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ATALAYA

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martes, 19 de marzo de 2013

Recuperar el sueños de Asis Leonardo Belderrain diócesis de Quilmes (Argentina)

Enviado a la página web de Redes Cristianas
El primer papa latinoamericano
¿Lo habrá elegido Chavez desde el cielo? Lo cierto es que nadie se lo esperaba algunos amigos comunes me confirmaron que el sabia que esto podía suceder y que no le hacía gracia pero estaba dispuesto. También se que comento entre amigos que esperaba tener mejor suerte que Juan pablo primero.
¿Que significa después de tantos siglos que un papa retome el sueño de Asis
Que ame los pobres y no este resentido y no envidie la vida de los ricos ¿que significa que el sumo pontífice sea un hombre normal no afectado cariñoso humano critico y distante de los que manejan los poderes de este mundo?. Recuerdo el día que fui a verlo para retomar mi ministerio lo había suspendido dos años por un proyecto de pareja en el que después no me vi. La situación había tomado estado público y había trascendido en todos los canales televisivos de mi país. Le
conté esta historia al cardenal y me dijo:-yo no escucho ningún ruido en tu historia, en las crisis aprendemos a discernir. Le señale-Jorge acomódese el audífono pero si usted dice que no hay ruidos yo le creo.
Se rio mucho….
Dime lo que deseas y te diré quien eres. La iglesia que elige un papa como Bergoglio a mi gusto no es una iglesia decadente no es misógina ni homofóbica deja de ser euro céntrica es una iglesia de barrio que ama los pobres no por compasión sino porque allí como en asís sin darle la espalda a los últimos se pude vivir con mas calidad de vida.
Adelante Jorge te pertenecemos siempre fuiste un primero entre pares es probable que la gente sencilla te disfrute y que los traidores, con vos se pongan nerviosos es de público conocimiento que nunca se sabe lo que piensa un jesuita.

Al papa Francisco José Arregi, teólogo

Querido hermano Francisco: Me alegré como un niño cuando supe que Ud., un jesuita hecho y derecho, había adoptado ese nombre: Francisco. ¡Perfecta combinación!, me dije. Si ha de haber reformas profundas en la Iglesia y el papado –y salta a la vista que ha de haberlas–, aquí tenemos el hombre y el nombre.
Francisco de Asís: humilde y libre, manso y subversivo, y siempre el menor. Ignacio de Loyola: lleno de luz en la mente y de lágrimas en los ojos, maestro y director de almas y de obras, y siempre peregrino. Ambos amaron a Jesús con inmensa ternura y quisieron vivir como él: sin nada y con todos. A tres siglos de distancia –en el umbral del Renacimiento Francisco, en el umbral de la Modernidad Ignacio–, ambos soñaron con que la Iglesia volviera a Jesús, con que aquel imponente aparato de poder y de riqueza erigido en torno a Roma se despojara, se desarmara, se humanizara, se evangelizara, y pudiera ofrecer de nuevo el consuelo y la liberación de Jesús. No sucedió. A Francisco le organizaron una gran Orden, y a Ignacio le utilizaron para la Contrarreforma, y su sueño no pudo ser. Pero sigue en pie, y es más urgente que nunca.
Ud. conoce bien la historia del Poverello que tanto inspiró a Iñigo de Loyola, mientras se reponía de las heridas de su cuerpo y de su espíritu. También Francisco estaba herido y buscaba, y le gustaba retirarse en la penumbra de la capillita semiderruida de San Damián, fuera de la ciudad de Asís, amurallada con sus iglesias y mercaderes. Una tarde, le pareció que los labios de Jesús crucificado le hablaban dulcemente y le decían: “Francisco, repara mi Iglesia, que amenaza ruina”. Y salió contento a mendigar piedras y cuidar leprosos.
Me traslado al atardecer del pasado miércoles día 13, en el momento en que dos tercios de los cardenales reunidos en la suntuosa Capilla Sixtina le acababan de elegir papa. No alcanzo a imaginar a Jesús de Nazaret, el profeta compasivo y sanador, itinerante y libre, en medio de aquel Cónclave solemne, entre sotanas negras y fajas púrpura, y afuera 5.000 periodistas expectantes y el gentío en la plaza de San Pedro, y la chimenea y las fumatas y las agencias frenéticas del mundo llenando de imágenes y de palabras vacías el vacío espiritual que padecemos. Y me acude a la mente la imagen de otra escena en el atrio del templo de Jerusalén: el látigo profético, las mesas volcadas, las palomas y los corderos sueltos, libres del sacrificio, libres para volar y vivir.
Pero vuelvo a la Sixtina y le imagino a Ud., humilde y decidido, ajeno al boato y al show, escuchar de labios de Jesús la misma palabra dulce y exigente que le habló al joven soñador de Asís: “Francisco, repara mi Iglesia, que amenaza ruina. Pero no te empeñas en recuperar las ruinas. Déjalas perderse, y construye algo nuevo, lo que yo soñé: un templo sin piedras, un templo de vida sin torres de poder ni muros sagrados, un templo de corazones libres y buenos”.
Querido hermano Francisco, sus primeros gestos nos han conmovido. Nos ha pedido la bendición y le bendecimos de todo corazón. Pero permítame decirle: ni los gestos personales ni las reformas curiales bastarán. La figura y el sistema del papado es el problema. Deje que las ruinas de una Iglesia del pasado se arruinen del todo. Deje que caiga la enorme cúpula del poder absoluto construido contra el evangelio.
Cuanto más tiempo deje pasar, será peor para la Iglesia y para quienes esperan de ella la buena noticia y la presencia de Jesús. Declare solemnemente que no hay otra herejía que la falta de paz y de piedad. Y ponga otra base para construir otra Iglesia plural y tolerante, otra Iglesia democrática desde abajo, desde el Espíritu que sopla donde quiere y en todos. No sea que todo siga dependiendo de un papa que nunca sabemos de quién depende, y dentro de pocos años volvamos a otro Cónclave para que, en el fondo, todo siga igual que en tiempos de san Francisco y san Ignacio.