a ampliar su horizonte. Es importante que maestros y alumnos frecuenten la escuela viva del pueblo, como practicaba Paulo Freire, y que permitan que la gente del pueblo pueda entrar en las aulas y escuchen a los profesores en materias relevantes para ellos, como yo mismo hacía en mis cursos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
Esta visión supone la creación de una alianza de la inteligencia académica con la miseria popular. Todas las universidades, especialmente después de la reforma de su estatuto por Humboldt en 1809 en Berlín, que permitió a las ciencias modernas conseguir ciudadanía académica al lado de la reflexión humanística que creó la universidad de antaño, se volvieron el lugar clásico de cuestionamiento de la cultura, de la vida, del hombre, de su destino y de Dios. Las dos culturas –la humanística y la científica– se intercomunican más y más en el sentido de pensar el todo, el destino del propio proyecto científico-técnico frente a las intervenciones que el ser humano hace en la naturaleza y su responsabilidad por el futuro común de la nación y de la Tierra. Tal desafío exige un nuevo modo de pensar que no sigue la lógica de lo simple y lineal sino la de lo complejo y lo dialógico.
Las universidades están siendo impulsadas a buscar un enraizamiento orgánico en las periferias, en las bases populares y en los sectores ligados directamente a la producción. Aquí puede establecerse un intercambio fecundo de saberes entre el saber popular, hecho de experiencias, y el saber académico, fundamentado en el espíritu crítico. De esta alianza surgirán seguramente nuevas temáticas teóricas nacidas de la confrontación con la anti-realidad popular y de la valoración de la riqueza inconmensurable del pueblo en su capacidad de encontrar, por sí solo, salidas para sus problemas. Aquí se da un intercambio de saberes, unos completando a los otros, en el estilo propuesto por el premio Nobel de Química (1977) Ilya Prigogine (cf. A nova aliança, UNB 1984).
Esta unión acelera la génesis de un pueblo; permite un nuevo tipo de ciudadanía, basada en la con-ciudadanía de los representantes de la sociedad civil y académica y de las bases populares, que toman iniciativas por sí mismos y someten a control democrático al Estado, exigiéndole los servicios básicos especialmente para las grandes poblaciones periféricas.
En estas iniciativas populares, con sus distintos frentes (casa, salud, educación, derechos humanos, transporte público etc.), los movimientos sociales sienten la necesidad de un saber profesional. Es donde puede y debe entrar la universidad, socializando el saber, ofreciendo orientaciones para soluciones originales y abriendo perspectivas a veces insospechadas por quien está condenado a luchar solo para sobrevivir.
De este ir-y-venir fecundo entre pensamiento universitario y saber popular puede surgir el biorregionalismo con un desarrollo adecuado al ecosistema y a la cultura local. A partir de esta práctica, la universidad pública recuperará su carácter público, será realmente la servidora de la sociedad. Y la universidad privada realizará su función social, ya que es en gran parte rehén de los intereses privados de las clases e incubadora de su reproducción social.
Este proceso dinámico y contradictorio sólo prosperará si está imbuido de un gran sueño: ser un pueblo nuevo, autónomo libre y orgulloso de su tierra. El antropólogo Roberto da Matta bien enfatizó que el pueblo brasileño ha creado un patrimonio realmente envidiable: «toda nuestra capacidad de sintetizar, relacionar, reconciliar, creando con ello zonas y valores ligados a la alegría, al futuro y a la esperanza» (Porque o brasil é Brasil, 1986,121).
A pesar de todas las tribulaciones históricas, a pesar de haber sido considerado, tantas veces, un don nadie y bueno para nada, el pueblo brasilero nunca perdió su autoestima ni su visión encantada del mundo. Es un pueblo de grandes sueños, de esperanzas invencibles y utopías generosas, un pueblo que se siente tan impregnado de las energías divinas que estima que Dios es brasilero.
Tal vez sea esta visión encantada del mundo una de las mayores contribuciones que nosotros, los brasileiros, podemos dar a la cultura mundial emergente, tan poco mágica y tan poco sensible al juego, al humor y a la convivencia de los contrarios.
Traducción de MJ Gavito Milano

•Anguita llama a la desobediencia y critica a la izquierda por antigua Danilo Albin



El ex líder de IU y promotor de Frente Cívico llama a “echarse a la calle” durante la presentación del libro ‘Contra la ceguera’ en Bilbao
“Antes la izquierda era la encarnación del mal, pero al menos era respetada. Ahora ni siquiera eso”. Así de tajante se mostró el ex secretario general del Partido Comunista y promotor del Frente Cívico, Julio Anguita, en el inicio de una breve gira por Euskadi, donde ha llamado a “lanzar otra guerra, pero no con el mismo discurso, porque perdemos”. El ex coordinador de IU acudió este martes a Bilbao para presentar el libro Contra la ceguera, una obra que ya va por su quinta edición y en la que ha trabajado junto al periodista vasco Julio Flor. LEER EN PUBLICO

•Rouco Varela: “Hubo personas dispuestas a matar inocentes a fin de conseguir oscuros objetivos de poder”


El arzobispo de Madrid aprovecha su último discurso como presidente de la Conferencia Episcopal para defender la familia tradicional, la unidad de España y el derecho a la vida

El arzobispo de Madrid, Rouco Varela, ha aprovechado el funeral por el aniversario de las víctimas del 11-M, que él ha oficiado, para señalar que hubo personas en el trágico atento “dispuestas a matar inocentes a fin de conseguir oscuros objetivos de poder” , y ha alertado contra aquellos a quienes no les importa hacer del terrorismo “un medio para fines de la naturaleza que sean”. LEER EN PUBLICO

•Rouco lamenta en su despedida que Dios quede “excluido de lo público” Juan G. Bedoya


El presidente de la Conferencia Episcopal critica el “pobre discurso político” y los “problemas de identidad de la nación”
Rouco desprecia el nivel de los políticos
El presidente de la Conferencia Episcopal Española será sustituido este miércoles
El cardenal critica los “graves problemas de identidad de la nación”
Ricardo Blázquez, de 72 años, se perfila como posible sucesor LEER EN EL PAIS

Domingo 16 de marzo, 2º de Cuaresma: Escuchar a Jesús José Antonio Pagola


El centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”, lo ocupa una Voz que viene de una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.
La Voz dice estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro “resplandeciente como el sol”.

Pero la Voz añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley. Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato: escuchad a Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.
Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos de espanto”. Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?
Entonces, Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice: Levantaos. No tengáis miedo”. Sabe que necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos dicen: Levántate, no tengas miedo
Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les resulta, tal vez, familiar, pero lo que saben de él no va más allá de algunos recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se llamen cristianos, viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y, sin esa experiencia, no es posible conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener nuestra vida.
Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a Jesús, en el interior de su conciencia, escucha siempre algo como esto: “No tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará. Conocerás la paz del corazón”.
En el libro del Apocalipsis se puede leer así: “Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa”. Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Le podemos abrir la puerta o lo podemos rechazar. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.